Le escribí en los últimos días de noviembre a la historiadora, editora y ensayista cubana Alina Bárbara López Hernández. Hacía un tiempo que quería entrevistarla, hacerle preguntas que he hecho muchas veces, que me hecho incluso a mí mismo, y para las cuales rara vez he encontrado respuestas satisfactorias. Sin embargo, no era el mejor momento.
Desde finales de 2017, ella ha ganado espacio y reconocimiento en la esfera pública cubana debido a sus artículos críticos del gobierno cubano y, también, aunque en menor medida, a sus protestas pacíficas ante determinadas injusticias del régimen. Sus textos, primero en el blog La Joven Cuba (LJC), hoy en otros medios de prestigio, diseccionan desde la izquierda la realidad cubana e invitan a los lectores a hacer lo mismo. Sus palabras son siempre agudas y, a la vez, conciliadoras.
Cuando le escribí recién salía de un juicio en que fue acusada de «desobediencia». Las autoridades judiciales fallaron en su contra y la sentenciaron a pagar una multa de siete mil 500 pesos. El motivo: López Hernández se había negado a pagar otra multa impuesta por protestar individual y pacíficamente en la vía pública en favor de la liberación del escritor y humorista cubano Jorge Fernández Era.
Para la fecha del juicio, más de mil personas, muchas de ellas residentes en Cuba, habían firmado varias cartas de respaldo a la intelectual matancera, incluidas una de la Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA, por sus siglas en inglés), con sede en Estados Unidos, y otra de Opción Marxista Internacional. La organización Cuban Prisoners Defenders declaró que el juicio contra López Hernández tenía marcadas «motivaciones políticas» y que perseguía reprimir el ejercicio de sus derechos y libertades. Durante la celebración de la vista oral, los alrededores del tribunal fueron ocupados por fuerzas de la Seguridad del Estado que de manera violenta impidieron que ciudadanos se acercaran a la edificación.
Pese a todas esas circunstancias, ella aceptó este diálogo para El Estornudo.
DAA: ¿Qué ha implicado en términos políticos, para el gobierno cubano y para la ciudadanía, la llegada masiva de Internet al país?
ABLH: Cualquier crítica hacia el gobierno cubano se asocia como proveniente de la reacción porque esa es exactamente la narrativa que durante mucho tiempo —y con mucho éxito, hay que reconocer— ha logrado establecer el propio gobierno cubano. Así lo ha hecho a nivel internacional y, lo peor, frente a la propia ciudadanía. Pero las reglas del juego cambiaron con la llegada de Internet a Cuba, que le dio voz a personas que no están necesariamente vinculadas con organizaciones opositoras, con determinados partidos políticos o sindicatos independientes que para el Estado era muy fácil descalificar y englobar en la categoría unánime del «enemigo», sin importar si eran proclives al capitalismo o a otro modelo socialista. Porque existían —y existen— en Cuba estas organizaciones diversas.
He seguido con mucho interés cómo la entrada de Internet a Cuba dio voz a las personas, a una ciudadanía que está por fuera de estas organizaciones. Eso no significa que la ciudadanía no esté de acuerdo con algunas cosas que estas organizaciones puedan plantear, pero no las necesita, porque la llegada de Internet democratiza el disenso y lo saca de la égida de cualquier tipo de organización, digamos, sombrilla, que te proteja como miembro.
La sociedad civil cubana, de algún modo, se está reconfigurando, o más bien emergiendo, a veces de manera aislada, con voces muy diferentes entre sí, que no niegan lo que puedan haber hecho algunas de estas organizaciones, pero que ya no las necesitan para interpelar al Estado, al gobierno. Eso es importante, pues descoloca al gobierno cubano, que prácticamente ha tenido que englobar en las categorías de disidente y opositor —la «opo» y la «disi», como dicen algunos peyorativamente— cualquier discurso que cuestione el poder. Venga de donde venga. Al gobierno no le importa la procedencia ideológica.
¿Qué significa «cuestionar el poder» en Cuba?
Significa cuestionar varias cosas. Una: el partido único. Dos: el sistema electoral, que es impermeable a las bases sociales, a una verdadera dirección o influencia de la ciudadanía desde abajo. Tres: el manejo de la economía nacional, de lo que se reconoce como «la propiedad social sobre los medios de producción», sin que lo sea.
