‘Prima Facie’, una exposición doméstica en Camagüey

    Todo comenzó en mayo de 2019. Por un lado, recién empezaba a colaborar con la prensa independiente. Por el otro, había aplicado a una convocatoria para un curso sobre gestión de micro-proyectos que comprendía una semana de capacitación en Chile y un apoyo financiero para la implementación de cada propuesta. En mi caso se trataba de una exposición de arte independiente.

    La verdad es que me da un poco de escrúpulos usar esta terminología de «arte independiente». Las etiquetas activan mi síndrome del impostor y me da miedo parecer rimbombante. Quizá también pueda resultar ambigua más allá del contexto cubano. ¿Qué pasará por la mente de quien no conozca nuestra distopía de primera mano, o no esté familiarizado con el melodrama cultural de este país, al oír hablar de «arte independiente cubano»? Supongo que hay que conocer la experiencia del totalitarismo para concebir, no digamos entender, la idea de que para crear y mostrar arte de una forma considerada «legítima» sea necesario un documento, un permiso, una filiación, una acreditación…

    Inevitablemente, la mayoría de nosotros (artistas, curadores, promotores…) hemos estado dentro del sistema alguna vez, por más o menos tiempo, solo al principio o de forma intermitente. Y siempre hace falta una dosis de coraje e imaginación para abandonar el camino cómodo y mezquino que trazan las instituciones. Al menos en la capital esto no es raro; en el resto del país, la cosa se complica. Pero aun así vale la pena renunciar a las pobres prebendas institucionales, que en realidad son un lastre. Aunque, sin duda, muchos te odiarán por eso, pocas cosas gratifican tanto como atreverte a hacer lo que de verdad te gusta y/o tiene sentido para ti, sin condicionamientos que no sean los de tus propios recursos y capacidades.

    La curaduría independiente en Camagüey no es una tarea fácil. En diez años he podido concretar solo unos pocos proyectos. El ambiente de la provincia es lento y cerrado. Decía Thomas Merton, exagerando, pero con razón, que en Camagüey la gente se iba a dormir a las nueve de la noche. Y, ciertamente, cuando anunciamos y extendimos las invitaciones pertinentes para la exposición que ha dado pie a este testimonio, muchos lamentaron la «incomodidad» de la hora (8:30 p.m.). Sumemos a esto el desaliento y la apatía que se cierne pesadamente sobre los cubanos en la isla, sobre todo en medio de una crisis severa.

    Si a veces incluso en La Habana la comunidad artística se encuentra fragmentada, ¿qué quedará para nuestra pobre comarca?. El recelo y la terquedad priman por encima de los verdaderos intereses del arte. Así que el poco arte que todavía se hace y se expone en Camagüey está compartimentado en feudos tanto a nivel estético como de conveniencias y alianzas personales.

    Por último, no puedo dejar de mencionar el estigma de la disidencia que pesa sobre mí. Mi affaire de 2019 con la Seguridad del Estado, con dos interrogatorios incluidos, una regulación migratoria y la pérdida de mi trabajo en la Academia de Artes, hizo que incluso estudiantes a quienes había impartido clases hasta entonces fueran advertidos de no colaborar en mis proyectos. Otros, ya egresados, con quienes había tenido excelentes experiencias pedagógicas, simplemente se alejaron por miedo suyo y/o de sus familias. El aislamiento y la paranoia son el precio de escoger el camino de la libertad viviendo en Cuba. El primero nunca me ha sido demasiado ajeno por cuestiones de personalidad; a la segunda solo queda ignorarla e intentar que no me paralice.

    Volvamos al inicio. En 2019, la Seguridad del Estado me impidió viajar fuera del país, así que me conformé con recibir a distancia el curso sobre gestión de micro-proyectos y modificar bastante mi proyecto curatorial.

    En aquel momento se conformaba también el Grupo Ánima, un colectivo de amigos que Anamely Ramos y Luis Alberto Mariño coordinaban para colaborar mutuamente e impulsar proyectos propios y ajenos. El énfasis conceptual del grupo exploraba los procesos de la memoria en Cuba, especialmente hacia fenómenos e interpretaciones marcados por la excepcionalidad o la marginalidad. A su vez, Ánima era resultado del trabajo curatorial desarrollado desde 2010 por María de Lourdes Mariño y la propia Anamely Ramos, el cual ocupaba desde el arte sitios cualificados por esa excepcionalidad, en buena medida conferida por el olvido.

