El malestar de la Oposición

    Quien no tenga genes revolucionarios, quien no tenga sangre revolucionaria, 

    quien no tenga una mente que se adapte a la idea de una revolución, 

    quien no tenga un corazón que se adapte al esfuerzo 

    y al heroísmo de una revolución, no lo necesitamos en nuestro país.

    Fidel Castro

    El sistema político cubano es, cuando menos, anacrónico, ineficiente y terriblemente autoritario. No voy a descubrir aquí el agua tibia, la verdad. Cualquiera que haya vivido en esta isla es capaz de distinguir sus grietas y limitaciones, sobre todo si se arriba desde el extranjero o se ha tenido la insólita oportunidad de viajar, otro de nuestros traumas nacionales. Aun así, este gobierno se ha mantenido durante más de 60 años en el poder, experimentando ciertas «reformas» tímidas y superficiales que solo han conseguido enquistar todavía más el letargo socio-económico de la Revolución.

    La Disidencia, por su parte, ha contribuido a fortalecer indirectamente una serie de mitos fidelistas que parecen haber garantizado desde el plano simbólico la supervivencia de la saga, el éxito del negocio familiar. 

    Un «estado de sitio» constante, incitado por el enemigo histórico, la horda mercenaria de Miami o ciertos revolucionarios confundidos, traidores insensibles que no supieron entender el Castrismo como el remakemarxista del proyecto político martiano; la excepcionalidad moral, esa vanidosa performance pseudoética que continúan montándose en público y el supuesto vínculo (histórico, espiritual) que conservan con generaciones previas, a lo Maceo o Guiteras, son algunas de las ficciones más conocidas del fabulario del Partido Comunista de Cuba (PCC).

    La Revolución, ciertamente, necesita más de la Disidencia de lo que está dispuesta a admitir.

    El perpetuum mobile del gulag tropical

    No se sabe mucho del origen del primer impulso. 

    Tal vez ha sido suprimido, maquillado o reescrito por algún amanuense comunistoide.

    Algunos lo sitúan en la revuelta de Huber Matos; otros prefieren aguardar hasta la insurrección del Escambray, la Lucha Contra Bandidos, o cualquier otro apelativo de los que recibe este conflicto. La cárcel y el exilio de Eloy Gutiérrez Menoyo, así como el fusilamiento de William Alexander Morgan pudieran integrar, asimismo, el período fundacional de la Disidencia post-1959. Junto al Che Guevara, estos dos conformaban la tríada de comandantes de la Revolución nacidos fuera de Cuba.

    Lo cierto es que, después de este pistoletazo de salida, el gobierno cubano ha silenciado y manipulado convenientemente cada maniobra de la Oposición, haciendo coincidir su propio itinerario político con la agenda de los disidentes. 

    «Cualquier berrinche de los gusanos puede ser una victoria nuestra», asumo que piensen los ideólogos revolucionarios.

    Este razonamiento pudiera haberse reproducido ad infinitum, pero el nuevo milenio nos alcanzó y, con él, desaparecieron casi por completo las protestas violentas. Si bien existieron varios individuos u organizaciones que ejecutaron atentados atroces durante el siglo pasado, también es cierto que este procedimiento no era la regla en la mayoría de circuitos opositores. De esta forma, se acrecentó en los dos mil un estilo de activismo y reclamos pacíficos que, desafortunadamente, no fueron recibidos de igual forma por el aparato represivo del Estado.

    Algunas de las ordenanzas promulgadas por el régimen, a finales de los noventa, fueron la Ley de Reafirmación de la Dignidad y Soberanía Cubanas, de 1996; el Decreto 217, firmado en 1997 o la Ley de Protección de la Independencia Nacional y la Economía de Cuba, de 1999. Estos circunloquios patrioteros apuntaban a reducir todavía más la capacidad asociativa de los ciudadanos, procesando a todo aquel que hiciera uso de alguna «forma de colaboración, directa o indirecta, para favorecer la aplicación de la Ley Helms-Burton».

    Ya sin la ventaja que implicaba la denuncia de opositores violentos y/o terroristas, el Castrismo tuvo que repensar su estrategia dictatorial desde el estrado teórico, limitando cada vez más el libre albedrío político de la nación. Si ya iban a ser encarcelados en masa poetas, pintores y actores que solo escribían, pintaban o actuaban, eran necesarias sendas propaganda y legislación que recordaran tenazmente de qué lado del Estrecho de la Florida estaba la verdad, la única verdad tolerada en el corazón de una monarquía dizque socialista.

