Aunque fui un niño bueno, nunca conocí a los reyes magos

    Luis Manuel pasa su lengua por las esquinas del paquete vacío. Antes de hacer este gesto ya ha observado minuciosamente el envoltorio para ver cuán deteriorado está. Lo tanteó con sus manos, lo olisqueó. Solo al final, con un poco de vergüenza, se decidió a meter la lengua. No tiene hambre, pero cualquier resto de chocolate alegra, más en un barrio como el Cerro, donde siempre son los otros, gente desconocida, extranjera, los que se comen esos dulces. En Cuba hay una sola fábrica de chocolate, la que inauguró el Che Guevara con tecnología alemana en 1963 en Baracoa, Guantánamo, cuando era ministro de Industrias.

    Ni chocolate en la mano, ni derretido en la boca, podría haber pensado irónicamente Luis Manuel de haber conocido la frase promocional de M&M’s. 

    Luis Manuel mira, con frustración, el objeto encontrado. La bolita roja de chocolate le apunta con una mano enguantada y con la otra señala la marca. «¿Has tenido un mal sueño?», parece decirle uno de los spokescandies. Se lo guarda en el bolsillo. Aunque no consiguió ningún pedacito de chocolate, el paquete de plástico está casi nuevo y eso le saca una sonrisa. Entre los amigos, que como él coleccionan e intercambian envoltorios brillantes de confituras, será motivo de envidia. 

    Estas imágenes de la infancia moverán luego al Luis Manuel Otero Alcántara adulto a crear la obra de arte Caramelos sin saliva, con pinturas de medio y gran formato donde serán protagonistas las envolturas de M&M’s, Chupa Chups, Nesquik, Chubi, Chiclets Adams, Bon o Bon, Nutella… La confitura en sí misma nunca aparece en estas piezas realizadas en marzo de 2021, más bien es su representación comercial, el papel de aluminio, el propileno, la etiqueta, el ruido de los chiclets al moverse dentro su caja, la aspiración sorda del Nestlé por el conejo Quicky. Esta revisión de lo que fue vedado para él y para el resto de su generación en la década de 1990, le permitirá hablar, desde lo superfluo y lo singular que puede ser una confitura, acerca de las dinámicas de socialización de los menores en Cuba, el acceso a la comida y a ciertos productos extranjeros, la desigualdad social y, sobre todo, los deseos de los niños. 

    «Coleccionamos los colores, el plástico, la basura… solo los olores [que quedaban en el envoltorio] y el dibujo del dulce que nos alimentaba la imaginación», escribió Luis Manuel sobre el trasfondo de esta serie pictórica, por la que, más tarde, en abril de 2021, haría una huelga de hambre. 

    Lleva chiclets Adams, lleva sabor 

    De la serie Caramelos sin saliva, obra de Luis Manuel Otero

    Entendida como un ejercicio de protesta, frente al hambre insatisfecha que se repite de forma cíclica y generalizada en Cuba, Caramelos sin saliva llegó en medio de la pandemia de COVID-19. A tres meses de la desaparición de la doble moneda en la isla y de la aplicación de nuevas reformas económicas que tomó el nombre de «tarea ordenamiento». A un año de que el Estado cubano cerrase sus fronteras. Y a año y medio de la formalización de las tiendas en MLC, espacios destinados por el gobierno a «captar divisas» que han recibido el rechazo de la población y de los economistas, puesto que alimentos y otros productos de amplia demanda (con inestabilidad) en forma discriminatoria: solo quienes reciben remesas del extranjero, a través de tarjetas magnéticas, pueden consumir en estas tiendas. 

    Caramelos sin saliva empezó a divulgarse en redes sociales, como buena parte de las últimas obras de Luis Manuel. Cada nueva imagen iba acompañada de una anécdota de su infancia. Su centro no era ensalzar la confitura, y no porque Luis Manuel asuma la conciencia occidental, avalada por la OMS, acerca de que dulces, helados y otros productos con exceso de azúcares y grasas sean perjudiciales. No. Eso no le interesa. 

    «Nos movíamos como moscas detrás de los yumas o extranjeros. La única palabra en inglés que sabíamos era “one dollar”. Alternábamos el “one dollar” con el “dame un chicle”. […] Antes de dormir se guardaba en la gaveta del refrigerador aquel pedazo de goma incolora. Y en la mañana sin desayuno alguno, volvía a tu boca aquella pastilla masticable. En la escuela todos los niños querían un pedacito de chicle, y allí en medio de la clase, el privilegiado se sacaba de la boca esa goma y la compartía», ha narrado Luis Manuel en su perfil de Instagram.  

