Migrantes trans cubanas en Rusia: ¿atrapadas en el país equivocado?

    No pasaron dos meses desde que a Erika una tromba marina le destruyó su vivienda en La Habana hasta que avisó en Facebook que se había mudado a Moscú. La tristeza de los primeros días al ver su casa en el suelo se esfumó al sopesar la idea de irse a Rusia. A fin de cuentas, otras trans lo habían hecho antes.

    Desde hace algunos años una especie de «efecto llamada» propicia que unas alienten a otras, abandonen la Isla y partan hacia el otro lado del mundo. Contactos, rentas, matronas, consejos para insertarse fundamentalmente en el mercado del trabajo sexual: una red de amigas y conocidas va allanando el camino de las que irán después.

    Las garantías son pocas. Se cree que Rusia posee una férrea política antiLGBTIQ y antinmigrantes. Pero los relatos de estas conocidas que llegaron antes alimentan la esperanza.

    Erika vendió todo lo que poseía y, junto con algunos ahorros, sacó pasajes para ella y su pareja rumbo a Moscú. La seducía la idea de poder levantarse de los escombros, empezar una nueva vida en otro país, conseguir un trabajo y, quién sabe, algún día volver a tener un techo propio.

    El 20 de diciembre de 2023 se despidió en su perfil de Facebook: «Adiós mi Cubita querida… Al fin todo llega con paciencia… Una nueva vida me espera… Estar allá Será una Gran Bendición y Oportunidad de estudios y trabajos… Para Buscar Nuevos horizontes… Y Cumplir Nuevas Metas…» (sic)

    Al llegar a Moscú, descubrió que el país podía ser más abusivo de lo que imaginaba: sintió el frío más grande de sus 25 años, y también conoció la nieve. El Caribe quedaba muy lejos.

    «¿Cómo te va?»… «¿Estás?»… «Holaaa». Los mensajes permanecieron en entregado durante varias semanas. Erika no respondía a pesar de estar en línea y de publicar historias. Una foto posando en la nieve, con un subtítulo: «Mucho frío, pero feliz». En otras, mostraba confituras y vistas desde el apartamento en el que se rentaba. Una con su pareja: «Lo logramos, mi amor». Le insistí para saber cómo se encontraba y apenas logré sacarle unas pocas palabras: «Trabajando mucho, amiga, tú sabes».

    Como Erika, miles de cubanos, sin muchas distinciones, han marcado esos nuevos horizontes en Rusia. De hecho, Rusia no es un destino exclusivo de personas en el espectro transfemenino. No es, además, el primer lugar que acudiría a la mente como destino de personas con identidades de género y sexualidades no hegemónicas. Las que arriban lo hacen, en esencia, por las mismas condiciones que lo facilitan para los aproximados 25 mil cubanos que entran a ese país cada año, según datos de la Guardia Fronteriza.

    Si existe alguna distinción, es, en cualquier caso, entre quienes logran reunir el dinero suficiente para viajar a ese país, rentarse y apertrecharse hasta conseguir alguna forma de subsistencia, y quienes no.

    Cubanos en Rusia: ¿sueño o pesadilla euroasiática?

    Estados Unidos se mantiene como el principal destino migratorio de los cubanos. De acuerdo con un informe de la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA), luego de las masivas protestas del 11 y 12 de julio de 2021, casi 425 mil migrantes cubanos llegaron a territorio estadounidense en los años fiscales 2022 y 2023. Unos 36 mil más habrían pedido asilo en suelo mexicano. La mayoría, luego de una travesía por Centroamérica comenzando en Nicaragua, país que también es de libre visado para cubanos desde finales 2021.

    Estas cifras de cubanos y cubanas que abandonan la Isla superan las de los éxodos anteriores desde el triunfo de la revolución. Huyen de la peor crisis económica y humanitaria desde los noventa, agudizada por la pandemia de Covid-19, la caída del turismo y de las remesas, las sanciones del Departamento de Estado norteamericano y el agotamiento del modelo económico y político actual.

    La escasez de alimentos, medicina y suministro eléctrico, la inflación y dolarización de la economía, la precariedad del sistema de salud, el desmantelamiento de otros de los «logros históricos», más las persecuciones políticas y violaciones de derechos humanos en la Isla, dibujan, grosso modo, el panorama en que se ha dado la más reciente estampida.

    En 2020 la economía cubana disminuyó un 11% y la inflación en 2021 alcanzó el 71% como resultado de la Tarea Ordenamiento Monetario, cuyo fracaso el Gobierno vino a reconocer en diciembre de 2023, el mismo año en que la inflación creció un 30% y que arribaron a Estados Unidos más de 200 mil cubanos. Por supuesto, estas cifras no tienen en cuenta los miles más que han ido a países como Brasil, Rusia, Uruguay y otros, durante el mismo periodo. Es probable que por los lazos políticos ligados a la extinta Unión Soviética (URSS) algunos perciban a la actual Rusia como un país amigable y cercano, pese a los más de 9 mil kilómetros, doce horas de vuelo, cultura, costumbres e idiomas que los separan. Sin embargo, un acuerdo de exención de visados, firmado por los gobiernos de ambos países en 2018, se afianza como la razón principal de este flujo migratorio.

