Cuatro ideas a propósito de la censura y los censurados

    Entiendo a los que buscan acotar o, más bien, correrle por el costado a la bestia totalitaria con la sumatoria de pesos y voluntades. A los que apelan al diálogo y la generación de consensos para la transformación social. A los que no se quieren ir de la Isla, a pesar de tantos y reiterados pesares. A los que deben navegar en un mar de difíciles equilibrios y compromisos que no hubieran deseado ni tampoco merecen.

    La mayoría de esos cubanos en torno a una Asamblea —en este caso la reciente reunión en el ICAIC del gremio de cineastas con funcionarios del Ministerio de Cultura— hacen lo que pueden, desde los estrechos y cuestionados márgenes que tienen. Y resulta lógico, bajo el orden represivo, discrecional y autocrático que existe, cerrar filas para luchar contra la censura y cuanto exceso establecen los controladores del Partido. O sea, estamos frente a un ejercicio legítimo, valiente y que además contribuye a reconfigurar la sociedad civil cubana de estos tiempos. 

    Pero condenar la censura sin posibilidades reales de modificar las causas de la censura es un ejercicio tan comprensible, allí y ahora, como vacío en su efectividad. No pasa de ser un acto declarativo, que no por sensato e incluso útil deja de ser más de lo mismo.

    Ya perdimos la cuenta de las reuniones, cartas, manifiestos y firmas que han intentado sortear las violaciones de un sistema infame; que desarticuló el entramado social y dejó al ciudadano vacío de derechos cívicos y de capacidad movilizativa.

    A estas alturas, quizá no sea responsabilidad personal de ninguno de los reunidos llegar solo hasta ahí, pero los críticos que se mueven en una peculiar cuerda floja que esboza una condena mientras escapan de las causas que originaron la propia condena y aún confían en las estructuras que desde hace décadas ejecutan los hechos que se analizan, enfrentan un dilema insoluble. 

    La puesta en escena ha sido tan reiterada que termina por ser un camino trillado, de resolución cantada y que garantiza un próximo conato; porque para curar enfermedades hay que actuar sobre las causas. 

    Es cierto que tampoco es mucho lo que pueden hacer quienes viven, trabajan, tienen familia en la Isla y no están dispuestos a romper con instituciones creadas, en especial, para el control y la censura, entre otras tareas (subordinadas) relativas a la producción artística y la programación cultural.

    Nadie nunca podría decir que es una tarea sencilla enfrentar a un sistema que solo existe para sostenerse, y que hace y hará lo que tenga que hacer en función de ello.

    ***

    Hay conciencias, memorias, saberes y sectores que seis décadas después no admitirían muchas más píldoras doradas, comisiones ni vueltas a una noria interminable.

    En especial, los mismos gremios que han vivido desde bien adentro, o muy cerca, eventos como PM, Lunes de Revolución, El Puente, las UMAP, el Caso Padilla, censuras y abusos de todo tipo, parametraciones, «guerritas de emails», seguido de un larguísimo etcétera de más de sesenta años; los que han vivido amenazas y pistolitas sobre la mesa convertidas en políticas de Estado —fascistas—, con la tesis de Il Duce Benito como garante de una rarísima comprensión de libertad cultural e intelectual: «Tutto nello Stato, con lo Stato, niente fuori dello Stato», y su traducción al cubano autocrático: «Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, ningún derecho».

    Que todos y cada uno de esos eventos hayan tenido mucha y justa atención, y que sobre ellos se haya hablado, escrito y disertado hasta el cansancio, no significa que sean estos los grupos y sectores más golpeados por una maquinaria clasista que los empoderó (también) hasta donde el sistema lo necesitó, para ubicarlos en tiempo, espacio y lugar todas las veces que las circunstancias y los deseos del poder así lo exigieran, pues ya se dijo antes, es «dentro de la Revolución», y la muy personalísima interpretación que Le Roi Soleil  y sus sicofantes posteriores hayan querido hacer.