Cuando cuestionas la naturaleza del poder, cuya esencia está fundamentalmente en esos aspectos, eres el enemigo. No importa quién seas, no importa lo que propongas: si eres favorable a un socialismo con características democráticas y participativas, donde confluyan diversas formas de propiedad, o si eres una persona que aboga por que Cuba se guíe por la economía de mercado, eres el enemigo. Eso ya es muy evidente.
Como usted dice, existe un sector con ideas de izquierda dentro de la sociedad civil que cuestiona estas bases del poder en Cuba. Pero, más allá de que el gobierno los siga considerando el «enemigo», ¿qué cambia el hecho de que estas críticas salgan de ese lugar, de la izquierda?
Algo muy importante ha cambiado, y es que la narrativa gubernamental ya no se sostiene con la firmeza de hace unos años. Existen muchas organizaciones de la izquierda internacional que no son proestalinistas, que no son antidemocráticas, y durante mucho tiempo apoyaron al gobierno cubano porque les parecía que la hostilidad estadounidense fomentaba una agenda de cambio de régimen —cosa que ha ocurrido y sigue ocurriendo. Esa izquierda, que era prácticamente acrítica respecto al gobierno cubano, está convencida hoy de que en Cuba existen condiciones muy similares a las de otros países de la región: una sociedad empobrecida, discriminada, excluida política y socialmente. A veces excluida hasta simbólicamente. Entonces, con toda lógica, esa actitud acrítica de muchas organizaciones de izquierda hacia el gobierno cubano se ha transformado.
Yo he sentido un tremendo apoyo de una serie de organizaciones y medios que hasta hace algunos años no tenían hacia el gobierno cubano la actitud crítica que tienen hoy: Opción Marxista Internacional, en Colombia; Frente de Izquierda, en Argentina; Movimiento Socialista del Poder Popular, en México; Partido Socialista de los Trabajadores Unificado (LIT), en Brasil, o La Izquierda Diario —que es un conglomerado de medios de izquierda con presencia en muchísimos países—, Viento Sur, Sin Permiso, y New Politics, en Estados Unidos, entre otros. Hablo de organizaciones, medios y sitios prosocialistas. Y eso es importante que se tenga en cuenta.
Esto cambió porque las críticas y los actos de protesta pacífica ya no son ni siquiera por una cuestión directamente política —aunque todo, de base, es político—, sino por la falta de alimentos. ¿Quieres ver algo más político que el hambre? El gobierno, por su parte, trata de sostener y generalizar la tesis del mercenarismo, de la reacción, del trumpismo, pero le es cada vez más difícil lograrlo. En algún momento sostuve que Cuba transita por un nuevo momento histórico, y sigo creyendo que es así. Ese momento histórico está dado porque gran parte de la ciudadanía se está responsabilizando; quizás porque ha sentido en carne propia la crisis total que se vive, una crisis terminal, pero está responsabilizándose con tener una nueva voz.
Es importante también tener en cuenta que existen determinados sectores dentro de la sociedad cubana que todavía están atados por ese discurso del «enemigo común»; un discurso que se desmorona porque en Cuba —insisto— la mayor contradicción no es entre el Estado y determinadas ideologías en conflicto, sino entre el poder de un Estado opresor y una ciudadanía indefensa que puede tener cualquier preferencia ideológica, y, en ocasiones, ni siquiera tener una en particular. Y me refiero a una indefensión política, jurídica y económica. Eso es básico para entender lo que ocurre hoy.
CubaxCuba (CXC), una plataforma de la que usted es fundadora, se autoconcibe como un «laboratorio de pensamiento cívico» que busca «ayudar al mejoramiento de la nación cubana». Pero me gustaría que usted explicara con más profundidad este proyecto.
CXC tiene la intención de ser, efectivamente, un laboratorio de pensamiento cívico porque la sociedad cubana tiene muchos déficits democráticos, déficits en la práctica democrática para la que fue inhabilitada por décadas, déficits para ejercer derechos teniendo, a la vez, un discurso coherente frente al poder. No se trata de un discurso unánime, sino coherente, que logre desmontar muchos años de adoctrinamiento, de invisibilidad, de hacer pasar por sociedad civil lo que no es.