    Aunque no pude asistir al evento por encontrarme ya en Camagüey, muy próxima al nacimiento de mi hija, yo había tenido la oportunidad de seguir muy de cerca la gestación de la primera de estas exposiciones, Quinto Día, en las naves únicamente habitadas por objetos abandonados, con los exteriores llenos de maleza de la iglesia de Nuestra Señora del Rosario, en el Vedado habanero, un sitio a medio construir desde hacía muchas décadas. Luego, en abril de 2014, realicé con Anamely Ramos la curaduría de Cualsea en una casona colonial del casco histórico de Camagüey conocida como la Logia de la Perseverancia, pues aún se reunían allí los miembros de esa hermandad.

    Lo intenté de nuevo como curadora gracias a la oportunidad de reconectar con amigos y conocidos de mi etapa universitaria y conocer otros nuevos gracias a Ánima y, hay que decirlo, al reciente acceso a Internet. Después de Cualsea tuve otras experiencias en ese campo, pero ninguna que alcanzara la envergadura de aquella en términos de espacio, soluciones de exhibición y montaje, gestión de recursos, coordinación y producción del evento en general (que precisamente por su complejidad no fue posible prolongar más de una noche) y, sobre todo, de independencia. La más significativa fue La ofrenda, con el artista Dashel Hernández Guirado. En 2015, en la galería de la sede del Consejo Provincial de las Artes Plásticas, expusimos su trabajo exploratorio de varios años (notas, bocetos, referencias visuales, literarias, cinematográficas y musicales, series de dibujos…), en torno a la creación de un cuadro grande y complejo en términos de concepto y conformación, emplazado al final del recorrido por la galería.

    En 2019 pretendía curar de nuevo fuera del espacio institucional, aunque a menor escala, pues ya los amigos habían empezado a marcharse de la ciudad o del país y me hallaba mucho más sola en esta aventura. Empecé a indagar y a gestionar posibles espacios privados que pudieran acoger la muestra (había empezado a interesarme por la arquitectura doméstica) y a trabajar con una nómina compuesta fundamentalmente por egresados recientes de la Academia, algunos de ellos ya matriculados en el ISA. Eran los tiempos de la campaña #Sin349 y del debate en las redes sobre la Reforma Constitucional. Yo había caído en la mira de la Seguridad del Estado en Camagüey y los artistas, por miedo, abandonaron el proyecto.

    El aislamiento propio de vivir en provincia aumentó con el estigma político que ya pesaba sobre mí. La red de apoyo de Ánima se volvió fundamental, tanto como mi familia, pues me permitieron usar la casa como espacio para la exposición. Pretendía así aprovechar y controlar los recursos para depender lo menos posible de cualquier instancia ajena y evitar las posibles intromisiones de la Seguridad del Estado. En cuanto a la nómina, pasaron a conformarla varios artistas reunidos en Ánima, así como otros convocados, tanto en Camagüey como desde el exilio.

    El carácter francamente privado y doméstico del espacio disponible determinó la línea curatorial del proyecto. En ese sentido, le debo mucho al artista Juan Pablo Estrada, quien estuvo en casa por aquellos días. Conversamos sobre el proyecto y me sugirió explorar el camino señalado por María de Lourdes Mariño en una muestra de dibujo organizada por ella en La Habana, siempre de forma independiente. Aunque la exposición resultante, Iter Criminis, presentaba una variedad de recursos y manifestaciones del dibujo como método de conocimiento, análisis y expresión, este interés pronto derivó con naturalidad hacia los procesos abiertos, las obras inacabadas, las fases iniciales o intermedias de la creación, y la parte metódica y cotidiana de la creatividad del artista.

    Otro experimento similar fue Voluntades ajenas, llevada a cabo en mayo de 2021, durante el aislamiento pandémico, en la casa del artista Louis Arturo Aguirre, un espacio raro e interesante, lleno de historia, objetos del pasado y del arte bizarro de Louis Arturo.

    Veo a Prima Facie como un ejercicio más y mejor dentro de esta lógica, en buena medida el resultado de una motivación personal. Después de mudarme y asentarme en una «nueva» casa, que en realidad es el hogar donde crecí y viví la mayor parte de mi vida, tuve ganas de asumir nuevamente el reto curatorial iniciado años atrás. Por supuesto, hubo dudas y momentos de desaliento frente a los embates de la realidad triste, caótica y desesperante de Cuba. Creo que el impulso principal vino del compromiso de los artistas que confiaron en mí. El apoyo de todos ellos es de las cosas que más valoro de esta nueva experiencia, pues la mayoría no vive en Camagüey, varios ya ni siquiera viven en Cuba, y los que permanecen en el país todavía no han tirado la toalla, que en los tiempos que corren no es poco decir.

    *Un testimonio de Isel Arango Rodríguez.

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