    Con cada año que pasa, la legalidad en Cuba se asemeja más a las perversiones que sueñan los viejos verdes del politburó.

    La medallita del Castrismo

    Sin dudas, la fragmentación de la Disidencia es uno de los grandes logros de cualquier Estado totalitario. 

    La oposición cubana, infinitamente fraccionada en modestas organizaciones que muy pocos no pertenecientes a ellas sabrían diferenciar, ha buscado impaciente la validación democrática que la Revolución le ha negado. Siguiendo esta ruta, dichos sectores han logrado apropiarse de diversos matices del espectro político, proyectando sobre ellos la pluralidad ideológica de un país libre, indudablemente vivo. La Cuba disidente, dentro y fuera de la isla, constituye una nación cuasi-huérfana, huidiza, despojada del Estado que le pertenece por simple aritmética geográfica.

    Los cubanos hemos entrado al juego de la democracia sin gozar todavía de un espacio concreto sobre el cual asentarla.

    Como ocurre en cualquier sociedad moderna, los sesgos políticos que nos atraviesan suelen modelar nuestro comportamiento, contaminando relaciones que bien pudieran sostenerse apelando a otras afinidades. Así, la criminalización constante a la que el señorío revolucionario somete a sus disidentes, rasgo primario de su condición dictatorial, ha fracturado sin remedio ese vínculo recíproco que debiera presidir el intercambio Estado-Ciudadanía. En mayor o menor medida, todo cubano es enemigo incurable de su gobierno, aun sin ser consciente de la magnitud de tal antagonismo.

    Por desgracia, síntomas similares parecen haberse extendido hacia el entorno opositor. 

    Más allá de insultos tan irrebatibles como «chivatón» o «tú eres de la Seguridad [del Estado]», señales de la paranoia castrista, o bien de su pantomima, hay entre los disidentes una suerte de obsesión por llegar primero, un afán que motiva el descrédito de discursos ajenos en favor de matrices de opinión propias.

    Pudiéramos catalogar a la Oposición, rápido y mal, en dos grandes conjuntos ideológicos aparentemente irreconciliables, con sus respectivos matices. Eso sí, la inmensa mayoría de estos sujetos se adhiere a una transición pacífica que garantice un Estado de derecho pluripartidista, reconociendo como «dictatorial» y «fallido» al vigente gobierno.

    De un lado, los que consideran la Revolución un proyecto malogrado por la egolatría y el totalitarismo de sus representantes, no así por el contenido humanista y popular en sus inicios. Estos sectores avalan la lucha de clases como engranaje fundamental de la sociedad, al tiempo que reivindican sin descanso los derechos de colectivos marginados por este mismo gobierno que, según dicen, surgió con el fin de erradicar tales desigualdades.

    Proclaman satisfechos que son de izquierda e, incluso, no temen autotipificarse como comunistas, siempre precisando que no se trata de la misma (pseudo)doctrina enarbolada por el Castrismo. Antes de ese parteaguas que constituyó la huelga de hambre en San Isidro, desencadenante de mucho de lo que ha sucedido desde entonces, muy probablemente confiaban en una serie de reformas estructurales como respuesta ante la ineficacia (económica, democrática) del Estado cubano. 

    Después del 27N y sobre todo del 11-J, muchos han radicalizado su posición, señalando en el cambio de régimen la vía más expedita para la prosperidad del país.  En concordancia con esta línea de pensamiento, se muestran escépticos ante las «bondades» del libre mercado y consideran el capitalismo actual un desacierto que debe ser corregido.

    Dicha tendencia pudiera ilustrarse a través de la evolución de La Joven Cuba (LJC), blog sobre opinión política dirigido por Harold Cárdenas Lema. Desde sus inicios, cuando todavía utilizaba como insignia una caricatura diseñada por un Héroe de la República, hasta la posición crítica que mantiene a día de hoy ante el régimen, parece haber llovido bastante. Su «mutación» me recuerda, de cierta forma, al Tamames español.

    Según LJC, el 15 de febrero de 2011 había recibido «uno de esos regalos que son para toda la vida. Gerardo Hernández Nordelo, confeccionó para nosotros el logo que desde ahora estará presente en nuestra portada. […] Esto es un compromiso más para La Joven Cuba hasta que nuestros hermanos [los Cinco Héroes] estén de regreso».

