«Mami está de viaje. Mami viene pronto». Los 24 días en prisión de Daniela Rojo

    Daniela Rojo camina junto a su madre. Las acompaña una vecina. Desde el Departamento Técnico de Investigaciones (DTI) de Alamar hasta su casa en Guanabacoa hay un tramo considerable, pero ella necesita aire fresco. Daniela mira el cielo mientras habla con Elizabeth, la abuela de sus dos hijos. La frescura de la noche ayuda a curar la opresión del encierro.

    Había pedido con todas sus ganas un café, y su madre y la vecina llegaron con un termo al Técnico de Alamar. Semanas estuvo sin café y sin buenas noticias. Junto a la esperanza de salir pronto llegaron a agotarse también los cigarros. Ahora fuma a gusto. La brisa le recuerda que verá de nuevo a sus dos pequeños. Tania ha preguntado por su mami diariamente, con el timbre agudo y el hablar irresuelto de sus cuatro años. La abuela ha respondido igual que a su hermano Erick, de siete: «Mami está de viaje. Mami viene pronto».

    Daniela Rojo y su hija / Foto: Facebook

    Tras 24 días mami viene regresando. Son las 8:00 p.m. del 3 de agosto de 2021. La noche deja ver muchas estrellas, y Daniela cree que todo es poesía. Deja atrás el Técnico de Alamar, el Vivac y El Guatao insufrible. Deja atrás también dos mil pesos en fianza; solo así ha podido regresar a casa, hasta el juicio. Atrás deja, y no por eso olvida, a Taymara, la campechana de Centro Habana que corrió al Capitolio para ver a Yomil; a Yaquelín, la madrina, quien dijo que Daniela era una especie de bruja. Tampoco olvidará a la chica que por poco muere en la celda contigua durante un prolongado ataque epiléptico.

    Se llevó varios números telefónicos. Así podrá contactar con los familiares de sus excompañeras en la prisión de El Guatao. Su piel siente aún los abrazos de despedida, y en sus oídos está todavía el bullicio de la celda tras la noticia de su liberación. Si sale Daniela, pensaron todas, puede haber esperanza para el resto.

    Pudo ser la presencia de un padre «combatiente», quien le espera en casa, un factor para recibir libertad bajo fianza, y no prisión preventiva, como medida cautelar hasta el día del juicio. Quizá la suerte fue no haber ido a juicio en los primeros días. Quizá fue ser madre soltera de Erick y Tania. Tal vez tiene un ángel guardián que le permitió escapar al infortunio que encausó a muchos de los prisioneros del estallido social del 11 de julio, desamparados legalmente.

    Daniela Rojo Varona es una chica de 25 años, manifestante pacífica del 11-J; un alma libre que peregrinó durante 24 días por una estación policial y tres centros penitenciarios de La Habana.

    ***

    En la puerta de la casa del combatiente Antonio Rojo hay un cartel que define un mandamiento sagrado: «Ni con pandemia, ni con bloqueo. Aquí no se rinde nadie». Un oficial de la Seguridad del Estado, en uno de los muchos contactos telefónicos que tuvo con Daniela, pidió los datos de Antonio, su padre. Le estaban gestionando una ayuda económica. Pero la ayuda nunca llegó.

    La policía política en otra ocasión visitó la casa buscando a Daniela Rojo para citarla a un interrogatorio. El padre amablemente les dijo que no se fueran, que él mismo traería a su hija. Horas después, ella estaba discutiendo con un oficial en la estación de la Policía Nacional Revolucionario (PNR) de Regla. Llevó consigo la Constitución vigente, en las páginas de la Gaceta Oficial de la República.

    El 24 de febrero de 2019, Daniela dibujó a lápiz su «Sí», pues pensaba que, de cumplirse artículos constitucionales como el 54, Cuba sería el país que ella planeaba para sus hijos. Por eso se contrarió muchísimo en la estación de Regla. «¿Cómo este hombre va a interrogarme por lo que pienso o lo que digo en Facebook?». El oficial atacaba uno a uno sus derechos, como la libertad de asociación por la que había apostado aquel febrero. ¿Quién mandó a Daniela Rojo a salir en una foto abrazando a Luis Manuel Otero Alcántara, el opositor más odiado por el régimen en estos tiempos? Y lo de llevar un girasol en solidaridad con los huelguistas de la Unión Patriótica de Cuba (UNPACU)… evidentemente eso tampoco causó mucho agrado.

