Nicotina, carros voladores y rifles AR-15s: el «gran salto delante» de la revolución MAGA

    De no haber sido por el agresivo gerrymandering de los republicanos en Florida —forzado por el gobernador Ron DeSantis—, y por la debacle del Partido Demócrata en el estado de Nueva York —donde los tribunales rechazaron el gerrymandering que los demócratas intentaron—, los republicanos podrían no haber conseguido la mayoría en la Cámara de Representantes. Esto habría sido para ellos un golpe aún más duro en las midterm, donde no consiguieron ganar el Senado y donde fueron derrotados la mayoría de los candidatos que basaron su campaña en la «Big Lie». Me parece, sin embargo, que el resultado ha sido conveniente para el Partido Demócrata, en tanto el margen estrechísimo de la victoria le ha conferido al ala radical del Partido Republicano un poder considerable, como ya se vio en los pactos que en enero tuvo que hacer Kevin McCarthy para ser electo como Speaker of the House. Y el poder, ya lo decía Foucault, es como un cuchillo: si lo coges por el mango, cortas; si lo coges por el filo, te cortas.

    Los representantes del movimiento MAGA se están cortando de lo lindo. Tanto tiempo quejándose de la inflación, pero ¿qué proyectos de ley han presentado, en dos meses que llevan como mayoría, para solucionar ese problema causado, según ellos, por las políticas despilfarradoras de los demócratas? Faltos de propuestas concretas, no han hecho más que abrir una serie de investigaciones —sobre la situación de la frontera; sobre cómo Twitter manejó el asunto de la laptop de Hunter Biden; sobre las relaciones entre China y Estados Unidos; sobre el supuesto prejuicio del gobierno federal contra los conservadores, lo que llaman «the weaponization of the federal government»— donde han tenido que defender, en los comités que ahora lideran, sus alegaciones. Ahí, en el debate parlamentario, los demócratas han barrido el piso una y otra vez con los congresistas del movimiento MAGA, dejando al descubierto la hipocresía y falta de lógica de sus argumentos. La exposición que les ha dado su nueva mayoría no ha hecho más que confirmar su ya más que demostrada estupidez. 

    Dos ejemplos recientes, ambos de Marjorie Taylor Green, dan fe de la indigencia intelectual del movimiento MAGA. Primero, durante una sesión del comité sobre China y Estados Unidos, la representante adujo como prueba de la supuesta política de «open borders» de la administración Biden que en los últimos dos años se ha decomisado en la frontera una mayor cantidad de fentanilo que en los años anteriores. Luego vino su descabellada propuesta de divorcio nacional, que tanto dio qué hablar. Primero, se trata de algo inconstitucional; segundo, no es factible, porque hay estados que no son ni «rojos» (republicanos) ni «azules» (demócratas) sino «morados», y aun dentro de los estados «azules» hay ciudades y condados «rojos», y viceversa. Tercero, esa fantasía —inspirada en la Confederación, a donde la extrema derecha regresa a menudo— ha llamado la atención sobre una de las mayores falacias del discurso conservador: los estados «rojos» son en buena medida mantenidos por los estados «azules», que los superan en Producto Interno Bruto, calidad de vida e infraestructura, nivel educativo y diversidad económica. ¿Cómo reconciliar estos hechos con la idea de que las políticas del Partido Republicano producen más prosperidad que las políticas de los demócratas? Sin subsidio federal, el país «rojo» imaginado por MTG sería prácticamente tercermundista.

    Nueva York, 4 de abril de 2023 / Foto: Thua Magalashvili
    Nueva York, 4 de abril de 2023 / Foto: Thua Magalashvili

    En los tribunales, las cosas no van mejor para el movimiento MAGA. Trump ha sido imputado, y es muy probable que sigan otras imputaciones por cargos más serios. Más interesante, en mi opinión, es el curso de la demanda de Dominion Voting Systems contra Fox News, que pinta cada vez más desfavorable para el canal favorito de los trumpistas. De la fase de «discovery» se han filtrado una serie de mensajes de texto intercambiados entre los principales comunicadores de la cadena, que evidencian la absoluta duplicidad de estos. Tucker Carlson, que se pasa la vida denunciando la llamada «cancel culture», pidió que fuera cesada una reportera que se atrevió a tuitear algo que contradecía las falsas alegaciones de fraude. «Por favor, que la despidan. Esto tiene que terminarse inmediatamente, esta misma noche. Está dañando a la empresa. El precio de mercado ha bajado».[i] Aun sabiendo que no tenían fundamento, Carlson, Hannity y Laura Ingraham concedieron una plataforma a quienes denunciaban el supuesto fraude electoral porque, luego de que el «decision desk» otorgara a Biden el estado de Arizona, perdieron audiencia frente a otros canales como Newsmax. Para reparar el daño, Fox News dio entonces a sus millones de espectadores lo que querían oír, aun cuando esto contribuyera a polarizar más el país y propiciara, al cabo, una insurrección. 