El Estado ha hecho que quienes no piensan igual, como él necesita que se piense, sean el «enemigo». Nos ha parcelado, sectorizado, dividido. Pero nosotros, como sociedad, debemos tener prácticas democráticas hacia el interior, a la hora de entendernos con criterios divergentes. Hay algo que nos une por encima de preferencias políticas e ideológicas, y es el respeto que podamos imponer en tanto ciudadanos. Para poder ejercer ciertos derechos y defender determinadas agendas, sean los de la comunidad LGBT+, de los afrodescendientes, de organizaciones feministas, etc., debemos, primero, tener derechos como ciudadanos. Esos derechos no los tenemos en Cuba; aun cuando algunos de ellos están reconocidos en la Constitución, no existe la posibilidad de ejercerlos. Y tenemos que prepararnos como ciudadanía para lograrlo.
Cuando una ciudadanía, como ocurre con la cubana, lleva tantas décadas sin ejercer sus derechos, no está preparada para hacerlo. Y no es que en CXC pretendamos ser una escuela ni mucho menos. Solo convidamos a pensar en eso, a reflexionar sobre eso, a aportar desde nuestros diferentes saberes y a establecer una red de intelectuales en diferentes provincias de Cuba y fuera de Cuba. La nación es más que el país, y pensar Cuba desde la nación es muy importante.
Usted ha trabajado por años en instituciones cubanas. Hace un tiempo se volvió muy mediática por sus textos críticos que invitaban a la reflexión sobre la realidad del país. ¿Cuándo comenzó a escribir estos textos en el blog LJC (que es hasta donde he podido rastrearlos) y qué le llevó a escribirlos?
Yo realmente continúo trabajando en instituciones cubanas. Soy editora en Ediciones Matanzas, una editorial de provincia que considero de las más importantes del país. Esta editorial pertenece al sistema de instituciones culturales y se subordina al Ministerio de Cultura. También pertenezco a la UNEAC (Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba) y a la Academia de la Historia. Es decir, sigo estando dentro de la institucionalidad cubana. Sin embargo, durante muchísimo tiempo tuve, como profesora de Historia, historiadora e investigadora, preocupaciones que no encontraba cómo canalizar. Sí, lo hacía a veces en mis clases; pero al interior de una universidad canalizar en extremo puede ser conflictivo. Lo fue para mí también.
Cuando empecé a trabajar como editora, me di cuenta de que ya estaba un poco libre de esa imposibilidad de ejercer dentro de la universidad cubana una crítica política algo más evidente, más explícita. Entonces comencé a escribir en LJC. Vale decir que LJC surgió en el Departamento de Marxismo e Historia donde yo trabajaba, en la Universidad de Matanzas, en 2010.
¿Y por qué no había escrito en LJC antes?
Lo que pasa es que yo no quería escribir en LJC en esos primeros años porque me parecía que, si la población cubana no tenía acceso a Internet, estaría escribiendo en una especie de vitrina para el mundo. Eso no me interesaba. Un día le dije a alguien, que me invitó a participar en aquella etapa, que no quería escribir en un blog que la gente no pudiera leer dentro de Cuba. Prefería escribir en Granma si me daban la oportunidad, porque sabía que ese sí era leído. Además, cuando empezó el proceso de las reformas, creo que en 2007, como muchas personas, al oír de la posibilidad de que la prensa ejerciera un papel activo y acompañara los cambios en Cuba, me sentí esperanzada. Yo decía: bueno, si en cualquier momento podré escribir en la prensa nacional, para qué hacerlo en un blog.
El tiempo pasó y quedó claro que aquellas esperanzas eran infundadas, que jamás la prensa cubana oficialista, conformada por órganos oficiales de un Partido Comunista dogmático, intransigente y discriminador, iba a darle la posibilidad de escribir a alguien con una perspectiva diferente a la gubernamental. Entonces, sobre diciembre de 2017, empecé a publicar mis primeros textos en LJC, ya sin trabajar en la Universidad. Comencé a escribir con la esperanza de aportar —y no me refiero a que mi voz fuera decisiva en nada— algo honesto que iban a leer los cubanos. Porque en esa época ya el acceso a Internet iba notándose en el país, y para finales de 2018 llegarían los datos móviles.
