Psiconautas cubensis: breve repaso histórico y efectos del hongo alucinógeno cubano en un joven de Camagüey

    El consumo de drogas en Cuba es un tema poco tratado por las ciencias sociales, con nula presencia en los medios de comunicación estatales, y deficientemente cubierto por la prensa independiente. La condición de tabú, naturalmente, precede al fenómeno, además del trato draconiano que le merece al vigente Código Penal. No obstante, achacar semejante estado de cosas a la gestión del gobierno cubano sería, como se verá en lo sucesivo, obviar la parte fundamental de la historia.

    En nuestro país, el consumo de alcohol es parte de la cultura nacional —o, diríamos incluso: junto al tabaco, las playas y las mulatas, del propio nation branding— a pesar de ser esa, según los especialistas, la droga más perjudicial para el consumidor y su entorno. La marihuana, aún criminalizada con especial saña, se encuentra en todas las provincias del país y es consumida por un volumen importante de jóvenes. Comprimidos de MDMA (también llamado «éxtasis») o cartones de LSD, suelen arribar a territorio nacional de la mano de extranjeros que logran burlar los controles aeroportuarios, y la cocaína nadie sabe de dónde sale, pero es vox populi su accesibilidad para usuarios de clase alta, los que pueden pagarla.

    Los hongos alucinógenos, seguramente por el vacío informativo que los ha rodeado, se hallan en la periferia del conocimiento popular cubano respecto a las drogas, pese a ser, tal vez, la más accesible. Esto, sin embargo, ha cambiado con el flujo de información hacia la isla: el contacto con extranjeros y, más tarde, el acceso a Internet.

    El Código Penal en su artículo más «abarcador» en cuanto a las drogas, el 235, especifica que se sancionará con privación de libertad de cuatro a diez años a quien, sin estar autorizado, «mantenga en su poder u oculte, sin informar de inmediato a las autoridades, los hallazgos de drogas ilícitas o sustancias de efectos similares».

    Atendiendo a lo anterior, los hongos alucinógenos caerían dentro del segundo grupo, el de las «sustancias de efectos similares», pues la psilocibina (compuesto activo tanto del cubensis como de las demás especies del género Psilocybe) es una «sustancia que actúa sobre el sistema nervioso y altera el estado de ánimo y hace experimentar nuevas sensaciones», tal como reza el diccionario de la RAE cuando es consultado sobre la palabra «droga». Sin embargo, la legislación es vaga, y esa vaguedad se explica por cuanto las leyes cubanas están claramente dirigidas contra dos sustancias: la marihuana y la cocaína, dada su condición de «mercancía» ilegal. El cubensis crece de forma natural, espontánea. De modo que, volviendo sobre el citado inciso del Código Penal, se antoja imposible el escenario de un campesino acudiendo a las autoridades para advertir: «hay drogas creciendo en las plastas de mis reses».

    ***

    El Psilocybe cubensis fue descrito inicialmente en Cuba hacia 1948 por Sumner Earle, un agregado científico del gobierno estadounidense en la isla para temas agrícolas, cuyo hallazgo luego fue revisado por el etnobotánico Rolf Singer, quien dio nombre definitivo a la especie. El hecho de que haya sido descrita en estos lares no significa que sea una especie endémica. El cubensis crece a lo largo y ancho del globo: es un hongo cosmopolita. Sus esporas, en condiciones ambientales de lluvia y calor, germinan en las heces de las vacas y sus alrededores. Y, si bien la ciencia tardó siglos en estudiarlo, hay sobradas evidencias de una relación milenaria del cubensis y las demás especies de su género con el ser humano.

    Según el filósofo Terence McKenna, el consumo de hongos alucinógenos se remontaría a tiempos de los homínidos. Los cerebros de nuestros antepasados, según McKenna, habrían mutado tras experimentar por varias generaciones los efectos de la psilocibina. Esta teoría, conocida como «el mono dopado», a pesar de no estar respaldada por evidencias concluyentes, tampoco es descabellada. El efecto de plasticidad cerebral de esta sustancia pudiera haber provocado cambios neurofisiológicos transgeneracionales.