    Luis Manuel Otero y Daniela Rojo / Foto: Facebook

    La Seguridad del Estado entonces optó por asignarle un poli bueno. Entró en escena Eduardo. La llamaba para preguntarle por sus hijos. Una mañana, incluso, les dejó a Erick y a Tania los panecitos con jamón retractilados que son asignados a los segurosos en las jornadas de trabajo de campo. A menudo no la dejaban salir de casa. Mucho menos en abril, para visitar a Otero Alcántara durante su última huelga de hambre y sed. Daniela necesitó salir, días después, a buscar un dinero que le envió la hermana. Eduardo, preocupado, la trasladó en su propio carro. «No salgas, muchacha, y si vas a salir solo dímelo». Eduardo intentaba a toda costa dar credibilidad a su personaje para mantener actualizado su informe de vigilancia sobre Daniela Rojo. Eduardo nunca usó, en su trato con ella, las palabras de su superior. Si tú me estás diciendo que eres opositora, yo te voy a tratar como una opositora». Eduardo se esforzó muchísimo para borrar esa coacción inicial. Solo así esta relación no consensuada podría fructificar en alguna medida.

    Daniela Rojo no es sobornable. No es inmune al miedo; sin embargo, a pesar de las amenazas, cumple lo que cree es su deber. Tiene ese oído fino para las causas. Quizá lo heredó de su madre, quien dijo sí al llamado a pastorear una iglesia metodista de la ciudad. En febrero de 2018 comenzó una colecta benéfica para los damnificados del tornado de Regla. Las trabas que impuso el Gobierno no la detuvieron. La madre consiguió, para evitar el fracaso de la misión, registrar el proyecto como una iniciativa misionera de su propia iglesia. Daniela no solo siguió repartiendo embutidos, aceite y jabones, sino que condenó, sin buscar protagonismo o martirologio, la ineficiencia en las gestiones del Poder Popular y del Partido Comunista. «Las personas querían saber a quiénes estaban dando su ayuda, y a veces entregarla ellos mismos», dice ahora. «El Gobierno no tiene por qué mediar en ese asunto, mucho menos interrumpirlo».

    Daniela vive ahora con Antonio Rojo, quien no es del todo consciente de lo que piensa y hace su hija. De hecho, no es un hombre del todo consciente. Muchas veces el alcohol lo duerme. Otras veces lo lleva a gritar vítores a la Revolución desde su portal en Guanabacoa. Pero el 11 de julio, a las cuatro de la tarde, Antonio Rojo estaba frente al televisor, atendiendo a los sacramentos del presidente Miguel Díaz-Canel, inexpresivo.  «Papi», lo interrumpió Daniela, «voy por ahí pa allá. Si pasa algo llama a mi mamá».

    Los niños jugaban en casa de la abuela Elizabeth desde las tres de la tarde. Daniela escogió un outfit emblemático. Su torso lo vistió con un pullover que exhibía imágenes icónicas de las protestas chilenas. Pronto vivió la versión cubana del estallido social, sin precedentes en la isla tras 60 años de comunismo.

    Vio a un grupo de «Patria o Muerte» con palos de un metro de largo, bloqueándole el paso en el semáforo de Guanabacoa. Los hombres y mujeres que la acompañaban no tenían piedras; nunca empuñaron palos. Muchos no tenían ni teléfonos; otros sí, y grababan a los manifestantes. Mujeres corpulentas se le atravesaban a Daniela; la retaban con miradas intimidantes y con consignas bélicas. Gritaban a los manifestantes del 11 de julio de 2021 como les gritaron a los cubanos que, en 1980, se refugiaron en la Embajada de Perú. Cuarenta años de vencimiento tienen en Cuba los actos de repudio político a los disidentes. Las consignas no lograron frenar a los que marchaban; por tanto, las y los camaradas pasaron a la violencia. Una de estas comisionadas para supuestamente pacificar los disturbios «vandálicos» recibió el regaño de su compañera, tras verla arremeter contra una muchacha muy delgada. «No, chica, no le hagas eso». Minutos más tarde, Daniela Rojo, cansada de escurrirse y de evitar empujones, se lanzó al suelo. «Si me van a llevar que sea en total actitud de pacifismo», se dijo.

    Todavía estaba en su mente la escena del jovencito que lanzó bien lejos su IPhone cuando lo detenían violentamente varios oficiales uniformados. Daniela entonces se sentó en plena calle. Pantalón oscuro, las pequeñas piernas cruzadas, como si meditara, sobre la calzada principal de Guanabacoa. Las manos hacia el cielo. En cada una la incómoda L de la Libertad. Indefensión y firmeza.