    Que los líderes de opinión de Fox News no se creen ni la mitad de lo que dicen es algo que cualquier observador de la vida política norteamericana sabe, pero aun así estos mensajes de texto sorprenden. Resulta que Tucker Carlson no solo «odia apasionadamente a Trump», sino que, en privado, piensa lo mismo que los articulistas y lectores de The New York Times a la hora de valorar la Presidencia de aquel: «Todos estamos simulando que hay mucho que mostrar, porque admitir el desastre que sería algo muy difícil de digerir. Pero lo cierto es que Trump no tiene nada bueno».[ii] Lo que hace unos meses parecía imposible, una condena en un caso de difamación, dada la amplitud que concede a los periodistas la Primera Enmienda, no parece ahora, a la luz de estos mensajes y de las declaraciones ante el gran jurado de algunos de los implicados, algo tan lejano. Interrogado sobre por qué permitió que gente como Mike Lindell y Sidney Powell regaran mentiras sobre el fraude electoral, el propio Rupert Murdoch, multimillonario australiano dueño de la cadena, dijo que él no creía en esas alegaciones, pero dejó que se airearan porque: «It’s not red or blue. It is green».

    La audiencia de Fox News posiblemente no se haya enterado de nada de esto, dado que el canal no reporta la demanda interpuesta por Dominion, y es probable que, de enterarse, lo interpreten todo como una nueva cacería de brujas contra los trumpistas, pero para cualquier observador imparcial, y sobre todo para el archivo histórico, no pueden quedar dudas: Fox News es exactamente lo que ellos dicen de los demás medios de comunicación: fake news, propaganda. Cualquier paralelo entre ese canal y MSNBC —que según muchos sería el homólogo izquierdista de Fox— es insostenible después de estas revelaciones. Solo una teoría de la conspiración, que comprendiera todo el juicio como una conjura del deep state, y los mensajes de texto que se han filtrado como una fabricación, podría exonerar a los voceros del trumpismo de su documentada mala fe. 

    Expuesto como el estafador que es, Tucker Carlson huye hacia adelante, redoblando la teoría de la conspiración: no hubo crimen el 6 de enero sino el 20 de noviembre, y en los medios que se confabularon luego para presentar una protesta pacífica como una violenta insurrección. Escogiendo cuidadosamente unos minutos de imágenes asépticas de entre las horas y horas de cinta que le pasó Kevin McCarthy, Carlson afirmó recientemente que quienes entraron al Capitolio «no eran insurrectos, eran turistas». Los agresores son convertidos así, una vez más, en víctimas. Marjorie Taylor Green, quien fue a visitar a la cárcel a algunos de los acusados, los llama «prisioneros políticos», lo cual recuerda, por cierto, a ese otro populismo contemporáneo que es el independentismo catalán. Así como los políticos catalanes que se consideran a sí mismos presos políticos fueron condenados por orquestar una elección ilegítima, los que asaltaron el Capitolio se empeñaron en ilegitimar una que fue totalmente legítima. En ambos casos, se opuso la «voluntad popular» a la Constitución para justificar la sedición. El 6 de enero, ese frustrado intento de coup, ¿no fue el equivalente a la proclamación unilateral de la brevísima República catalana el 27 de octubre de 2017? 

    Mientras tanto, Fox News continúa con las «cultural wars», atizando conflictos a partir de nada. Es particularmente significativa la defensa de la nicotina que ha emprendido Carlson desde que en junio pasado el gobierno de Biden anunció que exigiría a los fabricantes de cigarros que redujeran drásticamente el nivel de nicotina. Rápidamente, el demagogo comprendió estas nuevas regulaciones al tabaco en la gran narrativa conservadora según la cual el gobierno no está interesado en la salud de la población sino únicamente en su control. No es porque la nicotina perjudique la salud, sino porque «libera tu mente», dice a su audiencia, que «ellos» la quieren prohibir; mientras promueven el THC, que, según él, vuelve a la gente pasiva y obediente.