    Acá se pueden hacer todos los señalamientos personales que se quiera, listar los nombres y las culpas que se quiera, que nada realmente importante cambiará porque no se supera a un sistema de esa envergadura y con esa estructura señalando y/o acosando individualidades, cualesquiera sean. Además de ser otro ejercicio inseparable de la lógica totalitaria, que perpetúa una muy perversa manera de manejar los disensos públicos, y constituye una de las promociones más útiles a esa forma de articular una sociedad vertical y sin reales derechos civiles y políticos.

    Los ejecutores directos de cada uno de los eventos mencionados están casi todos muertos. Sin embargo, el problema sigue estando allí, en el mismo lugar, o acaso en uno peor, porque el error no es puntual, específico, ocasional, individual ni gremial sino sistémico.

    ***

    El Artículo 2 de la Declaración Universal de Derechos Humanos dice con mucha claridad: «Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición.»

    Los derechos gremiales no existen. Por más micrófonos, cámaras, libros, guiones y aplausos que usted consuma o merezca. 

    Apelar a los derechos y libertades civiles de ciertas profesiones y talentos es una acción que nace muerta pues lo que usted reclama para sí comprende un marco regulatorio más amplio que, de una parte, considera improbable modificar, y de otra en ocasiones ignora por arrastres de clase. 

    A estas alturas ya usted deberá saber que solo poseerá una verdadera libertad de expresión y asociación cuando el primero y el último de los cubanos exhiban lo mismo. No más, no menos, no diferente. Por lo que pedir una Ley de Cine o consideraciones y permisos específicos para que se garanticen derechos de todos parecería una acción que no va a ningún lado. 

    ¿Acaso usted goza de derechos especiales cuando hace cine, teatro, ejerce la poesía o la crítica, y luego los pierde cuando regresa a ser el ciudadano que, se supone, tampoco ha dejado de ser?

    No existen los derechos ciudadanos parcelados o a los que se accede por talento o mérito; y en caso de que existieran habría que abolirlos pues atentarían contra un principio elemental y base del derecho republicano y ciudadano de los últimos dos siglos, el de igualdad ante la ley.

    La obviedad anterior se puede seguir ampliando si aceptamos que frente a la cosa pública los saberes, inteligencias y talentos que solo miran hacia sí no van a parte alguna, además de constituir un acto egoísta para quienes se inscriben con derecho propio como conciencia crítica de la nación. 

    ¿Cuál es el deber-ser de un intelectual? ¿Publicar, ganar premios, ser reconocido socialmente, o es, también, algo más? ¿Cuál su función social?

    ***

    Es interesante observar cómo mientras los manifestantes del 11J se congregaban frente a las sedes del PCC o las Asambleas del Poder Popular en muy diversas localidades de Cuba, numerosos intelectuales y artistas elegían el Ministerio de Cultura (27N), el ICRT (11J) y ahora el ICAIC, como antes fueron la UNEAC, la Biblioteca Nacional, Casa de las Américas, etc.. Además de demostrar mayor capacidad de coordinación que el resto de la ciudadanía, también uno se pregunta, ¿qué esperan de los funcionarios de cultura, que son una parte de la maquinaria pero no la maquinaria misma, sino las cadenas de transmisión de un control sin dudas superior, estructural?

    Aportar a la sociedad no niega la individualidad de nadie pero parte de un supuesto más elevado. Ante las deudas ciudadanas, porque lo que reclaman los artistas y cineastas en buena medida son derechos ciudadanos, se trata de ese «todos» tantas veces mencionado. O sea, no de ti, de mí o del grupo del que formas o formamos parte.

    Llevado un poco más lejos se podría decir que en Cuba no hay un problema particular con la censura artística, intelectual o académica. O no solo, pues tal cosa sería hasta menor. En Cuba hay un sistema totalitario que coarta y reprime a la ciudadanía toda hasta donde necesite: desde el matutino de primaria, la programación de la televisión, una exposición, una puesta en escena, hasta llegar al «Preparen. Apunten. ¡Fuego!». Desde el pionero de una familia sin nombre hasta un Héroe de la República. 