    De la serie Caramelos sin saliva, obra de Luis Manuel Otero

    Durante esos años, en los que Luis Manuel recolecta envoltorios, o pide confituras como limosna, las golosinas que pueden permitirse la mayoría de los niños cubanos son los refrescantes durofríos, las cremitas de «leche», los pirulís hechos solo a base de azúcar derretida (sin mezclar con limón ni saborizantes, como pueden indicar algunas recetas). También se podía encontrar cierta variedad de dulces de coco: los coquitos correosos, los amelcochados, los duros, los acaramelados, y los de Baracoa, que importaban algunos hacia la capital, puntual y clandestinamente, y que venían envueltos en yaguas de palma. 

    Quedaría por nombrar el turrón de maní molido, aunque quizás muy poco del que se elaboró en aquella época podía distinguirse como un «producto concentrado, rebosado en grasa natural, altamente nutritivo, y con el punto exacto de azúcar», sello por el que se identificaba en los años cincuenta la famosa crema de maní de la familia camagüeyana Roselló. 

    Dentro del imaginario popular cubano, la privación de golosinas de mejor factura, o extranjeras, para los niños y también para los adultos, no se ha visto nunca con indiferencia, sino más bien como un problema familiar a resolver. Un ejemplo reciente pudo leerse el 18 de septiembre de 2020, en una sección reservada a quejas de la ciudadanía en la edición impresa del periódico oficialista Venceremos de la oriental provincia de Guantánamo:

    Guantanameros sugieren a la gerencia de la tienda de productos en MLC situada en las calles Los Maceo esquina a Prado, se valore la posibilidad de cambiar de lugar las confituras visibles a través de la cristalería que da para esta última arteria y colocar otro producto, porque llaman mucho la atención de los niños, y es complejo explicarles la imposibilidad de los padres para comprarlos por no tener acceso a esa moneda, cuestión que ante la incomprensión de los pequeños, por lo general, les provoca el llanto.

    El absurdo de esta denuncia, que se hizo viral en redes sociales, culminó con una respuesta en el mismo periódico, de la mano del gerente general de la Sucursal Cimex Guantánamo: «Tal y como se sugirió […] las confituras perceptibles a través de la cristalería en la tienda de productos en MLC […] fueron acomodadas en la fuente o pasillo, en un lugar menos visible al exterior de la unidad». 

    Solo unos meses después de esta publicación oficial que anunciaba la permanencia de la precariedad, Luis Manuel se propuso hacer un cumpleaños colectivo, en su casa de La Habana Vieja, para los niños de su barrio, San Isidro. Intentó realizar la celebración el 5 de abril de 2021, y con ella también abriría al público, sin autorización oficial, la muestra Caramelos sin saliva, con las obras de la serie homónima. 

    La imagen que trascendió ese día no fue la del estado de sitio a que fue sometida, por enésima vez, la vivienda de Luis Manuel por parte de la policía política. Tampoco fue su directa en Facebook, donde manifestaba que saldría a repartir caramelos y libros de cuentos, pese a cualquier amenaza. La instantánea de ese día fue la de un payaso (invitado a la celebración) de cejas azules, mejillas tímidamente coloreadas, peluca ensortijada, polícroma, y sonrisa blanca, despidiéndose de San Isidro desde el interior de una patrulla de policía. Solo 11 días después de este hecho violento, las pinturas de la serie Caramelos sin saliva serían destruidas. 

    Luis Manuel Otero y el payaso invitado a la celebración

    A pesar de ser un niño bueno yo no conocí a los reyes magos

    La actual vivienda de Luis Manuel, en Damas 955, es una antigua casa colonial. Su puntal alto, su patio interior y sus grandes ventanales, característicos de este tipo de construcciones eclécticas, estaban pensados para una mejor entrada del aire y de la luz natural. Sin embargo, cuando Luis compró la casa en 2017 (un lujo que pocos cubanos pueden permitirse), San Isidro estaba en un estado ruinoso, pese a estar rodeado por las labores de reanimación de la Avenida del Puerto de La Habana, que gestaba la Oficina del Historiador de la Ciudad. Tal proyecto deseaba convertir buena parte de la bahía habanera en un paseo turístico. Incluyó la remodelación, de entre otros inmuebles, del atracadero de las lanchas de Regla y Casablanca, de los Almacenes de San José, y del antiguo Almacén del Tabaco y la Madera (hoy cervecería punteada por Tripadvisor con un 3.5). 

