El tornado que arrasó La Habana, dos meses después

    Blanquizal 103 (interior)

    Cuando le pregunto a Fernando Miguel Morales cuál es su situación actual, a casi dos meses del paso por La Habana del tornado, que provocó la muerte de siete personas, desplazó casi a diez mil, afectó unas ocho mil viviendas, y le llevó parte de su techo responde sin darle vueltas al asunto: «Mi situación actual es que tengo los nervios alterados, no estoy normal como yo era antes». Su casa tampoco está normal, como antes del 27 de enero.

    Todo está revuelto aquí adentro. Parece el interior de un clóset donde se amontonan las cosas para las cuales ya no se encuentra sitio o utilidad. Entrar a la casa implica escalar varios sacos de cemento que Fernando recién compró con un crédito bancario. Se llega a cualquier parte, a la cama, a ese colchón destendido y floreado que es su cama, avanzando en puntas de pie.

    El techo de lo que sería el dormitorio ya no puede llamarse techo, solo quedan unos pedazos de tejas de fibrocemento. Fernando, todavía el 14 de marzo, duerme a la intemperie. Los primeros días dormía sentado en una silla en el baño, hasta que decidió que el cielo abierto era preferible a la incomodidad. Dice que se tapa el cuerpo entero, cabeza y todo, porque desde que su vecina cría puercos los mosquitos abundan.

    Pero, antes de hablar de todo esto, Fernando habla de sus nervios. Sus nervios son otra estructura que el tornado impactó. Él pensó entonces que «los yumas», los estadounidenses, habían llegado, que el país, tan grande como su barrio en ese minuto, estaba viviendo una invasión militar. Al rato supo que había sido un fenómeno de la naturaleza, pero ya había dejado de ser un hombre normal.

     Fernando Miguel Morales, en su vivienda, junto a los materiales de construcción acabados de comprar / Foto: Mónica Baró
    Fernando Miguel Morales, en su vivienda, junto a los materiales de construcción acabados de comprar / Foto: Mónica Baró

    En par de meses, la vivienda de Fernando volverá a parecer una vivienda. Él va a repararla con ayuda de su hijo. Fernando es albañil y soldador. Su hijo es abogado, pero está joven y fuerte, así que puede asistirle. Además, el Banco Metropolitano S.A le ha otorgado a Fernando un crédito de diez mil 211 pesos cubanos, que equivaldrían a unos 400 dólares por su condición de damnificado de un evento meteorológico. Ese dinero es específicamente para adquirir materiales de construcción. Y con ese fin lo ha usado.

    El 13 de marzo gastó nueve mil 704 pesos cubanos en la tienda estatal La Fortaleza: 330 bloques, 30 sacos de cemento, tres ventanas, un tanque plástico para agua, polvo y arena. La mitad de lo que, en una circunstancia normal, hubiera debido pagar.

    Desde el 31 de enero, el gobierno cubano decidió financiar el 50 por ciento del precio de los materiales de construcción que se venderían a las personas cuyas viviendas habían quedado destruidas total o parcialmente por causa del tornado y estableció que los pagos podían hacerse con efectivo, créditos bancarios y subsidios.

    La directora provincial de Finanzas de La Habana, Grisel de la Nuez de la Teja, dijo que los 11 millones de pesos con que contaba entonces el Consejo de la Administración Provincial para subsidiar materiales de construcción serían destinados a los tres municipios más golpeados: 3.8 millones para Diez de Octubre, 3.5 millones para Regla y tres millones para Guanabacoa, aunque no especificó el destino de los 700 mil pesos restantes.

    Según datos ofrecidos por el Consejo de Defensa Provincial, hasta el 26 de febrero unas seis mil 127 personas habían comprado materiales de construcción y dos mil 955 contaban con la certificación de haberlos adquiridos.

    Fernando quiere recuperar el orden de su vida lo más pronto posible. Desde que pasó el tornado no ha vuelto a trabajar. El primer mes le pagaron su salario íntegro, los 225 pesos cubanos que gana, pero no sabe si el segundo mes será igual. Tampoco sabe cuánto deberá pagar mensualmente para liquidar el crédito. Dice que no preguntó porque no quiere sufrir más.

