Un «CDR» en Madrid. Redes de solidaridad ciudadana para el envío de medicamentos a Cuba

    En un salón de la parroquia anglicana de calle Beneficencia 18B, Madrid, hace un calor infernal, más insufrible que los cuarenta y tantos grados de afuera. Se trata, aseguran, de una de esas olas de calor que hacen de la ciudad un horno de asfalto y adoquines donde se cuecen al vapor más de millón y medio de personas. No es comparable con los veranos de La Habana. Es calor seco, como supongo que debe ser el calor de los desiertos. Alguien enciende un ventilador, pero esto solo sirve para repartir equitativamente el aliento tórrido de este inicio de agosto. Es un ventilador viejo, cuya base debe sujetarse con cualquier otra cosa de peso para evitar que comience a andar por todo el lugar, como si tuviera vida propia. A los cubanos que están en la parroquia les hace gracia este detalle. Les recuerda los viejos ventiladores de motor de lavadora de Cuba, dicen. Luego descubro que muchas cosas, en ocasiones ínfimas y absurdas, les recuerdan todo el tiempo a Cuba. Todos emanan nostalgia. Apestan a nostalgia. Pronto habré de apestar así, de integrar esta secta entregada a una melancolía extraña, como de niños huérfanos, y por primera vez desde que abandoné mi país me sentiré bien por ello.

    Le llaman «el salón de los Apóstoles» por los 12 retratos —los apóstoles— que están distribuidos por las paredes laterales y por el cuadro que desde un sitio privilegiado del cuarto representa la epifanía que hizo que Saulo el Fariseo se convirtiera en Pablo de Tarso. El sitio es amplio, sin embargo, es inevitable sentir algo de claustrofobia. Los espacios libres son cada vez menos: pasillos estrechos entre improvisados muros de cajas de cartón y bultos retractilados. Cada bulto tiene escrito con plumones el nombre de algún municipio cubano o de algún hospital, mientras las cajas pueden identificarse por palabras como «Corazón», «Antisicóticos», «Antibióticos» o «Vitaminas». Hacia el final, otra muralla de maletas alcanza los dos metros. Dentro de cada maleta hay 23 kilogramos de jeringas, sábanas, sondas urinarias, guantes, mascarillas…

    Se supone que cada bulto llegue en las próximas semanas a Cuba, para aliviar en algo la crisis sanitaria que allí se vive, agravada cada día debido al creciente número de casos positivos de COVID-19. Se espera también que nuevos paquetes tomen el lugar de estos, de manera que la parroquia se concibe como un almacén en constante movimiento. Los bultos salientes se convertirán en carga de aerolíneas, o viajarán junto a cubanos que vuelan pronto a la isla y que venden o donan espacios en sus maletas. Una vez en Cuba, una red de voluntarios deberá distribuir los envíos, que van identificados con nombres y apellidos. Irán casa por casa, en todas las provincias, y también a los hospitales carentes de insumos, donde médicos desesperados han pedido insumos para tratar a sus pacientes más graves. Ese sería el escenario ideal: la ruta sin contratiempos por la que trabajan de forma incansable, y sin recibir ganancia alguna, muchos cubanos en Madrid. Por supuesto, no siempre las cosas salen del todo bien.

     «Ayuda humanitaria», le llaman unos. Otros prefieren «corredor humanitario» o «cubanos ayudándose entre sí».  Yo aún no sé cómo llamarle. 

    Cristian Álvarez / Foto: Massiel Rubio
    Cristian Álvarez / Foto: Massiel Rubio

    Hoy se mueven cinco personas de un lado a otro del salón. A veces son más, otras menos, pero, excepto los miércoles, suele haber al menos tres personas entregadas de lleno a estas labores. Escasean los viajeros a Cuba —hacia donde los vuelos se mantienen restringidos— con la voluntad de donar o vender kilogramos de su equipaje para enviar medicinas. Por eso hoy no es indispensable retractilar maletines. Hay muchos por el salón, todos listos, cada uno destinado a un municipio distinto del país. El trabajo de hoy se limita entonces a catalogar medicamentos y preparar pequeños paquetes para los enfermos que siguen reportándose por diferentes vías. 

    No es demasiado fácil el trabajo para un recién llegado como yo. Quienes llevan aquí más tiempo logran moverse con agilidad entre las cajas, y saben dónde encontrar las cosas. Tras cinco meses coordinando envíos a Cuba, y con el asesoramiento de médicos cubanos radicados en Madrid, saben también qué mal cura cada medicamento.

    «Yo lo tengo claro. Cuando vaya a buscar trabajo, sumaré a mi currículum farmacéutico», bromea Cristian Álvarez.

    Cris, como le llaman sus amigos, es un tipo alegre, de 28 años, periodista, capaz de impostar una voz de locutor radial envidiable. Hace apenas un año y medio llegó a la ciudad con los bolsillos vacíos, luego de un inesperado viaje que lo llevó a Praga desde su natal Cruces, en la provincia de Cienfuegos. Aunque no para de hablar y bromear, trabaja con la eficiencia de una máquina de producción en serie. Recoge de una mesa un papelillo con información de lo que debe incluir en el paquete, echa un rápido vistazo al salón y, en cuestión de dos minutos, reúne antihipertensivos, diuréticos e inhaladores. Después los envuelve con cinta adhesiva y sobre esta pega otro papel con el nombre, dirección y número de teléfono del destinatario. «Listo. El próximo». Se trata de un trabajo mecánico, pero también reflexivo: cada paquete es armado pensando que, en algún lugar de Cuba, alguien recibirá en la puerta de su casa con qué aliviar sus problemas de salud. Un paquete, una vida salvada: es la lógica que domina en este salón.

