Parqueados en el cine

    Cuba: el romance cinéfilo de más de un siglo 

    El domingo 24 de enero de 1897, el exhibidor y realizador francés Gabriel Veyre ofreció la primera función pública del cinematógrafo Lumiére en la antigua contaduría del Teatro Tacón, con capacidad para cien personas y ubicado en la calle Prado nº 126. Las entradas se cobraron a 50 centavos para los adultos y 20 centavos para los niños y militares. Las primeras «vistas» (cortos de metraje entre cinco y diez minutos) proyectadas por Veyre en aquella ocasión fueron: Partida de naipesLa llegada del trenEl regador y el muchacho y El sombrero cómico.

    Fue el inicio de un romance cinéfilo que ha transitado etapas marcadas por la política, la economía y diversas crisis de la sociedad cubana.

    Antes del 1960, las salas de cine y lugares de proyección eran un negocio creciente. Entre el 1902 y el 1990, Cuba llegó a tener en La Habana 138 salas de cine, y cerca de 25 dispersas en las cabeceras provinciales, además de los autocines y los proyectos de cine ambulante. De ser uno de los países latinoamericanos con mayor número de cines en su capital, la isla ha pasado a ser casi un país sin cines, con muy pocos en función. Entre los vaivenes de la situación económica y de una administración dependiente por completo de subsidios estatales, factores ambos que han atentado contra la sostenibilidad de las salas, y el ascenso de tecnologías para el consumo de materiales fílmicos fuera de los espacios de proyección, el romance cinéfilo de Cuba ha ido quedando como un recuerdo que se reaviva con las muestras de cine y durante el Festival Internacional de Cine Latinoamericano.

    En todo el mundo el acceso a los cines siempre ha sido un tema complejo para los habitantes de zonas aisladas, alejadas de las capitales o ubicadas en entornos rurales. Mucho antes de esa antológica escena del filme Cinema Paradiso, la proyección de películas al aire libre, en pantallas improvisadas sobre muros o sábanas, era una alternativa comunitaria ante la imposibilidad de acceder a una sala de cine.

    En Cuba, antes del año 1960, había en operación muy pocas alternativas de este tipo. Las dificultades para mover los proyectores, diseñados para plataformas estáticas, y la carencia de fluido eléctrico en algunas zonas, hacían prácticamente imposible llevar el cine a ciertos lugares. Si las personas querían disfrutar de él debían, primero, conocer dónde se realizaría la proyección y, segundo, moverse hasta ese lugar. 

    Una de las iniciativas nacidas en la década de los sesenta, con el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), fueron los llamados cines móviles, que permitieron la llegada del séptimo arte a zonas muy apartadas de nuestra geografía.

    En aquel momento se emplearon proyectores más pequeños con su sistema de alimentación eléctrica; no siempre estaba disponible el audio y se proyectaba sobre pantallas improvisadas con sábanas en algunos casos. Los equipos viajaban en camiones por rutas complicadas. La llegada del cine móvil se convirtió en un acontecimiento en bateyes y otros asentamientos rurales para los pobladores de todas las edades que nunca habían visto una película. Estas experiencias iniciáticas quedaron plasmadas en el documental Por primera vez de Octavio Cortázar, que nos muestra el descubrimiento del cine por habitantes de las montañas de Baracoa, en el extremo oriental de la isla.

    En la actualidad es un poco más fácil replicar los cines al aire libre siempre que se tenga disponibilidad de fluido eléctrico —es imprescindible una toma cercana y/o una extensión. Los otros accesorios necesarios son pantallas (sustituibles con una pared clara o una sábana), proyector, barra de sonido, altavoces y alguna lámpara con que iluminar el espacio. 

    Así que era cuestión de tiempo y deseo que surgiera algo como El Parqueo.