    A Rusia los cubanos pueden entrar, transitar y permanecer durante 90 días, en un periodo de 180. Ese tiempo lo emplean en conseguir trabajo, hacer dinero para enviar a sus familiares, mejorar sus condiciones de vida y buscar la manera de quedarse más allá de las fechas permitidas.

    Lo bueno es que han creado mercados y redes informales a la medida de sus necesidades. En grupos de Facebook como «Cubanos en Moscú» o «Cubanos en Rusia», con más de 90 mil miembros, se ofrecen venta de pasajes aéreos entre Cuba y Rusia, cambio de moneda, envíos de remesas a la Isla, clases de ruso, renta de habitaciones, ofertas laborales y paquetes de viaje que incluyen todo lo anterior. Lo malo, que muchas veces se trata de estafas y de explotación laboral.

    Algunos cubanos solo permanecen en Rusia por unos pocos días, los suficientes para comprar mercancías y productos que escasean en la Isla o que no se encuentran disponibles: ropa, calzado, lencería, piezas de automóviles, entre otras. Luego, tras su regreso a Cuba, las revenden a precios elevadísimos.

    Este «turismo de compra» fomenta una economía circular que, si bien no es rara en la región, no deja de ser un fenómeno que enriquece y complejiza los análisis de la migración. La tendencia global es que los migrantes se muevan, llegan a nuevos destinos a emprender una nueva vida, sin mirar atrás, sin volver a sus países de origen hasta tanto no hayan conseguido dinero suficiente. Sin embargo, al menos en Cuba el fenómeno no es nuevo.

    Ya ocurrió antes y aún ocurre con otros destinos más cercanos, como Ecuador, Panamá, México, Haití, Guyana, Nicaragua, entre otros. Los cubanos viajan de «mulas» a estos países para comprar mercancías, importarlas y revenderlas. Todo esto ocurre con la mirada discrecional del Gobierno, a quien le conviene este tipo de economía que, aunque pequeña, genera riqueza de manera artificial.

    Al sureste de Moscú se encuentra el mercado mayorista de Lyublino, principal proveedor de mercancías para quienes van de compras. Son emigrados cubanos de hace algunos años los que hoy son trabajadores de algunos negocios allí o hasta los dueños, lo cual favorece la comunicación. Existen ofertas y tiendas especiales para el visitante. Para atraerlos, los propios negociantes rusos se han aprendido símbolos, ganchos, frases y saludos típicos cubanos. Colocan en sus negocios banderas e imágenes de la Isla, imitan el acento, pregonan «jaba, jaba cubalse» y también dicen «asere, qué bolá».

    Para otros cubanos, Rusia es solo una estancia antes de llegar a territorios de la Unión Europea (UE) a través de los países bálticos. Los pocos que lo han logrado, emprendieron travesías que duraron meses o hasta un año.

    Sobre estas rutas se sabe dónde inician pero no dónde ni cómo pueden acabar. Lo más común era que luego de llegar a Rusia volaran a Serbia (también libre visado para cubanos hasta 2023), de Serbia a Macedonia del Norte, luego a Grecia, que ya es parte de la UE, y, desde allí, tomaran otro vuelo rumbo a España con una documentación falsa.

    Otra ruta, pero más peligrosa, es la que abarca Rusia, Serbia, Bosnia, Croacia (que entró a la zona Schengen en 2023) y, desde ahí, Eslovenia, Italia, Francia y España, atravesando largos caminos y bosques minados desde la Guerra de los Balcanes.

    Como en cualquier ruta migratoria escabrosa, los migrantes se exponen a extorsiones, estafas, encarcelamiento y hasta deportación. Traficantes o «coyotes» y estafadores han visto una oportunidad de negocio. Ofrecen llamativos paquetes de guía para cruzar los pasos fronterizos de manera clandestina. Mediante aplicaciones de móvil con GPS les indican a sus clientes la ruta, los trayectos en tren, buses, taxis y las grandes caminatas por bosques.

    En 2021 el cubano Yordan Roque contó a El Toque su periplo para llegar a España: Rusia, Rumanía, Macedonia, Grecia, Italia, Francia y finalmente España. La travesía duró más de tres meses y estuvo preso en las fronteras de Grecia e Italia.

    En julio de 2023, una operación conjunta entre la Interpol, la policía española, la de Grecia y la de Serbia, desarticuló una red de tráfico de cubanos que operaba desde los Balcanes hasta la UE. Los traficantes cobraban alrededor de 9 mil euros por el viaje y por la documentación falsa que les servía para el ingreso a España.

    A pocas semanas de haber iniciado la guerra de Ucrania, en marzo de 2022, el Consulado de Cuba en Rusia advirtió, mediante una publicación de Facebook, las consecuencias que podían enfrentar los cubanos que decidieran traspasar los límites fronterizos de ese país.

    «Alertamos que incurrir en este delito conlleva el pago de una multa, la deportación hacia Cuba, la restricción de entrada a Rusia por un período de hasta cinco años y la permanencia en un Centro de Detención Temporal para Ciudadanos Extranjeros por el período de tiempo que dure el proceso de expulsión».

