Más que Números: Relatos cubanos de serofobia (I)

    Alain

    Yemayá fue la primera en decirlo. En 1990, después del yoko ocha —ceremonia iniciadora y de asiento en la religión yoruba— sus profecías fueron preocupantes: «Se advierte de una enfermedad contagiosa en la sangre». 

    Nueve años después, Oyá, la divinidad de la Muerte, le advirtió a Alain a través del diloggún, en itá: «Enfermedad en la sangre que viene caminando». Sus padres y su abuela extremaron durante mucho tiempo el cuidado alimenticio y su higiene, temiendo una diabetes o cualquier irregularidad peligrosa en su sangre, pero, como sucede siempre con las profecías, no había mucho que hacer. A sus 19 años, Alain Hidalgo era un joven con dotes de médium y un futuro promisorio en la regla de Ocha, pero la muerte lo rondaba.”

    En 1999, cuando Oyá le habló, 18 años después de que apareciera oficialmente el primer caso de sida en Estados Unidos, ya se habían detectado en Cuba más de dos mil personas portadoras del Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH). El primero de ellos, el caso Cero, fue diagnosticado en 1986 a un veterano de las misiones militares cubanas en el continente africano. A este caso le siguieron más de un centenar de militares, heterosexuales y jóvenes menores de 35 años en su mayoría. Luego fueron diagnosticadas sus esposas y amantes. Poco tiempo después, se hizo notorio el debut de la enfermedad en personas homosexuales, según cuenta el Dr. Jorge Pérez en su libro Confesiones de un médico.

    A pesar de los truenos que a fines de siglo pasado no dejaban de caer sobre los homosexuales cubanos en general —persecución política y policial, discriminación familiar y estigmatizaciones lacerantes—, Alain Hidalgo era un muchacho optimista de 19 años que se se entregaba a una vida recién comenzada. Ya había enfrentado, a los 15 años, su primera y gran batalla: declararse gay.

    En 1994 la familia de Alain toleraba y entendía el «desvío» del muchacho, aceptando los novios que traía a casa, pero hasta ahí las concesiones. Cuando el jovencito decidió hacer vida de pareja con su tocayo Alain Ruiz, en la casa dijeron que lo correcto era que se fuera a vivir lejos, a Los Sitios, donde el novio vivía.

    A principios de ese mismo año Alain Ruiz había conocido a un español. El hombre quiso pagarle para singar. Así lo hicieron. Alain Ruiz recibió el dinero del español y, sin saberlo, también otra propina: el VIH. Ruiz, en una noche calurosa cercana a la partida del español, compartió el virus con Hidalgo.

    Una forunculosis crónica llenó a Alain de granos desagradables apenas unos meses después. Recibir Azowano —el San Lázaro lucumí— fue la opción indicada por los familiares y mayores de su casa religiosa. El 18 de noviembre Azowano sería lapidario en sus predicciones: «La sangre ya está muerta».

    Una semana después, en una de las salas del Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí (IPK), un centro entregado al estudio de epidemias y todo tipo de virologías, ubicado a las afueras de La Habana, Alain Hidalgo perdería para siempre su nombre y pasaría a ser solo un número. Los doctores le dijeron que jamás volvería a entrar a un hospital si no llevaba como documento de identidad aquellos dígitos, aquel alias despersonalizado que lo convertía apenas en un dato del Ministerio de Salud Pública (MINSAP). En la estadística de pacientes con sida ocupaba el número 2648.

    Coco

    Es una tarde de verano de 2017 y Coco, con un bulto de ropa por lavar, solo desea que ya caiga la noche para convertirse en Jessica. La noche regala placeres a los jóvenes temerarios. Jessica lleva peluca rubia, sandalias ruidosas. Cuando el cuerpo de Coco reclama goces —y comida el refrigerador de la casa—, aparece ella. En su culo escandaloso se pierden los bugarrones de La Habana por una cuota módica, consensuada, y todo el mundo es feliz.

    A lo lejos, un blanco monumental le clava la mirada. «¿Qué cosa ejesto?» «¿Qué tú haces, mulata?» Sus ojos buscándole el culo. «Nada, papi, tú sabe, buscando el amanezco». «Bueno mami, ¿pa´ casa?» «¿Con qué cuentas, papi?» «Tengo 300 pesos aquí, mulata…» «Bueno papi, pa´ casa».