    Tal contexto no asombra, dado el crecimiento desmesurado de la inversión estatal que se observa desde 2016 en el sector del turismo, en contraste con otros rubros como la educación, la salud, la agricultura o la propia vivienda, según investigaciones publicadas en medios independientes como El Toque. Solo por compartir algunas cifras recientes de la Oficina Nacional de Estadística e Información (ONEI), en los primeros tres meses de 2022, la edificación de hoteles, así como otros aspectos relacionados con el turismo, concentró el 35 por ciento de las inversiones totales, frente al 1.7 por ciento invertido en sanidad pública o el 1.2 por ciento destinado a la educación. 

    Cuando Luis Manuel realiza su huelga de hambre y sed en abril de 2021, lo hace en este espacio de vigas al descubierto y paredes descorchadas, húmedas y agrietadas; aunque ya había conseguido reparar precariamente las tuberías del agua y derribar una habitación que le achicaba el espacio, destinado a desarrollar proyectos culturales independientes, más que a una residencia al uso. 

    Esta no era su primera huelga, hacía solo cinco meses Luis Manuel había protagonizado una protesta similar en esta misma casa, exigiendo la liberación de un amigo músico, Denis Solís, condenado en un juicio sumario a ocho meses de cárcel por el supuesto delito de desacato. En esa oportunidad la hizo con 14 personas, y el gesto solidario, seguido en redes sociales a través de lives, trascendió con el nombre de «los acuartelados de San Isidro»

    Sin embargo, esta huelga es distinta. Luis Manuel la hace en solitario, nuevamente sitiado por las fuerzas del régimen, pero sin acceso a Internet, y sin poder recibir visita alguna. También la motivación causa conflicto ante la opinión pública. Poner la vida en riesgo por la devolución de unas obras de arte secuestradas por el régimen o, en su defecto, pedir una indemnización por ellas, no es una causa que sensibilice; aun cuando Luis Manuel, en ese momento, sea uno de los artivistas más visibles de Cuba. 

    El escenario de esta huelga —si bien es resultado de una afrenta inaceptable, como fue la irrupción violenta en la casa de Luis Manuel el 16 de abril de 2021 por parte de agentes de la Seguridad del Estado y la sustracción (y posterior destrucción según un video grabado en directo del allanamiento) de las obras pertenecientes a la serie Caramelos sin saliva— se acerca muy poco a las condiciones óptimas que deben acompañar a un huelguista para que su protesta sea efectiva. 

    Según Guillermo del Sol Pérez, opositor y periodista cubano de 57 años, quien ha realizado hasta 14 huelgas de hambre, hay algunos factores indispensables: 

    El huelguista no puede ni debe estar solo. Primero por la preservación de su vida y segundo por motivo de credibilidad. Tienen [sic] que haber presente personas que autentifiquen la abstinencia de alimentos. Por otra parte hay que atender [a] las personas que se presentan a visitarlo, ya sean negociadores, instituciones religiosas, diplomáticos o los hermanos, vecinos y personas que en ocasiones, hasta por curiosidad[,] quieren conocer a la persona que realiza un esfuerzo sobrehumano. Además hay que leer, estar actualizado de la situación, hay que estar dando partes a la prensa y sobre todo no dejar de comentar sobre lo que se pide en cuestión.

    De la serie Caramelos sin saliva, obra de Luis Manuel Otero

    Luis Manuel no es ingenuo, aunque deposite una confianza desmedida en las posibilidades movilizadoras de sus acciones y en las del colectivo que coordina, el Movimiento San Isidro: un grupo de artistas, activistas productores y comunicadores fundado en septiembre de 2018, en medio de la campaña Artistas Cubanxs contra el Decreto 349, que pondera el ejercicio cívico y la ocupación de los espacios públicos, y aboga por la pluralidad política en la isla mediante el diálogo y las acciones artísticas.   

    Luis Manuel conoce las limitaciones que le rodean y, ante todo, conoce su cuerpo. Sabe que en los primeros días de ayuno se consumen todas las reservas de glucosa y azúcar. Que en las huelgas influyen el clima, la toma o no de líquidos, el estrés, las enfermedades que padezca el huelguista. Sabe que lo ideal es estar acompañado por un equipo médico, o al menos por un sanitario que monitoree los signos vitales. Sabe que puede ir perdiendo el sentido de orientación, que puede aguantar más si se siente apoyado, respetado y reconocido en sus exigencias. También sabe, gracias a otros huelguistas cubanos, que puede experimentar «alucinaciones, visiones, apariciones, experiencias extrasensoriales, delirios, recuerdos con visos de realidad». Y, sobre todo, sabe la importancia del tiempo. 

