Kianay Anandra Pérez, feminista cubana: «Lo primero es ser reconocidas por el Estado»

    Desde que se graduó de Periodismo en la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana, Kianay Anandra Pérez ha publicado en medios como Tremenda Nota, Alas Tensas, Árbol Invertido, el blog Nuevos Espacios del Cuba Study Group, el Servicio de Noticias de la Mujer de Latinoamérica y el Caribe, Ameco Press, Cubanet, entre otros; ha sido miembro del comité organizador de la 17 edición de la Muestra de Jóvenes Realizadores del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), y elegida como parte de la octava Generación LATAM de Periodistas. Todavía no cumple los 30 años y pareciera tener el don de la ubicuidad, a veces como activista y otras como periodista, aunque no necesariamente en los espacios más iluminados por los focos del debate público.

    Desde el activismo, Kianay Pérez ha colaborado en las campañas de petición de una Ley Integral contra la Violencia de Género, y en la de apoyo a la periodista Tania Díaz, de Casa Palanca, así como en acciones de la Red Femenina de Cuba y de la Red Internacional de Periodistas con Visión de Género, de la cual es miembro. Además, trabajó en el acompañamiento de víctimas por violencia de género —especialmente con las sobrevivientes de los agresores Fernando Bécquer y Ernesto Rodríguez Toledo—, así como en el caso de Brenda Díaz, una mujer trans detenida a raíz de las manifestaciones del 11 de julio de 2021. 

    Kianay Pérez, por si fuera poco, trabaja como encargada de comunicación de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, un empleo que comparte con el de editora y redactora de la revista independiente y de corte afrotransfeminista y decolonial llamada Subalternas.

    Hoy, justo cuando sale de su trabajo, recibe una llamada. Es de El Estornudo, le digo, y quisiera, si tienes tiempo, conversar un poco sobre feminismo en Cuba. ¿Es posible? Ella acepta.

    DAA: ¿Cuáles crees que son las exigencias más importantes del movimiento feminista cubano frente al Estado?

    KAP: Antes de contestar esa pregunta debo decir que no creo que en Cuba exista un movimiento feminista, o no uno consolidado. Por tanto, esa debería estar entre las primeras exigencias: que las feministas independientes —si nos podemos llamar así— podamos agruparnos, como sucede en otros países.

    Dentro de la amplia lista de reclamos que ha puesto sobre la mesa el feminismo cubano, curiosamente, ese no está o no es de los más divulgados. En gran medida, esto se debe a que nuestro activismo no está legitimado, y es criminalizado, como tantos otros. Y lo peor no es tanto que el Estado nos ataque como que ni siquiera nos reconoce; es decir, no tenemos ningún tipo de reconocimiento legal o jurídico, lo que limita mucho nuestro trabajo y alcance. Ya que el poder nos desacredite y use todos sus medios de comunicación para atacarnos —como les sucede a feministas de otros países— no es tan importante. Si nos difaman, ya nos encargaremos nosotras de desmentir al Estado con datos. Lo primero es ser reconocidas por el Estado.

    ¿Pero no crees que se le podría llamar movimiento al conjunto de observatorios de género independientes y a las plataformas y proyectos feministas de Cuba, que muchas veces trabajan de manera articulada?

    No creo, y voy a poner de ejemplo los observatorios. ¿Cuál es el propósito político de un observatorio de género? Podemos contar mujeres muertas, pero ¿qué más se puede hacer en este país? Y hablamos de datos de feminicidios, por ejemplo, que no son reconocidos oficialmente y que apenas son subregistros. Nosotras podemos desglosar esos datos y ponerlos por raza, poder adquisitivo de las víctimas, características del agresor…. pero no más allá. El objetivo de un observatorio de género es que pueda encontrar y trabajar datos que le sirvan al Estado para elaborar políticas públicas que protejan a las mujeres y a las personas trans, por ejemplo. Y eso no es lo que sucede en Cuba, justo porque no somos reconocidas. No obstante, sí creo que hay feministas independientes que tienen opiniones e ideas similares y que se han tratado de unir en medios, proyectos y cosas así. Eso está bien, pero todavía no es suficiente como para hablar de un movimiento feminista cubano. 

    Kianay Anandra Pérez
    Kianay Anandra Pérez / Imagen: Cortesía de la entrevistada

    Entonces, lo primero sería exigir un reconocimiento por parte del Estado.

    Como reclamo, sí. Pero el primer paso depende un poco de nosotras mismas. Me refiero a organizarnos más, ubicar bien al sujeto político de nuestra lucha, acordar un propósito político y trabajar en base a eso. En otras palabras, comenzar a funcionar como un movimiento.

    ¿Cuál sería el siguiente paso?

    Una vez que tienes el reconocimiento del Estado, cuentas con un marco legítimo para pedir otras cosas, como políticas públicas muy específicas y leyes. Llegado ese momento, lo más importante es lograr una Ley Integral contra la Violencia de Género.

