Cinco años en Ecuador

    Vuelvo a sentarme en este parque después de cinco años. No hago nada, hay pocos bancos, es un área verde con árboles centenarios. Vuelvo a la pregunta que me hice desde que llegué. ¿Por qué estoy aquí, qué es lo que busco? No encuentro respuestas, por eso escribí País excéntrico, un libro dedicado a Quito que concebí en medio de la pandemia. Entender es querer y yo he deseado entender. Le he hecho la misma pregunta a los árboles de corteza áspera, su rugosidad agresiva.

    ¿Qué hace un cubano que nadie asocia con su país natal haciéndole preguntas a los árboles? Lo único que parece alegre son las palomas, vuelan, revolotean, pasan cerca, escucho el batir de sus alas. Es un parque para permanecer tendido en el césped. A algunos conocidos la yerba les provocaría alergia, el olor a tierra les recordaría el origen campesino. Está nublado. Sin embargo, los jóvenes llevan lentes de sol. La luz es gris, la luz hace que todo sea opaco.

    El hombre del parqueadero tiene problemas. Así les dicen a las personas que padecen trastornos de los nervios, «esa persona tiene problemas», como si nombrar el problema fuera una ofensa. Me percato de que el lenguaje ha cambiado desde que llegué aquí. En vez de escribir gafas, escribo lentes de sol.

    El hombre que cobra el área del parqueadero habla solo. Yo también lo hago. Escribir es hablar, y en mi caso, antes de escribir, necesito no encontrarme con nadie por lo menos dos días antes. El hombre del parqueadero fue a orinar al pie de unos de los árboles. Se bajó el zipper de la portañuela y sacó su miembro. El chorro fuerte y abundante mojaba la corteza de los árboles y él se comportaba como si realizara algo común. Pero, ¿orinar no es algo común? ¿No lo hacemos a diario? No me ofendió lo que vi. Continuamente miro detalles que los demás no quieren mirar.

    Llego a mi departamento. No parece el departamento de una persona que ha vivido cinco años en él. Todo sigue amontonado. Creo que nunca me he sentido del todo seguro en ningún sitio. Se nota a simple vista que el individuo que vive en el apartamento está por irse de un momento a otro. No me cambio de ropa cuando estoy en casa, permanezco en pijama. Así camino por el barrio, algunos vecinos me saludan. Necesito esos saludos, ese cariño, pero no de mis vecinos, ellos no me gustan.

    Me esfuerzo por parecer amable, ser descortés sería la opción sincera. No soy sincero. Opto por la sonrisa impostada, el tono de voz fingido. Lo único que hice durante todo este tiempo fue registrar la música de mis días, la melodía uniforme que me acompaña desde que llegué. He traicionado a mucha gente, me he defraudado a mí mismo, me alejo de lo que nuca creí alejarme.

    Escucho unos dedos suaves sobre las teclas de un piano eléctrico. He intentado no vivir en esa melodía. Sigo ganando lo mínimo y sigo aún solo. No porque no tenga amigos, sino porque me voy alejando. Me doy cuenta en casa del fotógrafo que vende cámaras analógicas. En la televisión pasan música house. Hubiese querido nombrar al deejay, pero no retuve su nombre, que era en alemán. Ocupo el único asiento que hay en el departamento. Huele a orina de gato, el fotógrafo vive con uno. El fotógrafo me invitó a su casa a escuchar música, beber unas cervezas, conversar de arte y probar un licor árabe, un regalo de Beirut.

    Un paño tejido con motivos indígenas cubre el sofá. Aunque la música y otros elementos sean neutrales, siempre algún detalle me recuerda dónde estoy. He querido, he ansiado la neutralidad. En un estante parecido a un librero, el deejay busca discos de acetato. Trae los típicos audífonos y una oreja al descubierto. Mueve botones en la consola. Coloca y saca discos, pone otros en la varilla corta. Busca más sonidos en el estante. Al fotógrafo no le preocupa lo que pasa en el televisor, que ocupa casi toda la pared. Se comporta con indiferencia, pero sé que es una pose.

    El escritor y artista plástico Yanier H. Palao
    El escritor y artista plástico Yanier H. Palao / Imagen: Hypermedia Magazine

    Muchos pretenden esa actitud. La política no les interesa, ni las muertes diarias que ocurren en el país. Les preocupa su aspecto físico, la tienda vegana que recién abrieron en un barrio caro en las afuera de la ciudad, el yoga, la energía. Están informados, pero esos asuntos no les importan, esos asuntos no tienen swing. Así le oí decir a una chica amiga del fotógrafo. El gato aparece y desaparece, se esconde en una de los cuartos del departamento.