    Este comunicado llegó luego de que recibieran «numerosos reportes de las autoridades rusas notificando la detención de ciudadanos cubanos violando las normas fronterizas establecidas por la Federación Rusa», según explican. Tras la guerra iniciada con Ucrania y la crisis que sobrevino después, aumentó el número de cubanos que intentaban escapar de territorio ruso. Tomar un vuelo de regreso a Cuba o a otro país tampoco era una opción. Debido a las sanciones de la UE a Rusia por la invasión a Ucrania, las aeronaves rusas no podían sobrevolar Europa, y, por tanto, escaseaban los vuelos.

    Los que no van de compras a Rusia ni para un tercer país, y solo desean establecerse, buscan empleo y legalizarse para obtener la ciudadanía. Contraen matrimonio con nacionales rusos o, la forma más rápida, se alistan en el Ejército, como han hecho cientos que se sumaron a las tropas que participan en la invasión de Ucrania; algunos bajo falsas ofertas laborales, presiones y amenazas.

    Para no quedar en una situación irregular, antes de cumplirse los 90 días de permanencia en territorio ruso, algunos cubanos salen del país, a veces hasta por apenas un día, y regresan. En «Cubanos en Rusia» se facilitan viajes por carretera a la vecina Abjasia, territorio autoproclamado independiente de Georgia y reconocido por Moscú. De este modo, consiguen la renovación del permiso para estar tres meses más.

    Por lo general, los cubanos se alquilan en Rusia en habitaciones pequeñas compartidas con otros compatriotas migrantes y se insertan en trabajos poco cualificados, en supermercados, las llamadas «magacines» (derivado de «magazin», tienda en ruso), la construcción y la limpieza. Trabajan más de diez horas diarias sin la certeza de que serán remunerados o de que saldrán ilesos de redadas policiales.

    De acuerdo con un reporte de enero de 2024 del medio moscovita MSK1, son miles los cubanos que actualmente están realizando las labores que los nacionales y los provenientes de otras repúblicas exsoviéticas no quieren realizar. Según el antropólogo y etnólogo ruso consultado para dicho reporte, Alexander Silantyev, experto en migración cubana, en la actualidad hay entre cuatro mil y cinco mil trabajadores migrantes cubanos en Moscú. 

    «Comenzaron a aparecer porque esta es una nueva dirección migratoria prometedora para ellos. Vienen aquí porque ahora en Cuba hay un gran problema con la economía. Aquí en Rusia trabajan principalmente en obras de construcción, como cargadores en tiendas o como conserjes, y reciben entre 50 mil y 60 mil rublos, unos 500 dólares.», aseguró Silantyev.

    Ha pasado en algunos casos que, una vez terminada la obra de construcción, el «empleador» se niega a entregarles el pago acordado e incluso amenaza con llamar a las autoridades. Migrantes, ilegales, sin contrato ni algún tipo de protección, estos trabajadores no tienen mucho que exigir. Comparecer ante las autoridades es un grandísimo riesgo.

    Esta situación empeoró durante la pandemia. Con los vuelos suspendidos y el confinamiento obligatorio desde marzo de 2020, fueron muchos los cubanos que quedaron desamparados, sin trabajo, sin dinero, sin papeles y con todas las fronteras más cerradas que nunca. Según cifras citadas por El Toque en esa fecha, las autoridades consulares cubanas estimaban una población flotante de más de 5 mil 500 cubanos.

    Para noviembre de 2020, cuando se restablecieron los vuelos entre ambos países en el contexto pandémico, el flujo hacia Moscú continuó. De acuerdo con registros, más de 20 mil cubanos viajaron a ese país solo en el primer semestre de 2021. Con la reanudación paulatina de los vuelos directos entre Moscú y La Habana desde finales de 2022, se estima que más de 150 mil turistas rusos visitan la isla anualmente y que otros miles de cubanos continúan tras este sustituto del «sueño americano».

    Pero ¿y las trans? ¿A qué van a Rusia?

    «A lo mismo que todo el mundo: a hacer dinero, progresar, comer bien e ir a buenos lugares». Liz Rodríguez lo tiene todo muy claro: «La vida de una trans en Rusia es buena, obviamente hay que vivir de la prostitución. Trabajando normal es imposible».

    Tras su llegada a ese país en 2020, vivió alquilada en una habitación para ella sola que le consiguió una amiga trans que la esperaba, y por la que Liz pagaría 25 mil rublos mensuales (270 dólares). Esta misma amiga fue quien la ayudó a insertarse en la prostitución.

    «La vida de migrantes heteros allí no es tampoco tan fácil que digamos», asegura la joven de 27 años. «Es bastante difícil, pero las trans trabajando de eso viven perfectamente, casi al nivel de cualquier ruso que trabaja allí normal».

    La clientela varía según el sitio web donde se anuncien. Como es lógico, en las páginas de pago acceden a mejores clientes que en las páginas gratis. Las citas las cuadran luego por llamada si hablan ruso, o por WhatsApp. Para eso se han aprendido las frases necesarias: «Por favor, escríbame a WhatsApp», y para el resto usan traductor. Diariamente suelen escribir varios. En tiempos buenos pueden tener más de una cita.

    «Las tarifas son, por lo general, entre 5 mil y 10 mil rublos si no estás hecha entera. Si estás hecha y bien producida puedes pedir hasta 15 mil», me dice Liz.