    Voluntarios en la parroquia de Beneficencia 18B, Madrid / Foto: Dario Alejandro Alemán
    Voluntarios en la parroquia de Beneficencia 18B, Madrid / Foto: Dario Alejandro Alemán

    Una mujer entra. Es cubana de esas que casi pasan por españolas, algo que solo puede lograrse cuando se lleva muchos años viviendo aquí. Pregunta por «Leisam Rubio, la chica que organiza la ayuda humanitaria a Cuba desde Madrid». Dice que la ha visto en las redes sociales, y por eso ha traído unos medicamentos para donar. Es una bolsa repleta de paracetamol y píldoras para enfermedades gastrointestinales. Sin embargo, Leisam no existe, o sí, pero solo como anagrama de Massiel Rubio: actriz, dramaturga y editora/correctora de 35 años, delgada, pálida y fácilmente reconocible por los vistosos pañuelos que siempre lleva atados a la cabeza. Ella es, en efecto, una suerte de líder para los voluntarios en la parroquia.

    Cuando termina de atender a la donante, le pido a Massiel alguna tarea para ayudar. Me entrega un bolígrafo, hojas en blanco y su teléfono móvil. «Revisa todo lo que me llega al Messenger. La gente en Cuba escribe ahí para pedir medicamentos. Tú anota sus datos, lo que necesitan, y después les armamos los paquetes», dice, y vuelve a centrarse en su laptop, a través de la cual gestiona el resto de la logística de los envíos: aerolíneas, viajeros y voluntarios radicados en Cuba…

    Son cientos los mensajes que recibe diariamente. Algunas personas aluden a Dios, envían bendiciones y repiten variantes de esa expresión cursi y falaz: «a las buenas personas solo pueden pasarle cosas buenas». Otros informan que recibieron los paquetes, agradecen y mandan fotos sonrientes alrededor de una mesa con las medicinas. Estos son los mensajes soportables, los felices. El resto son ráfagas de historias calamitosas de personas que suplican ayuda para un padre o un hijo enfermo, o que piden envíos a pueblitos de campo donde la COVID-19 hace estragos y no hay antibióticos para tratar infecciones. «Por favor, acuérdense de nosotros», escriben. Fotos: un anciano postrado en cama, sudoroso, junto a un ventiladorcito viejo; niños con la piel rojiza y llena de heridas, invadidos por la sarna; adolescentes sin tratamiento para enfermedades neurológicas degenerativas que les vuelven rígidos los huesos, muchachos con las miradas vacías. Alguien escribe que le acaban de llegar las pastillas, lo agradece, pero lamenta que sea demasiado tarde, pues su madre murió anoche en casa. 

    Anoto los pedidos a toda velocidad. Respondo a algunos con promesas de ayuda y con frases cursis y falaces de «apoyo espiritual». No sé si hago bien. Me recrimino por ser débil y no querer ver más, por pensar en irme: conseguir una o dos entrevistas y hacer como que no estoy enterado de tanta calamidad. Interrumpo a Massiel para preguntarle cómo ha aprendido a lidiar con este tipo de cosas todos los días. 

    «No lo he hecho», responde muy serena.

    Hacia el final de la tarde llegan más voluntarios, entre ellos María Isabel Díaz, la Ofelia de Una novia para David, película que creo haber visto al menos cinco veces. Junto a ella viene Tati, su hermana. Poco después se suma Ratch, programador, y luego Mónica, periodista. Como casi siempre, Mónica trae algo de comida, y todos esperan que sea chícharos o frijoles, «que tan bien se le dan». Con más personas, el trabajo pendiente se termina en un abrir y cerrar de ojos. Massiel dice que mañana, cerca del mediodía, nos veremos aquí. Es urgente, agrega, pues alguien anunció que pasaría a recoger carga para Cuba. Todos reciben la noticia emocionados y acuerdan ir por unas cervezas a una terraza cercana antes de regresar a casa. 

    Voluntarios en la parroquia de Beneficencia 18B, Madrid / Foto: Dario Alejandro Alemán
    Voluntarios en la parroquia de Beneficencia 18B, Madrid / Foto: Dario Alejandro Alemán

    Una vez en la terraza, me siento un entrometido, alguien ajeno a las dinámicas de estos chicos de Madrid: un polizón. Ellos se relajan, hacen bromas que me parecen nada graciosas, humor casi negro: la condición de migrantes ilegales de algunos; las horas consumidas en la parroquia, que bien pudieran aprovecharse en buscar un empleo o en conservar aquel con que pagan un techo compartido y poco más; la delgadez extrema de Massiel, a quien el estrés y una gripe han hecho adelgazar al menos dos tallas; los sueños de Cris, que de un tiempo a la fecha solo van de armar paquetes de medicamentos y retractilar maletines. 

    «Ya, en serio. Tienen que ver cómo organizarse, ponerse horarios, turnarse, no sé, porque ese ritmo no es sano», dice Mónica. Todos parecen estar de acuerdo.

