‘Esta es tu casa, Fidel’ de Carlos D. Lechuga: Cuando la historia de una familia es la de un país

    ¿De qué manera un niño que deseaba la muerte de su abuelo (embajador de Cuba en la ONU e interlocutor de John F. Kennedy durante la Crisis de los Misiles) para poder ver a Fidel en el velorio termina convertido en un exiliado de la Revolución cubana? Al parecer, basta con mirar al pasado y desenterrar ciertos recuerdos. Justo eso hace Carlos D. Lechuga (La Habana, 1983) en Esta es tu casa, Fidel (De Conatus, 2024), una excelente memoir que relata los entresijos de una familia mientras nos muestra, en paralelo, la historia de un país.

    En el libro —que parte de la niñez del protagonista—, el totalitarismo, la adoración al Gran Líder, las lealtades políticas, los oportunismos y los desencantos, se cuelan en un hogar cuyas dinámicas a veces parecen girar más en torno a la Revolución que a las individualidades de sus miembros. Los microrrelatos de varias generaciones, con sus momentos entrañables y sus miserias, son los hilos con que se teje el macrorrelato de una dictadura que hizo creer al mundo que la utopía marxista podía ser real y latinoamericana.

    Lechuga, cineasta de reconocida trayectoria dentro y fuera de la isla, aparta la cámara para desmontar en estas páginas el mito de la Revolución cubana, un proyecto que prometió el fin de las clases sociales y acabó empoderando una casta. A diferencia de otros testimonios cubanos que han pasado a la literatura, este procede de un lugar ciertamente privilegiado que permite diseccionar el poder desde sus entrañas, cuestionando las prebendas en una sociedad que proclama el igualitarismo y se exporta como modelo político. Mientras, la figura de Fidel Castro, inalcanzable y carente de forma, gravita alrededor de cada escena como un fantasma sutil.

    En Esta es tu casa, Fidel (disponible en las librerías de España a partir del próximo 6 de marzo), el autor echa mano a un lenguaje sin ribetes, directo, que deposita toda la carga emocional en ingeniosas escenas y personajes entrañables que evolucionan y recorren todos los puntos del espectro moral al interior de una familia. Para que no se molesten los muertos que asoman en el libro, Lechuga ha puesto flores amarillas dentro de grandes jarrones en una casa en Barcelona. Frente a ellas, accede a responder estas preguntas.

    DAA: Los cubanos conocemos a Carlos D. Lechuga más como cineasta (y columnista) que como escritor. ¿Cómo fue el proceso de concepción de este libro y qué diferencias guarda respecto al de una película? ¿Con cuál te sientes más cómodo?

    CDL: Yo estudié cine. Lo que más me apasiona es el cine y, por varias razones, desde que estaba en Cuba vi que se me iba a complicar poder dirigir. Entendí que tenía que diversificar y no poner todos los huevos en una misma canasta. Entonces, gracias a una amiga, en 2019 me dediqué también a escribir columnas, y de eso viví. Siempre me he sentido como un intruso porque llegué tarde a la lectura y soy más de lo visual. Ahora estoy leyendo más que lo que veo películas. Antes hacía guiones, por supuesto, aunque hay quien no considera el guion una pieza literaria.

    Este libro nace de una necesidad muy personal. Estaba solo en Madrid, sin saber muy bien qué iba a pasar el día después ni para dónde iba a arar la vida, como le sucede a muchos migrantes. Me vi con 40 años, desempleado, y me pregunté: «¿cómo he terminado aquí, sin mis amigos, sin mi familia?». Entonces empecé a tirar un poco hacia atrás, hacia el pasado, y salió algo como un vómito. Este libro lo que hizo fue sacarme de adentro muchas cosas dolorosas; yo solo las fui poniendo en un papel. Primero escribí unas 15 páginas, y lo dejé. Pasaron varios meses, aparecieron otras cosas, y terminé por retomar la novela en el tiempo que otros trabajos me dejaban. Fue un proceso largo. Cuando acabé la primera versión, que algunas personas leyeron, pasé otros cuatro meses trabajándola duro.

    Una película siempre me resulta más fácil porque vengo de escribir guiones. Aunque hay ciertas similitudes en ambos procesos. Las estructuras y otras cosas heredadas de la dramaturgia del cine me sirvieron para esta novela. Incluso hay escenas y capítulos que parten de una idea visual, aunque siguen siendo cosas diferentes.