    «Estar hecha» significa haberse realizado una serie de técnicas cosméticas de feminización, tener senos operados, relleno de glúteos y caderas, labios inyectados, entre otras, excepto vaginoplastias.

    «Si te haces la vagina ya eres una mujer más, y ya no vas a cobrar tanto como las trans. Las mujeres allí valen muy poco».

    Una trans con los senos operados puede pedir hasta 200 dólares la hora al valor del rublo. Pero para esto, precisa, es muy importante también tener «buena polla».

    «Como ves, no es tan malo», dice acto seguido. «Al menos tienes ingresos suficientes para darte ciertos lujos y hacer vida social, salir, ir a clubes, discotecas».

    Así se le puede encontrar ahora de regreso a La Habana: en fiestas y bares compartiendo con sus amistades, en una eterna celebración de su regreso y su prosperidad. Le dicen la «Reina de Moscú». Volvió porque ya estaba pasada de tiempo y temía que más adelante no la dejaran entrar a Rusia. «Yo estuve en ese entra y ‘sale’ por dos años. Mejor refrescar y después viro».

    Aunque nunca tuvo una experiencia desagradable, reconoce que hay chicas que han tenido altercados con clientes por estos negarse a pagarles, les han sacado cuchillos y hasta pistolas. «Yo corrí con mucha suerte», concluye.

    Con mucha más, sin dudas, que la de la santiaguera Maya. Antes de ser deportada, vivió en Rusia dos años y medio y ejerció el trabajo sexual.

    «Un trabajo en Rusia no es una gran cosa según lo que me contaban los que vivían conmigo», me dice. «Muchas estafas, era difícil el idioma, y la verdad preferí dedicarme a la prostitución. Y creo que fue lo mejor. No me afectó en nada. Gracias a esto alcancé muy buenas cosas».

    El 11 de junio de 2021, cuando aterrizó en Moscú, había comprado un sueño por 750 dólares: alcanzar un mejor nivel de vida, hacerse de lo que en Cuba jamás lograría tener. Le bastaba, quizás, con sufrir menos acoso policial.

    «En aquel momento era delito estar parada en cualquier esquina, ya eras acusada de ser prostituta y en varias ocasiones fui sancionada. Entonces decidí alejarme de este país para cambiar mi vida y no sufrir más esa injusticia», dice.

    Se refiere al «Estado de peligrosidad». Una figura predelictiva mediante la que procesaban y encarcelaban con mucha frecuencia a mujeres trans/travestis por «prostitución». Aunque no figuraba como delito, la prostitución era alojada dentro del paraguas que compone la «conducta antisocial» por ser «una práctica contraria a la moral socialista». En otras palabras, no había delito alguno, pero la conducta de estas personas las hacía proclive a delinquir. Por tanto, se le aplicaban sanciones de carácter profiláctico.

    El actual Código Penal cubano, vigente desde 2022, eliminó el «Estado de peligrosidad», sin embargo, una experta consultada para este trabajo consideró que no hubo mejoría. Señaló que de acuerdo con los Artículos 434.1 y 434.2, el Ministerio del Interior (MININT) tiene la facultad para advertir oficialmente a quien, de forma reiterada, realice acciones que la hagan proclive a delinquir o a quebrantar el orden social y constitucional. Al ser reincidente, una persona puede ser procesada por «Desobediencia» (Artículo 189.3), cuya sanción varía de seis meses a un año de privación de libertad, multa de cien a trescientas cuotas, o ambas.

    En Rusia, aunque tampoco existe una ley específica que directamente prohíba la prostitución, hay leyes y reglamentos que tipifican como delito actividades relacionadas con ella. Sin embargo, está bastante extendida y tolerada.

    Recientemente, en febrero de 2024, organismos internacionales advirtieron que las relaciones sexuales consensuales entre adultos a cambio de una remuneración no deberían penalizarse, puesto que «la criminalización y la aplicación de disposiciones punitivas contra las personas que ejercen el trabajo sexual, clientes o terceros han reducido significativamente el acceso de las personas que ejercen el trabajo sexual a derechos y servicios esenciales y las han llevado a vivir y trabajar de manera clandestina y aislada, por temor al sistema de justicia».

    En cambio, explicaron estos expertos, la despenalización del trabajo sexual ha tenido efectos positivos en la seguridad de las personas que lo ejercen y en su acceso a la protección social y a los servicios de salud. Al mismo tiempo, llamaron a no confundir el trabajo sexual consensual de adultos con la violencia contra las mujeres o la trata de seres humanos. Más bien, las personas que ejercen el trabajo sexual deberían ser protegidas de la violencia, la trata de personas y la explotación.

    «Todas las medidas políticas deben considerar la exposición distintiva de los trabajadores sexuales a la discriminación, incluso por motivos múltiples y entrecruzados, como el origen étnico, el sexo, el género, la orientación sexual, la identidad de género, la expresión de género y las características sexuales, la situación migratoria y la discapacidad», apuntaron también.