    Del otro lado, los «gusanos» de siempre, censores fervientes del régimen y de casi todo lo que surja de sus tanques pensantes. Su confianza en el proceso revolucionario siempre ha sido escasa, si no nula. Así, se han refugiado en ideologías y estructuras socioeconómicas alejadas no solo del Castrismo, sino de todo lo que guarde alguna relación con la izquierda, emulando la tolerancia cero de antiguas «colonias» soviéticas como Ucrania, Letonia y Lituania, donde está expresamente prohibida la formación de partidos de corte comunista.

    Esta zurdofobia les ha impedido reconocer como sus semejantes a opositores «progresistas», quebrando casi por completo la posibilidad de un entendimiento. Son, además, entusiastas del liberalismo económico y suelen enjuiciar severamente cualquier acercamiento entre Washington y La Habana, pues consideran que a la dictadura «ni un tantico así». De hecho, se mantuvieron desconfiados durante el deshielo político iniciado por Obama a finales de 2014, que a la vez constituyó el último «esfuerzo» castrista por «normalizar» su relación diplomática con los Estados Unidos.

    Un ejemplo de esta polarización lo constituyó la actitud de Berta Soler en enero de 2015. Para esta fecha, la actual líder de las Damas de Blanco (DdB) rechazó tomar parte en una reunión pactada entre varios conjuntos opositores y Roberta Jacobson, jefa de la delegación diplomática norteamericana en la isla. 

    «No participé, mi decisión se debe a que no hubo balance en los participantes en cuanto a diversidad de opiniones», declaró Soler. Asimismo, en su momento, la presidenta de las DdB confirmó su criterio con respecto a los enfoques de la Oposición  durante el Deshielo: «El 17 de septiembre de 2014 se definieron dos grupos dentro de la disidencia. Por un lado, hay un grupo que apoya el restablecimiento de las relaciones con Washington sin condiciones. Y, por otro, hay un gran grupo que está pidiendo ese restablecimiento de relaciones, pero con condiciones».

    El trumpismo criollo y la prudencia de los tibios

    Finalmente, dentro de esta segunda tendencia destaca por sí solo el caso de Alexander Otaola, activista e influencer recién postulado a la alcaldía del condado de Miami-Dade.

    Lo que él declara y promete es, sin muchas dudas, lo que piensa y desea una gran parte del exilio, sobre todo en La Florida. Incluso, existe igualmente en Cuba una importante comunidad de otaolistas, fieles seguidores del show y partidarios de la doctrina que, cuando menos, merecen ser escuchados.

    Quién sabe si, tal vez, sea esta nuestra definición vernácula del trumpismo, esa hipérbole republicana que parece haber cambiado para siempre la disposición del espectro político estadounidense.

    Asimismo, existe otro sector de relevancia dentro de la Oposición cubana. «Los tibios», como suelo apellidarlos, viven su película lejos de la chusmería de la calle, no comparten fotos ni videos de protestas antigubernamentales y casi nunca hablan de política, porque «no les gusta» o porque prefieren «no meterse en eso». 

    Difícilmente reconocen matices al interior de la Disidencia, equiparando a ciberclarias y gusanos en cuanto a retórica y conducta, cada uno en su extremo. Tienen la suficiente información y capacidad como para reconocer el cariz dictatorial del Estado cubano, pero se mantienen al margen del tema incluso en conversaciones privadas. No se identifican con ninguna propuesta opositora y esperan, tranquilamente, por un líder que comparta sus principios, ratificando así su «tibieza» con respecto al tema

    El hecho de no asumir una posición es, por sí mismo, una posición asumida.

    Es muy probable que varios echemos en falta algún punto intermedio y conciliador en este debate, como el que parecía constituir Oswaldo Payá. Su Proyecto Varela representaba un plan de nación sólidamente estructurado, convincente. Por desgracia, el Movimiento Cristiano de Liberación, fundado y dirigido por Payá hasta su muerte, no ha podido visibilizar suficientemente sus propósitos democráticos desde el fallecimiento del líder. 

    Ciertamente, en este duelo de protagonismos y desconfianzas, no vendría nada mal un poco de reposo, de concierto.

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    1 COMENTARIO

    1. EXCELENTE!!
      Y sí!!! » todo cubano es enemigo incurable de su gobierno»
      Qué pena, esta fragmentación esconde los deseos profundos de cambios inevitables…qué pena!!!

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