Una tienda no es un simple negocio

    La historia de una tienda es la historia de un sueño inconcluso. Yo tenía 11 años cuando mis padres se separaron. Los tres hijos nos fuimos esa noche con mamá a una casa prestada. Ella nunca regresó a la casa del matrimonio. En medio de aquella situación, mi madre tuvo que ingeniárselas para alimentarnos y empezó a hacer flores de nylon. Los pétalos de las rosas y claveles eran moldeados con el calor que desprende la mecha de un candil de alcohol.

    Yo era el hermano mayor. Desde muy joven supe recoger del surco los sacos de abono, cortar las láminas de plástico y moldearlas para hacer un ramo, sea para llevar al cementerio, poner en el rincón de la casa o para vender. Desde muy joven las flores me dieron de comer. Por esa época, mi madre pensó tener un puesto de ventas, un lugar para ofrecer las flores que salían de nuestras manos. Ese puesto, ese lugar, esa tienda, ella no lo pudo lograr.

    Ahora, con mi tienda, alcanzo lo que mi madre siempre quiso tener. Lo mismo le sucede a Adriana, pues su madre Marianita tuvo una tienda de zapatos por muy poco tiempo. Conocí a Adriana a través de dos o tres video llamadas con Diani, su hermana. Converso con Diani casi todos los días también por video llamadas, no nos conocemos en persona. Adriana por aquella época, era una mujer ocupada. En poco tiempo, volvió desde el extranjero a Quito y me trajo una maleta de regalos. No hablamos tanto durante esa primera visita, recuerdo solo el abrazo de encuentro.

    Foto: Cortesía del autor

    Ahora casi todos los días caminamos juntos por Quito, hermoso y despiadado, su ciudad natal, la ciudad que quiere, mostrada a través de los ojos de un extranjero, un indocumentado. En todo este tiempo me he hecho una pregunta recurrente: ¿por qué permanezco en el Ecuador?, si aún la cancillería de este país no me otorga una visa, algún estatus legal que me convierta en ciudadano jurídicamente hablando, con derechos y deberes.

    La tienda podría ser entonces la señal o la razón de mi permanencia en Quito. Adriana también vivió 14 años indocumentada en los Estados Unidos con su hijo pequeño. Conoce lo que significa vivir en esa franja cenagosa, sin papeles. Cuando pienso en ella, pienso en Retorno al país natal, el libro del martiniqueño Aimé Césaire. El encuentro con el país que, si bien es su país, mucho en él ha cambiado. Adriana también ha sufrido cambios. Han sido treinta años desde la primera vez que decidió salir del Ecuador. Treinta años en que solo venía de vacaciones una semana al año.

    Foto: Cortesía del autor

    Cuando pienso en su regreso, la decisión de permanecer en el Ecuador, pienso en mí, la posibilidad de regresar a Cuba, a La Habana. Pienso en la cantidad de ecuatorianos, cubanos, colombianos, centroamericanos que cruzan fronteras, ríos, trochas y tratan de establecerse en Estados Unidos. Pienso en la testarudez que nos une. Veo a la mujer, realizada, sentada en el piso de la tienda con ropa de trabajo, pintando las juntas de las losas. Le veo poner masillas entre los azulejos del baño. 

    Una tienda no es solo un negocio. ¿Qué es lo que se vende aquí, qué es lo que tiene precio, qué cosa es la mercancía? Dicen algunos que me expongo demasiado cuando escribo, pero eso es lo que hace una tienda: exponer, mostrar productos, montar luces para que un artículo se vea apetecible, como el muchacho que se pone filtros para publicar sus fotos. ¿Qué cosa en la actualidad no será una tienda? Es muy común la frase «tienes que aprender a venderte».

    El retorno de Adriana no es más que amor a su país natal, poder demostrarse a sí misma que lo que alcanzó en los Estados Unidos lo podía haber obtenido sin irse del Ecuador, junto a los suyos, sin dejar de comer habas, mellocos o mote. 