    Maya fue a Rusia con la idea de vivir con una amiga que la recogió en el aeropuerto, pero todo fue muy diferente a lo que pensaba. «Me dejó en casa de personas que yo no conocía, y tuve que salir adelante por mí misma. En eso conocí a una trans muy buena, que me ayudó de verdad. Me enseñó cómo debía hacer las cosas allí. Gracias a ella conocí a un buen hombre, un ruso, quien fue mi pareja bastante tiempo. Todavía seguimos, pero ya tú ves, ahora estoy aquí.»

    Fue un cliente ebrio, que la agredió, el culpable de su deportación. Aunque no quiso dar más detalles, contó que tuvo un grave problema con él y terminó en la policía: «Y como ya era ilegal y trans…».

    Antes de ser deportada, pasó seis meses en un Centro de Detención Temporal donde nadie hablaba español, no tuvo abogados ni comunicación o contacto con sus seres queridos. «Las leyes rusas son duras por mi condición sexual. La policía rusa humilla mucho y maltrata», asegura.

    Ahora, desde Santiago de Cuba, no pierde la esperanza de retomar su relación con el ruso. «No nos comunicamos mucho, porque no tengo ni teléfono, pero tendré calma. Estar con él fue de los momentos más felices de mi estancia en Rusia. Y si la vida me da la oportunidad quiero volver.»

    ***

    Marzo de 2021

    «La comunidad trans en Cuba está pasando por una grandísima crisis. La comunidad trans en Cuba está emigrando en masa, se están yendo muchas mujeres trans para Rusia, a exponerse a cruzar fronteras, porque el 90 por ciento son prostitutas y llevan un año de pandemia que no tienen trabajo», así alertaba la actriz y activista Kiriam Gutiérrez durante una transmisión en vivo por su cuenta de Facebook.

    La propia Kiriam viajó a Rusia en 2019 con el objetivo de pisar algún país de la UE que le facilitara la entrada a España. Había vendido todo lo que pudo para reunir los casi 10 mil euros que le pedían los coyotes para guiarla hasta la frontera con Finlandia. Mucho antes de que emprendieran la travesía por un bosque lleno de minas de la Segunda Guerra Mundial, los interceptó la guardia fronteriza rusa y los trasladó a un Centro de Detención. Al ser la única mujer trans, la pusieron en una celda aislada durante el mes que estuvo detenida. Finalmente, en enero de 2021 la deportaron a Cuba.

    12 de enero de 2022

    «Estoy haciendo este video porque estoy varada. Soy transexual. Salí de Cuba…». Otra transmisión en vivo. Otra que depositó sus sueños en Rusia. Otra a punto de ser deportada. Esta vez se trataba de Shayra González Pernía. En vivo, desde el aeropuerto de Estambul, Turquía, contó su situación migratoria.

    En septiembre de 2021 partió hacia Moscú huyendo del acoso político y del clima represivo en la Isla tras las manifestaciones de julio de ese año. Su plan consistía en hacer un poco de dinero, volar a Serbia y, más tarde, a los sucesivos países que la acercaran a España. Cuando estaba a punto de cumplirse el periodo de estancia legal en Rusia, compró boletos de ida y vuelta para El Cairo, Egipto. Allí vivió cerca de un mes y, antes de que se venciera el plazo permitido para estar en ese país, compró otros boletos de ida y vuelta para Serbia con trasbordo en Estambul.

    En Turquía se enteró de que Serbia no estaba aceptando cubanos. Al preguntarles qué opciones tenía, la aerolínea turca le sugirió que, como ya había comprado un boleto de vuelta a El Cairo, lo cambiara por uno para Moscú. Y eso hizo. El cambio le costó más de 200 euros. Ya antes había desembolsado casi 900 por los boletos de ida y vuelta de El Cairo.

    En Rusia no le autorizaron la entrada. Tras su segundo arribo a ese país, las autoridades migratorias le tomaron las huellas dactilares y le retiraron el pasaporte. Luego la devolvieron en avión hacia Turquía. Durante dos días estuvo en el aeropuerto, sin comida, sin poder asearse y sin saber qué pasaría con ella. «Cuando ven que eres trans, cubana, lo que hacen es reírse. Cuando ven que en mi pasaporte aparece otro nombre, ya son más risas», denunció en aquel entonces.

    En otra transmisión en vivo que Facebook eliminó por considerarla contenido inapropiado, Shayra se desnudó frente a las autoridades migratorias de Estambul a modo de protesta, pidiendo que le devolvieran su pasaporte y que no la regresaran a Cuba. Pero Estambul, que tampoco cree en lágrimas, la deportó a la Isla en la noche del 14 de enero de 2022.

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    La administración de nuestras vidas por parte de los estados limita el tránsito libre tanto entre los géneros como entre países. El cuerpo, el género, la sexualidad y la nacionalidad son concebidos como nociones estáticas. Desde que nacemos se nos asignan posiciones rígidas en ese complejo entramado social, y de esos lugares no debemos movernos. A partir de ahí, entra en juego la máxima foucaltiana: vigilar y castigar.

    Quien se atreva a cruzar las fronteras sexogénero o las geográficas, líneas divisorias que han colocado en nuestros cuerpos y las que delimitan los estados-naciones, deberá enfrentar una serie de políticas restrictivas ancladas a ideas fijas, esencialistas y hasta biologicistas de quiénes somos, quiénes debemos ser y de dónde venimos. Todo para impedirles el paso o hacerles la vida tan miserable a estos migrantes, hasta que desistan por sí mismos y se vuelvan a sus lugares de origen.

