«Esta pared es del pueblo, úsela». Ausencia y grafiti en La Habana de hoy

    Estamos a finales de febrero de 2024 y un aluvión de promociones inunda los espacios virtuales y la ciudad física. Se trata de la exhibición plástica de Mr. Sad, un artista que incursiona desde hace algunos años en la escena del grafiti en La Habana, y cuyo acercamiento al género vino desde la curiosidad de sus estudios universitarios, que lo arrojaron a la observación de comunidades marginalizadas y resilientes en entornos precarizados de la ciudad. Abraham Echevarría Díaz nació en La Habana en 1997 y estudió Licenciatura en Historia en la Universidad de La Habana, institución en la que luego fue profesor de Antropología y Hermenéutica textual histórica, por dos años. Desde el 2018 comenzó a hacer grafitis.

    «Llegas al grafiti al revés», le dije un poco en broma la primera vez que conversamos vía WhatsApp, «llegas como lo haría cualquier estudioso, en un movimiento de afuera hacia adentro, lo que de alguna manera garantiza que nunca serás solo una voz interna del grafiti y de la cultura underground, esas voces internas cuya fuerza radica justamente en la manifestación sin ambages, a veces incluso sin filtro, de la realidad. ¿Eso no te causa malestar?»

    Abraham no me respondió esa pregunta literalmente, pero en el desenfado, y hasta comodidad de todas sus repuestas, se desprendía que no sentía malestar alguno y que manejaba su pasión por la historia y la exégesis con la misma naturalidad y lucidez con la que manejaba las opiniones que escuchaba en la calle o las propias. «Yo entiendo el espacio público como el caldo de cultivo de la construcción de identidades. Y es desde ahí que yo me incorporo a pintar y a incidir en él, y desde esa conciencia digo lo que quiero decir como individuo, pero también digo lo que me va llegando como conclusión parcial de un momento de la vida del país, y de cómo la gente que me rodea vive ese momento. Yo estoy consciente de que mucha de esa gente no tiene cómo, o no sabe, o no le interesa, hablar. En otros casos, y es lo que creo sucede con muchos de mis colegas grafiteros, solo tienen ese espacio como tarima. No es mi caso. Yo tenía garantizado otros aforos. Así que mi decisión de usar este y no otros es una decisión estética en toda la extensión de la palabra que entraña una decisión política, también en su sentido más amplio. Y con eso tengo que ser sobre todo honesto, para no falsear lo que soy».

    Sentí alegría de haberlo encontrado. Y más me alegré al darme cuenta de que era el autor de una imagen que había recorrido las redes sociales varias veces, en los días cercanos al 11 de julio de 2021, un puño que sostenía una bandera cubana desparramada hacia los lados, y que tanto me había recordado a la Piedad de Miguel Ángel. Una imagen de fuerza y al mismo tiempo de vulnerabilidad. Debajo del dibujo, una frase lapidaria: «Si me llevan, di mi nombre». Estuve meses intentando saber quién la había realizado, compartiéndola y citándola en textos, hasta que desistí. Lo público contiene esa ambivalencia entre espacio de todos y de nadie, de acción colectiva y de acción anónima, de los mil nombres de Fuenteovejuna. Por eso los poderes, no solo políticos, pujan por controlarlo más que por erradicarlo. Si lo matan, se quedan también ellos sin la fuente de su propio poder, sin ámbito de legitimación, sin caja de resonancia para su propia propaganda.

    Consciente de estas paradojas, Mr. Sad lanzó en febrero de 2024 la convocatoria a su exposición personal con la intención explícita de donar su espacio a todos, y eligió como nombre y lema una consigna típica, un lugar común dentro de la retórica postrevolucionaria: «esta pared es del pueblo», poniéndola en crisis justamente por cumplirla y explotarla de manera literal. «Quiero que vengan a pintar todos, no solo los grafiteros que ya tienen un nombre y que conocemos, sino todos los que un día sintieron la necesidad de expresar algo más allá de su círculo íntimo, o de los que aún no lo han hecho, pero quieren hacerlo. Esa pared será el centro de la exhibición, un ágora finita pero simbólica».

    La exposición, realizada en una casona del Vedado, en el estudio de un artista amigo, se llenó esa noche del 24 de febrero de un entusiasmo no ya tan habitual y, después de dos o tres horas, la pared estaba cubierta y toda la algarabía documentada, en un intento desenfrenado de fijar la sucesión de entradas y salidas, saludos, sorpresas, noticias inesperadas, encuentros retrasados, repeticiones cotidianas. El cubano sabe que cualquiera que hoy capture una instantánea de la vida nacional, está capturando también el pasado. Que la misma instantánea, unos meses después, incluso unos días después, ya contendrá nuevas ausencias y será objeto de nostalgia. Siempre ha sido abrumador ese peso de la nostalgia en la imaginería del cubano, pero la distancia entre las partidas ha aumentado demasiado, y también el número de estas.