    ¿Crees que el feminismo cubano es, digamos, empírico, o realmente se fundamenta en determinadas bases teóricas?

    Depende. Hay feministas que sí trabajan con una base teórica bastante sólida. Pero de manera general, no. Por supuesto, hay también sus discrepancias en cuanto a qué corrientes teóricas o qué lecturas se identifican más con las posturas de cada una. Sin embargo, la mayoría de las feministas cubanas llegaron ahí por el activismo y no tanto por lecturas teóricas.

    Otra cosa que sucede en Cuba es que hay activistas que se llaman feministas a secas, y yo creo que es muy importante el tema del apellido y saber qué feminismo defiendes. En mi caso, por ejemplo, se trata de un feminismo decolonial y afrotransfeminista. Lo del apellido no es poca cosa, pues sirve para identificar propósitos políticos, para identificar al sujeto político que está en el centro de tu lucha. Claro, estamos ahora en un momento muy inicial, en el que la mayoría entiende que ser feminista es hablar de la violencia de género, de los feminicidios, del aborto y ese tipo de temas que ya están en la agenda pública de muchos países, pero no se hacen cuestionamientos más profundos. A veces se usa un término por usarlo, y eso, al final, es como despojarlo de su sentido. Y el sentido es valioso y define muchas cosas.

    Pero esto es algo que podría solucionarse, ¿no?

    Basta acercarse a lecturas, nada más. Eso sí, desde nuestro contexto, desde Latinoamérica, y no desde el feminismo blanco, mainstream, hegemónico, el que todo el mundo conoce y del que todo el mundo habla. Me refiero a que, más allá de las cosas que nos afectan como mujeres, hay que estar claras de lo que nos afecta como mujeres que vivimos en esta región. En otras palabras, debemos entender los problemas que nos afectan en nuestra realidad y pasarlos por el filtro del género; de lo contrario, nunca vamos a salir del tema de la autonomía de los cuerpos, el aborto, la maternidad. No podemos asumir un feminismo blanco europeo porque, simplemente, no vivimos en Europa.

    ¿Hacia dónde mira mayormente el feminismo cubano?

    Creo que la visión del feminismo que predomina en Cuba es occidental, hegemónica y, por supuesto, blanca. Muy pocos medios y muy pocas feministas enfocan, por ejemplo, el tema de la raza. Lo ven como parte de la llamada «interseccionalidad», que es una herramienta de una escuela de pensamiento que ya tiene unos cuantos años, no un tipo de feminismo. Entonces, esa interseccionalidad mal entendida se usa para hablar de ciertos temas desde el feminismo blanco. Los problemas que puedan tener las mujeres trans, las trabajadoras sexuales, las mujeres discapacitadas o los que puedan tener las madres no forman parte de la interseccionalidad. Se trata de otros temas y ramas de estudio dentro del feminismo.

    ¿Podrías definirme qué es ese feminismo blanco?

    Este feminismo —que es el hegemónico— es el que habla con distancia del problema de la raza, del poder adquisitivo de las mujeres; es el que individualiza la lucha de alguna manera, que pone a la mujer como la única solucionadora de sus problemas y entiende que todo se resuelve con que ellas ocupen el espacio de los hombres. Es un feminismo que practican personas con determinados privilegios y que no son conscientes de eso.

    ¿Se puede ser de izquierda y no ser feminista? ¿Se puede ser feminista y no de izquierda?

    Creo que no. Una cosa está ligada a la otra indefectiblemente.

    Cuando la lucha feminista salta a los medios lo hace mediante el #MeToo, a veces también resalta el tema de los feminicidios, es decir, lo mediático es la violencia física y sexual directa de los hombres hacia las mujeres. Pero, ¿qué pasa con las demás violencias que promueve el sistema patriarcal y también sufren las mujeres?

    Lo que pasa con esas otras violencias es que se suelen pensar desde una postura hegemónica que no cuestiona las bases del sistema patriarcal ni tiene en cuenta realmente a los sujetos que están resistiendo esas opresiones. Las opresiones son muchas y también los sujetos: mujeres trans, mujeres pobres, mujeres racializadas… El feminismo blanco del que hablaba antes lo que hace en estos casos es, como mucho, hablar de eso, pero mirando hacia otro lado.

    Todo se basa en la diferencia que hay entre «hablar en nombre de» e involucrarte en la lucha de personas que viven en condiciones distintas a las tuyas. Por ejemplo, hay feministas que dicen luchar contra las opresiones que sufren las trabajadoras sexuales, y lo resuelven todo diciendo que debe prohibirse el trabajo sexual porque cosifica a la mujer. Entonces se alzan como mujeres que hablan por otras que no tienen voz. Pero las trabajadoras sexuales sí tienen voz. Además, existen puntos de vista teóricos que defienden que las trabajadoras sexuales, simplemente, están llevando al espacio público lo que todos reservamos al espacio privado, y que entienden el sexo como una relación de transacciones económicas, afectivas, etc.