    En los relatos migratorios, suele hablarse de «caos», «avalancha», «olas», «oleadas». Objetivamente, las cifras de migrantes son inferiores comparadas con las poblaciones de los países receptores. Estas narrativas que estigmatizan les han servido a políticos racistas y xenofóbicos para criminalizar y violar el derecho a la movilidad internacional y difundir entre sus ciudadanos la idea del migrante como amenaza o problema a erradicar.

    Por su parte, sobre la movilidad de género de las personas trans se ha repetido el tropo del «cuerpo equivocado». Estar en el cuerpo equivocado implica dos caminos: corregir para asimilar o para devolver. Se repite en algunas facciones del feminismo más conservador que «las trans habitan la categoría mujer para quitarnos derechos y espacios a las mujeres», así como también se estigmatiza a quienes dejan su país en busca de nuevas oportunidades en otros, pues «vienen a quitarnos los trabajos y nuestra tranquilidad ciudadana».

    La lógica del sistema basado en el rechazo a las personas trans busca deshumanizarlas y devolverlas al género asignado al nacer. La que opera tras el odio al inmigrante es parecida: deshumanizar y devolverlos a su lugar de nacimiento. Los que resisten, muchas veces se quedan en terreno de nadie, ilegales, sin documentos.

    Permanecer como cuerpos ilegales, vigilados, sin documentos y sin derechos en sociedades organizadas de modo que la vida fluye a través de esas nociones y prótesis administrativas, es negarles posibilidad de existencia o de movilidad, condenarles a la muerte.

    Entre los cubanos varados en Moscú que entrevistó El País en abril de 2020, estaba Yenifer León, una joven trans que había ido unas semanas a trabajar y comprar mercancía para vender en la Isla. Quedó atrapada en la capital rusa cuando inició la pandemia, sin muchas redes de apoyo, sin trabajo, sin saber cuándo podría regresar a La Habana y sin antirretrovirales. Los que llevaba consigo desde Cuba se habían agotado y no había esperanzas de que ese país le ofreciera ese tratamiento.

    Yenifer no solo era trans migrante y trabajadora sexual, también era seropositiva.

    Un mes después la joven fue noticia nuevamente. Había muerto de neumonía tuberculosa a la edad de 33 años, prácticamente sola, en una clínica para personas inmigrantes, luego de que en otras instalaciones hospitalarias se le negara la atención médica por ser portadora del VIH.

    «Su caso ejemplifica que si no sabes el idioma o las reglas, si no sabes navegar por la burocracia de papeles es como si no tuvieras derechos. Y más si eres una mujer trans en un país como Rusia», refirió a El País en aquella fecha Ana Voronkova, una voluntaria que ha ayudado a la comunidad de migrantes cubanos.

    En 2022 unos cuarenta expertos de la ONU y otros organismos internacionales firmaron una declaración conjunta en la que alertaron sobre la vulnerabilidad de las personas LGBTIQ migrantes, ya que la intersección entre ser una disidencia sexogénero y la movilidad, los colocan en una situación aún más frágil que la de otros migrantes y a menudo son discriminadas por motivos de sexualidad e identidad de género.

    Advirtieron además que estas personas, las cuales no pocas veces huyen también del machismo en sus lugares de origen, suelen enfrentar peligros similares o mayores de violencia, xenofobia, racismo, misoginia, marginación socioeconómica y aislamiento de las redes de apoyo tradicionales en sus lugares destino.

    ***

    El 30 de noviembre de 2023 el Tribunal Supremo de Rusia ilegalizó y declaró «extremistas» a las organizaciones internacionales que defienden derechos vulnerados de personas LGTBIQ+ y quedaron prohibidas sus actividades en todo el territorio ruso. Se podrá penalizar cualquier acción que las autoridades rusas entiendan como propaganda, publicidad, o que tenga como objetivo «generar interés y animar a integrar las filas del movimiento LGBT». Cualquier persona juzgada por ser parte de ese «movimiento» podría enfrentar hasta diez años de privación de libertad u otras responsabilidades penales, de acuerdo con su participación en actividades u otro tipo de acciones.

    Desde antes de la vista del Tribunal, varias organizaciones y defensores de derechos humanos advirtieron que el dictamen podría causar la persecución de activistas y aumentar la homofobia y transfobia en el país. Afirmaron que es absurdo considerar como un movimiento cívico a una serie de personas que pertenecen a un grupo social o están unidos por realidades, vivencias, características y necesidades concretas.

    Según Amnistía Internacional, este fallo es congruente con el «clima imperante en Rusia de homofobia generalizada promovida por el Estado».

    Por su parte, el alto comisionado de la ONU para Derechos Humanos, Volker Türk, condenó la decisión del Tribunal Supremo ruso y pidió a las autoridades de ese país que la reconsideraran. «Nadie debería ser encarcelado por trabajar por los derechos humanos, ni deberían negarse sus derechos humanos por su orientación sexual o su identidad de género», expresó en su comunicado.