Lo que me llevó a escribir fueron las insatisfacciones, el hecho de que yo misma había cambiado, que había experimentado todas las expectativas por las que pasa un ciudadano que cree que las cosas cambiarán en algún momento. Entonces me convencí de que, si no intentaba hacer algo, por mínimo que fuera, desde mi posición como intelectual en función de ese cambio, el cambio no vendría. El cambio nunca va a venir en Cuba desde el poder; nunca va a ser vertical. Vertical es el autoritarismo; pero lo que puede debilitarlo tiene que venir desde abajo. Por eso digo que Cuba cambia si nosotros cambiamos. Mi manera de cambiar fue empezar a participar.
¿Se considera una activista?
Nunca me consideré una activista, sino una intelectual, una historiadora a la que le costó mucho trabajo llegar a escribir artículos de opinión. Para mí fue tremendo porque hasta entonces escribía ensayos, textos muy largos, un poco densos. Y convertirme en articulista me llevó mucho esfuerzo. Cuesta ser sintética, despojarse un poco de esa densidad y escribir para un público con diferentes niveles de instrucción e intereses. Pero eso es participar en la política. Lo otro es escribir para una secta de elegidos. Mis textos, por supuesto, han evolucionado, como también lo ha hecho mi mente. Claro que esa evolución deriva de la transformación de la realidad en que vivimos. Por ejemplo, cuando empecé en LJC creía que este modelo político y social podía ser reformable. Hoy no lo creo. El modelo debe ser cambiado.
Obviamente, la persecución que sobre mí ha existido me ha llevado un poco más al espacio público, así como a la necesidad de defender a personas que han sido detenidas de manera ilegal e ilegítima. Eso me obligó a salir un poco del buró. Te soy sincera: no es lo que yo quisiera haber hecho, pero es lo que se necesitaba hacer. La honestidad no solo tiene que evidenciarse como intelectual; también tiene que existir en un sentido cívico. No puedes escribir y no ser capaz de hacer algo que tú recomiendas o dices que es necesario hacer. Para mí es muy necesario ser coherente en todas las esferas de la vida.
Sus publicaciones y sus gestos nos proponen siempre pensar Cuba. Así lo veo. Pero ¿basta con pensarla? ¿Está la sociedad civil crítica y de izquierda dispuesta a disputarle el poder al gobierno, o preparada para hacerlo? ¿Cree que esa disputa es el camino hacia un cambio en el país?
Ya no basta con pensar. Debemos cambiar nosotros para cambiar Cuba. Y lo primero es considerarnos realmente como actores políticos y sujetos de la historia de nuestro país; no objetos, que es la manera en que el poder nos preparó y desmovilizó.
La Constitución asegura que el socialismo es irreversible —lo cual es una farsa, histórica, filosófica y hasta jurídicamente—, y no podemos aceptarlo de manera acrítica porque nos condena a ser espectadores de un destino determinado por el poder y en el que no podemos tomar parte. El Estado nos concibe cual una gran procesión que camina por una alfombra de la historia que él nos tendió, y por eso declaró irreversible este modelo: porque quienes conforman el gobierno viven como una oligarquía y, lógicamente, tratarán de que eso no cambie. Sin embargo, está cambiando. Ya es evidente que nos empezamos a concebir como actores políticos, como sujetos de la historia, y no como meros objetos de ella. Los sujetos pueden cambiar; los objetos solo pueden ser movidos en función de los intereses del poder.
Esos cambios, aunque parezcan sencillos, no lo son. Y están ocurriendo a su ritmo. Mucha gente cree que la transformación en Cuba va a ser de un día para otro. Eso no es exacto, aunque la magnitud de la crisis y su carácter estructural apuntan a que los cambios no demorarán demasiado. Y lo creo porque, como historiadora, analizo que el modelo en que se basa este sistema —y no hablo solo del político, sino también del modelo económico— no genera otra posibilidad actualmente que la de defenderse. Es lo que está haciendo el Estado. Basta fijarse en que hasta hace pocos días no había un grano de arroz en las bodegas de este país, pero sí hay recursos para reprimir el disenso. El modelo se está devorando a sí mismo. No tiene base de sustentación para generar apoyos. La gente, además, está pasando hambre, y nada moviliza políticamente más que eso. A veces, muchos cubanos no saben que están reaccionando políticamente: lo hacen por un problema natural, biológico, de subsistencia.
¿Y ese cambio sería por vías pacíficas?