    Este es un buen ejemplo de cómo esa cruzada que los conservadores presentan como una guerra contra el «marxismo cultural» es algo distinto; el enemigo aquí no es una ideología sino la ciencia. Aunque la nicotina no sea el causante directo del cáncer, se ha demostrado que crea la adicción a los cigarrillos, que contienen otras sustancias efectivamente cancerígenas. En cuanto al cannabis, su ilegalización —que se recrudeció a partir de 1970, tras la aprobación en el Congreso del Controlled Substances Act y con el lanzamiento por Richard Nixon de la «war on drugs» un años después— ha obstaculizado por décadas la investigación médica. Sin embargo, hay suficientes evidencias sobre sus propiedades terapéuticas y su relativamente bajo potencial adictivo. Aunque estudios recientes revelan también efectos adversos del consumo diario de cannabis, nadie ha muerto por una sobredosis de marihuana, mientras que muchos han muerto de un coma etílico, por no hablar de cirrosis hepática. Son esas evidencias, y el sentido común, lo que ha motivado en las últimas dos décadas, primero, la descriminalización y, luego, la legalización de la marihuana por parte de algunas ciudades y estados gobernados por el Partido Demócrata.

    Como en el caso del Medicare y Medicaid, que muchos republicanos denunciaron como «socialized medicine», en la cuestión de los efectos del tabaco sobre la salud ha habido, desde mediados de los sesenta, un debate entre «liberales» y «conservadores»; los dos bandos que dividen la opinión pública en Estados Unidos. En ese terreno, el de las ideas y las evidencias, los conservadores han perdido: hoy sabemos que el Medicare y el Medicaid no produjeron una sovietización de la medicina, y que el tabaco es nocivo. Lo mismo ha ocurrido con el cambio climático: constituye un consenso en la comunidad científica que el calentamiento global es real y es causado por la acción humana. Pero en lugar de admitir su error, ese pensamiento en bancarrota que es el conservadurismo norteamericano ha creado una narrativa donde ellos son víctimas, no ya solo del «government overreach», sino de la soberbia de unas élites que supuestamente miran por encima del hombro a quienes no piensan igual. 

    Mas no se trata, en estos casos, de un asunto de opinión; todo el mundo tiene derecho a su opinión, pero no a sus hechos. Aquí, como en la teoría de la evolución —algunos sectores religiosos integrados al trumpismo preconizan el creacionismo—, entre la verdad y la mentira no hay término medio. La defensa de la nicotina contra los «totalitarios» controles gubernamentales, por parte Tucker Carlson y otros que siguen defendiendo la ilegalización del cannabis, constituye no solo una posición fundamentalmente anticientífica, sino también antihistórica, en tanto olvida la cantidad de gente que, en las tres últimas décadas del siglo XX, fueron a la cárcel por posesión de pequeñas cantidades de marihuana. El perdón que recientemente concedió Biden a las ofensas federales por posesión de cannabis no es sino una mínima forma de reconocer el error mayúsculo que fue su inclusión, junto al LSD y otros psicodélicos, en la categoría «Schedule I» de la lista de sustancias prohibidas.

    Sugerir que el hecho de que los estadounidenses hayan ido dejando de fumar en las últimas décadas refleja una pérdida de libertades en este país no es solo partir de una premisa cuestionable —los americanos fuman menos tabaco pero más marihuana—, sino que es, en sí mismo, una falsedad: en 1980 los cigarros estaban permitidos y la marihuana estaba prohibida; hoy en día, aunque sigue siendo ilegal a nivel federal, la marihuana es relativamente fácil de adquirir en muchos estados; los cigarros pueden comprarse en cualquier drugstore, de manera que ambas sustancias, la nicotina y el THC, pueden consumirse sin riesgo de adquirir un récord criminal. Además, gracias a iniciativas del Partido Demócrata en ciudades como Oakland y Denver, otras sustancias como la psilocibina y la mescalina han comenzado a ser descriminalizadas, siguiendo el modelo gradualista comenzado hace décadas con la marihuana. No se ha perdido libertad en este terreno, sino todo lo contrario.  

