Hemos conocido dos noticias en las últimas semanas: la candidata demócrata Marianne Williamson suspendió su quijotesca campaña presidencial y el candidato independiente Robert Kennedy Jr., antes demócrata, ha aparecido en dos encuestas con resultados contradictorios: una de Harvard/Harris donde le quita votos al presidente Joe Biden, y otra de Monmouth University donde se convierte en un aguafiestas para el expresidente Donald Trump. En ambos sondeos los votantes que favorecen a Kennedy lo hacen mayormente por su insatisfacción con una nueva elección entre Biden y Trump. Kennedy ha atraído la ira de ambos partidos, que le temen por su posible papel como beneficiario del candidato opuesto y, por tanto, lo han atacado tanto en los medios de comunicación como en los tribunales, intentando invalidar su candidatura.
Estos eventos nos sirven para pensar el papel que han jugado los terceros partidos en las elecciones presidenciales en Estados Unidos. Su victoria es casi imposible tanto estructural como matemáticamente, y reciben votos de protesta que perjudican los intereses de sus mismos votantes.
Para entender por qué en la práctica un candidato presidencial por un tercer partido está incapacitado de ganar, es bueno recordar que el sistema electoral en Estados Unidos no consta de una elección nacional, sino de 51 elecciones (los 50 estados y el Distrito de Columbia) con un número de votos para cada estado en el Colegio Electoral. La suma de estos votos es 538, de los cuales se necesitan 270 para ganar. Es casi imposible dividir el Colegio Electoral entre tres candidatos y que uno gane 270 votos. Pero ese no es el mayor obstáculo que enfrenta un candidato de un tercer partido.
La verdadera traba reside en la incapacidad del tercer candidato para aparecer en las boletas electorales de todos los estados. Esto se llama «ballot access» (acceso a la boleta) y las reglas varían de estado en estado. Para lograr el accesso a la boleta, la mayoría de los estados requiere que el partido tenga presencia allí, un número determinado de representantes elegidos a oficinas estatales, o que haya obtenido firmas de un porcentaje elevado de votantes. Ningún tercer partido tiene la maquinaria política y legal para lograr el acceso a la boleta en todos los estados.
Ross Perot, el candidato de tercer partido que más votos ha ganado en la era moderna, solamente aparecía en 1992 en la boleta presidencial en 39 estados. De los 53 terceros partidos en Estados Unidos, solamente tres (Libertarian, Green y Constitution) están calificados en más de diez estados. Si ganar 270 votos en 51 elecciones es difícil, en una fracción de los estados es matemáticamente imposible.
Estos candidatos se conocen con el nombre de «spoiler» (aguafiestas) porque el resultado principal de sus candidaturas consiste en dividir el voto de uno de los candidatos principales, entregándole la victoria al otro. Hay cuatro ejemplos significativos en la historia política moderna de Estados Unidos.
En 1912, el popular expresidente Teddy Roosevelt retó al presidente en funciones William Taft, separándose del partido Republicano y creando su propio partido, el Bull Moose Party. Como resultado, apenas consiguió dividir el voto republicano en dos mitades, cediéndole la elección al demócrata Woodrow Wilson con 435 votos electorales, una de las más abrumadoras victorias hasta el momento. En 1992, el hombre de negocios Ross Perot, con su Partido Reformista, ganó el 19 por ciento del voto popular, con una campaña enfocada en los problemas económicos causados por las políticas de Bush padre, lo que propició una victoria apretada para Bill Clinton. En el año 2000, el candidato ecologista del Partido Verde, Ralph Nader, ganó casi 100 mil votos en la Florida, lo que decidiría la elección de Bush hijo sobre el demócrata Al Gore, con un margen de diferencia de solo 537 votos en el estado. Y, por último, en 2016 otra candidata por el Partido Verde, Jill Stein, ganó más votos en los estados de Pennsylvania, Michigan y Wisconsin que el margen entre Hillary Clinton y Donald Trump, entregándole una también cerrada victoria en el colegio electoral a este último, aun cuando perdió el voto popular.
¿Porqué los votos por estos candidatos son malgastados y contraproducentes? Wilson se convirtió en uno de los presidentes más influyentes en la historia de Estados Unidos, sobre todo por su adopción de muchas de las posiciones en política doméstica de la plataforma de Roosevelt. Creó el banco de la Reserva Federal, la ley de impuestos graduales y expandió el gobierno federal para regular la actividad económica y los monopolios. Aunque estas políticas estaban en línea con muchos de los deseos de los partidarios del Bull Moose, en la práctica significó su eliminación como partido.
La elección de Bill Clinton representó el fin del conservadurismo económico y cultural de Reagan, incrementando impuestos, favoreciendo el comercio internacional y proponiendo políticas de beneficio social, aunque muchas no pasaron la oposición del Congreso, dominado entonces por los republicanos de Gingrich. Tales medidas rechazaban de plano los deseos y propuestas de los partidarios pro-negocios y proteccionistas de Ross Perot.
Por último, los votantes ecologistas y progresistas de Ralph Nader y Jill Stein contribuyeron a la victoria de dos de los presidentes más hostiles a la protección del medio ambiente y a las reformas sociales: Bush hijo y Trump. Estos, además, cambiaron la dirección ideológica de la Corte Suprema y aseguraron aún más la retirada de la agenda progresista que, sin duda, los afiliados del Partido Verde prefieren. Como dice uno de los adagios más importantes en política: las elecciones tienen consecuencias.
¿Hay espacio para los terceros partidos en la política norteamericana? Sí lo hay, pero no de la manera que han actuado hasta el momento, tratando de ganar una elección presidencial, lo cual es poco menos que una ilusión. Esto satisface el ego de sus líderes, pero no alcanza los objetivos del partido y sus seguidores. Un método más efectivo pasaría por reclutar candidatos al Congreso y Senado y ganar elecciones regionales y estatales, para establecer desde ahí una verdadera maquinaria política.
Existe en Estados Unidos una base lo suficientemente grande de votantes insatisfechos con ambos partidos tradicionales, los cuales proveerían votos y donaciones. Dada las mayorías tan estrechas existentes en ambas cámaras, uno o dos miembros de un tercer partido tendría una influencia marcada sobre la legislación. Con suficientes miembros de terceros partidos elegidos, se podría incluso crear un sistema más cercano al parlamentario, donde el compromiso legislativo y las soluciones pragmáticas prevalezcan sobre las luchas ideológicas y el inmovilismo. Pero hasta ahora ninguno de los terceros partidos ha mostrado la capacidad o el interés de emprender maniobras serias, más allá de la fanfarria de una campaña presidencial cada cuatro años.