    «Lo otro es que tenemos que ver cómo hacemos para irnos antes del 28 de agosto de la parroquia, ver a dónde mudamos todas las cosas, porque nos van a echar», dice Cris, preocupado. Massiel, no convencida del todo, pide calma e informa que un tal Lachy «está a punto de conseguir otro local». De golpe, la conversación deja de ser «alegre», y ahora solo hablan de las maletas que aún no llegan a sus destinos; de una adolescente con cáncer a quien quieren mandarle su tratamiento y, de paso, una peluca muy elegante con que cubrir los efectos de la quimioterapia; de las aerolíneas que se niegan a donar espacio de carga para las medicinas; del gobierno cubano que, en su opinión, intenta esconder la verdadera gravedad de la crisis sanitaria y pone trabas a la entrada de ayuda; del dinero de los donativos, que ya toca fondo, y los gastos en envíos que deberán pagar de sus bolsillos si no queda más remedio.

    «¿Creen que puedan seguir así?», pregunto.

    «Ya», dice Cris, alzando los hombros, dejándome entender que mi pregunta no es tan obvia como innecesaria. Desde hace cinco meses, no pasa un solo día sin que ellos se cuestionen lo mismo.

    «Lo que quiero decir es cuánto tiempo más creen que puedan mantenerse así, hasta cuándo piensan que pueden seguir haciendo esto», insisto.

    «Hasta que podamos», responden.

    ***

    El 7 de julio de 2021, las revistas La Joven Cuba y Tremenda Nota, junto al blog Comunistas, publicaron un documento titulado «Petición a las autoridades ante la crisis de medicamentos», dirigido a los gobiernos de Estados Unidos y Cuba. El texto, suscrito por 343 personas, incluyendo periodistas, activistas, artistas y académicos cubanos, pedía a las autoridades de la isla el reconocimiento explícito de una crisis sanitaria por falta de medicamentos, entre ellos fármacos necesarios para el tratamiento de enfermedades como Mal de Parkinson, hipertensión arterial, diabetes mellitus, asma bronquial y afectaciones nerviosas.

    En resumen, el documento pedía al gobierno estadounidense levantar sus sanciones contra Cuba y al cubano flexibilizar sus leyes aduanales y facilitar la entrada de donaciones de medicamentos y enseres médicos. También exigía al presidente Miguel Díaz-Canel, al Ministerio de Salud Pública (MINSAP) y a la Aduana General de la República que permitieran la entrada al país de residentes vacunados, sin someterlos a estancias prolongadas en centros de aislamiento. 

    Si bien la petición culpaba al embargo estadounidense de buena parte de la crisis económica y, por tanto, sanitaria de Cuba, también responsabilizaba a La Habana por haber invertido en 2020, año de la expansión global de la pandemia del coronavirus, unas 72 veces más en áreas relacionadas con el turismo que en ciencia. Esto último, por supuesto, no fue del agrado de las autoridades cubanas.

    En las redes sociales ya abundaban los pedidos de ayuda humanitaria por parte de muchos cubanos dentro y fuera de la isla, así como de un batiburrillo de artistas de fama internacional. Reguetoneros como Daddy Yankee y Karol G, actores como el español Paco León, y hasta la exreina del porno Mia Khalifa, visibilizaron la crisis sanitaria de un país al que nunca habían visitado o no conocían del todo bien. Otro sector exigía por los mismos medios una «intervención humanitaria», sin importar que fuera de los cascos azules de la ONU, la Cruz Roja o el U.S Army. Pese a las diferencias entre estos grupos, todos compartían el uso del hashtag#SOSCuba, que no tardó en volverse tendencia en Twitter a nivel mundial. Para entonces, varios cubanos residentes en España y Estados Unidos llevaban meses coordinando el envío de medicamentos a la isla. 

    El régimen cubano se defendió de forma predecible: identificando cualquier pedido de ayuda o intervención humanitaria como un llamado a la intervención militar extranjera. De esta forma reafirmó su ficción de plaza sitiada. Además, simplificó la situación a una guerra de hashtags en que a #SOSCUba buscó enfrentar #MatanzasNoEstáSola, en referencia a la provincia que entonces sufría el mayor número de contagiados de Covid-19. Dicho enfrentamiento fue en vano. Cuando Miguel Díaz-Canel entendió que una canción de Daddy Yankee o las tetas de Mia Khalifa expuestas dos segundos en un video son indiscutiblemente más atractivas que un discurso suyo, el gobierno cubano echó mano a teorías conspirativas. Twitter, repetían los voceros oficiales del gobierno, silenciaba los «tuits revolucionarios» a la vez que aplicaba algoritmos para potenciar «contenido contra la Revolución». Mientras tanto, los cubanos sufrían, junto a la escasez de medicamentos, problemas para conseguir comida y otros productos de primera necesidad, así como apagones diarios de varias horas. 

    El 8 de julio, el espacio radial Chapeando bajito, transmitido por la emisora Radio Rebelde, dedicó su programa a la ayuda humanitaria.

    «Con todo este discurso humanitario no puede más que reírme porque, además, es de un cinismo total. Dicen: por favor, dejen que los cubanos entren con aseo porque el Estado cubano no está en condiciones de proporcionar la pasta de dientes o los champús. Hay que ver esas personas que van a traer ayuda humanitaria a cuánto venden un tubo de pasta o por cuánto revenden un pomo de champú o un tinte. Todos esos que reclaman que entre ayuda humanitaria no sirven para nada más que hacer negocios en el país», dijo en el programa la periodista Bárbara Betancourt. 