    El Parqueo y otros «delirios»

    «¡Sábado 11 de marzo a las 7:00 p.m. será la primera proyección de cine al aire libre del proyecto El Parqueo! Para niños y amigos de este barrio La Puntilla y para todos los que quieran llegarse. Pondremos un corto de Tulio Raggi y ¡Vampiros en la Habana! de Juan Padrón»; fue el llamado en redes de Ixchel Casado, seguido por el pedido: «Traigan sillas o banquitos», que se convirtió después en el reclamo que cierra cada anuncio del proyecto: «Trae una silla y un amig@». 

    El Parqueo arrancó en el año 2023 en La Habana, en el terreno yermo frente a La Puntilla, junto al mar. El equipo, formado por un grupo de 11 jóvenes, algunos egresados de la Facultad Arte de los Medios de Comunicación Audiovisual (FAMCA), del Instituto Superior de Arte (ISA), o de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana, ha operado el proyecto durante un año.  El pasado 11 de marzo realizaron su proyección de aniversario con la película Atlantis: el imperio perdido (2001).

    Sobre El Parqueo, converso con Ixchel Casado y Liam Gómez, en representación del colectivo…

    YA: ¿Cómo nació esta idea de El Parqueo?

    Ixchel Casado (IC): Insisto mucho en la idea de que nosotros no creamos un equipo para hacer El Parqueo; nosotros ya éramos un equipo. Teníamos proyectos y trabajos comunes e independientes, y El Parqueo es uno dentro de tantos otros que hemos compartido en estos años. Cuando se me ocurre la idea de proyectar no hubo que llamar a nadie de fuera: todos estábamos listos para apoyar.

    Surge aquí en La Puntilla en marzo del 2023. Muchas personas me han preguntado si surgió con la pandemia, y no, no fue ahí, pero sí a consecuencia de ella porque el curso escolar se corrió. Estábamos en marzo con los niños en la calle porque ¡ellos estaban de vacaciones! Yo los veía desde la ventana, jugando allá abajo. «Podríamos hacer algo para los niños», pensé. Se me ocurrieron muchas cosas, pero todo implicaba traerlos a mi casa, que es complicado porque hay que coordinar con los padres, responsabilizarse de un modo que no podía asumir. Pero pensé que sería más inteligente aprovechar este paisaje, tomarlo de manera efímera; hacer algo al aire libre y así conservar su lugar natural de mataperrear, un lugar natural para ellos durante el día, y que podríamos potenciar las noches. La mejor idea era que nosotros interviniéramos su espacio; no llevarlos a un lugar cerrado. De ahí la idea del cine al aire libre. Lo consulté con una vecina de confianza, que es la mamá de una de los niños del edificio, y le encantó. Esa familia es para nosotros parte del staff.

    Ellos se entusiasmaron más de lo que esperaba y dije: bueno, esto lo tenemos que hacer, y rápido.

    Nuestra primera prueba de proyección fue en un muro por acá atrás, y, cuando casi estábamos decididos a hacerlo allí, nos fijamos en el muro de mi propio edificio, donde podíamos tener un espacio de proyección aún más grande. Probamos y decidimos que ese iba a ser nuestro soporte.

    El Parqueo surgió de eso, de observar los niños del barrio y ver qué cosas hacían, qué les parecía divertido, y respetar su espacio cotidiano de juego; todos ellos están creciendo aquí, junto al mar, y eso es algo especial. 

    ¿En qué medida El Parqueo se inserta en otros proyectos que ya tienen ustedes?

    IC:  Bueno, en ese sentido realmente no es tanto que se inserte en nuestros otros proyectos como que es un proyecto común en el que usamos nuestros saberes y habilidades profesionales. Ahora mismo, por ejemplo, Liam Gómez, que es graduado y profesor del ISDi [Instituto Superior de Diseño de La Habana], está coordinando el diseño de los carteles y gestionando las colaboraciones; eso se enmarca dentro de su perfil profesional. Los carteles para promover las primeras proyecciones (Vampiros en La HabanaElpidio Valdés, La historia sin fin) los hice yo, siguiendo el estilo de mi página Tu Cara de Cartel, pero luego Leisa Capote y Liam tomaron el relevo. Carolina Sánchez, Víctor Lefebre, Raúl Torrens, Raúl Pérez, Daylis Rodríguez ayudan en la organización de las proyecciones y en la gestión general del proyecto; Patricia Lim también lleva el perfil de El Parqueo en Instagram; Brayan Hernández hace las presentaciones de las pelis, pero también es de alguna forma el vocero del proyecto; David Casín realiza el registro visual de las proyecciones. Pero, en realidad, todos hacemos lo que haga falta. 