    En un cuarto sucio de alquiler, no hay condón ni vergüenza innecesaria. Aquel varón tiene todo lo que Jessica salió a buscar. Dinero y  pinga útil para el retozo.. Muy hembra él, muy rico y mucha pluma. ¿Lo dará todo? Bugarrón es un término empolvadísimo e injusto. Sobre una cama rentada por un dólar, un culo se vendió y el otro se regala. Goza primero ella. Jessica piensa en sus cigarros. Muchas putas fuman suave. Le quedará para comprar aceite y perritos. El tipo se voltea.  Jessica es activo y los bugarrones de 300 pesos alcanzan para darlo todo. Un orgasmo impostergable, una venida, intercambio desmedido. Jessica da su leche, recibe el dinero y también un vuelto: un número, un alias, un distintivo. Se enteraría meses después. Coco, o Jessica, se convirtió en el número 29 482.

    El Flaco

    La desvergüenza de un rabo desconocido y sarazo, uno larguísimo y negro que llama personalmente desde las sombras de las uvas caletas en la costa de El Chivo, es digna de venerar.¿Cómo un muchachito como el Flaco, instruido en el cristianismo desde su nacimiento, se convierte en un devorador hedonista de lo primero que encuentra?

    Disfrutó tanto de un culo blanco y fresco en las malezas cercanas a las Ocho Vías como, días después, del rabo negro —imposibilitado de una erección plena al igual que casi todos estos grandes soldados— en las uvas caletas de la costa norte de La Habana. En ambos sitios, en septiembre de 2020, se cegó ante el placer. En ambos lugares también desestimó barreras raciales, de roles o de látex. No desperdició ni una gota de semen.

    El Flaco, muchacho desprejuiciado y maldito de 27 años, aventurero y sediento de la falta de compromiso del sexo fortuito, se había gestionado en esos días una suerte, una marca, un pseudónimo. Cuatro meses después, por boca de una doctora del IPK, lo sabría: «Papi, tienes que aprenderte este número, que es tu número de caso índice. A partir de ahora, cada vez que te atiendas, debes decirlo cuando te pregunten. Tú eres el 35 624».

    Sanatorios, prisiones y otros destinos predeterminados

    Ser el caso 2648 era mucho mejor que ser el caso 100 o el 500, porque al inicio, quienes resultaban positivos, eran eventualmente enviados a la Finca Los Cocos, el primero de los sanatorios dispuestos para confinar a los pacientes de VIH en Cuba. Viajaban aislados dentro de bolsas negras con un pequeño agujero como respiradero. Ya en 1997, 14 años después de su creación, el Programa de Prevención del Sida estableció el Sistema de Atención Ambulatoria, en contraposición a la reclusión obligatoria y permanente en los centros sanatoriales.

    El panfleto dictaba que el tratamiento sanatorial se ofrecía «a toda aquella persona que resulte repetidamente positiva (dos o más veces) a la prueba de detección de anticuerpos contra el VIH», y que solo se internaría «a los pacientes que voluntariamente quieran someterse al adecuado y controlado tratamiento de la enfermedad y más humanitaria atención al enfermo». Sin embargo, en los primeros meses del año 2000 aún era obligatorio que los nuevos pacientes fuesen «caracterizados, tratados y entrenados» en un corto período de atención sanatorial, según la Resolución 101/1997 del MINSAP.

    El caso 2648 comenzó su atención en el IPK el mismo año de su diagnóstico. Una semana interno cada mes y medio o dos. Análisis rutinarios y charlas educativas. Nada de tratamiento antirretroviral desde el primer momento. La cosa no funcionaba así. «Debías esperar a que se muriera algún paciente de sida para que dijeran, bueno, los inhibidores de tal número que se murió, dénselos a este otro número», dice hoy Alain, con aires de quien alardea provenir de otra época.

    En sus días del IPK conoció desde el Caso Cero y guardaespaldas de Fidel Castro hasta la mismísima Elena Burke, la «Señora Sentimiento», paralítica en su etapa final. «No fumen, muchachos. No tomen», les decía desde un sofá cercano a su sala, la sala F. «Mírenme a mí como me ha dejado esta mierda», les aconsejaba Elena, a quien le hacía sombra un acompañante que Alain prefiere definir como guardaespaldas.