    Enloquecidas, «las marianas» la emprendieron contra ella. La empujaron dentro de un Lada con placa estatal. Allí lanzaron minutos después a otra muchacha que fue aún más sacudida. Juntas compartirían un largo e incierto tramo. Daniela, así de golpe, entendió a plenitud un hashtag que hasta ese momento le sonaba lejano o abstracto: #RevoluciónEsRepresiónEnCuba.

    ***

    Pasadas las siete de la tarde, pocas horas después de «la orden de combate» dada por el presidente en televisión nacional, Daniela en la estación policial de Regla. Es prácticamente invisible. Llegó casi sin voz.Después de varias horas gritando al aire «Patria y Vida», «Abajo Díaz-Canel» y «Libertad». Por la ventanilla del Lada, sacó su cabeza y voceó sus últimos reclamos. En ese instante, allí, fue más libre que en cualquier otro momento de su vida. «Gusana», «vendepatria», «mercenaria» y recientemente incorporado «Yo soy Fidel», fueron las consignas que recibió de vuelta.

    Con su poca voz, dijo a sus carceleros: «Yo soy opositora. Quiero hablar con algún oficial de la Seguridad del Estado».

    Ignorada su petición, Daniela solicita su derecho a una llamada. Otra negativa. La oficial que la recibió no hizo más que tomarle las huellas y orientarle un análisis de orina. Luego tecleó en una vieja computadora su declaración. Avanzada la noche, llegó un instructor penal.

    Después de muchos meses, otra discusión ideológica. Esta vez no es Eduardo. Esta vez no reparan en su actividad en el espacio virtual. Daniela insiste en no ser encasillada dentro de un «delito común».

    «Ah, ¿entonces usted manifiesta que es contrarrevolucionaria?».Ahora Daniela tiene que explicarle a este hombre lo que significa el término «revolucionario».«Ah, pero tenemos un vídeo donde usted aparece golpeando a un policía». ¡Por supuesto que Daniela se tiene que reír! ¿Usted no ve mi tamaño? ¿Dónde está ese video? ¿Puedo verlo?».Ni videos ni testigos.«Usted seguramente será acusada por desorden público». Daniela habla del derecho a la manifestación pacífica. El oficial queda mudo luego de la última impertinencia. Daniela es hábil y contumaz. «Si nosotros estábamos haciendo desorden público, ¿por qué no están aquí todos los que fueron con palos a reprimir la manifestación, los que verdaderamente desordenaron todo aquello?»La cara del instructor es perfectamente legible. «Llévensela».

    En la celda están ahora las dos muchachas. Daniela, sin la Constitución que sí tenía la última vez que pisó esta estación, pero con sus derechos interiorizados. Su compañera de viaje, una menuda muchachita que recibió las bofetadas de las que Daniela logró librarse. Ninguna de las dos tiene derecho a una llamada. Tampoco los otros diez manifestantes que ya estaban aquí cuando ellas llegaron. Daniela Rojo agita los candados. Exige su derecho a llamar por teléfono. Necesita informar a la madre de su paradero. Lo único que logra es volver a ver la cara pedante del instructor. Esta vez se le ve un poco más feliz: ya tiene una respuesta (Daniela supone que orientada por algún superior sabelotodo) para contrarrestar los argumentos de ella. El instructor esboza, con la calma de quien presume su total inocencia, que las brigadas revolucionarias de contención solo cumplían órdenes del presidente. «¿La culpa es de Díaz-Canel entonces?».

    El segundo día es tan triste como el matrimonio que almuerzan. Siempre que hay una sopa incolora, un arroz amarillo desabrido la acompaña. Altera el silencio del lugar la llegada de numerosos manifestantes, resultado de la cacería nocturna de la policía. Daniela hizo su primer gran «escándalo»; porque a exigir su derecho en un calabozo es así como se le denomina. El calabocero subió el volumen a las palabras en retransmisión del presidente, como para callarla.

    Al tercer día los calabozos de la estación de la PNR de Regla están al máximo de su capacidad. Daniela sabe que, a las 72 horas detenida, debe pasar algo. Por eso tiene fe, y anima a su compañera: esa tarde del miércoles seguramente serán liberadas.

    Ya la cara del instructor resulta desagradablemente familiar. Muchos están siendo liberados. Ellas y tres hombres reciben sus pertenencias en la zona de clasificación. Todo se derrumba. «Ustedes no van a ser liberados. Todavía estamos en tiempo de seguir investigando su caso, por lo tanto, van a ser trasladados a otro centro».