    Tenemos otro proyecto de cine en común que se llama El Observatorio, donde yo programo cine documental cubano, y no tiene nada que ver con esto; es otra línea de trabajo, aunque es cierto que coincidimos prácticamente las mismas personas.

    ¿Cuál ha sido el impacto de este proyecto en la comunidad y en ustedes?

    Liam Gómez (LG): Siempre hay muchas personas que se nos acercan con intención de colaborar, o contándonos cómo este espacio se ha vuelto importante para ellos. He estado jugando fútbol en algún lugar y se me acerca gente a decirme: «Eh, tú eres del Parqueo… Y ¿qué película van a proyectar este fin de semana?».

    Eso te genera mucha felicidad, ¿sabes? Que la gente reconozca el proyecto, que te reconozcan como parte de él. Que lo tomen como una actividad para su ocio y disfrute. Esto te llena: el saber que eres parte de algo que a la gente le da mucha felicidad, y que los hace venir hasta aquí desde cualquier parte, da igual el municipio o el barrio. Y vienen a El Parqueo a pasar la noche del sábado con sus amigos o con su familia, o solos, para conocer gente nueva.

    IC: A Liam, por ejemplo, como profesor del ISDi, se le ocurrió la idea de llevar las proyecciones del proyecto a la beca del Instituto. Para nosotros como equipo implicó probar el proyecto también en Centro Habana, y eso significó vincularlo con el trabajo de él; tuvo impacto en todos: en nosotros, en los estudiantes que participaron y en esa comunidad. Siempre que nos movemos es una experiencia muy diferente. 

    El Parqueo nos ha abierto puertas a todos lo que estamos dentro; hemos entregado mucho, pero parte de eso también se nos devuelve; nos ha dado visibilidad y confianza en nuestros círculos profesionales. Es algo muy positivo porque en este caso es un trabajo que nosotros hacemos de manera sincera, muy espontánea, y yo creo que eso la gente lo siente, lo agradece, incluso la gente que nunca ha venido. Ganar el Fondo de Arte Joven ha sido clave para el alcance que está teniendo el proyecto, y en un futuro lo será también para la sistematicidad del mismo.

    ¿Cuáles han sido las principales dificultades que han tenido para que camine El Parqueo?

    IC: Para mí, la falta de autonomía tecnológica. Es lo único que yo diría que ha sido realmente problemático, en tanto no nos permite programar de manera continua.  Y por supuesto que todos los del equipo trabajamos mucho fuera de El Parqueo; entonces hemos ido aprendiendo en la marcha cómo llevar la organización interna a nivel de horario y de disponibilidad para que el proyecto no desaparezca. Teniendo como base que nadie podía ser imprescindible, creamos una dinámica rotativa de trabajo; sabemos que necesitamos por lo menos tres personas del equipo para llevar a cabo la proyección. Si hay tres que pueden, se hace, y se hace bien, aunque falte yo, y aunque sea en mi casa donde se gesta todo. A veces no he estado porque tengo compromisos de trabajo, pero siempre hay alguien que tiene una llave para sacar los equipos y distribuir las funciones, porque al final todos estamos comprometidos desde el mismo lugar. Para nosotros es muy serio cuando se proyecta; incluso los que ya no están en Cuba están pendientes de todo lo que pasa ese día. 