    El contrapunteo entre la nicotina y el THC que hace Carlson es, en el fondo, cultural, y evidencia, de nuevo, la nostalgia por el mundo anterior a los años sesenta —un mundo más jerarquizado, segregado y patriarcal que el que vino después— que está en el corazón del trumpismo. Si la marihuana se asocia a la contracultura de finales de los cincuenta y de los sesenta —Beat generationNew Lefthippies, Woodstock, etc.—, el cigarrillo se asocia a la época dorada de Hollywood, cuando las películas glamorizaron su consumo. A menudo se señala el vínculo entre masculinidad y cigarrillos en el cine de los treinta y los cuarenta: fumaba Cary Grant, fumaba Clark Gables, fumaba Humphrey Bogart, fumaba Spencer Tracy, fumaba Tyrone Power. Pero también las actrices fumaban: Audrey Hepburn, Joan Crawford, Ava Gardner, Rita Hayworth, Sofía Loren… Fumar cigarrillos era «sexy». La gente guapa fumaba.

    Y son justo esos guapos de antes los que Trump echó de menos en su discurso en el CPAC del 6 de agosto del año pasado. «No tenemos a Cary Grant. Hoy tenemos a Rosie O’Donnell. ¿Qué pasó con Cary Grant y Clark Gable y Erroll Flynn? Pero tenemos a un tipo que luce tan bien como ellos, y es candidato, y va a ganar: Bo Hines»,[iii] dijo. El tal Hines no ganó, pero el comentario de Trump refleja el vínculo entre la nostalgia por los modelos de las películas de los años cuarenta y esa valoración de la belleza física que es parte del discurso de Trump. Así como la fealdad es, para Trump, descalificativo para un político —recordemos, por ejemplo, sus comentarios sobre Carly Fiorina en las primarias de 2016: «¡Mira la cara que tiene! ¿Quién va a votar por eso? ¿Pueden imaginarse a nuestro próximo presidente con esa cara?»—,[iv] la apostura es, en sí misma, un valor. Él lo ve todo como imagen, espectáculo, desde la perspectiva de alguien que mira televisión todo el tiempo.

    Y es justo aquí donde hay una pendiente resbaladiza que va desde la incorrección política que distingue al trumpismo —esas burlas a la apariencia de la gente que, aunque infantiles y de mal gusto, pueden resultar, en algún caso, graciosas— hasta el fascismo. Como agudamente señalara Susan Sontag en su ensayo sobre Leni Riefenstahl, el culto a la belleza física es parte fundamental de la mentalidad fascista. Tanto como una renovación política, el fascismo comporta una renovación estética, y es esto lo que en el discurso de este 4 de marzo Trump vino a proponer. Pasando de lamentar, en el CPAC de agosto pasado, que no tengamos ya Cary Grants ni Erroll Flynns a proponer, en este último, una «gran campaña de embellecimiento» para Estados Unidos, el expresidente se adentra en territorio mussoliniano. Esa «great, positive revolution» que, en palabras del propio Trump, es el movimiento MAGA, tiene ya su utopía: la creación de «freedom cities» en terreno federal, nuevos centros urbanos con «bellos edificios» y hasta «carros voladores». 

    Para entender el sentido —o el sinsentido— de estas propuestas hay que analizar el contexto de este último discurso de Trump. El delirio surge de una posición de relativa debilidad. Después del batacazo de las midterms, la subsecuente pérdida de donantes, lo anodino de su   lanzamiento de candidatura —ridiculizado incluso en The New York Post— y la disminución de su presencia en Fox News en favor de Ron DeSantis, Trump necesita reafirmar su liderazgo dentro del movimiento MAGA. Perder la carrera por la nominación no solo sería un golpe a su vanidad, sino que lo dejaría mucho más vulnerable en caso de ser imputado en las muchas investigaciones de que está siendo sujeto. Soy de los que piensa que DeSantis, por su absoluta falta de carisma —no hay más que ver su reciente discurso sobre el estado de la Florida—, no representa una amenaza real para Trump, pero el hecho es que él lo percibe como tal, y algunas encuestas entre votantes republicanos lo sitúan bastante cerca del exmandatario.