    Aunque la homosexualidad en Rusia fue despenalizada en 1993, varias reformas, leyes y sentencias han generado preocupación y un clima de tensión e incertidumbre en los últimos años. En 2013, se aprobó una ley que prohibía «la propaganda gay» dirigida a menores. En diciembre del año pasado, esas restricciones se ampliaron a todas las edades. Ningún símbolo de la comunidad LGBTIQ puede aparecer en libros, películas, series, anuncios o programas de televisión.

    En 2020, la Constitución rusa fue modificada para dejar claro que el matrimonio se refiere a la unión entre un hombre y una mujer. De este modo se desconocieron las uniones entre personas del mismo género. Además, en junio de 2023, el presidente Vladímir Putin firmó una ley que prohíbe las operaciones de afirmación de género o conocidas como de «cambio de sexo».

    Algunos expertos afirman que Putin ha encontrado un chivo expiatorio en el movimiento LGBTIQ. Su intención es la de formentar una imagen de Rusia como guardiana de los valores morales y familiares tradicionales en su crítica a Occidente.

    Por la misma fecha en que se daba a conocer la sentencia del Tribunal Supremo ruso, el Festival Internacional de Cine de La Habana censuraba Llamadas desde Moscú (2023), un documental del realizador cubano Luis Alejandro Yero, que retrata la llegada a Moscú y la soledad de cuatro jóvenes gays en el contexto de la guerra de Ucrania.

    «Llamadas desde Moscú ha sido censurada por algunas frases incómodas que apuntan hacia el colapso y la falta de moralidad de un gobierno que apoya solapadamente la invasión de Putin a Ucrania, que ha llevado a la ruina a un país entero y provocado el mayor éxodo en la historia de Cuba —más de 500 mil personas en año y medio, el equivalente al cinco por ciento de su población—, que tiene a sus jóvenes dispersos por medio mundo y como algunos de los participantes de la película dicen, prefieren estar a menos 20 grados, ilegales y en el país más homofóbico de Europa, antes de regresar a Cuba.», expresó el director en sus redes sociales.

    El Gobierno de Cuba no ha votado a favor de ninguna de las resoluciones que la Asamblea General de la ONU ha promulgado contra Rusia. De hecho, en medio de esta guerra, ambos gobiernos han estrechado considerablemente sus vínculos, al punto de que entre los cubanos se habla de la posibilidad de una «rusificación 2.0» de la economía nacional.

    Dos meses vivió Yero en Moscú mientras rodaba su película. Su viaje también tenía el propósito de repatriar el cuerpo de Yenifer León. El consulado cubano en ese país consideró que devolverle el cuerpo de su hija a la madre que lo reclamaba no era un asunto urgente. La excusa: no se habían restablecido los vuelos regulares entre ambos países debido a la pandemia.

    Como tenía que ir a Moscú a realizar su proyecto audiovisual, Yero le prometió a la madre de Yenifer que le llevaría de regreso los restos de su hija, sin embargo, esto no pudo ser. «Nos comió la burocracia rusa. Había que tener el acta de defunción en ruso para entonces ir a ubicar el cuerpo en la fosa común que fue enterrada. Logramos dar con el cementerio, pero nunca con sus restos. Tampoco pudimos conseguir los papeles necesarios. Al final estalló la invasión, adelantamos de inmediato nuestros pasajes y nos fuimos corriendo de Rusia».

    El cineasta estuvo el tiempo suficiente para conocer de cerca y poder explicar la migración trans y de género diverso en Moscú. Para él se unió una tríada implacable: la desesperación de huir de Cuba, la falta de información sobre el país receptor y el miedo a exponerse, siendo trans, a rutas terrestres más peligrosas como la selva del Darién y la «ruta de los volcanes» por Nicaragua.

    «Luego unas empezaron a llamar a otras, se fueron creando grupitos como pequeñas células, donde se apoyaban… Al ver que los trabajos aquí eran malos, inseguros y que encima tenían que ir, en algunos casos, vestidas de hombre, ya que las echaban si las descubrían, prefirieron dedicarse al trabajo sexual. Muchas ya lo realizaban desde Cuba con muchos más temores, a pesar de que en Rusia hay una red de explotación sexual que ni te imaginas».

    Para Yero esto no es más que el largo ciclo de vulnerabilidad de las mujeres trans y travestis. Una cadena de violencias estructurales que responden a un sistema cultural, social, político y económico cimentado por la división binaria excluyente entre los géneros llamado cisexismo.

    Según las académicas mexicanas Siobhan Guerrero y Leah Muñoz: «Los cuerpos trans interseccionan sobre sí diversos tipos de violencias tanto misóginas como lesbobihomotransfóbicas que asimismo se cruzan con una precarización producida por el cisexismo y que van erosionando y corroyendo la posibilidad de una educación y un trabajo dignos, de cohabitar en familia y ejercer un oficio seguro. La cadena de violencias ya citada es así una cadena de la gradual pero profunda incircunscripción de un cuerpo que va siendo arrojado fuera de la protección de la ley y colocado como punible y desechable».

    Al recordar la historia de Yenifer es inevitable hablar del VIH. Según Yero, esto es un tabú en Rusia. No hay políticas públicas. Adquirir retrovirales para los propios rusos es complejo. «Muchas trans los obtienen gracias a sus proxenetas, quienes los consiguen en el mercado informal. Ellas los ven como sus salvadores. Imagínate, a muchas les garantizan trabajo (sexual), casa, comida, cierta seguridad y esos medicamentos».