    Sin embargo, el contrato que firmó explica claramente que durante 178 meses de su vida le descontarán 69 pesos de su salario, y otros nueve pesos en el mes 179, hasta que salde su deuda; es decir, que durante los próximos quince años, Fernando deberá vivir con 156 pesos mensuales. Para cuando tenga 77 años –ahora tiene 62– es que podrá decir que terminó su proceso de recuperación del tornado.

    Mientras, como sabe que la ayuda estatal no es suficiente, Fernando piensa escribir con huequitos el número de su casa en un cartel de aluminio: 103 (interior). Asegura que las donaciones que han estado llegando al vecindario no han tocado su puerta. «Como yo vivo aquí atrás, ¿quién piensa que aquí hay una casa? Nadie», dice. Y aunque al barrio ya no llega tanta gente con ayuda como en las primeras semanas, no está de más señalizar que al interior del número 103 de la calle Blanquizal vive alguien. Ahí se le encuentra fácil.

    Fernando sale de casa solo para asuntos estrictamente necesarios y, cuando lo hace, procura volver pronto. Ya le entraron a robar y le llevaron unos vasos y unas copas que estaban en una caja. «A lo mejor les hacía falta», dice con cierta resignación, como si perder fuera un hábito, pues no solo se encuentra en el proceso de recuperación del tornado, sino que también ha perdido a su pareja.

    «Ella empieza a comer, pero yo veo que se para, se sienta en la ventana, y le digo ‘Carmen, qué te pasa’, y se me tira para arriba así, muerta», dice. Primero cuenta que Carmen murió hace un mes, pero cuando le pregunto si fue antes o después del tornado, responde que antes; o sea, hace más de un mes.

    Le pide entonces a su hijo que le aclare, que él está trocado, y su hijo saca un papel con la fecha: 30 de junio de 2018. Como para excusarse, Fernando dice: «Es que yo la tengo todos los días en la cabeza, porque fue buena, buena…».

    El tiempo, probablemente, también dejó de ser para él algo normal.

    Cuba, antes del 27 de enero

    El tornado vino a dañar más lo ya dañado. En Cuba hay un déficit habitacional de 929 mil 695 viviendas, que se espera cubrir con 402 mil rehabilitaciones y unas 527 mil construcciones nuevas. El déficit de La Habana en particular supera los 185 mil inmuebles.

    El Estado cubano estima que el 60 por ciento de las casas que se necesitan serían construidas por la población con sus propios esfuerzos, aunque en los casos de La Habana y Santiago de Cuba el cálculo baja a un 40 por ciento. Las casi ocho mil afectaciones que causó el tornado al fondo habitacional capitalino se suman a otras 209 mil 861 afectaciones que ya existían por desastres naturales anteriores, incluidos unos 60 mil 975 derrumbes totales.

    A finales de 2018, el ministro de la Construcción, René Mesa, en una reunión ordinaria de trabajo de la Asamblea Nacional del Poder Popular, dijo que para 2019 se debían construir en el país 32 mil 899 viviendas y reparar 29 mil 563. En total, más de 62 mil. La Política de la Vivienda aspira a que Cuba se recupere del déficit habitacional en un período de diez años. Pero el fenómeno climatológico del 27 de enero ha reconfigurado el contexto.

    El 22 de marzo, el periódico Granma reportaba un recorrido del presidente cubano Miguel Díaz-Canel por sitios estratégicos de la capital, que incluyó a Micro X, una zona del reparto Alamar, en el municipio Habana del Este, donde 70 familias damnificadas recibieron las llaves de apartamentos recién remodelados. Un mes antes, el presidente también había asistido a la entrega de diez apartamentos en Guanabacoa.

    En el balance del recorrido, Díaz-Canel dijo que La Habana había empezado bien 2019 y que debía aprovechar la pujanza de las acciones para reparar los daños del tornado, con el fin de superar la cifra de poco más de seis mil inmuebles previstos para el año. Sin embargo, a los pocos días, el 31 de marzo, afirmó que los resultados obtenidos en el primer trimestre en el programa de construcción de viviendas eran insuficientes, y que si se mantenían, pondrían en riesgo el cumplimiento del plan. Las irregularidades en el abastecimiento de materiales y las trabas burocráticas fueron las causas principales del atraso, según la nota de Granma.