    En Cuba no hay censura artística como caso aislado porque la censura es muchas veces mayor; es total: es política, es cívica, es ciudadana, es republicana, es económica, etc., etc., etc.

    Por tanto, censurados no están solo los cineastas, pues faltos de elementales derechos estamos todos. De ahí que sea una necesidad sistémica que ese modelo no respete tu obra. El partido único imperante en Cuba tampoco necesita ni quiere tu verdad sino tu disciplina y obsecuencia. Razón por la que desde mucho antes de ejercer tu profesión y mostrar tu talento, las estructuras que existen tienen necesidad de limitar tus libertades y derechos ciudadanos.

    Nada de lo que hemos visto durante estos días es personal ni gremial. Como tampoco sería del todo necesario un prontuario de fatalidades individuales ni buscar colocarnos como sujetos centrales de un devenir histórico que se ha padecido y padece pero que no nos hace individuos excepcionales para un orden del que no hay que esperar otra cosa.

    Corresponde a intelectuales y artistas abrir su lenguaje y emplear capacidades y talentos para lograr una alta socialización de los mensajes entre los que más lo necesitan, pues en Cuba hay miles de renovados presos políticos y de conciencia, los viejos y jubilados están pasando hambre, los niños viven en un espacio sin futuro y los 11 millones de cubanos sin nombre ni reconocimiento mediático no siempre son tomados en cuenta por los micrófonos, cámaras y guiones mejor entrenados, de tan concentrados en sí mismos.

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    2 COMENTARIOS

    1. Compañera Inés Chapman, quiero dirigirme, específicamente, a usted. Como usted puede constatar, son tantas las penas que se agolpan. Y quiero transmitirle a usted mi opinión sincera.

      Con las personas que están sentadas a su alrededor, que usurpan y mal utilizan lo que es ser revolucionario, las instituciones que ellos representan corren el peligro de profundizar la ruptura.

      Esa es mi opinión sincera desde el 27 de noviembre. El liderazgo de la revolución cubana y la dirección del pais que usted representa, no debe continuar siendo representado por estas personas, porque los problemas graves de esta mañana, se van a multiplicar. Ellos no han sabido resolver para lo que están nombrados y solo han creado diferencias y abismos entre nosotros. Han utilizado los instrumentos mediáticos del Estado para calumniar, para manipular al pueblo.

      Fito Páez y su mánager van a responder a esta novela rosa que algunos de estos funcionarios han pretendido dar. Si no existieran las redes sociales, si no hubieran fracasado en sus intenciones de dialogar con Fito, me hubieran criminalizado y posiblemente inventado una causa con fines más profundos. Pero esta situación y la respuesta de numerosos artistas e intelectuales, por lo menos demuestra, que estas personas no tienen un ápice de convocatoria real en el medio que dirigen.

      Mis hijos no tienen miedo, son descendientes de leonas y leones. Nosotros no tenemos miedo. Pero esas personas que la rodean, ni son jóvenes, ni son revolucionarios. Y colocan a nuestro país y a nuestra cultura en situaciones cada día más insalvables. Cuando menos, son cerebros vencidos de un modelo de sociedad represiva, autoritaria y antidemocrática. Es decir, una sociedad muy poco revolucionaria.

      Si los criterios en que la dirección del pais se basa para nombrar como sus representantes en las instituciones culturales a estas personas que los han llevado a esta situación continúan, estarán condenando a un contrasentido sin rumbo, a la revolución que fundaron y  juran defender.

    2. Sensata argumentación, que conduce a la graciosa cobardía de jugar con la cadena, pero no con el mono. Quizás lo sensato sea imitar a los artistas y escritores de 1958, ignorar a sargentos y mayordomos; recordar «El gato pardo», repetir con Lampedusa: «Hace falta que algo cambie para que todo siga igual».

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