    Foto: Cortesía del autor

    Cuando llegué a Quito, llegué desesperado por encontrar trabajo y no morir de hambre en un país donde no conocía a casi nadie. La ciudad me pareció siempre familiar y distante, como si no quisiera entregarse del todo. Esa zozobra es lo que aún me seduce. En la primera semana aquí leí un anuncio: «Se necesita ayudante para trabajar la tierra y recoger papas en una finca en Latacunga». No lo pensé dos veces. Me fui a la terminal de Quitumbe y abordé un ómnibus rumbo a Latacunga.

    La finca quedaba en la entrada de la ciudad. Cerca de un portón de madera debía tomar una camioneta que me trasladaría al lugar. Allí me encontré con un grupo de hombres jóvenes que aparentaban más edad de la que en realidad tenían. Les pregunté por la oferta laboral, ellos también esperaban la entrevista. Debían llevar una hoja de vida donde explicaran sus habilidades agrícolas, sobre todo con la siembra de papas.

    Los hombres vestían ropa de trabajo, traían machetes amarrados a la cintura y sombreros. Tenían dedos gruesos con tierra debajo de las uñas. Visualmente cumplían con la norma del trabajo ofrecido. Al verme en la fila junto a ellos, supe que arrancaba con desventaja. Llegó mi turno y el hombre encargado delas entrevistas me dijo:

    —¿Qué desea señor? 

    —Vine por la oferta laboral.

    —¿Usted? —dijo, mirándome con desprecio. 

    —Sí, yo mismo —dije  alzando la voz. —Mira, esta es mi hoja de vida. 

    El hombre miró mis zapatos limpios y lustrados. 

    —Señor, usted no clasifica para el trabajo.

    Le volví a insistir.

    —Necesito ese trabajo, no tengo nada que hacer en este país, se me acaba el dinero.

    —Busque su pasión, en qué usted es bueno. Busque su perfil, no le voy a dar el trabajo.

    Di media vuelta y caminé hasta la carretera principal, llorando. ¿Qué podría hacer para ganarme el sustento en este país? Rompí la hoja de vida que había escrito con tantas esperanzas para sembrar papas. Regresé en silencio a Quito. En el bus, los pasajeros me miraban, salían lágrimas de mis ojos.

    Esa semana vi a Yankilet Hidalgo. Yo le había dado unos aretes y collares confeccionados en tela para que me ayudara a venderlos en su colegio, entre sus compañeras de trabajo. Días después, Yankilet me llamaba para decirme que había vendido unos cuantos aretes y collares

    —Yanier, tengo 70 dólares para ti.

    Esa prueba me demostró que a algunos les gustaba lo que hacía. A partir de ahí surgieron otros pedidos. Mi pensamiento volvió a la tienda que tuve desde muy joven junto a mi madre. A partir de ahí busqué tiendas de arte y diseño para dejar en ellas lo que pudiera interesarles de mi mercadería.

    Mar, como me gusta decirle a Adriana, mi socia. Mar es ese desespero acuoso y salvaje. También me gusta llamarla Adriana, por el emperador. Mar-Adriana buscó desesperadamente trabajo en Estados Unidos, casi estuvo a punto de ir a recoger naranjas. Adriana, al igual que yo, durmió con un colchón en el piso. 

    Una tienda no es solo un negocio, es cumplir con el pasado. Durante todo este tiempo he aprendido cuánto nos une y nos separa a Adriana y a mí. Conozco su tono de cuando me quiere decir algo, pero no utiliza palabras. Su silencio, su fidelidad, su respeto por las palabras, sus ojos cuando miran a los míos fijamente. Cómo dobla las fundas plásticas y las acomoda una encima de la otra para que todo esté en orden.

    Esta tienda tuvo otro intento, Luego de muchas conversaciones con Osmayda, llegamos a diseñar el interior de la tienda y buscamos posibles lugares donde podíamos ubicarla. Pero una oferta laboral tentadora desvió a Osmayda del sueño de la tienda, tal como sucede en las películas cursi. La novia a punto de casarse frente al altar, en el interior de la iglesia, con el traje blanco de tul y encaje. Va a jurar amor eterno a su pretendiente, cuando aparece el novio de la adolescencia y la muchacha sale corriendo a los brazos de su primera pasión. El hombre de ropas rústicas, sudado. El comprometido queda junto al cura, mirando a familiares y amigos, mudo. 