    Por su parte, la también periodista Arleen Rodríguez Derivet catalogó de «delincuentes» a quienes pedían la entrada de ayuda humanitaria a la isla, acusándolos de seguir una «política del Departamento de Estado de Estados Unidos». Al día siguiente, la página en Twitter de la Presidencia de Cuba compartió el programa, volviendo una postura oficial lo que pudo pasar como el criterio aislado de dos periodistas en un programa radial.

    Las críticas al gobierno no hicieron más que aumentar en redes sociales. El régimen no dio su brazo a torcer, sin embargo, algo cambió repentinamente en el discurso de sus funcionarios: Cuba no aceptaba «ayuda humanitaria», sino «ayuda solidaria». Dicha ayuda solidaria, a partir de los ejemplos usados por la oficialidad, parecía reducirse solo a aquella que podían brindar asociaciones de «solidaridad con Cuba», grupos de cubanos residentes en el exterior que apoyan a la Revolución y gobiernos extranjeros.

    El 10 de julio, Cubadebate publicó una entrevista a Magalys Estrada Díaz, directora general de colaboración económica del Ministerio de Comercio Exterior y de la Inversión Extranjera (MINCEX). El texto, que se proponía desmentir la idea de que el gobierno cubano no aceptaba ayuda en medio de la pandemia de COVID-19 y la crisis económica, explicaba los mecanismos de donaciones aprobados legalmente. Para el envío de ayuda de cubanos residentes en el exterior, dijo Estrada, el gobierno había dispuesto de sus embajadas y del MINCEX en materia de permisos y aceptación. Según las normas establecidas en La Habana, las donaciones solo podían hacerse a personas jurídicas en la isla. Además, quienes quisieran enviar dinero podían hacerlo, únicamente, a través de una cuenta gubernamental habilitada desde noviembre de 2020 y gestionada por el Ministerio de Economía y Planificación y, de manera excepcional, por el Ministerio de Salud Pública. Al cierre de junio de 2021, la cuenta había recibido 543 ofrecimientos de donaciones para enfrentar la pandemia, provenientes de 51 donantes, incluidos gobiernos y empresas extranjeras. El monto total que alcanzaba para entonces era de mil 504 millones de dólares. 

    Poco antes, el músico puertorriqueño René Pérez Joglar (Residente), había declarado su apoyo al envío de ayuda humanitaria a Cuba y recomendado que este se realizara por alguna vía «alterna al gobierno». Su comentario fue criticado por la página oficial de la Presidencia de Cuba mediante un tuit que fue luego retirado. Partidarios del régimen también atacaron a Residente, burlándose de Puerto Rico por no producir vacunas anti-COVID ni enviar misiones médicas a otros países, a lo que el rapero contestó: «Nunca me burlaré de un país porque critiquen a mi gobierno».

    El 11 de julio miles de cubanos se lanzaron a las calles; muchos pedían, entre otras cosas «Libertad» y el fin de «la dictadura». Ese día el reporte oficial sobre la COVID-19 en el país informaba de seis mil 923 nuevos casos y 43 fallecidos. 

    ***

    —He conversado con gente de allá, algunos funcionarios, sabes, para que, si al menos no van a facilitar las cosas, no las impidan —dice Massiel y da un sorbo al café descafeinado que le acaban de servir. 

    —¿Qué? ¿Te da insomnio la cafeína? Es mediodía.

    —Es más complicado que eso. Cardiopatía. Hasta la cerveza, como has visto, la tomo sin alcohol —contesta y saca de su cartera un pequeño frasco de plástico con compartimentos repletos de píldoras. Comienza a reír—. «Mi cóctel diario. ¿Ves que Cris no bromeaba con eso de que a veces soñamos con pastillas?

    —¿Y cómo consiguen los medicamentos que no están liberados?

    —Hay muchas formas. Desde médicos que nos tiran el cabo con las recetas hasta trabajadores en farmacias. Hay medicamentos que necesitamos, que son caros y no es común que nos lleguen por donación. Ese es otro de los problemas que tenemos que enfrentar todos los días, porque a veces el dinero que nos dona la gente no alcanza.

    Hace poco más de un mes, el «equipo de Madrid» se hizo con una plataforma digital para que la gente done dinero a su causa (a partir de cinco dólares). Se llama Ko-fi, y hasta el momento ha recibido donaciones de más de 500 personas, que representan cerca de 20 mil euros. Con esto se han comprado medicamentos, maletines, se han pagado kilogramos de equipaje en vuelos y próximamente, se espera, el envío de varios metros cúbicos de insumos médicos en un contenedor que irá rumbo a Cuba. El dinero recolectado no siempre logra cubrir todos los gastos, por lo que alguna que otra vez Massiel ha pagado de su bolsillo ciertas cosas. 

    Massiel Rubio / Foto: Dario Alejandro Alemán
    Massiel Rubio / Foto: Dario Alejandro Alemán

    —Es algo que desgasta y nos consume tiempo, energía, de todo. Algunos hemos visto afectados aspectos de nuestras vidas privadas por dedicarnos a este trabajo. Incluso, y puede que parezca absurdo, ha ocurrido que se han enfermado muchachas del equipo que nos ayuda en Cuba a distribuir las medicinas y, a pesar de estar todo el tiempo gestionando que los medicamentos lleguen a donde deben llegar, no han tenido ni un paracetamol para ellas.