    En la exhibición había una muestra de las series recientes de Mr. Sad a través de las que podemos hacernos una idea bastante precisa de sus intereses como artista y también como investigador: Rema que aquí no pica, Talle poco, Necesitas ser feliz. Algunas dialogan con la historia del proceso revolucionario, específicamente con campañas propagandísticas concretas dentro de su relato altisonante, como la campaña de la Zafra de los diez millones, y otras aluden a sucesos o patrones sociales, y a su expresión más recientes dentro de la sociedad cubana, como el propio éxodo o el turismo como renglón económico que acapara recursos y desplaza cualquier urgencia nacional.

    Sin embargo, la muestra entera giraba en torno a esta pared vacía y al performance de llenarla y habitar juntos un mismo espacio. Para Abraham, y para el grupo de amigos que lo ayudaron a concebir y reseñar la exposición, esta obra de creación colectiva debía servir de escenario para hablar sobre el movimiento del grafiti en Cuba, lo que queda de él, lo nuevo que va naciendo, las personas de carne y hueso que lo conforman. También se evidenciaba la tensión entre espacio privado y público, la tensión entre mensaje y presencia, el momento en que la sola presencia es el mensaje. «Me interesa hablar sobre esos actos y espacios políticos que no se presentan como tales, esos que tienen más la apariencia de poner sobre la mesa a los actores sociales que conviven y se producen unos a los otros, en las sucesivas interacciones que tienen. En las circunstancias restrictivas en las que vivimos, todo acto de pluralidad y de expresión puede ser subversivo, en tanto se erige en la plataforma de otras voces posibles, desafiantes no solo de la voz del poder central, sino del relato que ese mismo poder se ha encargado de vendernos como cierto: el relato de su omnipresencia y de que es lo único que existe».

    Este texto busca distinguir las respuestas de Abraham Echevarría y de Mr. Sad, y también integrarlas, averiguando dónde comienza el artista y dónde muere el espectador, o el palimpsesto que se produce entre ambos. Las preguntas retóricas que se incorporan a esta conversación accidentada nos recuerdan que la construcción colectiva de identidades no es un proceso acumulativo sin pliegues, sino una producción discursiva al mismo tiempo que práctica, donde la historia narrada no coincide nunca de manera plena con la historia vivida.

    Todos y Nadie

    «Yo considero que está surgiendo una generación nueva en el ejercicio del grafiti en Cuba, para la que ocupar el espacio público se percibe como una necesidad básica. No sé si esto está relacionado con que estamos en presencia de una generación más arriesgada o con el hecho incuestionable de que nos ha tocado vivir solo la decadencia del sistema y ya no existe esa especie de respeto a ciertos símbolos, etc. Veo una correlación obvia entre irreverencia y desilusión, o quizás sería mejor hablar de desconexión generacional con ciertas connotaciones políticas, y creo que esta combinación está generando una contracultura muy diferente a la que se generó al inicio de la Revolución».

    Abraham se desvía y comienza a hablar de la serie de carteles dedicada, a principio de los setenta, a la Zafra de los diez millones, como llevado por un hilo invisible de curiosidad y hasta de cierta fascinación. Luego, en un ejercicio de síntesis envidiable, llega hasta la generación anterior a la suya.

    «Por supuesto, no somos los primeros en salir a la calle y expresarnos, pero yo siento que los que nos antecedieron tenían un motivo más cultural, por decirlo de alguna manera, más vinculado a saberes que se conectaban a un movimiento cultural más amplio, el hip hop, con una historia y un sentido social perfilado y ahondado en otros contextos y sostenido en el tiempo. Aunque fuera de manera irregular, yo siento que las generaciones anteriores estaban al tanto de todo eso y lo vivían de manera más consciente. Nuestra generación es más espontánea, con menos referentes, con menos capacidad, o intención tal vez, de calcular a largo plazo lo que están haciendo, o construyendo».

    Llama la atención cómo habla Abraham sobre una generación que es la suya, como si no formara parte de ella, escapando en gran medida a esa falta de reflexividad que anota como virtud, o al menos como posibilidad de otros sentidos menos racionales, más viscerales, a la hora de pararse frente a un muro en blanco. Abraham no puede evitar que el profesor o el investigador se asomen en el artista, formando una amalgama que lo hace aparecer ante mis ojos con mucha más edad de la que tiene. «¿No eres de La Habana?», le pregunté de repente sin que viniera al caso, quizás porque fue la manera que encontré de hallar la causa de esa especie de extrañeza que me provocaba.