    Remedios 70

    Bárbaro Ravelo sentado en el portal de su vivienda nueva / Foto: Mónica Baró
    Bárbaro Ravelo sentado en el portal de su vivienda nueva / Foto: Mónica Baró

    La casa de Bárbaro Ravelo ya está casi terminada. Tiene hasta bombillos puestos, aunque el del portal lo ha quitado, pues hay mucha necesidad en los alrededores y alguien se lo podría llevar. Lo que falta son detalles.

    Cuenta que una brigada de las Empresas Constructoras de la Administración Local (ECAL) llegó el 5 de febrero y que tres semanas después ya podía decir que su vivienda estaba en pie. Debió tratarse de una de las 459 que el Consejo de Ministros decidió levantar en el mismo lugar en que se encontraban cuando el tornado las derribó.

    Bárbaro es un caso de derrumbe total. La casa que perdió era principalmente de tablas, tablas ya viejas, pero la que le han construido es de bloques con tejas de zinc. No tiene quejas. Dice que los constructores han ido a trabajar todos los días, sobre todo de lunes a viernes, y desde temprano en la mañana hasta las cuatro o cinco de la tarde.

    Cerca de cuatro mil constructores se movilizaron en el país para trabajar en la recuperación del fondo habitacional que afectó el tornado. Hasta el 20 de febrero, el Consejo de Ministros reportaba 752 derrumbes totales, aunque proyectaba la habilitación de 804 viviendas para solucionar problemas de hacinamiento que presentaban algunas familias damnificadas. En ese entonces, ya se ejecutaban 689 obras y otras 115 debían empezar a ejecutarse en los días siguientes. Para el 4 de marzo, ya había terminadas 101 viviendas de las 804 planificadas, según Reinaldo García Zapata, presidente de la Asamblea Provincial del Poder Popular de La Habana.

    Bárbaro aún espera, ansioso por instalarse ya y volver a su trabajo. Lleva casi dos meses autoevacuado en la casa de unos vecinos. Cree que cuando recupere su rutina, ir cada día a la Biblioteca Nacional José Martí, donde funge como bibliotecólogo, desaparecerán paulatinamente los problemas psicológicos que dice que tiene producto de lo que ha vivido.

    Todavía no sabe si tendrá que pagar algo por la vivienda que le han construido. No ha querido preguntar, como si, por no preguntar, el gobierno fuera a olvidar que Bárbaro debe algo. Hoy, de acuerdo a las declaraciones del ministro de la Construcción, el valor de la vivienda en Cuba está subsidiado entre el 76 y el 82 por ciento, y el Estado apenas recupera entre el 18 y el 24 por ciento de su inversión en construcciones.

    Pero, si bien los precios que los ciudadanos deben pagar al Estado por las viviendas otorgadas son muy inferiores a los precios que esas mismas viviendas tendrían en el mercado inmobiliario, los salarios de los ciudadanos que necesitan viviendas tampoco les permiten acceder a dicho mercado.

    Benavides 101 (altos)

    Antulio y Belkis en la vivienda que les prestaron / Foto: Mónica Baró
    Antulio y Belkis en la vivienda que les prestaron / Foto: Mónica Baró

    Belkis Rivelles no ha vuelto al sitio donde se encontraba su casa a comprobar que su casa ya no existe. Su esposo Antulio tampoco ha vuelto.

    Cuando los rescatistas sacaron el cuerpo de Belkis de los escombros, ella no quiso mirar a su alrededor. Pensó que había ocurrido un bombardeo, pero que quedaría algo a lo cual regresar.

    Todavía en el Hospital Calixto García le daba indicaciones a su nuera de que buscara sus medicamentos en la primera gaveta de la derecha de una cómoda que tenía en su cuarto. No se había enterado de que los principales bienes con que contaba a esas alturas eran los que traía encima la noche del 27 de enero: su ropa, una cadena con un dije de Santa Rita de Casia y unos espejuelos morados.