    —Es jodido.

    —Lo es.

    —Bueno, volvamos a lo de los funcionarios con los que hablaste…

    —Pues nada. Muchos apoyaban, al menos en palabras, lo que hacemos. Otros estaban un poco dudosos. La cosa es que no se meterían con nosotros si «politizábamos la ayuda». Así dijeron. Para nosotros está bien, porque esto se trata de salvar vidas humanas, que es algo que está por encima de la política y de todo.

    —Y supongo que hubo quien no le gustó eso.

    —Ayyy, esos siempre van a estar ahí para criticar. He recibido mensajes de gente que dice que no deberíamos mandar medicamentos a Cuba porque le estamos haciendo un favor a la dictadura. Pero yo no hago caso.

    —Me parece una tontería. De hecho, creo que ustedes, por lo que he podido leer en tu teléfono, han cambiado la perspectiva de algunos cubanos dentro de la isla sobre el exilio.

    —No sé si lo hemos hecho y, de todas formas, no es trascendente. Lo importante es salvar vidas. Hay mucha, pero mucha gente jodida. Y políticamente… bueno, creo que todos saben lo que pienso —dice, y se agita el pelo, que fue largo hasta noviembre de 2020, cuando se rapó la cabeza en apoyo a los huelguistas de San Isidro frente al Congreso de los Diputados de España. 

    Le confieso que una de las cosas que me motivó a ir a España fue haber visto por las redes sociales la marcha de Madrid en solidaridad con los manifestantes que el 11 de julio tomaron las calles en Cuba. Desde Cibeles, a lo largo de Gran Vía y hasta la Puerta de Sol, cientos de cubanos, llegados de todos los confines de España, desfilaron al ritmo de «Patria y Vida» y exigieron el fin de «la dictadura» en la isla. Banderas cubanas, carteles, fotos gigantes con los rostros y nombres de Hamlet Lavastida, Luis Manuel Otero, Maykel Castillo, Esteban Morales y otros presos políticos. Las imágenes me llegaban por montones al teléfono a través de las redes sociales. Moría de ganas de estar allí. En uno de los videos, Massiel, subida sobre los hombros de un joven, con una camiseta que decía «CUBA. DEMOCRACIA ¡YA!» y micrófono en mano, decía a la multitud:

    Soy de un país donde gobierna una dictadura con una sola línea de pensamiento que no permite oposición, donde los medios de difusión responden únicamente a los intereses del gobierno y contribuyen a crear mecanismos de difamación, acoso y desinformación hacia sus ciudadanos y hacia el resto del mundo. Soy de un país donde disentir contra el poder imperante es un delito por el que te pueden construir una causa penal, hacerte un juicio sumario sin derecho a abogado y condenarte en cualquier momento al tiempo de cárcel que el poder estime. Soy de un país donde ancianos que han trabajado toda su vida no les alcanza para comer ni tener una vida con un mínimo de dignidad (…) Soy de un país donde los artistas no tienen libertad de creación y son repudiados, censurados y silenciados dentro de su propio campo de trabajo, donde es el gobierno quien decide qué lees, lo que escuchas y el arte que consumes (…) Soy de un país que asesina la reputación de los que disienten (…) Soy de un país donde se habla bajito, donde por ser homosexuales se condenó a ciudadanos a campos de trabajo. (…) Soy de un país sin ley contra la violencia de género…

    —Pues sí, creo que ya todos tienen claro tu posición. Aquello fue emocionante.

    —Lo fue —y ríe.

    —Y criticado. Muy criticado. Recuerdo que a partir de la marcha muchos cubanos, incluso algunos que también disienten de las políticas del régimen, les criticaron la presencia en esa marcha de figuras de la derecha española como Pablo Casado, del Partido Popular, o de la extrema derecha, como Rocío Monasterio, de Vox. Fue un debate intenso.

    —Y ridículo, y que no me importa. Cuando se convocó la marcha citamos a todos los partidos políticos españoles, por si querían presentarse y mostrar su apoyo. Así que, quien no vino fue porque no quiso. Y no podíamos expulsar de la calle a políticos de Vox o del PP, como tampoco lo hubiésemos podido hacer con políticos del PSOE o de Unidas Podemos porque, a ver si se enteran algunos, esto no es Cuba. Este es un país democrático donde, por más diferencias políticas que tengas con alguien, no le puedes impedir estar en la calle.

    —¿Y tú con quién simpatizas?

    —¿Yo? Con el salvar vidas y con el fin del engendro político ese que gobierna en Cuba. Por lo demás, te diré que una de las cosas que más disfruté en la manifestación fue, mientras grababan la parte en que hablaba, cubrir a la Monasterio, que estaba detrás de mí. Vaya, que casi le planté el culo en la cara —dice, y suelta una carcajada—. Fin de la entrevista. Vuelvo a la parroquia, que hay trabajo.

    Justo ayer le preguntaba a periodista cubano radicado que asistió a la manifestación cómo había sucedido todo. Recuerdo que una vez vi una foto suya cerca de Pablo Casado y, en broma, le reproché semejante cosa. Él, un tipo de los que sin reparos se dice a sí mismo «de izquierda», haciendo siempre la salvedad de «no la casposa», me mandó al carajo. «La derecha se ha apoyado en el tema Cuba para darle en la cabeza a la izquierda, que sigue sin condenar las violaciones de derechos humanos del régimen. Lo hace por joder, no porque sienta especial aprecio por los cubanos ni nada por el estilo», dijo, y luego me explicó cómo algunas figuras políticas de Vox y el PP suelen pasar por las manifestaciones, hacerse una foto, y luego desaparecer en sus autos. «Y eso es lo que buena parte de la prensa española publica, lo que visibiliza, poniendo en segundo plano la protesta en sí».