    Además del sofá y la tele, hay un estante al lado de la puerta de entrada. En el estante, hay varias cámaras fotográficas, sus lentes dirigidos hacia mí. Son intimidantes. El licor de Beirut no me gusta y hago que como sí. El deejay en la tele empieza a mover las manos. Se aleja, toma agua, agarra un vaso de un mueble y lo llena en el grifo. El fotógrafo tiene los ojos rojos, seguro no ha dormido en días.

    No supe cuándo nos empezamos a besar. No fueron besos apasionados, ni tiernos, ni de conquista. No eran besos que despertaran el deseo. Eran besos porque no había nada más que hacer, besos por inercia. El fotógrafo viste ropa de dormir. Lleva un pijama holgado, no trae ropa interior. Lo noto porque su sexo da tumbos al caminar.

    Saca una bolsita plástica transparente que contiene un polvo blanco. Mete la punta de un cuchillo de mesa en la sustancia. Acerca el cuchillo a la nariz y aspira el polvo. Me pregunta si quiero y le digo que ¡o! Aún no pruebo la cocaína. Sin embargo, no me dan miedo las pastillas. De niño me llevaron al hospital hacerme un lavado de estómago, porque tomé muchos comprimidos de los abuelos. Los padres de mi padre dejaban sus tratamientos para la presión arterial en el centro de la mesa. Yo tenía cinco años, las pastillas eran de diferentes colores. Ingerí una buena cantidad de ellas, quería tener todos los colores dentro. Desde entonces no dejé de meterme cosas en el cuerpo.

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    Yanier H. Palao
    Yanier H. Palao
    Yanier H. Palao (Cuba, 1981). Escritor y artista plástico. Sus manos han envejecido prematuramente por su antigua labor como restaurador. Sus manos han acariciado más la piedra de cantería, el yeso, las rejas de hierro, que la piel humana. Le interesa lo escondido, recoger fragmentos, desechos, con ellos construye artesanías que después vende. Le hubiera gustado ser arqueólogo. Ha publicado, entre otros, los libros: Sombras del solo (Ed. Holguín, 2005), Peces en bolsas de nylon (Ed. Ávila, 2009), Música de fondo (Ed. La Luz, 2010), A la intemperie (Ed. Holguín, 2011), Vaciados (Ed. Aldabón, 2011), Esteros (Ed. Abril, 2013). Ha recibido numerosos premios entre los que se encuentran el “Premio Calendario” en Poesía, 2012 y la beca de creación literaria que otorga el proyecto “Torre de Letras”, 2016. En el 2018 publicó Óxido por Letras Cubanas. Recientemente ha salido a la luz País excéntrico, publicado por Iliada Ediciones.
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    3 COMENTARIOS

    1. Tu mundo interior es algo de lo que puedes escribir sin miedos. También eres un gran observador de todo lo que ocurre en los contextos donde te mueves. Muy pocos logran entrar y salir como lo haces. Eres duro contigo mismo. Hermoso y triste tu texto. Gracias por enseñarnos tus vivencias.

    2. Tenés el don del cronista, del contador de historias, donde tu «yo» sale a flote todo el tiempo sin máscaras. Siempre digo que la crónica periodística camina por cornisa entre la literatura y el periodismo, que es un maridaje raro, un mestizaje colorido para lectores pentasentidos. Vos tenés la posibilidad de transmitir olores, sabores, sensaciones y ello engrandece lo que escribes. Siempre te leo, vos lo sabés y siempre me queda un regusto amargo, triste; creo que ya es hora que definas qué querés hacer, dónde querés vivir y desarmar tus maletas definitivamente, no puedes seguir siendo ni de aquí ni de allá. Tu capacidad para la incorrección siempre me maravilla, tus confesiones, y dudas son un aldabonazo en la cabeza del lector. No desmayes, eres joven aún en el exilio y – al menos – no te esterilizó intelectualmente´(como a muchos) y sigues escribiendo, lejos de círculos, dimes y diretes e intrigas malsanas, tan de los grupúsculos cubanos afuera. Eso desgasta y hacés bien en no meterte en esos entuertos paralizantes, donde aparecen enemigos gratis y hay muchas poses berretas y envidias. Te lo dice alguien que construyó en 30 años fuera una vida confortable, con 12 a 14 horas diarias de laburo y eso te da estabilidad emocional y económica, que ya tendrás. Te abrazo y deseo lo mejor, eres un tipo bueno, un alma noble y tienes un talento que quisieran muchos cubanos escritores tener. Sigo diciendo que sos uno de los mejores escritores y poetas de tu generación; el tiempo me dará la razón, estoy seguro. Te quiero y vos lo sabés, aunque no nos vimos nunca, pero te conozco como si te hubiera parido, Juan Carlos Rivera Quintana, desde Buenos Aires.

    3. Cuando te leo reconozco una mirada sincera, casi como si la niñez se mantuviera intacta. Es una expresión de rebeldía y de pureza que se sostiene. Me encanta esa energía en tus letras y tus cuadros. Un ser humano bendecido.

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