    Ron DeSantis / Foto: Wikipedia
    Ron DeSantis / Foto: Wikipedia

    Todo este discurso de Trump en el más reciente CPAC es, entonces, un esfuerzo por diferenciarse de DeSantis, criticándolo, por un lado, desde la izquierda, y por otro proponiendo una serie de cosas que van más allá de la cruzada contra el «wokismo» que el gobernador de la Florida ha convertido en plataforma de lanzamiento para su previsible campaña. Aunque Trump, desde luego, insistió en los consabidos tópicos de las «guerras culturales», como la amenaza roja —«estamos ahora en una mentalidad marxista, una mentalidad comunista, lo cual es mucho peor»— y el peligro de la transexualidad —«revocaré todas las políticas de Biden que promueven la castración química y la mutilación sexual de nuestros jóvenes, y pediré al Congreso que me envíe un proyecto de ley que prohíba la mutilación sexual infantil en los cincuenta estados»—,[v] él entiende que en ese terreno no puede competir con DeSantis, quien ya ha echado mano de retórica higienista hablando de «woke mind virus» y, desde el poder ejecutivo de la Florida, ha seguido el playbook de Orban y de Putin.

    Ciertamente, el discípulo ha superado al maestro, y el llamado de Trump a proporcionar «fondos de indemnización para los norteamericanos que hayan sido injustamente discriminados por estas políticas de Biden» no es sino un fútil esfuerzo para subir la parada en un terreno donde él, a pesar de ser el original, en términos de resultados concretos tiene un resumé de menor envergadura que la copia. El énfasis de su discurso se corre, entonces, desde la oposición al «wokismo», que es al fin y al cabo una tarea negativa, una reacción, al terreno constructivo, esa suerte de retrofuturismo que combina la idealización de una América pasada con el culto a la tecnología más fantasiosa. No se trata ya de liberar sino de fundar; no solo de erradicar sino también de crear. No ya de cerrar o asegurar la frontera, sino de revivir el espíritu de la frontier. No tanto, diríamos, own the libs como wow the libs. Vale la pena citar in extenso:

    Nuestro objetivo será un gran salto adelante en el nivel de vida de los norteamericanos, especialmente de nuestros jóvenes. Como anuncié ayer, haremos un concurso para construir nuevas «freedom cities» en la «frontier» para darle a innumerables norteamericanos una nueva posibilidad de ser propietarios de una casa y alcanzar el sueño americano. ¡Es algo tan maravilloso, tan bello! Pediré a los gobernadores de los cincuenta estados que se me unan a esta gran campaña de embellecimiento. Renombraremos nuestras escuelas y avenidas no con nombres de comunistas sino de patriotas americanos. Nos desharemos de edificios malos y feos, retomando el magnífico estilo clásico de la civilización occidental. Apoyaremos a los «baby boomers» e incentivaremos un nuevo «baby boom». […] Nuestro país brillará, crecerá y prosperará como nunca antes.[vi] 

    Trump está aquí en terreno utópico, en modo visionario. ¿Cómo serán —nos preguntamos— esas «freedom cities» que él propone? ¿Se asemejarán a la garden city de Ebenezer Howard o a la ville radieuse de Le Corbusier? Aunque la alusión al clasicismo recuerda a este último, cuyo sistema de valores se sitúa en esa tradición donde la belleza es un atributo de la utilidad, la principal referencia histórica es, desde luego, il Duce: las monumentales obras públicas, el llamado al aumento de la natalidad, el gusto por las grandes campañas nacionales, los proyectos de vivienda subsidiada… Mussolini quería devolver a Italia la grandeza del Imperio Romano; Trump quiere recobrar el ímpetu de la American frontier, aquella era de asentamientos cuya historia y folclore es parte fundamental de la identidad nacional de los Estados Unidos. 

    Pero, ¿quién va a pagar por la construcción de estas ciudades, por la belleza de los nuevos edificios y el prodigio de los carros voladores, sino el gobierno, es decir, los taxpayers? Proponiendo cosas que inevitablemente implicarían un aumento del gasto público, Trump antagoniza al establishment republicano, y ahí vuelve, sin nombrarlo, a atacar a DeSantis. Cuando menciona a «gente que quieren destruir nuestro gran sistema de seguridad social, incluso en nuestro propio partido», «subir la edad mínima de la seguridad social a 70, 75 o incluso 80 años en algunos casos», y que «quieren recortar el Medicare hasta volverlo irreconocible»,[vii] está aludiendo claramente al gobernador de la Florida, quien en su breve tiempo como congresista no votó a favor de eliminar los llamados entitlements, pero sí por propuestas que, de haberse llevado a cabo, habrían implicado una reducción de los mismos. 