    Si Vox y el PP se han vuelto en la política española una suerte de voceros de «la causa del pueblo cubano» tras el 11 de julio, ha sido porque Unidas Podemos y el PSOE se han mostrado, cuando menos, cautelosos y esquivos respecto a dicho tema. Varios políticos de Unidas Podemos, como la congresista Aina Vidal, creen que las causas de las protestas del 11 de julio se reducen al embargo estadounidense y poco más. El núcleo duro de podemitas niega de manera rotunda que en Cuba gobierna una dictadura, aunque, contradictoriamente, han pedido que se permita en la isla el derecho a manifestación. Por su parte, el PSOE parece estar convencido, atendiendo a declaraciones de sus eurodiputados, de que los problemas de Cuba pudieran resolverse solo con «reformas económicas». Tal vez el criterio menos condescendiente del PSOE con el régimen cubano haya salido de boca del propio presidente Pedro Sánchez, quien, a la pregunta de si en Cuba había o no a una dictadura, respondió: «Cuba no es una democracia»

    También están los militantes de «la verdadera izquierda», como se llaman a sí mismos. Ellos han hecho también sus manifestaciones en Madrid. Unos pocos pero escandalosos nostálgicos de la Revolución cubana, con boinas en las cabezas y en las manos banderitas rojinegras reciclables que les sirven lo mismo para defender al régimen cubano que al de Daniel Ortega en Nicaragua. Allí les basta grabarse un video que tal vez será transmitido en la televisión cubana, la cual por supuesto magnificará la escena. El eurodiputado independiente español Javier Nart dijo une una ocasión que esos «izquierdistas de pandereta» creen que «deben luchar hasta el último nicaragüense, venezolano y cubano contra el imperialismo yanqui». 

    Del otro lado está la derecha «amiga del pueblo de Cuba», con Rocío Monasterio repitiendo infinitamente la historia del origen cubano de su familia que tanto la enorgullece, o con Hermann Tertsch, autoproclamado defensor de los «valores occidentales», a quien la falta de libertades en Cuba probablemente solo le importa justamente porque a la izquierda le interesa ignorarla. Hace unos meses debatí sobre el tema con un conocido artista y opositor cubano residente en La Habana, quien agradeció públicamente el apoyo de Vox a la lucha por los derechos humanos en la isla. Su lógica era sencilla: si los políticos de extrema derecha apoyan a los activistas cubanos es porque son «los buenos». Le pasé algunos textos de Tertsch y declaraciones de Santiago Abascal, líder de Vox. «Léelos y verás que, en verdad, para esa gente tú vendrías a ser un negro maricón y depravado que debería estar, machete en mano, en un corte de caña», le dije. Pensé que se ofendería, pero comenzó a reír y terminó por darme la razón. 

    «Esos temas no son importantes, no ahora», me recuerda Massiel, que está muy ocupada retractilando dos maletas de medicamentos que un joven llevará en unas horas al aeropuerto, y de ahí a Cuba. 

    Mientras el coronavirus hace estragos y las cárceles cubanas retienen a cientos de presos políticos, muchos cubanos caen en la trampa de discutir qué dijo tal político español o tal eurodiputado, como si la democracia en Cuba se decidiera en la Moncloa o en Estrasburgo.

    Durante la marcha de cubanos en Madrid / Foto: Massiel Rubio
    Durante la marcha de cubanos en Madrid / Foto: Massiel Rubio

    ***

    La experiencia de Madrid se ha replicado en otras partes de España, como Valencia, y del mundo. Desde Roma, México o Estados Unidos, principalmente, se ha coordinado el envío de medicamentos a Cuba, o se han reunido donativos para envíalos a Madrid y de ahí a la isla.

    En Ciudad de México, por ejemplo, varios cubanos se habían estado comunicando durante meses a través de grupos de WhatsApp, o por otras vías, hasta formar un gran colectivo que terminó por fraccionarse en dos. 

    «Hay dos grupos en Ciudad de México enviando ayuda humanitaria a Cuba. Uno de ellos nació tras lo sucedido en noviembre de 2020, con la huelga de San Isidro. Entonces ya habíamos hablado de organizarnos para enviar ayuda humanitaria a Cuba, sobre todo medicamentos, pero no lo habíamos hecho porque las vías que conocíamos eran demasiado caras y limitadas», explica Hilda Landrove, investigadora y académica radicada en México. 

    En junio de 2021, cuando Matanzas se convirtió en la zona más afectada por la pandemia de COVID-19 en el país, algunos cubanos residentes en México contactaron con Massiel Rubio y el equipo de Madrid, que les ayudó a encontrar contactos y vías para enviar medicamentos a Cuba.

    «En el grupo al que pertenezco asumimos que no queremos hacer esos envíos por vías formales porque desconfiamos del gobierno por experiencias anteriores», dice Landrove. «Por ejemplo, cuando el tornado, las donaciones terminaron en buena medida siendo otra cosa. O se venden o las acapara el Estado y las distribuye de otra manera. Y a nosotros nos interesa que lleguen directamente a las personas. Entonces hacemos los envíos por vías que nos permiten menos magnitud, pero son seguras y funcionan».