    Las culturas mexicas fueron las primeras en testimoniar el consumo de sustancias enteógenas, entre ellas los hongos alucinógenos. Hay bastantes ejemplos pertenecientes a la época de la colonización; acaso el elocuente, La historia general de las cosas de Nueva España, escrita en el siglo XVI por el fraile franciscano Bernardino de Sahagún, donde se lee:

    Hay unos honguillos en esta tierra que se llaman teonanácatl [«carne de los dioses» en lengua mexica]. […] Comidos son de mal sabor; dañan la garganta y emborrachan. […] Los que los comen ven visiones y sienten bascas del corazón, y ven visiones a las veces espantables y a las veces de risa.

    Como es bien sabido, el proceso colonizador trajo aparejada la satanización de las prácticas espirituales indígenas. Fue así que la aculturación condenó al olvido por 400 años a las sustancias enteógenas mesoamericanas. Ya en el siglo XX, los etnobotánicos estadounidenses William Safford y Richard Schultes se interesaron por estas especies y publicaron varios artículos científicos sobre sus características.

    A raíz de la lectura de estas publicaciones, el matrimonio Wasson, formado por una pediatra rusa y un banquero estadounidense, emprendió el camino de Oaxaca, México, en busca del hongo alucinógeno. Después de varios años asistiendo como observadores a ceremonias espirituales de los indios mazatecas, los Wasson se ganaron la confianza de María Sabina, una curandera que les permitió tomar parte activa en una ceremonia. Los resultados de sus experimentaciones se publicaron, a lo largo los cincuenta, en medios de amplia difusión como las revistas Live o This Week. Esta fue la presentación de los hongos alucinógenos al gran público.

    El movimiento hippie, protagonista de la década de los sesenta, se caracterizó por la experimentación con sustancias psicoactivas como la psilocibina. La irreverencia del gran movimiento contracultural halló una respuesta en la política conservadora estadounidense que, por entonces, comandaba el presidente Nixon. Los medios de comunicación amplificaron accidentes relacionados con drogas hasta crear un verdadero estado de opinión. Después se otorgó asidero jurídico a una cruzada ya, en la práctica, legítima. La maquinaria del sistema se le echó encima al «flower power» y, como en toda reacción, prevaleció la censura, el antiintelectualismo, la irracionalidad.

    El gobierno estadounidense articuló una política que, gracias a su condición hegemónica, «exportó» al mundo. Esta incluía desde la suspensión de investigaciones relacionadas con las sustancias hasta la criminalización del consumo, pasando por una feroz guerra contra el tráfico que, no es solo que no haya alcanzado sus objetivos, sino que ha sido contraproducente: el consumo, en lugar de disminuir, ha aumentado a lo largo de los años; se ha organizado un mercado subterráneo que mueve miles de millones de dólares y que trafica, lo mismo que drogas, con influencias, personas y armas, y cuyos sostenedores incluso dominan territorios completos al margen de la ley o con la connivencia de los políticos; al producirse fuera de controles sanitarios, las drogas llegan corruptas a los usuarios, provocando accidentes que llegan a ser fatales; mientras, los muertos por enfrentamientos relacionados con el narcotráfico ascienden, solo en Latinoamérica, a más de un millón.

    Fuente: The Lancet

    ***

    Humberto, o Beto, vive en la ciudad de Camagüey, es arquitecto, toca en una banda de rock, y hace diez años que consume hongos alucinógenos. Los conoció gracias a un amigo argentino que por entonces estudiaba medicina en Cuba. Él se refiere a la amplia cultura del uso de drogas que existe en el resto de países latinoamericanos, a diferencia de Cuba, «un país de alcoholeros», dice. «Yo había probado la marihuana, y sí, no te voy a engañar, muchas pastillas y porquerías de esas que acaban con uno».