    Ni el nombre del centro, ni el derecho a la llamada, ni el respeto al límite de 72 horas bajo detención. Lo han violado todo. El instructor penal, capitán Oelis, es un tipo al que no se le saca información fácilmente. Pero al mejor artista se le va un borrón. En la guasabita donde los transportan, Oelis no les ha retirado los celulares y, en un gesto de solidaridad presidiaria, el saldo en los teléfonos de algunos sirve para que todos puedan comunicarse. La clandestina llamada permitió que los familiares de Daniela, los de su amiga, y los familiares de los tres hombres esposados, obtuvieran la certidumbre de que estaban «bien». «No sabemos a dónde nos llevan. Dicen que allá nos dejarán llamar».

    ***

    Daniela tiene que volver a entregar el teléfono y las pertenencias. Se cambia de ropa y se viste de gris. Las dirigen hacia las galeras. Al menos las condiciones aquí son mejores que en Regla. Hay agua permanentemente. Pueden limpiar sus propias celdas. Las galeras son largas y los calabozos mucho más espaciosos. Aquí sí hay sitio para los manifestantes detenidos.

    Daniela poco a poco empieza a tener una idea de cuán interminable y ensordecedor fue el 11 de julio. Su hermana se lo había dicho en la llamada clandestina durante el trayecto, pero ahora escucha las historias narradas por manifestantes de todos los municipios de la capital.

    Por supuesto que el oficial Oelis había mentido. Ese primer día tampoco autorizaron las llamadas.

    La Prisión Provisional Depósito de La Habana, popularmente conocida como El Vivac, es un sitio donde es posible sobrevivir. Las raciones comida son más misericordiosas, y la sal se deja distinguir. La jamonada les sonríe uno de cada dos días, y el huevo adopta cuatro formas para las presas: frito, hervido, tortilla y revoltillo. El único que no coopera es el pan del desayuno. El vaso de refresco aguado no logra empujarlo fácilmente. Es duro como la madera de la mesa del comedor. Los postres no son obligatorios, y en medio de la incertidumbre de quien espera a un invitado que no dice cuando vendrá la mermelada hace su entrada y sorprende a las detenidas. En esos días nada recibe más likes que la natilla de chocolate.

    Daniela Rojo/ Foto: Facebook

    Daniela también califica el trato de los oficiales como «decente». Quizás es así porque los encargados de su proceso no están en el Vivac. De hecho, ella y la otra muchacha están suspendidas en el tiempo, recluidas en una espera indeterminada. En el Vivac están custodiadas por oficiales e instructores penales ajenos a sus respectivos casos. Extrañan ver la cara del capitán Oelis, no porque les agrade su hablar tajante, por supuesto, sino porque su presencia en el lugar acaso indique que se agilizan los procesos. Pero Oelis está en el Técnico de Alamar, desde donde ha de venir la medida cautelar para Daniela y su compañera. Ellas deberían haber permanecido en Alamar, a la espera de esa formalidad. Aunque, en rigor, ellas nunca debieron haber sido detenidas.

    A la celda y a la incertidumbre arrojan también a otro espíritu libre. Diana es una joven artista del mundo del tatoo, una muchacha que el día 11 coreaba sus reclamos en completa paz. Diana llega y matiza la estancia, llena la celda con su pensamiento y su luz. Ahora hay instantes watercolor. Firmes trazos de terror resaltan sobre salpicaduras de anécdotas picantes y burlescas. En medio de un chiste, una madre llora a su hija. La sopa se une al desconcierto y la madrugada se aturde por un grito que exige un analgésico. Daniela sabe que, sin el parloteo terapéutico con sus amigas, con Diana en particular, el Vivac hubiese sido una catástrofe de principio a fin, un circo incendiado por sus propios comecandelas.

    El mejor envío de suministros, o el mejor «saco», como le llaman, es el de Daniela. Sus amigos, reales o virtuales, se han movilizado con una efectividad encomiable. Tras la visita al Vivac, algunos deben regresar con la comida que llevaban, pues en el centro penitenciario niegan el pase de alimentos. Solo aseo y cigarros. Un libro para sanar: El soñador del sueño, de Enric Corbera. Un buen jabón también ayuda a aclarar el alma y las generosas gruesas de cigarros alivian el estrés. Quizás todo esto es obra del «Político».