El país tiene que cambiar, y sí, lo deseable es que sea por vías pacíficas. Lo que pasa es que eso requiere de una actitud proactiva del gobierno en aras de abrir espacios de diálogo que no quiere abrir, o que quiere simular con puestas en escenas.
¿A qué se refiere con «puestas escenas»?
Me refiero a la aceptación de actores políticos que no cuestionan las bases del poder que mencionaba al inicio de esta entrevista. Se trata de medios y actores políticos que no cuestionan estas cosas, que cuando hablan de la represión en Cuba argumentan que han sido «errores» y «excesos cometidos por determinados funcionarios»; son los que abogan por un cambio de mentalidad en los dirigentes. Ese tipo de crítica, y los espacios que conducen a ese tipo de crítica, son los aceptados como posibles interlocutores del poder.
Eso no se puede permitir. Hay que dialogar, pero sobre todo lo importante. No es hablar sobre lo que el Estado considera que no afectará las bases de su poder. Yo creo que, desgraciadamente, esto va a demorar un poco, pero —¡cuidado!— de la imposibilidad de mejorar la situación económica de las personas podría depender un nuevo estallido social. Y, en medio de una situación así, nunca es posible dialogar. El propio gobierno es quien está fomentando un nuevo estallido al no garantizar condiciones de existencia elementales a la ciudadanía, y por su negativa a establecer un diálogo verdaderamente inclusivo con toda su sociedad civil.
Hay posturas muy radicales entre opositores y críticos del gobierno cubano. Muchos, incluso, desde el exilio, se declaran admiradores de la ultraderecha y el populismo de derechas en el mundo: Trump, Abascal, Bolsonaro, Milei, Bukele. Es muy común encontrar esto. ¿A qué cree que se deba?
Ese radicalismo existe y ha hecho mucho daño, porque le sirve al gobierno para ubicar todo el disenso dentro de estas posturas. Llama la atención que son personas de mentalidad conservadora políticamente, ultraderechistas, que aplauden posiciones populistas en ocasiones muy similares a las que han ocurrido en Cuba, aunque de signo ideológico contrario. Si sigues y aplaudes estrategias similares a las que han ayudado a que tu país esté en esta condición, además de radical, eres poco inteligente.
Creo que en este radicalismo ha influido también la actitud del gobierno cubano de ser absolutamente criminalizador del disenso, de ser ofensivo contra cualquier voz disidente. Me ha pasado a mí, que soy una persona pacífica, comedida, objetiva. Eso crea roces, malestares, vendettas. Pero la política debe estar por encima de las vendettas y los oportunismos. La política tiene que ver con qué es lo más conveniente para el país. Y yo pienso que estos críticos y opositores radicales muchas veces solo ven lo que es conveniente para ellos. Eso, en mi opinión, los descalifica.
Estos radicales de ultraderecha no tienen base social en Cuba, y no por el hecho de no ser socialistas, pues no hablo de una cuestión de ideología, sino de decencia, de estrategia política, de inteligencia y de no tener dobles raseros. Nosotros criticamos a sectores de la izquierda que son capaces de apoyar luchas sociales en otros países y, sin embargo, son también capaces de decir que quienes salieron a protestar el 11J son pagados por una agenda extranjera, cuando esas personas tenían todo el derecho a manifestarse por la situación que estaban viviendo. Pero como mismo le criticamos ese doble rasero a la izquierda, hay que criticar esas otras posturas recalcitrantes. No quiero decir que estas últimas son propias de todo el exilio cubano, pues no sería justa semejante generalización, pero sí lo son de un sector que, por desgracia, al ser muy mediático, tiene los focos de atención encima y sirve para que el gobierno canalice y diga que esa es la oposición.
Este es un tema interesante, y creo que la ciudadanía cubana ha podido entender, en su diversidad, en esa especie de democratización de voces que permite el acceso a Internet, que no solo existen esas estridencias, esas posturas radicales, sino también otras diferentes que, creo, son incluso más seguidas dentro de Cuba.
Muchas gracias por esta entrevista desbordante de lucidez, rara y peligrosa cualidad en los intelectuales cubanos de esta época. Si la entrevistada lee este comentario, quisiera saber dónde se puede encontrar la bibliografía de sus trabajos publicados. Particularmente de historia. Muchas gracias por adelantado.