Cuerpos políticos, presos desnudos

    No es el cuerpo lo que el poder busca en el cuerpo. La convicción, que es uno de los estados últimos del pensamiento, puede describirse mejor como un estado del cuerpo. Es firme, definida, aspira a la integridad, y exhibe constantemente la expansión del músculo que se ha dedicado a cultivar. Habría también en la convicción una búsqueda manifiesta de cierta desnudez que rechaza la palabra porque la entiende como otro ropaje de la simulación.

    El pasado 7 de agosto, un opositor político camagüeyano, Yosvani Arostegui, moría en un hospital de su provincia luego de 40 días de huelga de hambre. Se trata de un cuerpo aniquilado por la propia convicción, que fue reprimida, limitada, reducida, obligada a manifestarse radicalmente en el último reducto: el cuerpo mismo. Esa es justo la razón por la que sabemos que lo que el castrismo llama «sus convicciones» no son tales. Porque no tiene cuerpo que ofrecerles, salvo la rígida figura de aire de sus fantasmas ancianos, y porque está dispuesto a incurrir en el crimen de llevar los cuerpos ajenos hasta la propia extinción en un rito sacrificial fundamentado en convicciones que ya la temerosa propaganda se ha encargado de despreciar, satanizar, penalizar y sepultar.

    Es en dicho sentido una operación de la envidia. El poder intenta borrar en el otro esa expresión a la que aspira y que no puede alcanzar.

    Poco después de la muerte de Arostegui, la policía política filtró a la web unas fotos y un video privado del artista Luis Manuel Otero. El contenido sexual de las imágenes, acompañadas de una presentación homofóbica, buscaba desacreditarlo públicamente. No lo logró, por supuesto. Sin embargo, lo que hoy parece apenas estúpido ayer fue efectivo.

    La ridiculez del propósito revela la memoria táctica del castrismo, aquellas movidas con las que construyeron parte de su imperio simbólico; sus políticas de corrección, obediencia y castigo. Un gesto así ayuda sobre todo a que nos figuremos con más precisión qué fue la UMAP, qué vivió Reinaldo Arenas. Hace que refloten esos cuerpos ahogados. La publicación no puede leerse como un accidente, sino como la manifestación de una voluntad hasta cierto punto reprimida que extraña la plenitud de su carácter opresivo.

    Luego de estos sucesos, miembros de la sociedad civil cubana alertaron, de modo razonable, que el cotilleo que la Seguridad del Estado deseaba provocar con las fotos de Otero restaría atención a la muerte de Arostegui. Reclamaron entonces pasar página para enfocarse en la situación de los presos políticos.

    Si bien parece verosímil que la seguridad cubana haya trazado una estrategia de distracción tan elemental, es responsabilidad nuestra, de los ciudadanos, seguir o no esas líneas de conversación. La violación de la privacidad de Otero y la huelga de hambre de Arostegui son consecuencias del mismo estado arbitrario de cosas, ambos desenlaces provienen del mismo orden disciplinar. En «Elogio al Partido», Brecht dice: «El individuo tiene dos ojos./ El partido tiene mil ojos». Quizá, hoy, esos mil ojos ya estén ciegos. El poema sigue así: «El partido ve siete estados,/ el individuo ve una ciudad».

    Aceptar que esas dos denuncias antes mencionadas puedan solaparse, y que debamos escoger entre una u otra como si correspondieran a hechos aislados, o incidentes que somos incapaces de articular en una narrativa propia y compleja, supone ver los siete estados que el Partido diagrama (el ojo del Partido, en última instancia, no ve, diagrama), y no la ciudad del individuo, que no es más que la convicción de la imaginación. Los siete estados: burocracia, estatutos. La ciudad: hogar, comunidad.

    En vez de que un tema sepulte al otro, podemos hacer que ambos se potencien entre sí. La realidad se construye. No hay que asumirse ya dentro de las relaciones factuales que propone el castrismo, hay que plantear una interpretación propia de los mismas.

    Esta galería fotográfica mezcla imágenes de cuerpos desnudos de artistas, periodistas, cineastas y escritores cubanos con los rostros de presos políticos cuyas vidas, estigmatizadas, transcurren en la más absoluta oscuridad. Al final, uno puede preguntarse: ¿y todo esto por qué nos ocurre? La respuesta no es difícil. A Maxímov, personaje secundario de Los hermanos Karamazov, lo agarran y le dan azotes. «Pero ¿por qué, por qué?», dice Mitia, sorprendido. Entonces Maxímov responde: «Pues por mi cultura. ¿Es poco eso para que le peguen a uno?»

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    Carlos Manuel Álvarez
    Carlos Manuel Álvarez
    Bebedor de absenta. Grafitero del Word. Nada encuentra más exquisito que los manjares de la carestía: los caramelos de la bodega, los espaguetis recalentados, la pizza de cinco pesos. Leyó un Hamlet apócrifo más impactante que el original de Shakeaspeare, con frases como esta, que repite como un mantra: «la hora de la sangre ha de llegar, o yo no valgo nada». Cree solo en dos cosas: la audacia de los primeros bates y la soledad del center field.
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