    Sin embargo, Luis Manuel, en medio de esta huelga que se extenderá desde el 25 de abril hasta el 2 de mayo, insiste en que «no se va a despedir de la manera que ellos [las fuerzas del régimen] quieren: con represión, con presidiarios que le agredan, o loco en una prisión». Según sus propias palabras, obtenidas mediante llamadas telefónicas diarias, como único saldría de su casa era apestando: «Que la peste de mi cuerpo sea la peste de la libertad», dice. 

    Luis Manuel fue sacado de su casa a la fuerza por agentes de la Seguridad del Estado cubano en la madrugada del 2 mayo, y llevado al Hospital Calixto García de la capital, donde estuvo recluido bajo vigilancia militar e incomunicado durante todo un mes, con la complicidad de los médicos de ese centro público de salud. 

    Caramelos sin saliva sería la última obra que Luis Manuel haría fuera de la prisión, antes de ser sancionado a cinco años por los delitos de ultraje a los símbolos patrios, desórdenes públicos y desacato, tras intentar manifestarse el 11 de julio de 2021 junto a miles de cubanos. 

    No pudo imaginar que, en la cárcel de Guanajay, en la provincia de Artemisa, donde se encuentra recluido, protagonizaría otras cinco huelgas, no solo por su libertad, sino por otros derechos que les son violados a él y a otros presos. Los abusos generalizados, la mala alimentación, la retención de la correspondencia, las absurdas sanciones, los maltratos a familiares, las suspensiones de visitas, la imposición de los «planes de reeducación», o la solidaridad con otros huelguistas, son algunos de los motivos que inducen a una huelga. Aunque, por supuesto, la huelga en prisión es muy distinta. Lo primero que hacen los oficiales es incomunicar al recluso en una celda de castigo, minada de mosquitos, y esperar que, por cansancio o por fallas significativas del organismo, el ayunante ponga fin a sus demandas y ceda ante ellos. 

    El grito del hambre

    Después que se logra rebasar el «el grito del hambre», un fuerte dolor en la boca del estómago que ocurre entre el cuarto y el sexto día de huelga, según ha descrito el ya mencionado Guillermo del Sol, quizás lo más importante en esta modalidad fundamental de lucha no violenta sea evitar quedarse dormido… y el paso del tiempo.

    Ernesto Díaz Rodríguez, un expreso político cubano de la década de 1960 que realizó al menos 15 huelgas de hambre, ha descrito una de ellas (la realizada entre el 9 de noviembre de 1980 y el 9 de abril de 1981) de la siguiente manera: «En los días finales de la huelga, evitaba quedarme dormido, pues sabía que si el sueño me doblegaba ya no despertaría, y digo esto porque consciente me sorprendí, en más de una ocasión, dejando de respirar». 

    Estos son nombre de presos políticos que en los últimos dos años han protagonizado huelgas de hambre en Cuba: Lizandra Góngora, Angélica Garrido, María Cristina Garrido, Maikel Castillo, Yadir Ayala, Pedro Albert Sánchez, Walfrido Rodríguez, Chadrian Vila Sequín, Cruz García Domínguez, William Manuel Leyva Pupo, Andy García Lorenzo, José Daniel Ferrer, Ángel Luis Veliz Marcano, Bárbaro de Céspedes, Duanni Dabel León, Osvaldo Lugo Pita, Virgilio Mantilla, Rolando Castillo, Sara Aguilera, Eider Frómeta, Juan Miguel Arias Calas, Ramón Pérez Conde, José Rodríguez Herrada, Roberto Pérez Fonseca, Aníbal Yasiel Palau Jacinto, Maikel Puig Bergolla, Duniesky Ruiz Cañizares, Juan Enrique Pérez Sánchez, Manuel Velázquez Licea, Lidier Ramón Hernández Urbita, Nilo Abrante Santiago, Yasiel Martínez Carrasco, Carlos Ernesto Díaz González, Abel Lázaro Machado Conde, William Valera Suárez, Deyvis Javier Torres Acosta y Yosvany Rosell García Caso, José Ángel Díaz Ortíz, Leudis Arce Romero, Familia Miranda Leyva, Jorge Luis Gamboa Román, Erisdel Benítez, Dixán Gaínza Moré, Jorge Alexis Agüero Gómez…

    ¿Calmará a estos huelguistas de ojos vidriosos y piel apretada a los huesos el pensar, como que Luis Manuel, en el color que chubi da al chocolate?

    *Una versión de este texto apareció antes en la Revista Anfibia.

    **Este texto se trabajó en el Laboratorio de No Ficción Creativa llevado adelante por Revista Anfibia, el Doctorado de Escritura en Español de la Universidad de Houston y la Maestría en Periodismo Narrativo de Unsam entre septiembre de 2022 y mayo de 2023.

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