¿Quién es Freddy y por qué ha vuelto? La historia de Brenda Díaz

    ¿Quién es Freddy?

    Freddy Luis Díaz García existe en dos espacios. Entre los años 1994 y 2000, y en los documentos legales. 

    Freddy es un nombre inválido; una especie de muerto que solo revive en los tribunales y en la cédula de identidad. Freddy existió para su abuelo materno, de quien heredó el nombre. El viejo Freddy hizo que Ana Mary pagara los platos rotos. A ningún otro nieto le habían puesto su nombre. Sin embargo, a los pocos años Freddy empezó a dejar de serlo para convertirse en El Picho, debido a esa costumbre del campo de apodar graciosamente a los niños. Los vecinos, acentuando una familiaridad típica de las zonas rurales, lo trocaron paulatinamente en «El Pichu». 

    A los 12 años, El Pichu se planteó llamarse Laura, pero rápidamente se decidió por Brenda. Los güireños, en un gesto de reconocimiento a su temprano travestismo, subsanaron el artículo masculino en el apodo para bautizarla finalmente «La Pichu». Jamás se popularizó allí el nombre de Brenda. Eso sucedió en La Habana, a más de 40 kilómetros de distancia.

    En la capital, Paloma, su madrina en el transformismo, la convirtió años después en Brenda Diatrich, heredándole así su apellido para que la secundara en los espectáculos LGBTIQ+ de las noches en el Cabaret Las Vegas.

    Si preguntas por Brenda Díaz, ningún pueblerino de Güira de Melena sabrá decirte que nuestra protagonista vive en la calle 77, entre 74 y 76, en el barrio La Guerrilla. 

    Ese nombre no vive allí. Vive en las redes, y las redes, tras el 11 de julio del 2021, la ubican en «Panamá», la prisión para personas con VIH en la provincia cubana de Mayabeque. Allí debe vivir durante los próximos 14 años.

    Ana María, madre de Brenda / Foto: Pedro Sosa

    ***

    Freddy Luis es el nombre de la niña que fue Brenda Díaz. Alegre y maldita. La mayor de Ana María y Luis Manuel. Criada entre las gallinas y los puercos, en piso de tierra, aprendió rápidamente estos placeres: corretear a caballo, bañarse en el río…

    Mientras el padre veía en el primogénito un semental que prometía nietos y machanguería, sus hermanas menores, Elianny y Leanet, le reían la gracia de cantar como Shakira y de ponerse a escondidas los tacones de la madre. La misma Elianny, «La Negra», como la conocen toda la familia y los vecinos, le contó estas travesuras a Ana María. Freddy no llegaba a los siete años y ya presumía los movimientos pélvicos y el pase de voz de pecho a falsete de la sensual colombiana. 

    Ana Mary veía a su hijo derrochar ansiedad ante las peleas de gallos, y notaba, al mismo tiempo, que celebraba los triunfos con las maneras de cualquier muchachita. Alguna que otra vez lo regañó cuando un gritillo soprano y una frase «típica de hembras» salió de su boca. 

    A los 12 años, luego de una conversación solícita y extrañamente tolerante, Freddy se presentó a su madre como Laura. Y su madre respondió con una sonrisa como palmada en sus anchos hombros.

    Laura sonaba demasiado común para el tipo de mujer que Freddy iba a ser. Brenda sonaba a hembra más imponente. Incluso la madre aprobó el trueque. Ana Mary, en silencio, lloró la pérdida de su primer hijo, pero agradeció a la vida por la preciosa relación que había logrado con su princesa. Desde esa noche la madre eleva plegarias en que solicita para su hija una salud de hierro y una felicidad que la complete.

    Brenda se impuso en las calles de Güira como La Pichu. Jamás abandonó las peleas de gallos, pese asumir la actuación en las noches pride del pueblo junto a su amigo gay Owel. Madre y hermanos asistieron a cada performance suyo en el Café de Babilonia, donde Brenda prefería siempre las pelucas rubias y los vestidos estrechos y alentejuelados para resaltar su silueta de guitarra, lograda naturalmente. 

    Casa de la familia de Brenda / Foto: Pedro Sosa

    Los guajiros toscos de La Guerrilla, nombre que recibe el barrio más marginal y peligroso de Güira, la siguieron buscando para espuelear los gallos y prepararlos para el combate. Brenda, hija de un gallero importante, continuó el legado familiar. Se hizo la mejor espueleadora en la zona.

    Las vallas de Acopio vieron a Brenda llegar con vestidos apretados, en short y con blusas cortas. Los guajiros que se emborrachan con «azuquín», y que machetean a cualquiera que los ha ofendido o traicionado, tocaron la puerta degastada de Brenda centenares de veces para que viniera a cada nueva pelea, para que trajera sus propios gallos, para compartir con ella estos golpes de adrenalina costumbrista típica de los machos

    Brenda, una hembra pródiga en carnes, apetecible para cualquier macho alfa, ha sido deseada, querida y respetada por la tribu. Reina del placer y del orgullo, no se ha entregado más de tres años a un solo hombre. Ha dominado las calles y las carreteras de su pueblo, y ha sacado el cariño de sus transeúntes.