    La bocina es de Ernesto, un vecino; la corriente es de Blenda; la extensión principal de Siliet; la escalera es de Josué Gómez, cineasta devenido en vecino. Tenemos un colaborador muy importante egresado también de la FAMCA, Camilo Soto; él es la persona que nos consigue prácticamente todas las películas que se ponen, a veces contra el tiempo. Es muy lindo, pero dependemos de muchas personas, amigos y gente del barrio; esto hace que la responsabilidad se salga a veces de nuestras manos, y genera estrés, pero es parte de la magia. Al final, todo lo correspondiente al cine es siempre un gesto grupal, y a veces tenso.

    Pero definitivamente la tecnología es un problema. Ahora mismo no tenemos proyector propio, y en realidad nunca lo tuvimos; solo teníamos uno prestado por varios meses.  Esa es una de las cosas que ganar el Fondo de Arte Joven va a facilitar; la importación está en marcha, pero son procesos largos. Una vez que tengamos los equipos solo dependerá de nuestra coordinación interna y de hacer una programación, algo que la gente nos pide mucho. Ahora mismo dependemos de casi 20 personas para proyectar, y eso lo hace un poco complicado; fuera de eso no hay trabas.

    ¡Ah! Y el tema del clima. Es muy agradable proyectar al aire libre, pero hemos tenido que cancelar proyecciones teniendo todo listo, con gente ahí, porque la costa a veces puede ser hostil: de pronto llueve o hay mucho viento y prácticamente no se escucha, porque se lleva todo el sonido. Ahora mismo, con el volumen de gente que está viniendo, nos hemos planteado poner subtítulos en español para que los que están del lado de allá, casi en el mar, al menos lean. Porque la gente ya no cabe en El Parqueo.

    Excepto esas tres cosas, el proyecto ha transcurrido bien; siempre encontramos alternativas.

    Ha habido incidentes, como una vez que tuvieron que entrar por la ventana de uno de mis cuartos, donde tengo todo, incluido el proyector, porque yo no estaba y había dejado cerrada esa habitación. Otra vez no tenían la llave que siempre dejo y tuvieron que acceder por la casa de al lado. Proyectar siempre se convierte en una aventura; lo importante es no dejar de hacerlo, no se puede dejar de proyectar si hay 200 personas que van a venir. Es una cuestión de respeto por el otro en un país donde ha desaparecido casi por completo la cultura del servicio. 

    ¿Cómo hacen la selección de las películas?

    LG: Preferimos proyectar películas para la familia, porque hemos ido descubriendo que ese es realmente nuestro público. Hacemos una encuesta de alrededor de seis opciones a lo interno del equipo, cosa que es difícil de conciliar porque somos muchos; de ahí salen tres que se encuestan en Instagram, y hay una película ganadora. Es una forma de concurso que se vuelve también una vía para comunicarnos con las personas que asisten; […] genera sentido de pertenencia con la proyección y con el espacio.  

    Buscamos que [las películas] atraviesen varias generaciones, ya sea porque tuvieron mucho éxito o porque simplemente se repitieron por años en la televisión y crecimos viéndolas cuando éramos pequeños; muchas de ellas forman parte imprescindible de nuestra memoria en torno al hogar y la familia. Algunas tienen mucha carga emotiva y generan una especial interacción con el público, ya sea por una canción que todos cantan a coro o por un chiste; la verdad es que el público se involucra y eso siempre nos toma por sorpresa. En esos momentos yo redescubro cada sábado el poder que tiene el cine como evento social; porque todos sabemos que esas películas cualquiera las descarga y las ve en su casa. Ahí entendemos que lo que estamos haciendo es importante. 

    IC: Creo que Mulan fue mi experiencia más emotiva. Yo decía: «Pero qué le pasa a la gente»; porque aplaudían, gritaban, lanzaban exclamaciones, y te hacía sentir ganas de gritar también. Es una película del 98 que se comunica perfectamente con la actualidad, y eso se notó; era un estado de excitación general. Muy contagiosa; mágico. Se sentía como en el documental Por primera vez, el corto de Octavio Cortázar. Con cada proyección hay más gente, y no importa que ya hayan visto la película, porque en el fondo la gente no viene a ver las películas, viene a vivir la experiencia de ver la película rodeada de gente. Eso hace toda la diferencia. Eso es el cine.