    (Luego aparecerían entre las ruinas dos vasos de cristal, unas fotos de sus hijos, algunos papeles).

    Los espejuelos morados los retuvo en su mano derecha durante las dos horas que su esposo calcula que permaneció debajo de los escombros. Solamente el rescate duró una hora y cuarenta minutos.

    El mayor miedo de Belkis era que sus dos hijos supieran que había muerto así: aplastada. Pensaba que a Keurys, su hijo mayor, lo había visto por última vez esa tarde. Pensaba en el pudín de chocolate que había hecho para sus nietos. Toda la mañana del domingo la había pasado preparando cosas para la visita de su hijo mayor y sus nietos. Pensaba en la despedida: ella parada en el balcón, su hijo alejándose en la moto.

    Durante dos horas Belkis estuvo pensando que iba a morir. A veces, recuperaba un poco la esperanza y le pedía a los rescatistas que le salvaran las piernas. Dice que le encanta caminar y mirar los árboles.

    Cuando finalmente la sacaron de los escombros y la trasladaron en una camilla hasta la ambulancia, sintió frío, mucho frío. Desde entonces, ni ella ni su esposo han vuelto por Benavides.

    Antulio tuvo mejor suerte que Belkis. Se le partió la cabeza, recibió golpes en la espalda, pero no quedó atrapado bajo un derrumbe.

    La diferencia fue de segundos: él buscó la escalera para refugiarse, dijo a su esposa que le siguiera, y ella quiso antes buscar una linterna. El tornado no dio tiempo a Belkis ni a levantarse del sillón en el que estaba sentada.

    Ninguno de los dos sabía que el corte de la electricidad, el ruido, se debía a un tornado. Antulio solo había visto, antes de clausurar la puerta de la calle, una cosa negra y roja que se acercaba; lo suficientemente terrorífica como para creer que debían refugiarse.

    Ambos estuvieron hospitalizados por sus heridas, pero Belkis tuvo que permanecer un mes entero de reposo. Dice que durante ese mes los médicos incluso le prohibieron hablar por teléfono, para que evitara las emociones fuertes. Desde 2003, ella padece de una insuficiencia cardiaca.

    Es ahora, dos meses después, en la sala de un apartamento que le prestó una amiga de su nuera, donde cuenta por primera vez lo que pensaba en esas dos horas que estuvo sepultada. Durante los primeros días lo que hizo para desahogarse fue escribir. Escribió un relato que tituló La maleta y Luyanó, y es la historia de su viaje definitivo de Puerto Padre, en Las Tunas, hacia La Habana.

    Belkis y Antulio apenas llevaban nueve meses residiendo en Benavides 101 cuando «la cosa negra y roja» les derribó su vivienda. El final de la historia es que entre las ruinas nunca apareció ni la maleta que vino de Puerto Padre.

    Todavía no tienen adónde ir a vivir. Keurys es quien se ocupa de esos trámites. Lleva dos meses sin poder trabajar. Dice que las autoridades de Diez de Octubre le dijeron que iban a construir una casa para sus padres en el mismo municipio, pero no precisaron en qué fecha estaría lista.

    A sus 71 y 75 años, respectivamente, lo que Belkis y Antulio poseen para equipar la posible vivienda nueva es un televisor, dos colchones, utensilios de cocina y cuatro cajas de libros; en su mayoría, resultado de donaciones. Las cuatro cajas de libros se las donaron especialmente a Belkis, que fue maestra de primaria en zonas rurales durante 28 años y luego bibliotecaria por otros diez, allá en Puerto Padre.

    «Es que tengo hábito de lectura», dice, como justificándose. Lee lo que la caiga en las manos. Aunque tiene sus preferencias, desde luego: «Las novelas históricas, las biografías; porque me encanta conocer la gente del mundo cómo vivió».

    Solo que ahora, después de que el tornado la dejara sin libros entre los que elegir, y como no hay espacio en el apartamento prestado para las cuatro cajas que le donaron, Belkis está leyendo un tomo de medicina que se encontró en esta casa. «Así que capaz que salga médico», dice, todavía con ganas de bromear.

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