    Ahora me siento con más ganas de escribir otro libro y no un guion. Lo que más me hubiera encantado en la vida es hacer guiones y películas, pero por ahora no puedo. La vida me fue llevando por estos caminos insospechados.

    Cuando dices que Esta es tu casa, Fidel sacó muchas cosas dolorosas de ti, ¿a qué te refieres?

    En general, fue un proceso doloroso porque tuve la suerte —o la mala suerte— de descubrir algunas cosas que no sabía sobre algunos miembros de mi familia mientras escribía. Me llegaron unos diarios de Allen Ginsberg, unos archivos de la CIA. Dolió también por cuestiones éticas. Uno siempre se pregunta cuánto se puede contar, cuánto no, si la familia va a cambiar después de escribir esto, si te van a culpar. Pero la necesidad de escribirlo fue mayor.

    También es doloroso porque me obligó a preguntarme ¿qué hago aquí? y mirar al pasado para comprender cosas que en su momento no entendía del todo. Fue, además, una manera de tener a mi madre cerca, un cúmulo de conversaciones pendientes y cosas que no se dijeron por timidez, por vergüenza.

    Hay dolores que sentí y son compartidos por otros cubanos que no están en Cuba. Muchos nos preguntamos: ¿por qué estamos lejos?; ¿qué fue lo que pasó? A veces envidio a esos cubanos que están fuera del país y no guardan ningún sentimiento hacia Cuba, gente que le va bien en lo económico y se rehace. Pero a mí Cuba me duele, y entendí que debía desnudarme para entenderla y entenderme. No fue una estrategia para ganar lectores, para nada. Conté esta historia porque era un camino que debía hacer yo. Invocar a todos esos personajes que estuvieron a mi lado me hizo sentir acompañado, pues, en la realidad, toda la fauna de amigos, amores y desamores que me rodeaba ya no está cerca y ha cambiado.

    Siempre pensé que escribiría este libro con 60 o 70 años, pero tuve que hacerlo ahora para que todo lo que cuento, todo lo que he dicho antes, no se enquistara en mí. Al final, lo escribí para estar mejor conmigo mismo.

    La historia de una familia cuenta siempre un poco la historia de un país. Pero en tu familia y, por supuesto, en tu libro esta correlación se vislumbra todavía más. ¿Cómo crees que se ha metido la Revolución o el totalitarismo, en sus distintas etapas, dentro de cada familia y cada casa en la isla?

    Mientras escribía, comencé a percatarme más de que lo que yo sentía que pasaba en mi familia era lo que pasaba en el país; que mi familia, de alguna manera, era un reflejo de lo que sucedía en Cuba. El efecto que Fidel causaba en el pueblo, su relación con la gente, podía ser como la relación entre mi abuelo y algunos miembros de la familia. Mi hogar era muy revolucionario, y en el libro se explica cómo estaba presente todo el tiempo la figura de Fidel Castro y el imaginario de la Revolución, y cómo eso llegó a ser incluso más importante que lo que le pasaba a cada uno de los miembros. Había una imagen que mantener y un dios al que venerar llamado Fidel Castro.

    Con los años, me he dado cuenta de que mucha gente a mi alrededor no pudo nunca salir de un clóset emocional, político, sexual, religioso o artístico. Querían hacer algo y no podían por la Revolución. Si eras tú mismo, te iban a dar con una regla en la mano, como si fueras un niño que merece un castigo. Esa idea traté de plasmarla en el libro desde la mirada de un niño, y después de un joven, sentado en el sofá de una casa en Cuba. Esa persona, pasado el tiempo, se preguntaba: ¿qué pasó con el proceso revolucionario?

    El castrismo ha trastornado un poco a los cubanos, a veces de maneras insospechadas, ¿no?

    Tengo una amiga que dice todo el tiempo que los cubanos estamos rotos. Y algo de razón tiene, porque no es fácil ser una especie de ratón de laboratorio sometido por 65 años a sacrificios y expectativas entremezcladas con represión, vigilancia y falta de alimentos. Entonces terminamos creando una realidad paralela al mundo real. A veces uno se pone a pensar en las cosas que pasan en Cuba y se pregunta cómo aquello se le pudo ocurrir a alguien. Ni al demiurgo más aventajado se le hubiera ocurrido crear semejante orden de cosas que provoca comportamientos tan raros, tan tropicales, selváticos y erráticos.