    Cuando decidí firmar con el apellido de mi madre, no solo fue una decisión estética, sonora. Era, es, una decisión política. Palao proviene del nombre de las islas Palau. Decidirme por Palao fue decidimre por una isla, creo que soy muy isla cuando soy feliz, solo. Decidirme el Palao es seguir decidiendo por una mujer, mi madre, y por todas las mujeres.

    Cuando Mónica Sera, la editora de mi libro Óxido, me presenta, habla de mis apellidos:

    —Tal como el nombre que utiliza el autor para firmar sus textos, Yanier H. Palao, el escritor se identifica con la letra H para acortar, reducir el apellido paterno, y precisamente es una letra muda, así busca fuerza en el apellido materno. Que parece, al ser pronunciado, referirse a un palo, algo concreto, duro, garrote, conciso. 

    La palabra de Adriana para conformar la marca, el nombre de la tienda, viene de la unión de los apellidos de sus padres: Tezar. Suena bien, tiene el sonido de la zeta, esa letra es mística, es por si sola una marca, me gustan las palabras con zeta, tienen una sonoridad por debajo, subyace, corroe, sin que casi nadie se percate de esa comezón. Para pronunciar el sonido zeta hay que lanzar la lengua al cielo de la boca, lo que ya es un gesto, una señal.

    Por ese motivo, las fotos de los padres de Adriana, de Mar, y una foto de mi madre joven forman parte de la decoración de la tienda. La mujer joven que hacía flores de nylon. Así, en una simple combinación de palabras, se unen las historias, surge el nombre de una tienda. Por tanto, una tienda no es solo un negocio. 

    Trato siempre de llegar unos diez minutos antes de la hora acordada. Tengo las llaves de la tienda, veo las obras montadas, las mujeres y flores que pinto. Sé que ese dibujo es de un tiempo atrás, cuando aún no conocía a Adriana. Encuentro parecido entre su rostro y la pintura. Permanezco sentado, observando el esfuerzo de casi tres meses. Miro el semáforo, la intersección de la calle Ventemilla y Juan León Mera El semáforo está en rojo.

    Adriana llega, toca firme la puerta. Esa mujer se aproxima así a la vida, con toques firmes y precisos. Pienso estas palabras, probablemente sean otras las palabras que escribo, pero el sentimiento es el mismo.

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    Yanier H. Palao
    Yanier H. Palao
    Yanier H. Palao (Cuba, 1981). Escritor y artista plástico. Sus manos han envejecido prematuramente por su antigua labor como restaurador. Sus manos han acariciado más la piedra de cantería, el yeso, las rejas de hierro, que la piel humana. Le interesa lo escondido, recoger fragmentos, desechos, con ellos construye artesanías que después vende. Le hubiera gustado ser arqueólogo. Ha publicado, entre otros, los libros: Sombras del solo (Ed. Holguín, 2005), Peces en bolsas de nylon (Ed. Ávila, 2009), Música de fondo (Ed. La Luz, 2010), A la intemperie (Ed. Holguín, 2011), Vaciados (Ed. Aldabón, 2011), Esteros (Ed. Abril, 2013). Ha recibido numerosos premios entre los que se encuentran el “Premio Calendario” en Poesía, 2012 y la beca de creación literaria que otorga el proyecto “Torre de Letras”, 2016. En el 2018 publicó Óxido por Letras Cubanas. Recientemente ha salido a la luz País excéntrico, publicado por Iliada Ediciones.
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    4 COMENTARIOS

    1. Me encanto Yanier. Se siente la jubilo, la calidez y el Cariño con el que han hecho realidad el sueno de su tienda. Sorry no encontre la letra que va despues de la ene. Jajajaja Felicidades Yanier querido.

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