Yuri Obregón se autodefine como un artista cubano que emplea la fotografía como «herramienta discursiva» al tiempo que se centra en «el cuerpo humano como soporte principal de conflictos de tipo social, ideológico, político, etc.».
Su serie Rostros reflexiona lúdicamente sobre el problema de la identidad. El autorretrato (selfie) no es más la confirmación de la unidad del yo a toda costa. Es testimonio gráfico de las fases impredecibles de una luna con infinitas caras.
Obregón no parece encontrar nada más natural que el artificio. Porque —lo entendemos por fin— todo ya era, y continuará siendo, de cualquier manera, artificio.
«Captar una porción de la realidad o abordarla desde un tratamiento documental no comporta relevancia alguna para la hechura de este proyecto», advierte sobre esta galería extraña. Pero lo extraño no es más que este modo en que el artista nos presenta —aísla y aguza en cada imagen— cierto ingrediente o partícula de la presunta normalidad: nacionalismo, autoridad, religión, consumo, incomunicación, censura, identidad de género…
«El interés principal radica en expresar el fenómeno desde un ejercicio crítico a la vez que creativo en el que el autor se somete a un performance donde asume como recurso la fotografía», se explica en el statement artístico de Rostros. «En este proceso, el propio rostro del autor es intervenido, modificado, sustituido, transmutado, con la ayuda de maquillajes, máscaras, prótesis y otros elementos que permitan activar el mensaje a transmitir».
Rostros es «una búsqueda psicológica» y «una búsqueda autobiográfica».
El resultado de esta inmersión del artista en el sujeto (y viceversa) está a la vista: «una intervención corporal, una mascarada y, por supuesto, un performance, para obtener como resultado un proyecto fotográfico que refleje la fluidez e hibridación de la identidad y los disímiles dilemas a los que se expone el individuo contemporáneo».
(Fotografías autorizadas por Yuri Obregón).