    El libro vuelve sobre la figura de Fidel Castro de una u otra manera. A veces está presente como un infranqueable monolito de piedra en medio de la nada, y en otras como un fantasma que levita en los rincones de la casa. Más allá de su figura como dictador, ¿qué otros aspectos de Fidel Castro crees que faltan por contar?

    Uno siempre recuerda a René Ariza al final del documental Conducta impropia (1984)diciendo que hay que vigilarse mucho al Fidel Castro que uno tiene dentro. Y creo que hay tantos eventos, tantas historias ocultas, tantos papeles que uno nunca llegará a leer… Los alemanes salvaron mucho tras la caída del Muro de Berlín y tuvieron la disciplina de abrir esos documentos para entender un poco más lo que había sucedido durante los tiempos del comunismo. Pero no sé si en Cuba eso pase. No sé siquiera si esos papeles sobre Fidel Castro, tras su muerte, existan.

    El tiempo es asombroso, y hay discursos suyos que uno ve ahora y dice: ¿cómo es posible que le creyeran a este loco?; ¿cómo es posible que siguieran a ese hombre con la violencia que transmitía? El tiempo pone todo en su lugar. No sé qué historia de Fidel Castro puede faltar por contar. A mí me gustaría algún día dirigir una película de sus últimas 48 horas de vida, pero sé que se van perdiendo muchas cosas por la gente que tiene miedo de hablar, por los que murieron, por los papeles que se quemaron.

    Dicho esto, prefiero que se cuente la historia de los cubanos y que de ese señor se deje de hablar. Prefiero que la yerba consuma el monolito de Santa Ifigenia donde descansan sus restos y la gente pase a otro momento, que el personaje nefasto que fue pase al olvido.

    Más allá de una segura represalia, ¿qué diferencia hubiera hecho escribir este libro en Cuba? ¿Qué crees que le aportó tu condición de exiliado?

    Nunca podría haber escrito este libro en Cuba, porque mi condición de exiliado me aportó la distancia, y yo necesité tomar distancia de todo para entender un poco más.

    Ya en la distancia, cuando me vi con frío, solo, sin que nadie me llamara para preguntarme si tenía un plato de arroz y frijoles para vivir, me pregunté: ¿qué ha pasado conmigo? Cuando perdí todos los beneficios de ser un blanquito de El Vedado y nieto de mi abuelo, cuando me vi en la calle, empecé a cuestionarme muchas cosas.

    Pero todos los días me levanto antes de que amanezca, miro al cielo y me siento feliz, porque ahora es que me voy a probar escribiendo y como cineasta. Perdí cosas, por supuesto: a los amigos del barrio, la tranquilidad atmosférica que da sentirse parte de un lugar. Pero he ganado otras cosas.

    ¿Te gustaría hacer una película sobre tu propio libro o crees que no debe ser llevado al cine?

    Sí, me encantaría hacer una película sobre mi propio libro, pero lo haría en una casa cerca de una playa en República Dominicana. No me veo regresando a Cuba a filmar esto; ni aunque se caiga la dictadura. Necesito cierta distancia y contar la historia de esta familia como si fuera una ajena.

    Una de las cosas que más llaman la atención del libro es lo marcado de los choques generacionales. Es fácil advertir las diferencias entre la generación de tus abuelos, la de tus padres y la tuya en el seno de esta familia. ¿Cómo crees que es la generación que sigue a la tuya en Cuba, cómo enfrenta la realidad del país, su presente terrible, su pasado de falsas glorias?

    El problema generacional siempre me ha interesado mucho. En Cuba el tiempo se ve de otra forma, porque una persona de 70 años, para los estándares de la Revolución, es joven —cuando la comparas con los líderes, que casi todos tienen 90 años. Entonces, esas personas septuagenarias, que no han podido realizarse por temor a un castigo, hacen pensar a uno en cuánto tendrá que esperar para lograr esa realización. Ver a gente de 60 y 70 años tronchando y poniendo traspiés a los jóvenes para que no lleguen a ningún lugar, solo porque ellos no pudieron hacerlo, siempre me ha interesado.

    La generación que viene no vio nunca a Fidel Castro en la televisión en vivo y se encontró con un país destruido, y por eso solo quiere marcharse. Son jóvenes a los que les da igual Fidel, la historia, todo. Yo soy de una generación anterior. Tengo 40 años y, como aparece en el libro, agité banderitas, pedí la liberación del niño Elián González y participé en todas esas boberías con las que te robaban el tiempo. Pero los jóvenes de hoy llegaron con un celular en la mano, viendo la represión, viendo el desastre de país que les dejaron, que no hay comida y que afuera se está mejor económicamente y hasta espiritualmente en algunos casos.