    Hay algo que yo quisiera recuperar, de cuando hicimos las primeras proyecciones y aún no teníamos página de Instagram. Hacíamos carteles impresos, y los pegábamos por el barrio y los dejábamos en las escuelas de la zona para promocionar las proyecciones. Y así llegábamos al público infantil que, en realidad, no tiene acceso a redes sociales si no es por medio de sus familiares. Esa es una parte que tendremos que resolver: la opinión de los niños, su voto por las películas de su preferencia. Cuando pegábamos carteles era muy bueno porque al menos era algo directo que le podías dar a un niño en la calle. A lo mejor alguna vez haremos un buzón para los niños y lo pasaremos para que ellos digan qué quisieran ver. Me entusiasma mucho esa idea que se le ocurrió a Carolina, porque yo sé que los niños van a escribir cualquier cosa; eso va a ser una sorpresa. 

    ¿Qué piensan que va a pasar con El Parqueo en el futuro?

    IC: Ese es un dilema para el grupo; ya lo hemos hablado. Como al resto de los emprendimientos, los negocios y, en general, la vida de la gente, el tema de la migración mutila un poco todo lo que sucede ahora mismo en el país; todos los planes de futuro de la gente están enlazados de alguna forma a si se van a ir de Cuba o no.

    Nosotros no escapamos de eso. Estamos entre los 20 y 30 años, y todos de alguna manera nos proyectamos hacia un futuro que va a costar mucho trabajo concretar aquí. El Parqueo es un paraíso en medio de todo, para estar conectados con la gente que queda en Cuba y ser útiles. 

    Parte de la sostenibilidad de El Parqueo tiene que ver también con el Fondo de Arte Joven, el impulso que nos dan y las asesorías que hemos estado recibiendo de ellos. Hemos querido pensar en la idea de hacer un Proyecto de Desarrollo Local (PDL), que es lo más natural y que podría hacer sustentable esta iniciativa. También existe la posibilidad de que ese cambio de nivel abra las puertas a que la propia comunidad pueda generar actividades económicas y pueda participar más activamente. Solo nos gustaría que no se convierta en otro 1ra y 70, que está bien y tiene sus objetivos, pero que se alejan diametralmente de los nuestros. Yo quiero que esto siga teniendo una proyección local y simple; el crecimiento no tiene por qué implicar siempre una actividad económica, y siento que cada vez más todo el país se mueve hacia allí. Yo repelo un poco esa idea fija de hacer dinero con todo, aunque la entiendo. Quisiera mantener el lujo que es tener un espacio gratuito y tranquilo, aunque nos cueste muchas horas de trabajo y nos cueste dinero también.

    Igual persiste la incertidumbre de cómo podríamos plantearnos, con la situación actual, hacer un proyecto que tenga, digamos, una proyección de desarrollo de cinco o diez años, si en realidad el país cambia constantemente. Creo que es muy valiente la gente que lo hace, porque está poniendo todo en juego. El Parqueo cumple un año y ya hay dos de nosotros que no están en Cuba de forma definitiva; eso es para mí un síntoma del futuro del El Parqueo. Y nos conflictúa, porque el proyecto pide naturalmente crecer.  

    Nosotros seguimos haciendo lo mismo que el primer día, pero viene más gente en una hora complicada, que coincide con los horarios de comida; o sea, que ese público demanda otros servicios, y eso es algo que nosotros podríamos proponer desde el proyecto. Y que a la vez podría ayudar a gestionar los recursos para seguir con las proyecciones o mejorar las condiciones del lugar; también para crear una infraestructura para movernos a otras comunidades, que es uno de nuestros sueños. Decir: «Hoy vamos a proyectar en La Habana Vieja», o en cualquier lugar, y montarnos en un carro e ir a proyectar allá. Mucha gente escribe: «¿Cuándo van a venir aquí? ¿Cuándo pueden presentar aquí?». Porque, aunque nosotros hacemos una actividad que es gratuita, les cuesta mucho dinero llegar aquí y les cuesta más irse a la hora que se acaba. 