    El Político de la unidad es un hombre de bien, o algo parecido a eso. Después de dos días permite que las prisioneras llamen a sus familiares, y que lo hagan en varias ocasiones. Conversa fluidamente con Daniela. «Ojalá todas las disidentes fueran como tú», dijo en una ocasión. Les pone la televisión. Ya exigir variedad sería una insensatez. Sentadas allí, en medio de la incertidumbre, suponen que el programa Hacemos Cuba del 20 de julio arrojará algo de luz sobre su futuro. Pero Humberto López vuelve a hacer lo suyo… Ni abogados, ni conocimiento del caso, ni respeto a los procedimientos penales, ninguna de las garantías enunciadas por el vocero del régimen es una realidad para Daniela y sus amigas. Ella protesta. Al otro día, el Político se acerca a Daniela y dice que le ha dado un camino correcto a su queja. Repite la frase: «Tú verá’ que mañana nos vamos», y al sexto día acierta.

    Daniela ya sabe que se van, pero no a casa, sino para el Departamento Técnico de Instrucción de Alamar. El mismo Oelis trae la noticia. Esta vez les indica que informen a sus familiares. Hay llanto inconsolable en las celdas. Les cambiaron el sueño de una libertad bajo fianza, por una pesadilla tangible de prisión preventiva. Nadie sabe cuánto tiempo van a estar encerradas. Daniela piensa de nuevo en Thais Maylén Franco (Thais Freedom), opositora que desde el 30 de abril está presa por manifestarse en la calle Obispo.[1]

    Daniela piensa en su hijo Erick, y no le consuela que la abuela haya dicho que está bien. Desea abrazarlo. En ninguna de las llamadas ella ha encontrado el alivio que buscaba. En la cabeza de Daniela se repite la voz sollozante y aguda de Tania: «Mami ven… Mami ven, porfi».

    ***

    «Niña, párate de ahí, que eso lo hacen los hombres». Daniela levanta el rostro, lleno de lágrimas, y desde afuera de la celda tapiada el carcelero se compadece. Se agacha junto a ella. «Mi niña, yo sé que esto aquí no está preparado para mujeres, pero, imagínate tú, ¿qué le puedo hacer a eso?».

    La peste a orina inunda la apretada celda. Las tres amigas colapsan una tras otra. Lloran. Están indefectiblemente presas. La investigación inicial ha terminado y la prisión preventiva es cruda. En un momento, una de las mujeres verbalmente, y se la llevan para El Guatao, al Centro Penitenciario «Mujeres de Occidente». La otra amiga recibe la grata noticia de un cambio en su medida. Daniela tiene que seguir su viaje sola, oliendo orina, bebiendo sus lágrimas. Ni siquiera tiene ya el libro de Corbera. La foto es ahora del todo en blanco y negro. Supone que no verá a sus hijos en mucho tiempo.

    El oficial incógnito se convierte en una especie de ángel guardián para Daniela. Intenta atenuar sus penas con una bandeja de más. La traslada desde el final del pasillo a la primera celda, cerca del «Control». Ella intenta no pensar y se pone a limpiar el piso con shampoo, o lee a Fabián Escalante Font. El guardia supo que le habían retirado su libro y trató de arreglarlo regalándole un ejemplar de Más allá de la duda razonable. El asesinato de Kennedy y la inculpación a Cuba.

    La única esperanza que le queda por lo pronto es que su PCR resulte positivo. Al segundo día allí se van a sus casas ocho manifestantes, bajo prisión domiciliar, por haber llegado infectados de COVID-19. Nunca desinfectan las celdas de los liberados. Daniela sabe todo esto porque desde su lugar puede oír las conversaciones de los calaboceros.

    Así también se entera de que será trasladada a El Guatao en pocas horas.  

    En siete días ha visto una vez a su padre de 78 años y ha comido una vez pollo frito. Ese paquete es el regalo del DTI por el 26 de Julio. El padre deja el bastón a un lado y le dice a su hija que su proceso finalizará pronto, que confíe en las autoridades. Le recuerda sus pasajes en Playa Girón y sus seis condecoraciones del Consejo de Estado, y entonces Daniela entiende que seguramente esta es la segunda vez en el día que ensaya ese discurso, y que quizá por eso mismo la visita.

    Antes de irse del Técnico, Daniela recuerda la conversación que tuvo con Oelis al día siguiente de haber llegado. Treinta minutos solicitados por ella misma. El mulato fue más tajante y cruel que antes. Él prometió comunicarles a sus padres, Elizabeth y Antonio, del traslado. Daniela se dio cuenta en aquel momento de que todos los manifestantes estaban siendo procesados por delitos comunes, y que el Gobierno cubano no reconoció el carácter político de sus exigencias. Lloró una vez más por la impotencia. Lloró por Erick y por Tania.

    ***

    Taymara estalla. «¡No traigan a más ninguna pa acá, que si da positivo entonces nosotras nos tenemos que meter aquí catorce días más!».