    Sobre sus ingresos iniciales, Alain cuenta: «Ay, mijo, no te podía dar un catarro que enseguida te mandaban para allá. Todos mis ingresos en el IPK fueron por malas digestiones. Las psicólogas y los doctores llegaban a tu casa vestidos de ropa de calle y todo se hablaba por códigos. Si la doctora te decía que había llegado una carta de tu abuelita, que fueras luego a su casa, ya tú sabías que habían llegado resultados de algún análisis tuyo. La ‘casa’ para ellos era el consultorio o el policlínico. Todo con mucho secretismo».

    El caso 2648 llegó al Sanatorio de Los Cocos, en Santiago de Las Vegas, inconsciente, víctima de un infarto cerebral y con varios órganos comprometidos. Había intentado suicidarse mediante la ingesta de 350 pastillas. Los psiquiatras, militares como el resto de médicos que allí fungían, ordenaron su ingreso obligatorio. Dispusieron todo tipo de atenciones para él. Incluso el emblemático Dr. Jorge Pérez fue su médico de cabecera. Se suponía que el personal del hospital lo ayudase a reecontrar de alguna forma las ganas de vivir, pero lo único que el caso 2648 encontró al recuperar la consciencia y la estabilidad de sus signos vitales fue la puerta de salida. «Eso era una prisión chiquita», resume veinte años después.

    Pero salirse de esa prisión —como de cualquier otra—  no era cuestión de voluntad.

    «Chico, es una lástima todo este reguero que tengo aquí», dice Alain, y señala sus cajones de libros, «pero por ahí anda aún la carta judicial donde me pedían ocho años por haberme ido del sanatorio y no querer seguir ahí. Finalmente, me convencieron y entré».

    Alain mira al techo azul de su sala —en su casa predominan los colores y atributos de Yemayá— con la nostalgia de quien no logra olvidar. La palabra «sanatorio» lo obliga a recordar su vida entre el 2001 y el 2005 y le hace cumplir 21 años otra vez.

    El sanatorio hizo de aquel muchacho un sobreviviente. Resumía en sus libretas cada clase de farmacología recibida en el IPK, como parte de la formación que le impartían a los seropositivos, mientras el AZT y la kaletra calcinaban su estómago y su páncreas. Una úlcera estomacal atestigua, todavía hoy, la carga perjudicial de aquellos tratamientos, mientras que la lipoatrofia de Alain nos recuerda que 2009 la Organización Mundial de Salud (OMS) orientó la supresión total del d4T como parte de los tratamientos de la infección del VIH en países subdesarrollados, por su toxicidad mitocondrial.

    En el sanatorio le orientaron una dieta especializada que distaba mucho de la que reciben los seropositivos cubanos del 2024. Refuerzo cárnico y lácteo, aceite, viandas y todo tipo de insumos —incluso de aseo— formaban parte de la ayuda alimenticia que recibían en ese entonces, como parte de los acuerdos de recepción de fondos de la ONU y la OMS para el tratamiento de personas con VIH/SIDA.

    En 2018, el Estado cubano promovió su salida de estas listas de subvención económica, en busca de una estrategia de autogestión, y los productos de la dieta especial para seropositivos disminuyeron considerablemente. Dos años después, Cuba fue readmitida por la OMS y otros organismos internacionales, de quienes recibió más de 370 millones de dólares destinados a estas funciones.

    «Pero ya no dan leche, ni viandas. Y la carne que te dan, es un trocito que no da ni para una sola comida», dice Alain. Los años duros del sanatorio, como cicatrices abiertas, ensombrecen a Alain, quien regresa a ellos en su memoria, a las naves y divisiones de La Güinera, Arcoíris o Marañón.

    En la Güinera ubicaban a los pacientes de los barrios marginalizados, y se vivía con los mismo códigos de cualquier prisión. En Arcoíris, en cambio, enviaban a los pacientes de los municipios de la Habana Vieja y Centro Habana, un lugar con mayores recursos y mejores condiciones de vida, una especie de  clase media. Finalmente, en Miramar, encontrábamos pequeñas casas con capacidad máxima de dos personas y distintos niveles de comodidad. En los albergues de Arcoíris sobrevivían más de 30 personas, y en la Güinera compartían todos un baño común. Allí, los hacinados eran sometidos a una alimentación reglamentada en productos y horarios, todo muy distinto al tipo de la libertad que disfrutaban los pacientes en Miramar.