    A las personas de la generación de mis padres les cuesta creer que este es el país que levantaron. Ahora les recriminan a sus hijos su actitud, pero la verdad es que ayudaron a crear un país monstruoso. La mía es una generación que lo sufrió, pero vendrán dos o tres que pasarán por ese sufrimiento, y de aquí a cien años nadie se acordará de la Revolución.

    No sé si la generación que viene piensa en ese pasado lleno de falsas glorias. Los otros días, alguien más joven que yo me dijo: «Tu problema, Carlos, es que todavía crees en la obra, pero nosotros no. Nosotros nos fuimos de Cuba y no creemos ni en la obra ni en nada. Solo queremos vivir».

    ¿Qué tanto crees que falta contar sobre Cuba? ¿Qué cosas específicamente?

    Yo creo que mientras se cuente desde la necesidad de contar, hay material para toda una vida. Siempre aparecen cosas nuevas. Ahora mismo alguien puede estar escribiendo algo sobre Cuba, algo alejado de la política, y que aun así tenga fuerza. Hay mil maneras de contar un tema sin agotarlo.

    ¿Cómo definirías tu relación con Cuba actualmente?

    La verdad es que he perdido toda conexión con lo que pasa en la isla. Yo he opinado y escrito porque viví 40 años allá, porque me duele mi país, pero ahora no tengo más idea de cuanto sucede en Cuba que lo que me cuentan mi madre y algunos amigos. Llevo dos años fuera de Cuba y solo sé que el país empeora a cada segundo.

    En España habito una nueva realidad. Tengo una hija; debo levantarme todos los días temprano para trabajar y tener dinero. Estoy todavía en un limbo, y ni siquiera ando al tanto de la política española, ni me interesa tanto, porque trabajo para pagar la renta cada mes, con una sensación de apremio económico mucho más fuerte que la que vivía en Cuba.

    Recuerdo ahora una anécdota de Cabrera Infante. Cuando terminaba de presentar un libro, un muchacho le hizo una pregunta: «Aquí todo es gris, está la lluvia de Londres… ¿tú no extrañas el sol de Cuba?». Y él contestó que no, que siempre había sido más de las sombras, de lo gris, que se sentía muy tranquilo en Londres. La Cuba que yo extraño no es ese cliché, sino sensaciones y personas: mi madre, amigos que ya ni siquiera viven allá, momentos, novias, y la sensación de caminar por una calle diciendo «este es mi país». Eso último no se siente aquí la mayoría de las veces. A nosotros nos robaron Cuba, nos secuestraron. Y aunque uno afuera pueda levantarse a hacer spinning y leer cómodamente, Cuba sigue ahí.

    Cuánta gente no esperó durante décadas ver en las páginas de The New York Times el titular «Se murió Castro». Y, mira, Castro murió y sigue la misma mierda. Nos secuestraron, pero es un secuestro energético que nos mantiene en vilo. Aun cuando uno se desentiende de lo que pasa en el país, no lo hace mentalmente. Es decir, puedes olvidarte de a cuánto está el dólar en la calle o de dónde y cómo se consigue el pollo para comer. Pero nunca puedes desconectar por completo de Cuba, sobre todo si te preguntas qué pasó para llegar hasta aquí.

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    Darío Alejandro Alemán
    Darío Alejandro Alemán
    Nació en La Habana en 1994. Periodista y editor. Ha colaborado en varios medios nacionales e internacionales.
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    3 COMENTARIOS

    1. Copio:

      Hay discursos suyos que uno ve ahora y dice: ¿cómo es posible que le creyeran a este loco?; ¿cómo es posible que siguieran a ese hombre con la violencia que transmitía?

      Simple. Como dice Cubadebate. Fidel era muy hermenéutico. Ja ja ja ja

    2. […] El proceso de escritura de Esta es tu casa, Fidel fue complejo y doloroso para Lechuga, quien tuvo que enfrentarse a revelaciones inesperadas sobre su familia. En palabras del autor: “En general, fue un proceso doloroso porque tuve la suerte ―o la mala suerte― de descubrir algunas cosas que no sabía sobre algunos miembros de mi familia mientras escribía”, dijo a El Estornudo. […]

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