    La red de distribución que atiende en Cuba los envíos de México funciona de manera similar a las creadas por el equipo de Madrid. Una vez los medicamentos llegan a la isla, activistas, religiosos y otros ciudadanos gestionan que cada píldora llegue a su destino. 

    «Se está dando un gran movimiento de cubanos y cubanas en todo el mundo que se organizan de forma horizontal, en redes, a partir del pragmatismo que exige el enfrentar las situaciones que van surgiendo. Eso requiere una manera de operar que no pasa por liderazgos, sino que se establece a partir de lo que cada cual está dispuesto a hacer. Eso es interesante. […] Más allá de la emergencia sanitaria, el proceso de transformar Cuba pasa por colaborar así, poniéndonos tareas y confiando en nosotros, sin andar en demasiados dramas», opina Landrove.

    Estados Unidos es, lógicamente, uno de los países donde se coordina en mayor magnitud el envío de medicamentos a Cuba. Según la ensayista y académica cubana Mabel Cuesta, la organización allí se ha dado mediante posts en redes sociales. El resto es fruto de la buena voluntad de muchos que donan medicinas de venta libre y, en algunos casos, medicamentos regulados a los que tienen acceso. 

    «Los medicamentos donados, ya sea por nosotros, por el equipo de Madrid o el de otra chica que está en Viena, Austria, han llegado a Cuba con viajeros y se han repartido casa por casa. Esa sería la variante A. La variante B va de coordinar con aerolíneas para que lleven cargas grandes. Esas cargas han ido a parar a manos del Estado cubano y, probablemente, ojalá sea así, a manos de hospitales que necesitan urgentemente insumos médicos, en especial al personal médico que trabaja en zonas rojas por la pandemia», explica Cuesta. 

    «A mí esto se me va a quedar grabado toda la vida», me escribe Kiriam Gutiérrez desde La Habana, justo después de enviarme la foto de una anciana que, en Colón, Matanzas, recibió una donación de pañales para adultos hace unos meses. Fue la madre de Kiriam, otra anciana que desde hace ocho años yace postrada a causa de un ictus y una hemiplejia en la sección derecha de su cuerpo, quien decidió cederle sus pañales a la mujer de la foto. Kiriam y su madre se alegraron mucho cuando les llegó la noticia de que su envío había llegado; sin embargo, la mujer falleció dos días después. 

    Foto: Cortesía de Kiriam Gutiérrez
    Foto: Cortesía de Kiriam Gutiérrez

    «Es una historia bien triste. Pero saber que ayudaste a una persona a sobrellevar la crisis actual y sus necesidades, ya sea por tres días, un mes o un año, es reconfortante», dice Kiriam, actriz, presentadora y activista por los derechos de la comunidad LGBTI+. 

    Desde hace varios meses, Kiriam integra la red de voluntarios que en Cuba coordina la repartición de medicamentos donados desde el exterior. Entre sus labores está la entrega de medicamentos para la comunidad trans cubana y para tratar infecciones de transmisión sexual. Junto al también activista LGBTI+ Ulises Padrón y otros amigos, comenzó a organizar el envío a Matanzas de medicinas que llegaban desde el extranjero a La Habana. 

    «Al principio puse en mis redes que organizaba ayuda para Matanzas, especialmente para el municipio Colón. Se sumaron muchísimas personas. Varios activistas aquí en La Habana pusimos en redes sociales un número de cuenta para hacer donativos. Logramos recaudar también unos nueve mil CUP en efectivo, así como medicinas de todo tipo: analgésicos, vitaminas, medicinas para diabéticos, sueros, antibióticos, y también algo de comida enlatada como frijoles, y paquetes de té. Todo ha sido muy lindo… pero es más que eso. No sé, es un sentimiento muy raro, porque se tiene mucha preocupación, mucho miedo por la vida de las personas, y a la vez te sientes feliz de poder ayudar».

    Kiriam me recita nombres de cubanos que de una u otra forma han colaborado con la red de distribución de donativos. Taxistas que convirtieron sus autos en transporte de medicamentos, una joven que donó mil mascarillas para Matanzas, el director del teatro El Portazo, el «equipo de Colón», que va casa por casa anotando las necesidades de cada familia y catalogando los casos por niveles de urgencia. Son muchos los que de alguna forma han colaborado, tantos que ni ella ni nadie ha podido contarlos. 

    «Te hablo de algo bien importante, algo muy humano. No estamos dando lo que nos sobra, sino lo que tenemos. Eso están haciendo muchos cubanos hoy. Compartimos nuestro dinero, los medicamentos que tenemos, y también nuestras fuerzas, nuestro tiempo, nuestras esperanzas», explica Kiriam, emocionada. 

    ***

    Voluntarios en la parroquia de Beneficencia 18B, Madrid / Foto: Mabel Cuesta
    Voluntarios en la parroquia de Beneficencia 18B, Madrid / Foto: Mabel Cuesta

    No es la primera vez que los cubanos en Madrid coordinan ayudas para quienes residen en la isla. Cuando el tornado que arrasó parte de La Habana, en enero de 2019, muchos de los que ahora organizan el envío de medicamentos a Cuba lograron recaudar dinero para varias familias que quedaron sin techo. Desde entonces se han sumado otros al grupo —«el CDR madrileño»—, algunos ni siquiera cubanos, como Morena, una italiana entusiasta que, sin embargo, te saluda con «qué bola, asere».