    —Por suerte ya yo pasé esa etapa —dice Catalina del otro lado de la línea—. Ahora soy bastante independiente.

    Su contacto lo obtuve gracias a Alejandro Yero. Al escribirle para concertar la entrevista, me respondió enseguida: «Sí, mi amor, no hay problema con eso, pero tendría que ser cuando tenga un chancecito porque ahora estoy ocupada». El chancecito lo tuvo, por insistencia mía, una semana después.

    Cuando hablas con Catalina, camagüeyana de 33 años, sientes que estás hablando con una cubana que tuvo que aprenderse Rusia de punta a cabo y no hay quien le venda gato por liebre. Los seis años que lleva en el país no han sido por gusto.

    —Yo vine en una época en la que casi no había cubanos, así que te podrás imaginar.

    Cubanos siempre hubo, dice, pero no tantos como ahora. Se rentaban en apartamentos de tres cuartos, que podían albergar hasta 20 personas. En una renta así vivió ella.

    –Pero gracias a Dios vivo sola ahora y tengo mis cositas. Después de tanto trabajo que pasé, me enderecé y pude estabilizarme.

    En principio, fueron 620 dólares lo que le costó quedarse en Rusia. Digo en principio, porque hay que sumarle lo gastado en rentas, comida, gustos, multas, extorsiones, remesas, cirugías y uno que otro «retoquito».

    Dice Catalina que Rusia jamás y nunca fue como se la pintaron. Todos esos fabulosos trabajos de los que hablaban eran mentira. Al llegar, consiguió uno de limpieza en un hotel en el que le pagaban mil 100 rublos (unos 20 dólares). Tenía que limpiar 66 pisos durante 12 horas. Por eso prefirió el trabajo sexual. Al menos podría ser su propia jefa y decidir ella misma cuánto merecía.

    —¿Tú sabes cuánto hago yo con un cliente? Mínimo 6 mil rublos… y no llegan a la hora.

    Ocho meses atrás, recién operada de los senos, un cliente se negó a pagarle lo acordado y la agredió en la cirugía. Algunos se ponen pesados, dice, pero ella sabe cómo actuar en esos casos. Le ha tocado hacer de todo, hasta sacarle cuchillos y amenazarlos de vuelta.

    Como otras, decidió un día abandonar Rusia e intentar llegar a la UE. También como otras tuvo la desdicha de quedarse a medio camino. Fue interceptada en la frontera de Polonia con Bielorrusia. Permaneció dos meses encarcelada y le impusieron una multa de 600 euros. Volvió a Moscú cuando empezaba la cuarentena. Horrible lo que pasó, cuenta. No se podía salir a trabajar ni hacer nada. Sobrevivió gracias a unos rusos que entregaban donaciones y comida a los migrantes, entre ellos Ana Koronkova. Junto a varias organizaciones, Koronkova ayudaba a los migrantes a conseguir vivienda, pagar medicinas y hospitales, y dialogar con la embajada cubana en Rusia para resolver la situación migratoria de sus ciudadanos.

    —Nunca me he enfocado en ser legal —dice Catalina—. La policía aquí es corrupta, te obliga a darle dinero para dejarte seguir en lo tuyo. Dos veces me han cogido; una vez nos cargaron a mí y a una amiga, nos extorsionaron y nos dejaron en unos edificios abandonados.

    Cuenta que en otra ocasión la policía se tiró en una renta donde vivía y tuvo que esconderse detrás de una cortina. Primero los guardias pidieron los papeles de cada uno de los que allí se encontraban alojados. Luego dinero. Les dijeron que serían sus «padrinos». Por lo tanto, una o dos veces al mes irían a que les dieran ron cubano y dinero y nadie más les molestaría. «Cuando eso pasa tienes que mudarte», asegura Catalina. «Ellos allá en Cuba, los rusos, son recibidos y tratados como reyes. Los inmigrantes aquí somos bestias».

    Sobre el clima antiLGBTIQ en Rusia, Catalina dice: «De que hay su atravesado en la calle lo hay, como mismo en Cuba o en Dominicana. Las leyes a nosotras las cubanas no nos afecta mucho; a las de aquí sí. Tampoco es que haya una ley que nos proteja. Pero peligro corre tu vida en cualquier lado del mundo».

    Ahora desea reunir dinero para instalarse nuevamente en algún país de Europa donde al menos pueda vivir sin el susto de la policía. A Cuba no ha vuelto desde que marchó, ni piensa hacerlo. Hace seis años no ve a su madre ni a su hermana, aunque habla con ellas a diario.

    —No soy la más feliz del mundo, pero estoy bien, mejor que nunca. Me doy mis gustos, que en Cuba eso es imposible, y ayudo a mi familia, que ha quedado allá a esperas de que «eso» cambie.

    Nota: Este trabajo fue realizado en el marco de la formación para periodistas «Cambiar la mirada. Nuevas narrativas sobre migración», convocada por la Oficina Regional para América Central y el Caribe de Derechos Humanos, en colaboración con el Departamento Medios, Comunicación y Cultura de la Universidad Autónoma de Barcelona, y el Centre d’Estudis i Recerca en Migracions.

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