    —Yo pasé por todas, hasta Miramar. Ahí estaban la gente de clase alta— comenta Alain, altanero.

    —¿Había distinción entonces?»

    «A ver, en un cubículo te podías encontrar tres tortilleras y una mujer ‘normal’ (cis), y en otro, un maricón, un ‘cheo’ (heterosexual) y dos travestis. Pero no se podían comparar las condiciones del Edificio, como también le decían a Arcoíris, con las de Miramar. Miramar eran casas, y te daban la cuota de la semana para que la cocinaras tú mismo. Por supuesto que para ir allí tenías que ganártelo, igual que para ganarte los pases».

    La aventura sexual, el fuego del que muchos jóvenes están hechos, fue la sentencia de sus libertades. ¿Quién era promiscuo y quién no? ¿Quién lo era más que quién? ¿Hasta dónde consideraban algo como buen comportamiento? Las opciones —las malas y las peores— fueron todas heréticas. Reclusión, ostracismo, encierro y desconexión social para las putas rebeldes, las indomables, las que fumaban y tomaban y fiestaban porque podían efectivamente morir la semana entrante, y libertad con remiendos —propinas de horas de pase, facilidades sociales costosas para cualquier seropositivo de aquella época— para las zorras arrepentidas o hipócritas, aquellas pías o histriónicas que aprendieron el parlamento del personaje ganador.

    Ronald Bayer, experto en VIH/SIDA de la Universidad de Columbia, se preguntó al llegar a Cuba: «¿Qué tanta privación de libertad están dispuestos a tolerar (los cubanos) para eliminar el riesgo de contagio?» Alain jamás imaginó que para volver a ver a su madre tendría que pasar un curso con exámenes, estudiar tres meses y «titularse de enfermo». No bastaba con ser enfermo, había que graduarse de ello.

    ***

    En diciembre de 2017 Coco vio a su madre morir de un adenocarcinoma en el cuello del útero. En las noches, Coco seguiría siendo Jessica, con la misma peluca rubia y las mismas sandalias. En 2018, la policía la detuvo y la condujo para la estación de Zapata y C. De ahí la enviaron para Zanja y tuvo un altercado con el Jefe de Sector de Los Sitios, un Teniente Coronel que le levantó diez cartas de advertencia. Tres días después la juzgaron por prostitución en el Tribunal Municipal de Regla.

    «A la jueza le tuve que explicar dos o tres cositas que ella no quería oír, como que yo trabajé en farmacia cinco años y eso no me daba ni para los cigarros. Me le boté no solo por las cosas que me dijo a mí, sino por las cosas que le dijo a mi hermana Vania, que también le estaban pidiendo dos años por peligro”».

    Vania, una mujer trans camagüeyana, radicaba en La Habana y vivía de su cuerpo, a pesar de una fístula en el ano que la obligaba a usar almohadillas sanitarias por los desgarramientos y los sangrados constantes.

    «La jueza preguntó cómo a Vania, estando ‘enfermo’, se le ocurría prostituirse. Por eso te digo que le tuve que explicar dos o tres cositas que esa blanquita no quería oír. Vania era seropositiva y ya la fístula se le había convertido en un tumor. Tenía hasta peste, la pobre. Al final le dije a la jueza que yo estaba bastante cansadita de dormir en el calabozo, que terminara con todo aquello, que ya ese juicio estaba hecho desde que me le fui a las manos al Teniente Coronel. ¿Dos años por peligrosidad? Pues échalos pa acá, que aquí hay juventud y tiempo pa aguantarlo todo».

    Tras el juicio, Coco y Vania fueron enviados al Depósito del Vivac y, una semana después, Coco siguió hacia Jóvenes de Occidente. Vania, por su parte, terminó en la Prisión del Sida en San José. El adiós con Coco, aunque no lo sospechaban, solo había sido temporal.

