¿Cuánto demora un cuerpo en descomponerse? 

    Leí que en el frío puede demorar hasta 12 meses. Yo he vivido casi toda mi vida en el calor; allí las cosas duran poco. Noventa y seis horas pueden resultar suficientes para que un cadáver sea esqueleto. Conozco muy bien la fermentación de los alimentos; traemos la caducidad en el ADN. Quizás por eso es fácil decirle a un recién conocido «mi amor». 

    Tengo bien estudiados los precios de los cafés económicos. Si guardara las facturas tendría la prueba exacta del día en que estuve en cada sitio. Tuviera la hora, la persona que recibió mi pedido, y el gasto en lo consumido. Pido siempre lo mismo por obligación: lo más barato. 

    Un té helado: 12 oz; precio: 0.98 dólares. Un brownie de 1.61 dólares. Precio total 2.60. Ese es el gasto estimado en mis visitas a los cafés. El dulce que me comí estaba viejo, duro, y me lo sirvieron frío. Supongo que no debo hacer muchos reclamos; mi cuenta no llega ni a los tres dólares.

    Si todo en el calor dura poco, ¿por qué la dictadura en Cuba aún se mantiene? 

    ¿Qué olor tiene un Estado fallido en proceso de descomposición? Me hago está pregunta por gusto; estoy seguro que ya he sentido ese vaho. 

    La cajera que me atendió se llama Alexandra Isabel. La factura no tiene número de identidad; sigo estando irregular. No tengo visa, ni estoy naturalizado; más bien en este tiempo me he desnaturalizado. El olor de una revolución en descomposición es el olor de la tela pudriéndose. Un tejido que se deshace. Ese olor lo percibí por vez primera cuando limpié una zanja. Me contrataron para hacer ese trabajo. La zanja quedaba detrás de una casa; la dueña era una señora que vivía sola. Ella misma había echado los desperdicios que mantenían atascado el mínimo caudal de un riachuelo.

    Sigo en el café. Utilizo una servilleta de papel para soplarme la nariz. Pensé que no iba a sonar tan fuerte el estornudo. Algunas personas voltean sus cabezas al oír el ruido. Otros me miran de reojo. Meto el dedo índice en la nariz. Saco un moco y lo pego en la servilleta que está encima de la mesa. Naturalmente estoy solo.

    La Revolución al principio tuvo un olor sexy, pero no elegante; siempre careció de refinamiento. Su olor era a trabajo voluntario, a proletariado, al sudor de los guardias. Al vigor de los jóvenes que pasaban el Servicio Militar Obligatorio. Al olor de los pies sudados de los militares que pasaban todo el día entrenando con aquellas botas rusas pesadas. Al olor de la ropa lavada con jabón Batey. Sin suavizante (no existía). 

    Ahora me percato de que no había nada que suavizara aquellos días, pero tal ausencia no se notaba en aquella época.   

    Las prendas en la zanja se deshacen; se despellejan. La zanja: un río pequeño, triste, convertido en vertedero. Definitivamente me gusta la ropa de segunda, usada, con vida, a medio camino (hacia la muerte). Es la vida, el uso, lo que te lleva al deterioro. 

    Al principio no se siente el olor abominable. Hay mucha ropa interior. Lo sé por el elástico en la faja, que se mantiene intacto, aunque demasiado estirado. La cintura de la vieja que me contrató (para hacer el trabajo) estuvo en algún momento dentro de esa ropa interior. No hay duda que esas prendas fueron de ellas; cerca no hay otras casas, y ella siempre ha vivido sola. 

    La señora se acerca con un pañuelo en la nariz. Le desagrada el olor que ella misma ha provocado. Me trae algo para beber, un jugo de frutas. Utiliza un vaso plástico roto. 

    La señora cree que soy abominable y sucio como la basura que ella vertió en la zanja. 

    —Toma este jugo, mi hijo —dice la mujer con sus labios fruncidos pero muy bien pintados. 

    No puede disimular su asco al verme en medio del lodazal. La mujer sabe que he publicado algunos libros.

    Es increíble ver cómo la vida surge en medio de la podredumbre. Los gusanos se desplazan entre el fango y las telas podridas. 

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    Yanier H. Palao
    Yanier H. Palao
    Yanier H. Palao (Cuba, 1981). Escritor y artista plástico. Sus manos han envejecido prematuramente por su antigua labor como restaurador. Sus manos han acariciado más la piedra de cantería, el yeso, las rejas de hierro, que la piel humana. Le interesa lo escondido, recoger fragmentos, desechos, con ellos construye artesanías que después vende. Le hubiera gustado ser arqueólogo. Ha publicado, entre otros, los libros: Sombras del solo (Ed. Holguín, 2005), Peces en bolsas de nylon (Ed. Ávila, 2009), Música de fondo (Ed. La Luz, 2010), A la intemperie (Ed. Holguín, 2011), Vaciados (Ed. Aldabón, 2011), Esteros (Ed. Abril, 2013). Ha recibido numerosos premios entre los que se encuentran el “Premio Calendario” en Poesía, 2012 y la beca de creación literaria que otorga el proyecto “Torre de Letras”, 2016. En el 2018 publicó Óxido por Letras Cubanas. Recientemente ha salido a la luz País excéntrico, publicado por Iliada Ediciones.
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