    ¿Creen que Cuba en este momento necesita más Parqueos? 

    LD: Sí, creemos que sí. Pero necesita que se replique esta experiencia así: relacionada con el cine. Difundir arte, difundir una manifestación artística en la cual este pueblo ha tenido tradición. Incentivar ese interés cinéfilo, y que las personas puedan de manera gratuita ver una película, disfrutar una noche al aire libre, socializar… Tiene que haber más Parqueos en toda Cuba.

    IC: Yo no tengo recelo con las réplicas de este proyecto. Siempre que se respete el origen de esto y su espíritu. Me han escrito varias personas para preguntarme detalles porque lo quieren hacer en sus comunidades. Lo más lindo sería que en cada barrio hubiera un parqueo que se reinventa en las noches y donde se proyecta cine. ¿Te imaginas eso? Deberíamos hacer un video, tipo tutorial de YouTube, explicando cómo lo hacemos, con qué, cómo nos organizamos, para que la gente replique esos modelos. Lo digo como un chiste; pero quizás realmente deberíamos hacerlo porque nosotros no podemos movernos lejos. Incluso, aunque pudiéramos movernos, nunca sería suficiente. La cantidad de público que viene aquí, y los lugares desde donde viene, es un medidor muy claro de la situación actual en torno a lo cultural y a lo económico. 

    No solo del tema cine. Yo no diría que tiene que ver necesariamente con el tema cine como expresión de arte. Creo que tiene que ver con lo que implica socialmente una proyección al aire libre; además, al lado del mar. Hubo una proyección donde había mucha gente; esa noche el aire estaba muy fuerte en dirección contraria al público; fui hasta atrás y ahí no se escuchaba nada, pero las personas no se iban. Entonces caímos en cuenta de que la gente viene por lo que el cine genera. Es un lugar de encuentro seguro. Me arriesgo a decir que no tiene que ver para nada con la película. Creo que todos añoramos pertenecer a algo que sobrevuele la cotidianidad; por eso a veces hemos sido prácticamente nosotros el único público, y ha sido igual de importante. La belleza de eso no tenemos forma de medirla; nos golpea y nos hace seguir. 

    Un año de cine «junto al mar»

    Este lunes 11 de marzo se cumple un año de acción autogestionada en el que proyectar filmes en las paredes de El Parqueo se ha convertido en una alternativa muy apreciada por un público diverso.

    En esta proyección de aniversario amenaza llovizna y el viento parece que no dejará escuchar las bocinas, pero desde las calles aledañas se escucha un rumor de multitud. Aún falta más de una hora para que comience la proyección y ya El Parqueo, y parte de la costa cercana, están ocupados por muchas personas. Los autos que normalmente se estacionan en el interior han sido desplazados hacia la calle, de manera que el espacio quede disponible para el público.

    En las filas delanteras, los vecinos de la comunidad han traído sillas, y se ve un sofá que alguien cargó y acomodó casi junto a la calle. Grupos de jóvenes y adolescentes esperan sobre mantas y esteras extendidas en el suelo. Hay familias completas, grupos de amigos y gente que camina de un grupo al otro, reconociéndose, saludándose, reencontrándose.

    Un joven marca, con la técnica de esténcil, un símbolo alegórico al filme que se proyectará (Atlantis: el imperio perdido) donde los asistentes deseen: la cara, el brazo, el hombro. Todos (incluso mi hijo y yo) salimos con un espiral color azul azteca en alguna parte visible de nuestro cuerpo. El joven fue mi alumno hace años y entiendo entonces lo que Ixchel Casado me dijo en la conversación que tuvimos unos días antes: este es un lugar de encuentro, muchos vienen aquí para regresar con los suyos.