    «Cuando llegué al Manto (Jóvenes de Occidente) fui toda hecha (maquillada) con un lápiz que me regaló Vania después de esconderlo en las tetas. Los pepillos desde los balostres me gritaron de todo: ‘¡Huevúa, maricona, mulata!’ Tú sabe… Fue allí donde me hicieron análisis por primera vez, porque en el Vivac puedes esperar el traslado días y días y no te hacen nada. Annara, una guardia de ahí, fue la que me indicó que el próximo jueves —yo entré un viernes— me tocaba análisis. Llegó ese jueves y fui para allá, sin susto».

    —¿Tú estabas seguro en ese punto de que ibas a dar positivo? —pregunté.

    —Claro, hijo, nosotros somos de la calle, y eso uno siempre lo sabe.

    Los resultados demoraron tanto que sorprendieron a Coco en La Lima, modalidad de trabajo correccional con internamiento, junto a centenares de presos menores de 21 años. El caso 29 482 debía cumplir igual el resto de su condena.

    «Yo estaba lavando en el patio, porque los pájaros teníamos que estar impecables allá adentro, y dijeron mi nombre por el altoparlante. Yo no escuché nada. Vino un pepillo riquísimo que yo me estaba metiendo y me avisó: ‘Madrina, te están llamando’. Me presenté en el puesto de mando y me dijeron: ‘Tus análisis dieron alterados, recoge las cosas del cubículo que hay que aislarte’».

    A Jóvenes de Occidente llegó con catorce blíster de nitrazepam ocultos. Antes se había tomado uno entero «pa llegar rica y asimilar la noticia». De vuelta en su primera prisión, al salir del puesto médico, uno de sus ligues le preguntó por qué la habían atendido. Aquella pregunta tenía doble filo y Coco lo pensó dos veces antes de responder.

    ***

    Tres semanas después de aquellos encuentros entre la maleza y las uvas caletas, el Flaco experimentó fatigas y decaimientos. Una mañana de noviembre de 2020, su teléfono recibió una llamada harto conocida. Su amante lo esperaba en su casa, una vez que su mujer se hubiera marchado a trabajar. Singó sin deseos, con fiebre, y luego solo quiso dormir. Durante dos meses, la fiebre le visitó cada semana, sobre todo al caer la noche. Después se sumaron vómitos continuos y dolores musculares intensos. Una tarde, tras defecar, vio la tasa del baño ensangrentada.

    El color de la piel le había cambiado, también la voz. No podía pajarear con la teatralidad acostumbrada. El hazmerreír histriónico que normalmente era en su grupo de amigos, esta vez no asumía sus funciones. A su trabajo como profesor en un preuniversitario tuvo que ausentarse con falsos diagnósticos médicos como infección en los riñones, dengue y Covid. El 31 de diciembre lo llevaron al Hospital Miguel Enríquez con una muñeca hinchada que fue descrita como poliartrosis.

    El 3 de enero su madre lo ayudó a vestirse debido a la inmovilidad de las extremidades derechas. En 2013, cuando supo que él era homosexual, su madre le había dicho: «Tú vas a terminar cogiendo sida. Por apartarte de Dios, vas a terminar cogiendo sida». El Flaco se miró al espejo por última vez antes de abordar un carro hasta el IPK. Observó dos protuberancias en los ganglios del cuello y dos en el borde de sus orejas. Tocó su ingle y encontró también pelotas deformes. La frialdad paralizante de un pánico jamás experimentado le cubrió el cuerpo. Creyó que incubaba algún tipo de cáncer, quizá en sus etapas finales. 

    En el IPK lo recibieron como a un hijo que volvía a casa, a pesar de que nunca había estado allí. Recluido en un cuarto para enfermos de Covid y dengue, los únicos acompañantes del Flaco fueron su teléfono celular y una enfermera que tres veces a la semana le pinchaba una vena distinta. Los médicos tomaron el VIH como la primera opción posible.

    El 10 de enero, el Flaco se convirtió en el caso 35624. Una doctora le trajo la noticia: «Ayer hablé con tu mami. Hay que repetirte las pruebas, pero ya diste positivo al VIH, incluso puede que ya seas caso sida. También diste positivo a la hepatitis B, y estamos descartando una sífilis. Tienes que ser fuerte, y para empezar, déjame ese cigarro ya».