    Pero en el caso de las trabajadoras sexuales sucede que, generalmente, lo que hacen está asociado a redes de trata y explotación, al crimen organizado.

    Sí, pero aquí el problema no es el trabajo sexual. No es eso lo que debe atacarse, sino el sistema que permite que exista la figura del proxeneta y del crimen organizado que lucran con este trabajo. Es el sistema el responsable de que estas relaciones de explotación se normalicen y se mantengan. Y eso es algo que el feminismo blanco no ve, pues se queda en la epidermis del asunto. A veces encuentras feministas que defienden que el trabajo sexual cosifica a la mujer, que es la propia mujer la que debe salirse de esta mala vida, y no se centran en que esa violencia es estructural. En otras palabras, le quitan responsabilidades al Estado y hasta se acomodan muchas en el Estado con la excusa de que le están «arrebatando» un lugar de poder a los hombres.

    Kianay Anandra Pérez
    Kianay Anandra Pérez / Imagen: Cortesía de la entrevistada

    Quisiera que habláramos ahora sobre los feminicidios en Cuba, y en especial sobre la manera que ha encontrado el Estado de disolver su responsabilidad. Me refiero a la adopción de una política jurídica punitiva que, de momento, es la única que ha asumido para enfrentar este problema.

    El punitivismo no resuelve el problema, pues solo crea un estado de miedo y alerta. Muchos podrían pensar que tiene un efecto disuasorio, pues hablamos de condenas de 30 años de prisión o cadena perpetua, pero si vemos los subregistros de feminicidios en lo que va de año, que ya superan los 70, no creo que estas medidas estén haciendo efecto. Esta no es más que la solución que ha encontrado un Estado que no tiene a sus funcionarios capacitados en materia de género, que se inventa un observatorio sin antes reconocer el trabajo de los observatorios independientes. Es un Estado que resulta un gran obstáculo en la lucha feminista.

    ¿Qué debería hacer entonces el Estado, además de otras cosas que has mencionado, como reconocer jurídicamente a las feministas cubanas?

    Lo primero sería entender que un feminicidio no es un crimen que sucede de forma aislada y que no todos los casos son iguales. Además, contrario a lo que se cree, un feminicidio no es algo que se hace por impulso, sino que tiene toda una historia de violencias detrás.

    El Estado también debería prestar atención al funcionamiento de todas las instancias que pueden conocer de esa violencia que suele ser previa al feminicidio. Hablo de la comunidad —que es la primera que tiene conocimiento del maltrato en un hogar, por ejemplo—; de los jefes de sector, los trabajadores sociales, las casas de orientación, los policlínicos, los hospitales, todas las organizaciones de masa. La denuncia por violencia de género no debería depender solo de la víctima, sino de todos los que conozcan de esa violencia. Cuando las feministas exigimos una Ley Integral contra la Violencia de Género, ese apellido, «integral», habla también de esa responsabilidad compartida que tiene que partir del Estado.

    En este sentido, además, juega un papel muy importante la educación. Otro de los reclamos del activismo feminista independiente es una educación integral para la sexualidad en las escuelas, desde las infancias.

    ¿Cómo asume el feminismo a la comunidad trans?

    La lucha trans tiene que estar incluida en la agenda feminista. Pensar lo contrario me parece casi fascista. Las mujeres trans enfrentan muchos problemas de las mujeres no trans, pero también chocan con el hecho de que siempre deben estar explicando y dando razones de su existencia, de por qué tienen derechos. Desgraciadamente, aunque lo trans ya es una situación que está despatologizada, muchos siguen viéndolo como una enfermedad o, cuando más, como un anexo a la lucha feminista.

    Por otro lado, es un error pensar que el feminismo es «exclusivo de las mujeres». Se trata de una idea que se ha naturalizado porque así lo ve el feminismo blanco. Y la verdad es que el feminismo nos involucra a todes: mujeres, hombres, trans, personas no binarias… Cada persona debe ser incluida desde sus particularidades, sin intención de homogeneizar. Existen muchas comunidades con su identidad, sus necesidades y una historia de lucha por sus derechos, y eso hay que respetarlo.

    ¿El feminismo compete incluso al hombre cis, aunque este sea la imagen del agresor?

    Los hombres cis pueden ser aliados, siempre que se cuestionen su idea de la masculinidad, sus privilegios, su función dentro del sistema patriarcal, de qué manera favorecen las opresiones. No se trata de que cuestionen sus gustos y relaciones afectivas, ni de reducirlo todo a la imagen de un hombre que se pone a veces una falda y se pinta las uñas. El aliado es consciente de su privilegio, lo cuestiona y actúa en consecuencia.

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    Darío Alejandro Alemán
    Darío Alejandro Alemán
    Nació en La Habana en 1994. Periodista y editor. Ha colaborado en varios medios nacionales e internacionales.
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