    Daniela entra en silencio; entiende la lógica del exabrupto de Taymara. En esa primera celda de uno de los edificios de El Guatao colocan a las nuevas presas, mientras esperan los resultados de sus PCR. Se supone que es la celda de aislamiento; de ahí se irán una vez den negativo al coronavirus y cumplan los 14 días reglamentados. Pero el desorden es atroz y los nuevos ingresos, sin conocimiento aún de sus propias condiciones de salud, se unen a quienes llevan más de una semana aisladas. Algunas llevan varias semanas ahí. Hacen vida en esa celda. Sumarán 14 días más cada vez que salga un nuevo positivo. Los calabozos contiguos, tal como era antes el primero, son de castigo. Se entiende entonces que las características físicas y las dinámicas sociales de la galera sean particularmente difíciles. Allí están las manifestantes del 11 de julio enviadas a El Guatao. En las celdas de castigo.

    Daniela Rojo cae ahí el 28 de julio, para acompañar a las acusadas y a las que aún están por acusar. Las historias sobre juicios sumarios son el día a día. El esposo de una que mandaron a callar cuando hacía su autodefensa… la falta de pruebas de la parte acusadora… la ausencia desoladora de abogados defensores… Daniela va poniendo nombre a la injusticia, y cara a la orfandad. Pero aquí, como en el Vivac, la realidad tiene filtros.

    La sopa del almuerzo huele como si se hubiese cocido en marzo, pero las presas se mofan del asco y del hambre. «Torta y tortilla. Los platos fuertes aquí son torta y tortilla». La alusión lésbica causa un pícaro alboroto. Alfredo, el «activo» de la segunda celda, pregunta por sus «mamis» diariamente. «Yo soy el dueño de todo esto aquí». Luego de varios días, Daniela entiende que el show debe continuar. Por eso vence el miedo escénico, y se pone en pie. Las muchachas de su celda, y las de los calabozos adyacentes, escuchan en silencio sagrado. «No exiiiiste un momeeento del díaaa, en que pueeeda apartaarme de tiii…».Taymara sonríe y Yaquelín sigue atenta. Todas veneran el arte.«Contigo en la distaanciaa… amado miiiioo… eeeestooooy». ¡Bravo!

    El único inconforme con las actuaciones de Daniela es un muchacho del servicio militar. Su responsabilidad, más que censurarlas, es cargarles cubos de agua. «No cantes “Patria y Vida” aquí, que te puedes complicar, muchachita». Las decenas de manifestantes en las celdas de castigo reciben gratamente cuanto bolero o balada sea interpretada.

    Pero la desesperación va in crescendo. Taymara Samón es una muchacha «repartera» que vivía alquilada en Centro Habana. Nació en Guantánamo y cumplió los 29 años en la capital. Es mulata. Negociante, impulsiva, dicharachera. Es la que provoca a Alfredo. Hace que Alfredo grite: «Esta galera es mía. ¡Todas son mías y que se enamore la que quiera!».Taymara le dice que la respete, «cojone». Todas esperan los momentos exóticos de Taymara. El mejor chucho de todo El Guatao. Tal parece que pudiera ocultar la tristeza que siente por su niño de cuatro años, al que no verá en aproximadamente un año. Taymara dice que fue condenada por «desorden público». ¿El desorden? Ir corriendo al Capitolio y filmar de cerquitica a Yomil, a su jabao predilecto. ¿Qué sabe Taymara de política? Lo poco que ha aprendido lo ha aprendido aquí, donde las presas disertan con la disciplina y la pretensión de cualquier panelista. Los gallineros son comedidos y todo cacareo es respetado. Pero a Taymara no le ha hecho falta entender mucho de política para hablar de las violaciones a sus derechos. Taymara no ha podido llamar aún a nadie, y en su juicio no absolvieron a ninguno de los acusados. Solo ella y otro muchacho, de un total de 12, tuvieron abogados. «Nunca he sido contrarrevolucionaria, pero estaba ahí el 11 porque los zapatos están muy caros, porque no hay comida ni medicinas». Taymara deberá dormir sin su hijo durante un año. Después solo podrán estar juntos nuevamente en su antigua casa de Guantánamo. Un año de privación de libertad más cinco años de destierro fue su sentencia el día 20 de julio.