    Cinco minutos después, fumaba nuevamente, acompañado solo por la frialdad que trasmite un viejo enemigo al que había vencido muchas veces. El Flaco se asomó a la ventana de aquel cuarto piso y dos lagrimones iniciaron su duelo. «Me alcanzó la maldición de mi madre», pensó, y el llanto lo ahogó. Prendió otro cigarro. Aunque fuera el último, debía fumárselo. Recordó a su madrina, y la idea le dio paz. Abrió WhatsApp y le escribió: «Madrina, di positivo al VIH. Ahora sí hay que salvarme. Ahora sí es momento de que Yemayá venga sobre mi cabeza». También pensó en su padre. «Jamás podré tener hijos», dijo, tragándose las lágrimas. Le vino a la cabeza el suicidio. Pastillas, siempre pastillas. «Se duerme uno y no se entera».

    Los vueltos a la vida son casos de estudio

    Luego de tres meses de vida sanatorial, Alain, el caso 2648, había recibido toda la preparación adecuada, según el Programa de Prevención de VIH/SIDA, para convivir con la infección. La primera semana de su cuarto mes en Los Cocos sería su «graduación como enfermo».

    «Esa semana fue muy linda. Tu familia venía al sanatorio y convivía contigo la semana entera. Tú les tenías que enseñar todo lo que habías aprendido, tenías que instruirlos tú mismo».

    A partir de ahí, los pacientes debían probar a las autoridades militares de salud que eran confiables para ganarse pases ordinarios y posteriormente aplicar al Programa de Atención Ambulatoria. En este reto aparecía un singular y polémico personaje, introducido y popularizado con un locuaz eufemismo: el acompañante.

    «Yo tuve uno que le decían El Sapo. Ya tú te imaginas. El tipo te acompañaba hasta el baño. Si ibas a buscar los mandados, el tipo iba contigo. Si ibas a casa de algún amigo, el tipo iba contigo. Siempre con su libretica».

    —¿Lo del baño es un decir, no? —le pregunto a Alain.

    —¡Oye! ¡Que yo iba al baño y él me esperaba detrás de la puerta, niño!

    Las custodias se repetían los fines de semana durante un mes y medio para los pacientes menos inquietos. Estos jueces morales, a veces psicólogos, a veces sociólogos, y siempre miembros de la Seguridad del Estado, redactaban un informe minucioso sobre sus asignados. Si bebías, no eras confiable. Si fumabas, si aparentabas ser promiscuo, tampoco. Expresamente, no había prohibiciones. Sin embargo, todos sabían lo que debían o no hacer. Alain tuvo suerte de tener luego a La Nana como acompañante. Amiga de su madre, no hizo caso a muchos etcéteras, y así Alain recibió la categoría de «confiable» al poco tiempo.

    En el sanatorio, Alain eligió sobrevivir a tanta mierda con la resignación de los nobles. «Todo lo que nos hacían era para volvernos fuertes», ha dicho en numerosas ocasiones, como para convencerse. «Era para hacernos fuertes, para eso», repite otra vez. Tras su diagnóstico, jamás volvió a ver a su pareja. «Enseguida que se enteró que yo estaba enfermó me dijo que la relación no podía continuar». El ex, Alain Ruiz, obtendría también su número seriado pocos meses después. Una prueba de conteo de células detectaría que Ruiz se había adelantado a Hidalgo en su debut serológico. No obstante, la ruptura no tuvo vuelta atrás.

    Pablo vino bastante tiempo después, y permaneció junto a él durante siete años. Juan Carlos, Alexis, y algunos más vinieron luego. Ninguno fue infectado por el VIH a través del caso 2648, a pesar de la liberación paulatina de condones o de prácticas de «sexo seguro». Los médicos le comunicaron a Alain su logro: la supresión vírica lo convertiría —en caso de que siguiera manifestando esa adecuada reacción al tratamiento— en portador no transmisor.

    Aunque esta condición no es permanente, le asegura, según estudios realizados desde 1998, que puede mantener relaciones «desprotegidas» con parejas serodiscordantes con la seguridad de que no les transmitirá el VIH. No fue hasta el 2007 que un tratamiento antirretroviral menos dañino llegó a la sangre de Alain.

    ***

    En Puesto Médico lo recibió la Popy, una seropositiva que esperaba traslado a la prisión de San José de las Lajas.

    —Ay, chica, no me alegro que estés aquí, pero por lo menos no estoy sola.

    El 1 de mayo de 2018 llegó para Coco la respuesta final del western blot.