    «Más increíble me parece el hecho de que el grafiti está creciendo en Cuba ahora mismo, pero desde la sensación de que el espacio público es el espacio de nadie. Antes había como focos, espacios físicos que se erigían en especie de templos, semi clandestinos, donde reinaba ese lenguaje underground, pero informado, del grafiti. Recuerdo por ejemplo esos viejos edificios coloniales destruidos en medio de la Habana Vieja, muchos de los cuales hoy son hoteles de lujo, como el Packard y otros. La desaparición o la disminución, o incluso el traslado a zonas más periféricas de estos espacios, ha provocado una descentralización de las pintadas, pero también una simplificación de las mismas a nivel formal, al punto de que a veces son solo nombres o frases cortas, o marcas. Es gracioso porque en ocasiones recuerdan a las firmas rayadas en las guaguas, o esas declaraciones de amor adolescentes en las paredes de las escuelas o en la parte trasera de los pupitres, algo que a nivel sociológico tiene que ver más con una pulsión, y hasta con determinados comportamientos al margen de la sociedad, sus instituciones y/o iniciativas culturales ordenadas. La expresión en sí misma, cruda, desnuda, es el objetivo y el final del gesto. Para colmo, a esta dinámica se suma la migración masiva que estamos presenciando en el país, y que ha provocado el vaciamiento de sectores sociales y culturales concretos. Lamentablemente hemos visto partir a nuestros más talentosos artistas, los de una trayectoria más consolidada o en crecimiento. Por supuesto hay excepciones, pero ha sido la tendencia. Y a nivel de movimiento entre este flujo extraordinario de partidas ha provocado una incipiente desconexión entre generaciones, cuyas consecuencias se verán mejor cuando pase el tiempo».

    Él habla y no puedo dejar de pensar en la ausencia como estado o como horizonte de Cuba. Me doy cuenta de que también tiene que ver con mis obsesiones y mis traumas, pero lejos de anunciar esas asociaciones las dejo discurrir y las interrogo, y trato de saber hasta qué punto se conectan o no con las obsesiones de la gente de la isla y su realidad. Mas allá de las invenciones y los reciclajes que se cuelan en nuestra mirada, y que en ocasiones hasta la condicionan, no es difícil encontrar puntos de conexión entre esta idea del vacío y la idea de la exposición que Mr. Sad ha realizado. Desde el titulo propuesto: Esta pared es del pueblo, se presiente esa intención inclusiva, pero a la vez anónima del gesto. No conforme con solo imaginarme esta asociación, se lo pregunto al artista: «¿Crees que tenga sentido que vea esta instalación tuya como un homenaje, y también una interpelación, a la ausencia?»

    «La intención principal era generar ruido alrededor del grafiti desde su actualidad más inmediata, y esbozar algunas notas de una generación nueva que se está formando y que aún no tiene contornos definidos. También quería generar ruido sobre la ocupación del espacio público en un momento complicado del país, en términos de libertades, y como ha asumido ese desafío esta generación nueva. Y creo que esa generación lo está afrontando todo más desde la presencia que desde la elaboración de un statement, da igual si personal o colectivo. Yo digo presencia, y tú dices ausencia. Pareciera que estamos por cuerdas opuestas. Pero sé que hablamos de lo mismo. Solo siendo de nadie, el grafiti puede hoy existir».

    Sin embargo, más allá de las propias palabras de Mr. Sad, lo que mejor expresa la relación de la muestra con la ausencia, es la decisión de borrar la pared grafitada antes de que el tiempo de la exposición concluya, documentar esa acción como performance y juntarla a las imágenes del momento de realización del grafiti colectivo en un solo material audiovisual que pueda consultarse luego. Además de un registro, es el lanzamiento de una hipótesis social, de una declaración sin palabras que habla del grafiti, de esta nueva generación que lo continúa y de la juventud cubana en general. «Quiero blanquear el muro, porque la idea es legitimar el grafiti desde la acción nuestra, no desde el mercado, ni desde ninguna otra realidad o agencia externa, así que nos lo llevamos nosotros mismos. No hay producto, no hay objeto».

    Me gusta, y sobre todo me intriga, este trazo de sospecha que vislumbro en las palabras de Mr. Sad, y que interpreto como una resistencia a ultranza a cualquier tipo de instrumentalización, incluso a las más invisibles. Ese deseo de despojo me conmovió y me hizo pensar en que la libertad que esconde es quizás la única que hoy podemos tocar.

    *Esta entrevista fue realizada por la curadora de arte y activista cubana Anamely Ramos.

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