    Así, Trump critica a DeSantis desde una defensa del welfare state en la que coincide con Biden e incluso con Bernie Sanders. Y, a la vez, asimila a DeSantis a los neoconservadores, quienes nunca han sido partidarios de expandir esos programas financiados por el gobierno federal. Si aquellos preconizaban en política doméstica el conservadurismo fiscal y en política exterior intervenciones militares, lo que se ha dado en llamar «nation-building» o «institution-building», Trump está proponiendo lo contrario: monumentales proyectos estatales y una retirada de los conflictos armados extranjeros, tras la guerra de Irak y los desastrosos resultados de la guerra de Afganistán. Desde esta perspectiva aislacionista, las diferencias entre Condoleezza Rice —una neocon—y Hilary Clinton —una globalist— no son ya tan importantes, en tanto ambas siguen preconizando la necesidad de la presencia de Estados Unidos en la escena mundial y el apoyo a Ucrania en la guerra contra la Rusia de Putin. 

    «Teníamos un Partido Republicano que estaba dirigido por friquis, neoconservadores, globalistas, fanáticos de las fronteras abiertas e idiotas. Pero nunca vamos a regresar al Partido de Paul Ryan, Karl Rove y Jeb Bush”,[viii] dijo Trump este 4 de marzo. Pues bien, Jeb Bush acaba de «endorsar» a DeSantis, y es de esperar que en el futuro Trump usará esto para presentar a su competidor como un nuevo tipo de neocon, a pesar de que, obviamente, DeSantis es un clon de Trump, y sin el apoyo de este no habría conseguido la nominación para gobernador en 2018. De hecho, ya Kari Lake, en su carrera para convertirse en VP en una futura candidatura de Trump, ha dicho que algunos de los consejeros de DeSantis estaban en favor de las «endless wars». Si, cuando Trump dice que «la gente está cansada de RINOs y globalistas», está a un paso de equiparar a los RINOs, cuyo arquetipo sería Liz Cheney, a los globalistas, cuyo arquetipo sería Hilary Clinton, la asociación entre DeSantis y los globalistas ya la hizo la propia Kari Lake cuando alegó, falsamente, que este había sido «endorsado» nada más y nada menos que por George Soros, que es la encarnación misma del demonio para las bases de MAGA.

    La connotación negativa que, directamente del ideario de Steve Bannon, el término «globalista» ha adquirido en el léxico del trumpismo permite hacer, por cierto, una analogía entre la doctrina «America First» y la España de la Contrarreforma. Tras la empresa de la Conquista, la economía española no hizo más que decaer, y surgió, en el contexto de la inflación y la crisis social que tan bien refleja la narrativa picaresca, la idea de que la nación debía abandonar sus ambiciones expansionistas y recluirse en sí misma. Es la época —segunda mitad del siglo XVI y siglo XVII— en que Góngora despotrica contra la navegación, y la España de los últimos Austrias se convierte en el bastión de la fe católica en una Europa transformada por el protestantismo y abocada a la Ilustración. En el caso de Estados Unidos, «America First» propone un movimiento centrípeto análogo. No ya fomentar por el mundo los valores de la democracia liberal, sino recuperar la grandeza americana, refundar el país sobre la base de unos valores pasados, los del Wild West, que están en las antípodas del «wokismo» contemporáneo. No ya conquista de nuevos territorios sino más bien una reconquista donde los liberales, pintados como comunistas, ocupan el puesto de los «moros». «Todo esto es factible, pero solo si tenemos el coraje de terminar la tarea, acabar con el “deep state”, recuperar nuestra democracia, y condenar para siempre a todos los tiranos y marxistas al exilio político».[ix]

    Desde el universalismo de los años en que se hablaba del «fin de la historia», aquella doctrina que anunciaba, un poco ingenuamente y en medio del triunfalismo que siguió a la caída del muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética, una larga era de paz y democracia estadounidense en el mundo, el péndulo gira, con la revolución trumpista —del todo sintonizada con la ola de populismo de derechas que emergió en Europa en las dos primeras décadas del siglo XXI y, en particular, con el autoritarismo de Putin y Orban—, hacia el excepcionalismo y el énfasis, no ya en los principios ilustrados de la Constitución y la Declaración de Independencia, sino en la identidad nacional que recuerdan, ciertamente, a la España ensimismada del seiscientos, obsesionada con la pureza de sangre. 