    —Mi comadre, no me des ninguna charla, que yo estoy viejita ya pa eso. Ahora es a vivirla.

    El caso 29482, sin pruebas de carga viral ni conteo de linfocitos T CD4, volvió a la prisión con una dosis importante de nitrazepam y tramador encima. Antes, le había comunicado la noticia a su madrina y a unos pocos familiares. Ninguno la rechazó. Así de sencillo fue, así de sencillo debiera ser.

    San José le abrió sus rejas con resignación. En la novelesca prisión para enfermos de VIH los uniformes multicolores parecían diseñados como una referencia directa a la comunidad sexualmente disidente que la puebla. Los pájaros celebran, irónicamente, la llegada de un hermano. Abrazar el VIH, abrazar la cárcel del VIH, te da una distinción adicional en la comunidad LGBTQI+ cubana. No cualquiera llega ahí. Esas rejas hablan de un recorrido de supervivencias: frente a la familia y a la sociedad, frente a la policía, frente a la enfermedad. Ahora sí tienes historia, ahora sí eres una institución de la mariconería. Ahora sí eres un pájaro de pura raza.

    En la prisión se resignifican códigos que en la calle no son más que sombras difusas. Los maridos se respetan (como le dijera Karla, una de las presas de su galera), se abrazan viejas amistades conocidas, se ve morir a otras. Los pájaros se reúnen y, en una copia maltrecha del transformismo que engalana los clubes nocturnos gayfriendly de la ciudad, cantan y bailan las canciones no olvidadas,. Una de ellas canta a Malú, otra a Pastora Soler. Pero vuelven a Gloria Trevi, a la emblemática que dice: «Y me solté el cabello, me vestí de reina, me puse tacones y sentí que era bella».

    Los pájaros y mujeres trans de San José, a pesar de la calvicie reglamentaria de este centro penitenciario, imitan el ondulado vuelo de una peluca. Se ríen, se empoderan, se vuelven duras, divas y perras, mientras una de ellas sigue cantando: «Y todos me miran, me miran, me miran, porque hago lo que pocos se atreverán. Y todos me miran, me miran, me miran, algunos con envidia pero al final, pero al final, pero al final todos me amarán».

    En ese cuarto infestado de pasión y de heroísmo, Coco vio actuar a su amiga Vania. Todos supieron —hedía mucho aquella hembra monumental— que probablemente se trataba de la última vez.

    «¿Qué hago con la canción y la melancolía?

    ¿Y con la flor y el verso que me diste un día?

    ¿Qué hago con la ilusión de bajar las estrellas,

     y enamorarte en cada una de ellas?»

    ***

    El Flaco, el caso 35624, egresó del IPK en el mismo mes de enero. No se lanzó por una ventana ni rehusó el tratamiento antirretroviral. Su debut clínico como paciente había sido, además, engañoso. Parecía más grave, pero más de 700 células CD4 al 70 por ciento de su funcionamiento y una carga viral por debajo de 200 por milímetro cúbico fueron buenos indicadores. Por otra parte, su propio organismo había erradicado el virus de la hepatitis B.

    En casa, su madre cristiana lo esperó con mucha compasión y, por qué no, con plato, cuchara y vasos consagrados. «No es por nada, pero es una buena costumbre». Su padre, desde los Estados Unidos, lo motivó a reenfocar su vida, y también, por supuesto, a no ser tan promiscuo.

    El Flaco perdió meses después a Alfredo, un bisexual exquisito. También perdió a Kevin, el chico friky de 19 años del que cree que llegó a enamorarse. El rechazo a la enfermedad —la serofobia institucionalizada— lo hizo abandonar su plaza en el magisterio. El Ministerio de Educación exige análisis de salud pre-empleos paulatinamente. Se entrega una planilla con casillas dedicadas a los resultados de ITS y VIH. Es un deber informar y, una vez descubierto que un maestro es positivo al VIH, los cielos se cierran.

    Yemayá llegó a la vida del Flaco un año después, y la palabra de los orishas fue más clara que cualquiera de los análisis médicos. Iré arikú fue el bien que predominó en sus profecías. La letra oché del diloggún, que habla de la sangre y las enfermedades que por ella corren, también hizo su entrada.