    Cierto día, Silvio, el argentino, le habló de los hongos psilocibios. «De veras tu mente puede expandirse, de veras puedes “irte” de la realidad», le dijo, y luego, como buen médico, respaldó lo dicho con fundamentos científicos. Beto, pues, comenzó a informarse sobre el tema y, cuando estuvo al tanto de que el Psilocybe cubensis crecía «dondequiera» y que, de hecho, lo había visto miles de veces, salió a buscarlo.

    Fueron a un potrero y encontraron una buena cantidad. «Tienes que ser cuidadoso», le dijo Silvio, «esto no es para tomarlo a la ligera». Pero Beto, «de loco», según sus palabras, se preparó una dosis demasiado alta y fue a tomarla solo. Naturalmente, tuvo un mal viaje, como se dice en jerga psiconauta. «Me fue muy mal. Tuve unas alucinaciones horribles y sentí pánico. Creo que hasta perdí el conocimiento».

    Beto contó su experiencia a Silvio y este le explicó en detalle cómo se debía consumir. Porque los viajes psicodélicos hay que prepararlos meticulosamente. En inglés le llaman set and setting, e implica estar en un lugar cómodo, con amigos de confianza y la mente despejada, listo para abandonarse en cuerpo y espíritu a la experiencia.

    Así que, desde ese momento, Beto y Silvio comenzaron a hacer viajes juntos. Fueron experiencias placenteras e introspectivas de enriquecimiento espiritual y, sobre todo, un proceso de aprendizaje que Beto extendió a algunos de sus allegados de confianza. Siempre advirtiendo que, aunque los hongos no hacen daño ni generan adicción, no debían subestimar sus efectos. Tampoco debían «socializar» su consumo más allá de un grupo íntimo. En lo sucesivo, ocurrió lo contrario:

    El consumo de hongos se hizo «viral» en Camagüey, en particular entre los jóvenes rockeros. En ese tiempo de auge, yo traté de alejarme de aquellas personas que tomaban hongos en los parques y en las fiestas, o los recolectaban para venderlos o cambiarlos por marihuana o pastillas. Entonces me arrepentí de haber mostrado ese conocimiento. Hubo varios accidentes. Personas que agredieron a otras, se quitaron la ropa en lugares públicos, o destruyeron el interior de una casa dándole golpes a todo lo que se encontraban. Hubo incluso detenidos por la policía. Son cosas que suceden cuando se desconoce el mundo de los psicodélicos, que es vasto y enriquecedor. El objetivo que se persigue no es divertirse sino aprender, descubrir tu interior, limpiar tu alma. El viaje es muy fuerte y, si no entiendes lo que está pasando o no tienes la compañía adecuada, puede ser horrible y hasta peligroso; porque el hongo no te hace daño, pero sí podrías hacértelo tú mismo bajo sus efectos. Los medios, obviamente, no difundieron el problema, pero en Camagüey hubo muchísima gente que terminó en el hospital por culpa del consumo irresponsable. En medio del pánico, la gente iba al hospital; por gusto, porque la sobredosis de psilocibina no es mortal ni nada por el estilo. Los efectos pasan con las horas. 

    Después de aquello, dice Beto, la mayoría le cogió miedo a los hongos y su consumo dejó de tener esa popularidad. «Yo me alegro muchísimo. El contacto con la psilocibina debe ser respetuoso, disciplinado, y la mayoría no entiende eso». Sin embargo, pudiera decirse que, hasta cierto punto, en Camagüey ha sedimentado una cultura psicodélica que probablemente no existe en otras partes de Cuba. Es un territorio llano, ganadero, y hay potreros cerca de la ciudad. Beto, como otros, suele ir en cada temporada de lluvias junto a un grupo de amigos; recogen sus hongos y se van a consumirlos juntos a una casa.