    La casa de Brenda ha sido sede habitual de imprevistas fiestas. El extenso y enyerbado patio ha visto cocer muchas caldosas pródigas en viandas, servidas, al compás de rancheras clásicas y reguetón del bueno, a los amigos frecuentes u ocasionales de la casa.

    «Brenda es más de dar que de recibir», dicen amigos como Diógenes. «Da lo suyo, sin pedir nada a cambio. Pero no por eso es frágil ni poca cosa, no se deja meter el pie por nadie. Todo el mundo la respeta porque saben que La Pichu es de ampanga».

    «El día 11 la vi pasar desde mi balcón con una turba de gente», cuenta Diógenes. «Ella me pidió que le diera un pomo de agua, y yo le tiré uno desde aquí arriba. Iban pa la policía. Y yo le rogué que volviera en sí y que no siguiera, pero, imagínate, nadie sabía la envergadura que iba a tener todo aquello. Y mucha gente pensó que se iba a caer esto. Brenda ese día se dejó llevar por la emoción del momento, porque ella es así, muy intranquila y dinámica. Y ahora está presa. ¡Qué triste! 14 años es mucho».  

    Brenda Díaz / Foto tomada de Internet

    ***

    El Pini tiene solo 17 años. Aun así, estuvo detenido 17 días tras las manifestaciones del 11-J. Fue el primero de casa en enterarse, aquel 11 de julio a la 1:00 p.m., que los vecinos de Acopio, en La Guerrilla, estaban en sus portales sonando calderos con cucharas. Corrió a avisarle a La Pichu, su hermana, quien estaba acostada con su novio Armando, con el que llevaba alrededor de un año de relación.  

    En shores cortos, topecito fresco y sandalias de mujer, La Pichu quiso constatar la información ofrecida por su hermano. Era cierto. En Acopio la gente estaba al tanto de que poco antes, en el municipio vecino, San Antonio de los Baños, muchos pobladores habían tomado las calles en un inédito reclamo de libertad… Y, primitivamente, aquí habían comenzado a hacer una voz segunda.

    Brenda regresó a casa. Se puso un vestido corto, negro, su prenda de vestir preferida, y fue a instalarse en Acopio, caldero y cuchara en mano. Un hombre llegó en una motocicleta con sidecar: «¡Vamos pa la calle Cuba!». Los allí reunidos, en plena efervescencia, tomaron la carretera principal de La Guerrilla, y como una comparsa cubana fueron acumulando prosélitos en el camino.

    La cuchara batía al compás de las consignas: «Pa-tria-y-Vi-da», «Li-ber-tá», o el ya clásico coro: «Díaz- Ca-nel-sin-gao». La más rítmica de todas era sin dudas: «¡Oe, Policía, pinga!». No faltó tampoco: «¡Queremos medicina!»; ni: «¡Queremos comida!».

    Con estos sones los manifestantes se fueron multiplicando, y no tardaron en llegar a la avenida principal, la Calle Cuba, y a la sede del Gobierno de Güira de Melena. 

    Luego de la Asamblea del Poder Popular, la próxima parada espontánea de la comparsa libertaria fue la sede del Partido Comunista (PCC). Y, luego, la estación de policía, donde comenzó a articularse algo más la contención por parte de los efectivos policiales y de la Seguridad del Estado. Sobre las 3:00 p.m., el presidente Miguel Díaz-Canel aún no había ordenado oficialmente reprimir las manifestaciones que se extendían más o menos pacíficamente por todo el país.

    A las tres de la tarde, miles de güireños estremecían las calles con consignas contra el régimen de la isla, y entre muchos reclamos exigían el cierre de las tiendas en MLC (en dólares). Pudiera decirse que frente a la estación policial los manifestantes probaron por primera vez la soberanía, la libertad de expresión y, engañosamente, la invulnerabilidad. 

    Resistieron allí el implacable sol de julio y las maniobras oficiales de estorbo y represión. 

    Imbuidos en una furia comprensible, algunos decidieron tomar la desigualdad por el cuello hasta asfixiarla, o al menos hasta romper una de las tres tiendas en MLC del municipio. Las piedras empezaron entonces a caer, no en los aledaños de la estación policial, sino en la tienda El Encanto.

    La tienda se abrió por primera vez para los que no tienen dólares, y cada quien tomó lo que pudo, con suerte justo lo que necesitaba.