    El Flaco, el ex profe, hoy periodista, no comprendió, hasta meses después, que para golpear la serofobia debía ponerle rostro y, en este caso, número. Su condición serológica, al principio solo expuesta ante familiares y amigos íntimos, ha sido puesta a disposición de mucha gente en los últimos dos años. Hoy, a través de esta crónica, yo, el Flaco, la entrego también a quien la lea.

    spot_img

    Newsletter

    Recibe en tu correo nuestro boletín quincenal.

    Te puede interesar

    Similares / Diferentes

    Similares, diferentes… Gemelos como incógnita y confirmación de la...

    «Un país se construye desde sus comunidades»

    Cuando los activistas cubanos Marthadela Tamayo y Osvaldo Navarro hablan, usan palabras como «ciudadanía», «articulación», «comunidad», «barrio» o «sociedad civil». Cualquiera diría que son términos válidos solo para las sociedades en democracia, y no para un país cerrado, donde parece que todo el mundo se marchó.

    No hay frenos para la inflación en Cuba

    La inflación oficial en Cuba se aceleró durante marzo...

    Pedro Albert Sánchez, el profe, el predicador, el prisionero

    Pedro Albert Sánchez es abiertamente «cristiano». Algo de mártir tiene. Y también de profeta. Cada una de sus acciones, consideradas «exitosas» solo en un plano simbólico, tributa al orgullo de haberse mantenido fiel a sus ideas. El profe condensa en sí mismo todo el imaginario cristiano. El sacrificio es su satisfacción.

    Economía cubana: crisis de productividad, inversión deformada, falta de divisas, descontrol...

    El gobierno cubano reconoce que aún no se concreta la implementación de las proyecciones acordadas para la estabilización macroeconómica del país. Igual admite el fracaso de la política de bancarización y que las nuevas tarifas de los combustibles aumentaron el valor de la transportación de pasajeros, tal como se había predicho.

    Apoya nuestro trabajo

    El Estornudo es una revista digital independiente realizada desde Cuba y desde fuera de Cuba. Y es, además, una asociación civil no lucrativa cuyo fin es narrar y pensar —desde los más altos estándares profesionales y una completa independencia intelectual— la realidad de la isla y el hemisferio. Nuestro staff está empeñado en entregar cada día las mejores piezas textuales, fotográficas y audiovisuales, y en establecer un diálogo amplio y complejo con el acontecer. El acceso a todos nuestros contenidos es abierto y gratuito. Agradecemos cualquier forma de apoyo desinteresado a nuestro crecimiento presente y futuro.
    Puedes contribuir a la revista aquí.
    Si tienes críticas y/o sugerencias, escríbenos al correo: [email protected]

    spot_imgspot_img

    Artículos relacionados

    Campesino, pescador y merolico: todos los salarios de un médico cubano

    El doctor Luis Enrique Cuéllar lo aclara desde el...

    Más que Números: Relatos cubanos de serofobia (III)

    ¿Por qué? ¿Cómo un tipo que vivió con tanta libertad se encierra al final en una celda tan terrible? Es evidente. Yorick, un personaje cínico y burlón, que miró a todos con un halo de grandeza y los señaló despectivamente, no podía permitirse ahora volverse una diana del estigma. Él no recibiría ni la lástima ni la crítica.

    Más que Números: Relatos cubanos de serofobia (II)

    Maykel era un muchacho «correcto» en muchos parámetros. Hijo de profesionales de Radio Sagua, al chico le auguraban un futuro promisorio en los gajes de la comunicación. Hasta que cogió el Sida, que en aquellos años todavía cargaba con la etiqueta de ser la enfermedad de los bajos fondos, sobre todo de los bajos fondos de la comunidad LGBTIQ.

    El reclamo de un grupo de madres cubanas ante el Ministerio de Salud Pública

    Damir Ortiz Ramírez permanece sentado en una escalinata afuera...

    2 COMENTARIOS

    1. Una enfermedad igual que otra, no se en Cuba pero en USA el tratamiento es 1 pastilla diaria de por vida o mas recientemente 1 inyeccion cada 2 meses de por vida y los enfermos se mabtiendn indetectables, puede tener una vida larga y saludable como un seronegativo.

    DEJA UNA RESPUESTA

    Por favor ingrese su comentario!
    Por favor ingrese su nombre aquí