    Le pregunto por los efectos y me contesta:

    Inicialmente, los colores se exaltan. El rojo lo ves más rojo; el azul más lindo del cielo lo vas a ver durante un viaje; el verde, hermoso… La sensación de profundidad se trastoca, algo cercano puede parecerte lejano y viceversa, y las texturas, de igual manera, se confunden, de momento algo blando puede parecer duro o al revés. En esa primera etapa te ríes mucho. Es, quizás, la más divertida. 

    Luego tienes alucinaciones evidentes. Ves formas aleatorias, caleidoscópicas, fractales, de colores muy vivos y brillantes. Esto puede venir acompañado de sed, sudoraciones o dolores estomacales, y el cuerpo se siente pesado y enfebrecido. El habla se vuelve un proceso difícil, así como la organización de ideas. Por ello hay que entender que es parte del proceso, mantener la calma y estar centrado en el viaje, porque la sustancia está actuando para sacarte de la realidad. Lo que entendemos por «realidad» está filtrado por lo que percibimos a través de los sentidos, de modo que el hongo desvía esa perspectiva, la transforma, quita el velo permanente de lo ordinario.

    Más tarde podemos experimentar la sinestesia, que es un cruzamiento de los sentidos. Es muy difícil de explicar con palabras, pero se puede decir que «ves el sonido», o «paladeas colores». Por ejemplo: miras al cielo y sientes un sabor en el paladar, o escuchas alguna canción y se te presenta un color en la visión. También desaparecen los estereotipos, los miedos, las presiones, y uno se queda limpio, «puro». Por eso hay sensaciones en los viajes que remiten a la infancia. Yo me he sentido un niño y he llegado a llorar.

    Con una dosis alta ocurre una disolución del ego. Es como si uno se fundiera con el universo. Hay cambios constantes en la realidad, y es fácil sentirse amenazado. En este punto, me ha ocurrido que he sentido mis órganos, o que he «mirado» dentro de mi cuerpo. También se tienen sensaciones extracorporales como la telepatía, o la visión del cuerpo propio desde la distancia. En una ocasión, estaba con un amigo en el potrero y, de golpe, mi visión era como la cámara de un dron, de modo que yo me veía a mí mismo, allá abajo. Y sentía que, en efecto, yo estaba allá abajo, sentado en la hierba, pero al mismo tiempo me estaba mirando desde arriba. Sobrevolé todo el potrero y, cuando volví en mí, le dije a mi amigo que había logrado salir de mi cuerpo. Y él me contestó: «Yo también, yo andaba contigo».

    El último nivel de las experiencias psicodélicas es indescriptible. Ocurre una muerte del ego. Da miedo y al mismo tiempo es lo más hermoso que te puede pasar. Se experimentan flashazos en los que tu mente viaja muy lejos de tu cuerpo, lo mismo al centro de la tierra que a un átomo de los que te componen. Encuentras a «seres sobrenaturales», vuelves a nacer, te desintegras… Hay un sinfín de posibilidades. La mente se expande a niveles incomprensibles mientras tu cuerpo sigue en el mismo lugar. Se puede interpretar como conocer a Dios, o volver a nacer, o morir. Cuando he llegado a esos niveles, me he pasado una semana completa pensando en la experiencia. Quedan muchas preguntas y pocas respuestas. 

    Beto dice que la psilocibina ha sido muy beneficiosa. «Me curó traumas, fobias, incluso complejos que ni yo sabía que existían, pero que me fueron revelados por el hongo». En la parte creativa, dice, sus desempeños como arquitecto y como músico se han visto potenciados. «He podido ver mi ciudad a través de la psicodelia y he sido transportado a su pasado colonial. No podría enumerar la cantidad de ideas que se me han ocurrido para mi trabajo, que es, básicamente, la conservación de la arquitectura patrimonial». Cuando habla de música, se remite a las bandas que han compuesto sus mejores piezas bajo los efectos de la psicodelia: Pink Floyd, Led Zeppelin, The Beatles

    «Las experiencias con el hongo me han dado control sobre mi cuerpo y mi mente», concluye Beto, y agrega que, aunque no lo desea, está listo para morir. «Me he convencido de que la existencia desborda la vida. Un viaje psicodélico es un pulso con el ego y, cuando logras vencerlo o, mejor dicho, cuando logras la paz con él, habrás ganado la vida».

    spot_img

    Newsletter

    Recibe en tu correo nuestro boletín quincenal.