    Güira se había tornado en un caos. Mientras la policía intentaba detener a este o aquel manifestante, agentes vestidos de civil —haciéndose pasar por gente común que trasmitía a través de Facebook la toma del centro comercial— inmortalizaban a una inconfundible mujer trans que se había desnudado frente a la sede del PCC. Más tarde, con esa evidencia, la procesarían por los delitos de desorden público y sabotaje de carácter continuado, y la condenarían a 14 años de privación de libertad en centros penitenciarios del Ministerio del Interior.

    Tienda en MLC del pueblo / Foto: Pedro Sosa

    ***

    Brenda está rapada desde los primeros días de agosto, cuando la trasladaron a la prisión para seropositivos, Panamá. Allí no la dejan usar ropa interior de mujer, porque el gobierno cubano y, por ende, los centros penitenciarios, no reconocen las identidades trans.

    Xiomara Caridad Galbán, la abogada de Brenda, en abril tuvo que referirse a su defendida usando el género masculino. La Fiscalía Provincial y los jueces no dejaron de revivir en el tribunal al ciudadano Freddy Luis Díaz.

    Los videos la acusaron. Se la ve lanzando piedras a la tienda, y aunque los mismos jueces reconocieron que «el ciudadano no efectuó daños a los cristales», resolvieron que «debe pagar una suma de 21 mil pesos cubanos». A Brenda se la vio con una olla arrocera, una cafetera, un ventilador y una caja de confituras. Sin embargo, la Fiscalía señaló que estos productos habían sido abandonados a pocos metros del lugar.

    El cargo de atentado, imputado inicialmente, fue desestimado en el juicio. El oficial que detuvo a Brenda Díaz la había golpeado con el casco, así que el acto de devolver el golpe con un caldero fue tomado como «defensa propia».           

    En Mayabeque, La Pichu comparte literas en un edificio para reos seropositivos. Las mujeres, aquellas que la ley reconoce como mujeres, cumplen sanción en el inmueble contiguo. 

    Ni Brenda Díaz ni ninguna mujer trans, ni los hombres gays con los que comparte prisión, tienen derecho a recibir visita de pareja, el conocido «pabellón», a no ser que quieran tener relaciones sexuales con una mujer. Con las mujeres cis lesbianas del edificio próximo pasa lo mismo. Solo está estipulado el pabellón heterosexual.

    Brenda Díaz ha sido hospitalizada cuatro veces por padecimientos de los riñones y por una gastritis crónica, y solo en momentos de extremo dolor ha sido medicada. Aunque su tratamiento antirretroviral no falla, la alimentación, consideran ella y su madre, no es la requerida para una paciente con VIH.

    Armando, el último novio de Brenda, huyó tras intentar vender algunas de las pertenencias de ella. Pocos amigos visitan ahora su casa. Es un riesgo para cualquier vecino. 

    Los dos gallos de Brenda tuvieron que mudarse para el hogar de Luis Manuel, su padre. El perro Anuel, un pitbull pequeño y de envidiable pelaje negro, esperó a su dueña por varios días, y luego se negó a comer. Tras la reja, a la derecha de la casa, se le escuchaba llorar. Por miedo a que muriera de tristeza, Ana María decidió también entregárselo al padre. Varios meses después, cuando toda la familia ya había visitado al menos una vez a Brenda Díaz en prisión, su madre llevó impresa una foto del cachorro. Ella lo lloró como a un hijo.

    Ana María / Foto: Pedro Sosa

    En Panamá la comunidad LGBTIQ+, que en el edificio de hombres es mayoría, sobrevive a la indignidad como le ha enseñado la vida. Brenda le pide a la madre que en el próximo saco le eche la peluca rubia, ya que un sábado u otro los pájaros y las trans hacen fiestas allí y actúan para lxs rexs. 

    El último año de Brenda Díaz ha sido un drag show donde ha tenido que arrancarle aplausos al infortunio. Owel, Paloma y Diógenes la extrañan en casa y en escena, y Ana María espera un milagro. En casa la hermana lesbiana, Leanet, «La Ñata», como todos le dicen, espera a La Pichu para ir juntas a las fiestas gays, como hacían desde la temprana juventud. 

    Mientras, el oficial operativo «Yosvany» le dice «maricón» a Brenda Díaz, y le recuerda que ella es «hombre», simplemente porque el Estado cubano así lo ha decidido.

    El Pini recuerda ese metafórico instante, en la estación de policía, cuando un oficial señaló el tirante caído de su vestido para que lo arreglara. Brenda Díaz, esposada, nada podía hacer. El oficial alcanzó un pedazo de madera alargado, y con él le acomodó el tirante.

    A sus 28 años, se ha sentido aplastada, sobre todo, por la discriminación. Han intentado obligarla a no ser ella, Brenda Diatrich, Brenda Díaz, La Pichu, para traer de vuelta —por voluntad oficial— al viejo y olvidado Freddy Luis Díaz García.

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