    Igual de triste es la historia de la muchacha que se acercó al Capitolio tomándose una cerveza. Fue vista poniendo la botella en el suelo y eso indicó que se le debía imputar, además de desorden público, el delito de «atentado». Espera juicio aún. Otra chica tiene a su hijo enfermo gravemente, con un pulmón colapsado. Los médicos no le dieron esperanzas. Al menos no si lo sigue tratando en Cuba. Ella sabe que el tratamiento y la medicación que necesita su hijo están en España. Por eso salió el 11-J a la calle. El niño, cuenta, está solo con la abuela, porque el padre también se manifestó pacíficamente y está siendo encausado.

    Yaquelín es la madrina. Vive en La Güinera, donde vivía también su hijo que antes de ir a cumplir una sentencia. Esta señora es un libro de sabiduría popular yoruba y siempre tiene tiempo para hacer un nuevo relato sobre misas y muertos. Le repite a Daniela su creencia de que podría ser hija de Yemayá. Yaquelín lo mismo consuela a las que rompen a llorar que desgarra una toalla y la convierte en colcha para trapear la celda. Yaquelín se cansó de tanto trabajo en la empresa de resolver los artículos que su hijo necesita en prisión, y con esa tristeza en el alma pidió libertad en las calles de La Habana. Yaquelín espera juicio, con fe en que pase algo grande que la pueda salvar.

    ***

    El Centro Penitenciario «Mujeres de Occidente» es un libro a medio escribir. Hay ciertos pasajes desgarradores grabados en la mente de Daniela. La niña de 19 años que se curó a sí misma un grano ciego, después de exigir infructuosamente, durante días, analgésicos y antibióticos. Otra mujer no murió en su celda porque la suerte levantó el pulgar hacia arriba. Epiléptica, estuvo mucho rato convulsionando, y ni los gritos desesperados de toda la galera, ni el angustiante sonar de las cucharas contra las vigas, logró atraer la presencia de un médico. Las «maestras», como se les dice a las oficiales carcelarias de El Guatao, se precipitaron hacia los calabozos. Pero en vez de un médico, lo que trajeron fueron sus tonfas, pensando que se trataba de un motín. Al comprobar la situación, desestimaron la urgencia del caso. Ni cinco minutos al aire libre permitieron después a la convaleciente.

    Pero Daniela conoció la cara más negra del caos con el gas pimienta en sus ojos. Durante una de sus últimas noches en la cárcel, el protagonismo se lo robó una presa común. Llevaba semanas en la celda de castigo. Todas las manifestantes se habían percatado que la muchacha tenía serios problemas mentales. «Abajo la dictadura», «Arriba la dictadura», «Abajo Fidel Díaz-Canel», eran algunas de las consignas que a menudo vociferaba. Esa noche, en una especie de brote psicótico, comenzó a lanzar improperios de manera incesante. Tres «maestras» se hicieron acompañar por un guardia y se acercaron a su celda. La muchacha terminó de enloquecer, y los policías le rociaron buena cantidad de gas pimienta. En pocos minutos la galera entera estaba tosiendo sin control. La madrugada no terminaría así. La presa seguía excitada, aún más por el gas, y los policías abrieron las rejas de su celda y pasaron al plan V, sí, con V de violencia. Los tonfazos, las patadas y las galletas se oyeron desde el primer calabozo. Daniela lloró. Sus compañeras también. El desamparo había tomado forma, y los aullidos de la muchacha suplicando ayuda no dejaron dormir a ninguna de ellas en esa noche horrible.

    El pulgar del destino se alzó para Daniela Rojo el 3 de agosto. A su abogado, a quien jamás pudo ver, le aprobaron el «cambio de medida». Ella estaba esperando la llegada de un nuevo saco, con cigarros y aseo. Llevaba días fumando brevas. Pensó que el oficial venía esa tarde para hacer la entrega. Pero algo se encendió en ella cuando supo la verdad. Abrazó fuerte a sus amigas y prometió no olvidarlas jamás. Desde afuera, les daría visibilidad.

    A las seis de la tarde Daniela ya había sido trasladada nuevamente al Técnico de Alamar. Allí su madre le dio un abrazo en que se ahogaron muchos segundos. Allí estaba también su instructor penal, capitán Oelis, quien grabó con un teléfono la liberación, la entrega oficial de la hija a su madre. Daniela aprovechó nuevamente el espacio. Sabía que podría quedar inmortalizado su alegato. Miró fija al lente de Oelis: «Yo no soy ninguna delincuente. Yo salí el día 11 de julio a manifestarme pacíficamente. A los jóvenes en este país no nos dan espacios para expresarnos, para expresar nuestro descontento. Cada vez que deseamos expresarnos nos reprimen. Por esa razón se dan las protestas y nadie las puede controlar».

