Biden o Trump, la elección que los votantes no quieren

    En la venidera elección presidencial en Estados Unidos pareciera que ambos partidos están abocados a cometer suicidio político, nominando a los dos candidatos con menor simpatía electoral y aprobación política desde la postguerra. Encuesta tras encuesta muestran que la mayoría de los norteamericanos no están satisfechos con la reelección de Joe Biden, que ya es el presidente de mayor edad en la historia, o la de Donald Trump (también entrado en edad), quien terminara su presidencia de la misma forma tumultuosa en la que gobernó, incluyendo procesos judiciales por felonías.

    También muestran las encuestas que ambos candidatos generan más sentimientos negativos que positivos, incluso entre sus propios partidarios. En pocas palabras, pocos votantes quieren una repetición de la contenciosa campaña del 2020. ¿Por qué no surgen alternativas que renueven el ambiente político? ¿Está destinado el país a escoger entre mal y peor?

    Por el lado demócrata, hay tres razones fundamentales por la cual políticos como Newson, Whitmer o Pritzker han apoyado a Biden y relegado sus aspiraciones al 2028. Primero, el presidente tiene la ventaja del púlpito más influyente en la política, lo que posibilita su presencia en la vida diaria de los votantes sin tener que hacer una campaña costosa. Segundo, las personas y grupos con influencia decisiva en los partidos no ven bien una división interna cuando se defiende la Presidencia. Un frente unido es importante.

    En la historia política moderna nunca ha tenido éxito un retador del mismo partido que el presidente, incluso en momentos en los que el presidente se consideraba vulnerable, como fue el caso de Ted Kennedy contra Jimmy Carter en 1980. Tercero y más importante, la recaudación de fondos, especialmente por los poderosos PACs, favorece a los políticos ya en el cargo. La organización Open Secrets estima que los retadores recaudan menos de la mitad del dinero que los titulares. Estos tres factores hacen que Biden sea el candidato, aun envejecido y políticamente débil.

    Mientras tanto los republicanos encaran un panorama aún más desolador, donde el conservadurismo tradicional ha capitulado frente al populismo ramplón de una figura que arrasó con cuanto político de carrera se le enfrentara dentro del partido. El expresidente Trump ha tomado por asalto el GOP, que no puede zafarse de la presión de sus seguidores que aclaman incondicionalmente a su líder. La influencia del trumpismo y el movimiento MAGA sigue dándole dolores de cabeza a los republicanos tradicionales, como lo demuestran las caóticas rencillas internas para elegir al líder del Congreso. Políticos con un récord de gobierno y alta popularidad en sus estados como Glen Younkin, Chris Sununu o Larry Hogan han preferido no entrar a una pelea que consideran perdida de antemano.

    En la nominación presidencial, Trump le lleva cómoda ventaja a sus contrincantes (aunque esto podría cambiar una vez que empiece la votación primaria) y ni siquiera otro populista como DeSantis ha podido establecer su marca de trumpismo sin Trump, maniatado sobre todo por la imposibilidad de criticarlo. Pero fuera del partido Trump es todavía profundamente impopular, habiendo perdido el voto nacional dos veces, incluidos los votantes sin afiliación partidista. Además, la historia no está de su lado: solo un expresidente ha logrado la reelección en períodos no consecutivos, Grover Cleveland (demócrata), en 1892.

    ¿Por qué se encuentra en esta encrucijada el sistema político norteamericano? Luego de décadas de intenso fraccionamiento donde se demonizan las diferencias políticas y el compromiso se equipara a una traición, hay un factor aún más importante en juego: el miedo a perder. Encuestas recientes han revelado que no importa cuán impopulares sean ambas figuras, los votantes los ven como la mejor garantía de ganarle al otro. En otras palabras, solo Trump puede ganarle a Biden y solo Biden puede ganarle a Trump. Esto no es totalmente irracional: nadie despierta el entusiasmo entre los votantes republicanos que genera Trump; por la otra parte, el motivo fundamental por el cual Biden ganó la primaria en 2020 fue que se le consideraba un regreso a la normalidad, una mano estable y con experiencia para guiar al país luego de la turbulencia trumpista.

    Sin este círculo vicioso en la mente de los votantes, los partidos pudieran renovar sus cúpulas y traer a candidatos más jóvenes para establecer una visión futura. Pero en la coyuntura actual, para ambos bandos la idea de otro mandato de Biden o Trump es tan desastrosa que prefieren la alternativa, un candidato que ni los satisface ni los representa. Perder resulta inconcebible, aunque el precio que pague el país sea cuatro años más de una presidencia anquilosada o el retorno del caos.

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