    «Acompaño este proyecto desde que lo llevaron a la beca del ISDi», me dice mi exalumno Roberto (Potto). «Hago dibujos para ellos. Utilizo la técnica de esténcil para hacer impresiones en la piel que sean recuerdos del filme que se proyectó, y siempre vengo; este lugar («lugar», dice, «lugar») es muy importante para mí, y estoy feliz de acompañar en hacerlo posible».

    Encuentro otra de mis exalumnas que viene por un dibujo para su hombro y es punto fijo en cada proyección. Un colega de trabajo, Danko, a quien encontré por casualidad, me sirve de guía para acercarme a otros grupos.

    La representación por edades suele ser muy variada en estas sesiones. Hay niños, adolescentes, adultos jóvenes y ancianos. Algunas personas son de la comunidad; otras, muchas, vienen incluso desde lugares lejanos de la ciudad. Acuden a pie, en bicicleta, en el (complicado) transporte urbano. Las dificultades para llegar no son obstáculo y, cuando se indaga entre la multitud desde dónde vienen, algunos confiesan que, para estar a tiempo, han salido de sus municipios hasta dos horas antes.

    «Nosotras venimos por el ambiente», cuentan Jana y Gabriela, de 22 y 21 años respectivamente. A la pregunta de por qué venir a ver una película que ya han visto, responden: «Es que es un lugar distinto, una experiencia distinta. Venimos a encontrarnos con amistades y a compartir un momento de recuerdos. Esta película que van a poner hoy, por ejemplo, la vimos cuando éramos niñas, y nos gustaba mucho. Además, es en la calle, estamos al aire libre; es muy agradable sentirnos acompañadas aquí. Y no hay otro lugar a dónde ir». Jana viene por vez primera, Gabriela reincide, y ambas se mantienen al tanto de la programación de El Parqueo por los estados de sus contactos y otros canales de WhatsApp, por Instagram y por el canal de Telegram del proyecto.

    «Yo jamás me he perdido una película», dice Danay, una niña de siete años que ocupa el sofá junto a la calle, con su madre y dos vecinas. A su alrededor, en otras sillas y hasta en el piso, esperan que comience la película un grupo de vecinos del edificio «pantalla».

    «Aquí hay mucha gente que no es de aquí. La mayoría que están en esas filas de atrás ni son del barrio», dice Lea, otra vecina. «Y dentro de un rato llegan los bicicleteros, parquean todos en la calle y se sientan en el bordecito. Fíjate cómo la gente ya sabe que el contén es de ellos, y se los deja libre».

    Otro de los vecinos, Joseíto, se queja de que no haya más proyecciones: «Sabemos que es difícil», dice; «por ejemplo, el proyector que están usando es prestado, la electricidad llega por esas tres extensiones conectadas que ves ahí. Y sabemos que esto ellos lo hacen gratis. Pero si pudiera ser más veces seguro que se llena esto igual».

    «Es que es como volver a otros tiempos», recalca Lea. «De cine y de antes, cuando todo era un poco mejor. Te sientes muy bien aquí. Casi todo el barrio viene».

    Los miembros del proyecto, reconocibles por los pulóveres negros con el logo de «El Parqueo», se afanan probando la película y el sonido. Apenas puedo conversar con ellos: están concentrados en el trabajo, y noto, no nervios ni inseguridad, sino el ensamblaje perfecto de un equipo que sabe muy bien lo que tiene entre manos. Uno de ellos camina con su cámara, recogiendo las fotos y videos que más tarde se compartirán en el perfil de Instagram de El Parqueo, y que luego replicarán muchos seguidores, probablemente con el encabezado de «Yo estuve aquí», sembrando futuros asistentes a las sesiones de cine junto al mar.

    «Los muchachos se saben los parlamentos. Los repiten, se ríen, cantan. Es un ambiente muy contagioso», cuenta Milena, una abuela que vino con sus nietas de 15 y 22 años. «Es como estar en el cine, pero mejor, porque aquí los muchachos pueden caminar, pasan de un grupo a otro con total seguridad y sin que haya problemas. Creo que se sienten libres. Fíjese que hay algunas personas que tienen cervezas, pero todo el mundo sabe que este es un lugar sobre todo de familia. Hasta ahora todo ha ido muy bien».