    ***

    Daniela Rojo/ Foto: Facebook

    Daniela bebe el café de la vecina. Piensa en Erick. Prende su cigarro. Piensa en Tania. «¿Nos vamos a pie?». «Sí, necesito coger fresco y caminar».

    ***

    Luego de su liberación, Daniela Cecilia Rojo Varona se unió a la plataforma Archipiélago. Este grupo en Facebook fue creado tres semanas después de los sucesos del 11-J, con el fin de promover iniciativas cívicas para exigir la liberación de los presos políticos. El 15 de agosto, el líder de la plataforma, Yunior García, la propuso a ella como moderadora y fue aprobada por mayoría.

    «Daniela tiene la característica de que siempre va a todas», asegura Fernando Almeyda, abogado y, hasta hace poco, también moderador de la página. «Cuando se encuentra una iniciativa que promueve el bienestar para la gente le pone el corazón. Así fue con Archipiélago. Siempre activa de un lado para el otro buscando conectar al grupo, hacer alguna gestión, o estar presente en los debates. Lo hacía hasta quedarse sin un centavo, sin un mega, y sin un cigarro».

    Luego de su excarcelación a inicios de agosto, Daniela ha sido víctima del acoso de la Seguridad del Estado. En la enigmática fecha del 10 de octubre fue detenida en su casa por oficiales de la policía y liberada pocas horas después. El 24 de octubre, mientras se encontraba en el Parque Almendares de La Habana, fue detenida junto a más de una decena de integrantes del grupo Cuba Fuma en Facebook.

    A raíz de la convocatoria de Archipiélago a una marcha —primero para el 20 y luego para el 15 de noviembre— por la liberación de los presos políticos en Cuba, Daniela también fue citada en numerosas ocasiones para rendir cuenta, en diferentes estaciones policiales, sobre los medios y propósitos de la iniciativa. El 13 de noviembre, a solo dos días de la fecha prevista, fue «secuestrada», según relató luego, por agentes de la policía política. «Al más puro estilo de una película de mafiosos, un secuestro con todas las de la ley», denunció en redes, «me llevan a un lugar a la salida de La Habana, una casa de las que acostumbran llamar “de protocolo” y me retienen allí durante cinco días».

    En definitiva, la Marcha Cívica por el Cambio del 15N fue controlada mediante un despliegue represivo que incluyó retenciones domiciliarias, encarcelamientos y actos de repudio contra coordinadores de Archipiélago y otros activistas y opositores políticos. Tras los sucesos, Yunior García —retenido en su casa el domingo 14, cuando pretendía marchar en solitario por la céntrica avenida 23 de La Habana— salió subrepticiamente en un vuelo hacia España.

    El 23 de noviembre, Daniela Rojo comunicó a través de Facebook la renuncia a sus funciones como moderadora de Archipiélago debido a «problemas personales y familiares». Dijo: «como madre he de admitir que hay ciertas prioridades que mantengo y que no puedo seguir posponiendo». Y, finalmente: «Seguiré abogando desde mi trinchera por una Cuba plural y democrática y en especial por la liberación de todos los presos políticos».

    ***

    Hasta la fecha, el grupo de trabajo Justicia 11J, en coordinación con la ONG Cubalex, han reportado la detención de mil 314 personas en relación con las protestas del 11 de julio de 2021; 696 continúan en centros de reclusión. Al menos 42 ciudadanos han sido condenados a privación de libertad en juicios sumarios; otros 37 han sido procesados en juicios ordinarios


    [1] Tras casi cinco meses, Franco fue liberada, por fin, con una medida cautelar.

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    1 COMENTARIO

    1. Recuerdo, riendome, la secuencia de tres dubujos que reflejan estos ultimos 62 años.

      Lamina uno.

      El tipo, joven, observa atentamente a Fidel pegando un discurso en la tele. La sala de su casa amueblada con pulcritud. En una mesita descansan unos emparedados y un vasito con jugo

      Lamina dos.

      El tipo, ligeramente envejecido, observa con cierto aire de hastio a Raul, sentado en la misma butaca. En la sala de su casa hay algun deterioro por la accion del paso del tiempo.

      Lamina tres:

      La sala de la casa se encuentra practicamente en ruinas. La bandeja con alimentos, vacia. Diaz Canel pega un discurso. El mismo tipo, sentado en esa butaca desvencijada, ja, ja, ja, convetido en un ancianito decrepito. No presta atencion. La cabeza colgando. No se sabe si esta muerto o dormido. Ja ja ja.

      Diaz Canel lo ha liquidado Ja ja ja.

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