Contra las convicciones

    De un crítico no se espera que cuelgue un cartel de neón en medio de la ciudad ventilando esta angustia: «Protect Me From What I Want». Ese desespero se le supone al arte, en este caso a Jenny Holzer, pero no al puesto de expender certezas en que se ha convertido la No Ficción. Esa mole de seguridades que está escorando al ensayo y sus incertidumbres a la esquina de las reliquias.

    La tendencia ha provocado que, en los últimos tiempos, el viaje del pensamiento a las artes prácticamente siga un solo sentido. Para iluminarlas o, mucho peor, adoctrinarlas. Miren, si no, a Slavoj Zizek, aclamado en los museos como una estrella de rock. O, en una proporción más discreta, a Bifo Berardi, Toni Negri, Naomi Klein, Saskia Sassen o Judith Butler. Unos y otras, siempre en disposición de abastecer al arte con unas vituallas teóricas que éste irá repitiendo hasta que vuelva a necesitar combustible.

    En su libro Las cosas como son y otras fantasías, reciente premio Anagrama de Ensayo, Pau Luque ha decidido tomar otro camino: viajar al arte o la literatura, pero no para ilustrarlos sino para contaminarse con sus perplejidades, reivindicar la imperfección productiva de la imaginación y al ensayo mismo como una expedición hacia las incógnitas y no como un tour circular destinado a confirmar una tesis.

    Lo acompaña en la aventura una tripulación caprichosa que cuenta, en su primera línea, con Nick Cave, Federico Fellini, Vladimir Nabokov, Iris Murdoch o Rafael Sánchez Ferlosio. Ya en la zona de los grumetes aparecen los contemporáneos del autor con su repertorio de dilemas, y es igual de jugosa que los capítulos dedicados a abordar esos «clásicos» nombrados antes.

    Pau Luque –profesor en la Universidad Autónoma de México (UNAM) y nacido en Barcelona (1982)– bucea entre problemas que le inquietan (el arte himenóptero, la obsesión por los datos y los hechos, el periodismo, el estatuto de la mentira) y entre distintas narrativas (una comparación entre Irene Solà y Fernanda Melchor, la irónica cruzada de Francisco Rico a favor del tabaco, la verdad de las caricaturas), invitándonos a sumergirnos con él y a compartir este rompecabezas desde el que va transparentando su proceso mental. Ya habrá tiempo de salir a flote, respirar y tomar distancia. Primero, del estereotipo del autor por encima del bien y del mal. Después, del cliché del artista obligado a predicar con el ejemplo.

    Aquí la imaginación no se mide con las reglas que funcionan para la justicia o la política. Aquí se huye de categorías como verdadero o falso, inocente o culpable, que sólo consiguen distorsionar unas obras con vida independiente; en algún caso con su propia redención incorporada. Aquí se sabe que son escasos los autores que están a la altura de sus ideales (yo, por ejemplo, no conozco a ninguno).

    Pau Luque se adueña de una idea que va de Adorno a Wu Ming, según la cual un escritor no está por encima de sus lectores ni tiene mayores privilegios por el lugar que ocupa en la cadena productiva de la cultura. Al contrario de aquellos que entienden la creación como un striptease, escribir o hacer arte no implica desnudarse sino ponerse un disfraz. (Decía Antonio Benítez Rojo que los escritores eran las personas más exhibicionistas del mundo). Todo ello gracias al rastreo de un Nick Cave que se estrena como lector en serio con Lolita, a un Nabokov que sigue siendo un problema para la cultura, una Iris Murdoch ufana de su teatralidad, un Ferlosio entregado a la tarea de triturar el prestigio de eso que llamamos sentido común.

    Las cosas como son… es un libro que se lee con mucho placer –dice Màrius Serra que esto se debe a la «pasión lectora» con la que está escrito–, pero no es un libro fácil de describir. Su tema no es del todo evidente y su estructura es parecida a un mosaico por el que avanzamos en zigzag. Si el «qué» ya lo es todo para el periodismo cultural, este ensayo no se lo pondrá fácil al gremio. Sobre todo, por la importancia que alcanza el «cómo», su imaginativa estructura, el ritmo sinuoso de sus epígrafes. Con ese hilo que tienden los versos de Curiel Jordana y esa clave apuntada por el futbolista chileno Carlos Caszely. Un día, acorralado por una prensa que le recordaba sus contradicciones, Caszely soltó una frase que terminó inoculando este ensayo: «Yo no tengo por qué estar de acuerdo con lo que pienso».

    Desde ese trecho entre lo que se es y lo que se piensa, queda claro que Las cosas como son… no pretende escolarizar y se resiste a ser escolarizado. No está armado para demostrar nada sino, precisamente, para sacar al ensayo de esa obligación didáctica. Ensayo que es, para Luque, un género «arrítmico»: tiene que ver más con las pulsaciones que con la hermenéutica. Un territorio en el que tiene cabida la imperfección y es ahí donde radica su ética. (Valga recordar que el subtítulo de este libro es, precisamente, «Moral, imaginación y arte narrativo»). Pero se trata de una moral que no va de la conducta sino de la conducción. No la define el bien y el mal, sino el error. Y eso es lo que pueden darnos Cave y Nabokov, Murdoch o Ferlosio: los tropezones de unas vidas reprobables y sus respectivos compromisos con la imaginación antes que con los ideales. Luque, por su parte, no intenta condenarlos, pero tampoco justificarlos.

    Podría objetársele a este texto un prólogo que, sin ser innecesario, suena protocolar. Yo echo de menos que, en uno de sus mejores momentos, no complemente una idea de Mónika Zgustová con otra de Jonathan Lethem sobre Lolita. Y es que, si Zgustová llega a afirmar que Nabokov «era Lolita», Lethem llega a avanzar que Lolita ni siquiera «era de Nabokov». Pero no se hacen críticas sobre cómo uno hubiera resuelto un problema y este libro no lo escribí yo, aunque ya, de muchas maneras, sea mío. Un regalo así es otra de sus virtudes, ese ofrecimiento de un plano sin ruta fija. El croquis de un paisaje que cada cual puede conquistar a su manera, mientras desfila entre grandes y pequeños asuntos, poemas, diapositivas, «fabulitas», cortes cinematográficos. Y Casanova y Haneke y Tolstoi y una escena de violación protagonizada por Mónica Bellucci y un diario escondido entre sus páginas. Todo desde un concepto de «panal» que describe esas fantasías que se convierten en hechos reales.

    Si pensar es pensar distinto, Las cosas como son y otras fantasías cumple a rajatabla con esa máxima. Y con la audacia de entender el ensayo como un salto sin red por encima de la terca gravedad de las convicciones.

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    Iván de la Nuez
    Iván de la Nuez
    Ensayista e iconófago. Le gustan las teorías jíbaras y las novelas donde aparecen artistas. Duda entre pasarse al vodka o a la Baskerville Old Face.
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