Se cumplen tres años de aquellos 16 minutos, de las 8:26 a las 8:42 de una noche borrascosa, en que el tornado más potente en territorio cubano desde 1940 —EF4, escala Fujita mejorada (Enhanced Fujita)— golpeó terriblemente en su ruta de 11.5 kilómetros varios municipios de La Habana: Regla, Guanabacoa, San Miguel del Padrón, Diez de Octubre.
A lo largo de ese recorrido, en un radio de acción que superó los 400 metros, los vientos en espiral de hasta 300 kilómetros por hora causaron siete muertos y al menos 200 lesionados. Miles de viviendas sufrieron daños graves o fueron completamente destruidas. Miles de personas fueron desplazadas hacia albergues o casas de familiares y amigos.
Horas después del impacto, la fotógrafa Evelyn Sosa captaba algunas de las instantáneas más elocuentes sobre la destrucción material en las calles de Regla… Sin embargo, es la marca del desastre en los rostros y los gestos ensimismados de la gente lo que más nos conmovió entonces.
«Estas personas son los atónitos sobrevivientes de un naufragio en tierra firme. ¿Cuántos de ellos habitan ahora un paraje de intensa soledad y desaliento, su propia isla desierta y castigada, en medio de la gran ciudad?», nos preguntábamos en aquella galería fotográfica publicada a fines de enero de 2019 en El Estornudo.
Ahora recordamos aquel suceso nefasto con estas imágenes que entonces quedaron fuera de la selección, o bien fueron acumulándose más tarde, durante los días, semanas y meses en que estos habaneros luchaban por sobreponerse a los rezagos del miedo, al dolor de la pérdida, a la adversidad confabulada de la destrucción, la burocracia y la pobreza endémica.
La cobertura de El Estornudo llevó a nuestros lectores testimonios de primera mano, crónicas de la penuria y la incierta esperanza: «Quizá una de las pocas cosas que quedan intactas en Regla, en los devastados barrios de La Colonia y La Ciruela, en los devastados nervios de sus habitantes, es la fe de quienes fe tenían», escribía nuestra reportera Mónica Baró. «La fe es intangible. Después de haber visto casas de ladrillos perder techos y paredes en segundos, conviene preservar algo que sea intangible, que ningún tornado te pueda arrebatar. Incluso quienes cuentan su historia a la intemperie, con los pies sobre sus propias ruinas, al final terminan diciendo que es un milagro estar con vida».
Pero también narramos —«Después del tornado»— la solidaridad ciudadana: en aquellos días vimos no sin cierto entusiasmo brotes primerizos de una sociedad civil realmente independiente, autoorganizada para llevar la más expedita y más empática ayuda a los damnificados, excediendo sin dudas la maquinaria cretácica del Estado.
Las historias de familias que perdieron sus hogares o que vivieron durante meses en espacios semiderruidos de Regla y otras zonas de La Habana, en condiciones de hacinamiento y desamparo —como quizá hasta hoy en algunos casos—, fueron recurrentes en nuestra revista a lo largo de las semanas y los meses que siguieron aquel inesperado latigazo del 27 de enero de 2019.
(Vea también, aquí, recuerdos fotográficos del huracán Irma y sus efectos sobre el Vedado habanero captados por Sosa).
(Fotografías autorizadas por Evelyn Sosa).