    El Parqueo se llena y ya casi empieza la película. Sigue llegando gente y apenas da tiempo a las palabras de presentación. El público canta felicidades por el aniversario, y comienza la proyección. Es otra noche de cine en El Parqueo. Al terminar nos vamos como podemos (algunos tenemos un largo viaje por delante), marcados con nuestra espiral azul, delatora de que fuimos, por más de tres horas, habitantes del mismo sueño.

    En su lento e imparable ascenso, el proyecto ha ido llamando la atención de muchos. Público, gente de la comunidad de La Puntilla, usuarios de distintas redes, periodistas… han visto, disfrutado y compartido la magia de esta iniciativa que surgió como una manera de entretener a los niños en sus vacaciones.

    Gustavo Arcos, crítico y profesor en la FAMCA, celebró la iniciativa en su muro de Facebook: «Desde hace algunos meses, estas muchachas (algunas egresadas de la FAMCA) hacen algo maravilloso. Exhiben películas en la pared de un edificio, regresando a los orígenes del cine, con su encanto hacia lo natural y popular». Acompañó su post con imágenes que atestiguan una de las noches más concurridas; la multitud parqueada bajo las estrellas y disfrutando del cine.

    El proyecto busca además generar conciencia verde y promover la socialización responsable en el espacio baldío que se desea revitalizar, pero a través de una intervención efímera y respetuosa. Por ello esta exhortación del equipo:

    Estamos muy agradecidos con las personas que vinieron ayer a El Parqueo, pero queríamos hacer un llamado de atención con respecto a la limpieza del entorno de La Puntilla. Es importante para nosotros mantener el cuidado de este sitio. El proyecto surgió principalmente para despertar la vida y el paisaje nocturno del barrio y es triste encontrarse con los residuos que muchas personas dejaron, ignorando el hecho de que hay contenedores de basura muy cerca de donde proyectamos. Por favor, si generas basura, échala en los contenedores o llévatela. También es válido que luego de cada proyección, voluntariamente recojamos cualquier residuo que encontremos. Cuidemos nuestro parqueo.

    La sostenibilidad de El Parqueo depende de muchos factores técnicos, económicos y legales, pero es crucial que la comunidad apruebe el proyecto, disfrute, y mantenga una conducta apropiada en las sesiones. Se pone en marcha una reciprocidad; las personas participantes se enriquecen con la experiencia y, a su vez, la apoyan y promueven, lo cual confirma la pertinencia y contribuye a la sostenibilidad de una intervención comunitaria como esta, que parte de la espontaneidad individual o grupal, y no necesariamente de una institución.

    La institucionalidad, a su vez, podría nutrirse de estas experiencias, si su voluntad fuera la de promover y amparar proyectos que beneficien, acompañen y eduquen a las comunidades. La academia puede encontrar en ellas fundamentos prácticos para una mejor comprensión de los fenómenos sociales y su transformación. Los centros educativos pueden acompañarlas, divulgando y educando para que las infancias, adolescencias y juventudes participen de ellas y multipliquen iniciativas equivalentes.

    Más allá de todas las cosas que van faltando en Cuba, se puede decir que, contra la violencia y la apatía, en favor de la recuperación (lenta, probable) del tejido social, nos vendrían bien unos cuántos Parqueos, movidos por la misma libertad, perseverancia, sensibilidad, participación colectiva y afán de salvar todo lo posible en medio del naufragio en curso. Veremos si, en medio de tanto terreno baldío y convulso, logran nacer y sobrevivir.

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    Yadira Albet
    Yadira Albet
    Madre, escritora, maestra, podcaster. Solo una ahí que escribe, sueña futuros y llega tarde a todas partes.
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    1. No creo que los jóvenes, las familias, acuden particularmente interesados en el cine, sino como un lugar de encuentro: en una ciudad donde la gente no tiene a donde ir, cualquier cosa sirve para hacer algo diferente.

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