    Todos se toman muy serio el trabajo. Los he visto dar vueltas de un lado a otro, preocupados como si la vida les fuera en ello, cuando una maleta se ha quedado en el aeropuerto, y también cuando un sujeto que debía llevar medicinas a la isla se desapareció con la carga.

    —Era cuestión de tiempo que alguien quisiera aprovecharse de lo que hacen para lucrar. Los medicamentos en el mercado negro cubano tienen los precios por el cielo —les dije una vez.

    —Es que es difícil pensar que, en la situación de Cuba, sabiendo lo que están viviendo muchos cubanos, alguien tiene tan pocos escrúpulos como para vender las medicinas —me respondió Massiel, estresada.

    En cierto modo, «el CDR madrileño» es una pequeña Cuba en Madrid, por lo menos hasta donde es posible en esta ciudad sin mar. Un puré de malanga, una ropa vieja con arroz y frijoles, música, baile, un juego de dominó, dicharachos, expresiones vulgares, todo vale. Es en esos momentos cuando me contagio de nostalgia, sin que pueda saber bien si se trata de un proceso natural o simple sugestión. Ni siquiera sé si llamarle nostalgia. Ellos no lo hacen.

    —La cubanada es normal y se asume sin pena. Si alguien te la cuestiona, tú le dices: Papi, y de dónde pinga yo soy ¿de Singapur?  —me dice Cris y todos echamos a reír.

    Desde temprano esperamos por Amalia Barrera, una cubana radicada en Valencia que llegará de un momento a otro para llevarse buena parte de la carga almacenada en la parroquia. Una vez en Valencia, y con ayuda de la activista Salomé García Bacallao y otros cubanos de allá, los medicamentos saldrán en un contenedor rumbo a Cuba. Eso, por supuesto, si más personas donan en la plataforma Ko-fi. 

    La espera dura poco, lo suficiente para recoger una o dos historias, como la de cómo Massiel, luego de venderlo todo en Cuba y trabajar de «paquetera» (entregando casa por casa discos duros con el Paquete Semanal), logró una visa de corta duración como turista a Italia y terminó por quedarse en España. Cuenta que hace ya cuatro años, cuando llegó, solo tenía 300 euros en el bolsillo, que son nada en una ciudad tan cara como Madrid. Hablamos también de Lázaro Mireles, «Lachy», activista LGBTI+ en Cuba que, tras varios encontronazos, entendió que luchar por sus derechos exigía salir de CENESEX, que dirige Mariela Castro. Lachy vive hoy en Madrid y, me dicen, es de los que sabe «colarse por el hueco de una aguja», al punto de haber resuelto ya un nuevo local, por Ciudad Lineal, a donde mudar lo que quede en la parroquia después de esta jornada. Su sueño —y esto me lo contó él— es contar un día con una suerte de ONG para apoyar a los migrantes cubanos que llegan a España sin un céntimo, muchas veces escapando de la hostilidad de las fuerzas represivas del régimen cubano. 

    Amalia, de 29 años, llega junto a un amigo boliviano que nos ayuda a subir la carga en una Van. Están cansados luego de madrugar y pegarse unas cuantas horas de viaje por carretera. En verdad, todos estamos algo cansados. Una vez Amalia se marcha, quedamos en comer en un restaurante donde, para variar, el menú ofrece tamales en hoja, vaca frita, ropa vieja, masas de cerdo fritas y arroz y frijoles. 

    Cubanos en Madrid junto a una camioneta llena de medicamentos / Foto: Amalia Barrera
    Cubanos en Madrid junto a una camioneta llena de medicamentos / Foto: Amalia Barrera

    —Supongo que el cambio de local es una buena oportunidad para cambiar sus dinámicas —digo.

    —Es que hay que hacerlo. Nosotros también tenemos una vida, y necesidades y problemas. Lo mejor es organizarnos. No todos podemos ir todos los días, ni pasar tantas horas ahí. Podemos hacerlo con orden, más ahora que ya no haremos paquetes individuales —contesta Cris.

    —¿Cómo es eso?

    —Que mucha gente se ha creído que somos una agencia de envío y no es así. Muchos quieren mandarnos unas aspirinas para que se la enviemos a su familia, y no funcionamos de esa forma. Atendemos una necesidad de la gente en Cuba, y como no podemos abarcarlo todo, pues nos centraremos en los casos más graves y en los hospitales. La red de voluntarios en Cuba a partir de ahora se encargará de distribuir los medicamentos por completo, pues ellos pueden saber mejor que nosotros quién necesita qué —dice Massiel Rubio. 

    —Sigo pensando que es insostenible esto que hacen…

    —Es verdad. Pero eso yo lo resuelvo pensando como cuando, hace ya meses, enviamos la primera maleta de medicamentos. ¿Sabes qué pensé? —me interrumpe Massiel, muy calmada. En la sonrisa de Cris entiendo que él ya sabe qué dirá ella.

    —No.

    —Pues que, si pude enviar una, podía enviar otra, y así. Si puedo, entonces no hay excusa para no hacerlo.

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    Darío Alejandro Alemán
    Darío Alejandro Alemán
    Nació en La Habana en 1994. Periodista y editor. Ha colaborado en varios medios nacionales e internacionales.
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