    Te puede interesar

    Similares / Diferentes

    Similares, diferentes… Gemelos como incógnita y confirmación de la...

    «Un país se construye desde sus comunidades»

    Cuando los activistas cubanos Marthadela Tamayo y Osvaldo Navarro hablan, usan palabras como «ciudadanía», «articulación», «comunidad», «barrio» o «sociedad civil». Cualquiera diría que son términos válidos solo para las sociedades en democracia, y no para un país cerrado, donde parece que todo el mundo se marchó.

    No hay frenos para la inflación en Cuba

    La inflación oficial en Cuba se aceleró durante marzo...

    Pedro Albert Sánchez, el profe, el predicador, el prisionero

    Pedro Albert Sánchez es abiertamente «cristiano». Algo de mártir tiene. Y también de profeta. Cada una de sus acciones, consideradas «exitosas» solo en un plano simbólico, tributa al orgullo de haberse mantenido fiel a sus ideas. El profe condensa en sí mismo todo el imaginario cristiano. El sacrificio es su satisfacción.

    Economía cubana: crisis de productividad, inversión deformada, falta de divisas, descontrol...

    El gobierno cubano reconoce que aún no se concreta la implementación de las proyecciones acordadas para la estabilización macroeconómica del país. Igual admite el fracaso de la política de bancarización y que las nuevas tarifas de los combustibles aumentaron el valor de la transportación de pasajeros, tal como se había predicho.

    Apoya nuestro trabajo

    El Estornudo es una revista digital independiente realizada desde Cuba y desde fuera de Cuba. Y es, además, una asociación civil no lucrativa cuyo fin es narrar y pensar —desde los más altos estándares profesionales y una completa independencia intelectual— la realidad de la isla y el hemisferio. Nuestro staff está empeñado en entregar cada día las mejores piezas textuales, fotográficas y audiovisuales, y en establecer un diálogo amplio y complejo con el acontecer. El acceso a todos nuestros contenidos es abierto y gratuito. Agradecemos cualquier forma de apoyo desinteresado a nuestro crecimiento presente y futuro.
    Puedes contribuir a la revista aquí.
    Si tienes críticas y/o sugerencias, escríbenos al correo: [email protected]

    spot_imgspot_img

    Artículos relacionados

    Similares / Diferentes

    Similares, diferentes… Gemelos como incógnita y confirmación de la...

    «Un país se construye desde sus comunidades»

    Cuando los activistas cubanos Marthadela Tamayo y Osvaldo Navarro hablan, usan palabras como «ciudadanía», «articulación», «comunidad», «barrio» o «sociedad civil». Cualquiera diría que son términos válidos solo para las sociedades en democracia, y no para un país cerrado, donde parece que todo el mundo se marchó.

    Economía cubana: crisis de productividad, inversión deformada, falta de divisas, descontrol cambiario

    El gobierno cubano reconoce que aún no se concreta la implementación de las proyecciones acordadas para la estabilización macroeconómica del país. Igual admite el fracaso de la política de bancarización y que las nuevas tarifas de los combustibles aumentaron el valor de la transportación de pasajeros, tal como se había predicho.

    Cerdos

    Ruber Osoria investiga el alarido sobre el que se...

    2 COMENTARIOS

    1. Celebro tu artículo, y el final es preciso, muy acertado. Hoy en día algunos centros como el Hopkins están volviendo a las terapias y estudios con silocibina. Poco a poco, Miguel, poco a poco. Gracias!

    DEJA UNA RESPUESTA

    Por favor ingrese su comentario!
    Por favor ingrese su nombre aquí