Alberto y Ariel salen al amanecer para «buscarse la vida» frente al mismísimo rostro de La Habana. Si la pesca va bien, quizá en la tarde consigan un buen dinero por todo un ensarte o por alguna sierra grande.

Dice Alberto que ellos tienen «el récord del emperador más grande de la Base de La Habana Vieja».


Para eso hay que madrugar y dejar pronto la protección de la bahía, internarse un poco en las aguas del Estrecho o bordear el perfil de la ciudad, todo depende de la secreta voluntad de los peces. Eso sí:

—Sin engó y sin carnada no se pesca nada —dice, proverbial, Alberto.

Si un día de estos usted se sienta en el Malecón y ve uno o varios botes que faenan sobre las aguas azules del litoral, deséele también muy buena suerte a los pescadores de La Habana.

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