    Pero aquella España de la decadencia, aunque expulsó a los moriscos, prohibió la disección de cadáveres y negó las ciencias naturales en favor de la teología, legó al mundo el esplendor del arte barroco y el tesoro de los místicos, la noche oscura y luminosa de San Juan de la Cruz. Esa mezcla de nacionalismo blanco y fundamentalismo religioso que constituye el hardcore del movimiento MAGA no ha producido, en cambio, sino una involuntaria, grotesca caricatura del misterio esencial del cristianismo. En un evento llamado «Family Camp Meeting», Lauren Boebert dijo el año pasado que «Cristo no tuvo suficientes rifles AR-15 para evitar que su gobierno lo matara». Ante la estupidez infinita de los representantes de MAGA, nos viene de nuevo a la mente aquella idea de Ortega y Gasset: «Platón quería que gobernasen los filósofos; no pidamos tanto, reduzcamos al mínimum nuestro deseo, pidamos que no nos gobiernen analfabetos».  


    [i] “Please get her fired. It needs to stop immediately, like tonight. It’s measurably hurting the company. The stock price is down.”www.businessinsider.com/tucker-carlson-sean-hannity-fox-news-reporter-fact-checking-trump-2023-2

    [ii] We’re all pretending we’ve got a lot to show for it, because admitting what a disaster it’s been is too tough to digest. But come on. There isn’t really an upside to Trump.” www.cbsnews.com/atlanta/news/new-documents-show-tucker-carlson-texted-colleague-he-hates-trump-passionately/

    [iii] “We don’t have Cary Grant. Today we have Rosie O’Donnell. What happened to Cary Grant and Clark Gable and Errol Flynn? But we have a guy that looks just as good as them, and he’s running, and he’s going to win, Bo Hines”. www.rev.com/blog/transcripts/former-president-donald-trump-speaks-at-cpac-8-06-22-transcript

    [iv] “Look at that face! Would anyone vote for that? Can you imagine that, the face of our next president?”. thehill.com/blogs/blog-briefing-room/253178-trump-insults-fiorinas-physical-appearance-look-at-that-face/

    [v] “we’re now in a Marxism state of mind, a communism state of mind, which is far worse”, “I will revoke every Biden policy promoting the chemical castration and sexual mutilation of our youth and ask Congress to send me a bill prohibiting child sexual mutilation in all 50 states”. www.rev.com/blog/transcripts/trump-speaks-at-cpac-2023-transcript

    [vi] “Our objective will be a quantum leap in the American standard of living, especially for our young people. As I announced yesterday, we will hold a competition to build new freedom cities on the frontier to give countless Americans a new shot at home ownership and the American dream. It’s such a wonderful, beautiful thing. I’ll challenge the governors of all 50 states, all 50 states, to join me in a great beautification campaign. We will rename our schools and boulevards not after communists, but after great American patriots. We will get rid of bad and ugly buildings in return to the magnificent classical style of western civilization. We will support baby boomers, and we will support baby bonuses for a new baby boom. How does that sound? I want a baby boom. Oh, you men are so lucky out there. You’re so lucky. You are so lucky, men. Our country will shine, thrive, and prosper like never before.”

    [vii] “People that want to destroy our great social security system, even some in our own party, I wonder who that might be, that want to raise the minimum age of social security to 70, 75, or even 80 in some cases. And that are out to cut Medicare to a level that it will no longer be recognizable. And when that was their original thought, that’s what they always come back to”

    [viii] “We had a Republican Party that was ruled by freaks, neocons, globalists, open border zealots, and fools. But we are never going back to the party of Paul Ryan, Karl Rove, and Jeb Bush.”

    [ix] “All of this is within our reach, but only if we have the courage to complete the job, gut the deep state, reclaim our democracy, and banish the tyrants and Marxists into political exile forever.”

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