La violencia nunca tiene argumentos

    Es muy probable —eso espero— que para cuando este texto se publique la poeta Katherine Bisquet, las artistas Camila Lobón y Tania Bruguera y el periodista Héctor Luis Valdés ya se encuentren libres. Quizás hasta el artista Hamlet Lavastida, quien se encuentra detenido desde la noche del sábado en Villa Marista «bajo proceso de investigación», se encuentre libre entonces. La Seguridad del Estado, muchas veces, opera así: te detiene y te suelta a las pocas horas, antes de que tu caso se vuelva noticia internacional, y con la frecuencia necesaria para afectar a la víctima y aburrir a los medios.

    Yo misma, que soy periodista y bastante activa en redes sociales, he dejado de denunciar muchísimas detenciones arbitrarias en Cuba. ¿Hay alguien que haya denunciado todas las detenciones de Luis Manuel Otero? De algunas yo me he enterado incluso después de que ha sido puesto en libertad. Y no denuncio todo no porque no me importe, sino porque sé que si denuncio todo, termino banalizando las denuncias.

    Los interrogatorios más importantes que yo viví en 2020 no los he denunciado. Se volvieron parte de mi cotidianidad, encuentros en los que yo jugaba a pretender que participaba porque era mi decisión participar y no porque no tuviera otra alternativa que acudir al llamado de la Seguridad del Estado. Pero si no los he denunciado es porque siento que deben ser parte de una narrativa distinta, más profunda y compleja, con distancia entre la narradora y los hechos, que no se alcanza en un impulsivo post en Facebook ni en una crónica.

    Tengo ya unas 90 páginas de esa novela. La empecé a escribir un mes después de irme de Cuba. No sé si algún día logre publicarla, o si me servirá apenas para desahogarme, pero no me importa mucho esto. Yo necesito contar la violencia desde otra dimensión. Necesito que mi historia sea más que otra noticia que se pone vieja.

    Con eso cuenta siempre la Seguridad del Estado: con que las noticias se ponen viejas, con que las mismas noticias aburren y dejan de ser noticias. Y cuenta también con que una detención, un interrogatorio, una multa, un arresto domiciliario, una interrupción de los servicios de internet, una prohibición para salir del país, un destierro o una amenaza no llaman tanto la atención como un asesinato.

    ¿Qué significa que Hamlet Lavastida esté detenido, o que Iliana Hernández lleve más de tres meses sin poder salir de su vivienda debido a un cerco policial, en una región en la que todavía matan y desaparecen a quienes resultan incómodos al poder? México, por ejemplo, tiene dos mil fosas comunes. Colombia sigue desangrándose tras varias décadas de conflicto armado. En Venezuela se cometen ejecuciones extrajudiciales. Al lado de esas realidades, la cubana parece soft porn.

    Se trata de un razonamiento inhumano, injusto, perverso, pero es el razonamiento que rige las agendas mediáticas, políticas y públicas, y la Seguridad del Estado lo sabe y lo usa a su favor. Con la imagen de represión rosa que ha construido, gracias también a que ha mantenido bastante oculto su lado hardcore, ha logrado lo mismo que otros regímenes mucho más obscenos: silenciar a quienes disienten, empujarles a abandonar el país o desestabilizarles lo suficiente para que pierdan toda su credibilidad.  

    Su sistema ha funcionado durante 62 años. Todavía hoy en países como España una encuentra tiendas y bares que comercializan los símbolos de la revolución cubana, incluyendo a Fidel Castro, y escucha a políticos y a supuestos defensores de derechos humanos hablar de Cuba como si fuera un paraíso terrenal. En la isla puede haber escasez de alimentos y medicinas y de recursos para reparar el precario fondo habitacional, pero la maquinaria represiva no se detiene ni un minuto.

    El pasado 14 de diciembre mi amigo Carlos Manuel Álvarez, director de la Revista El Estornudo, fue detenido por la Seguridad del Estado cuando intentó salir de su vivienda, luego de más de diez días de cerco policial, y minutos antes de que yo mandara la crónica sobre su detención a un editor para publicarla, ya había sido puesto en libertad. El texto quedó inédito. Varios medios de comunicación cubanos y extranjeros sacaron unas notas veloces, pero no hubo tiempo para análisis ni para que la denuncia trascendiera demasiado.

    Pienso en eso ahora no solo porque me permite hablar de ese ritmo vertiginoso de la violencia política en Cuba, sino también de otro de sus rasgos: la ausencia de razones. Quienes vieron el video de la detención de Carlos Manuel seguro recordarán que su padre, una y otra vez, exigía a los agentes que dieran un argumento convincente para prohibir a su hijo salir, un solo argumento. No obstante, el único agente que hablaba, porque había otro que no hacía más que filmar como un autómata, se limitaba a repetir más o menos lo mismo: «cooperen, colaboren, con ustedes hablaron en La Habana, él no puede salir, esto no es un arresto domiciliario, eviten un show…»

    No pudieron dar un argumento. Y eso es algo que se repite en todos los casos. También yo, en el segundo cerco policial que viví en 2020, cuando intenté salir de mi casa y unas mujeres vestidas con uniforme verde olivo me lo impidieron, pedí que me dieran razones. A pesar de lo absurdo que es el sistema cubano, una insiste en querer entender. Por eso yo preguntaba por qué, y cuando me respondían simplemente que no podía, o me hablaban del confinamiento, mientras que por el lado mío transitaba gente sin ningún tipo de limitaciones, yo volvía a preguntar por qué.

    Katherine Bisquet y Camila Lobón / Foto: 27N’Facebook

    En el video que publicó este domingo Katherine Bisquet en su perfil de Facebook, en el que se presencia el momento en que la detienen a ella y a Camila Lobón, se escucha la voz de Camila Lobón preguntando la razón por la cual hay una patrulla afuera de su vivienda y oficiales que no les dejan salir. «Quiero saber cuál es la razón para no dejarnos salir hoy», dice con firmeza, indignada, pero sin exasperarse. Y un oficial, un barrigón con camiseta verde a quien no se le ve el rostro, le responde: «yo a usted no le tengo que dar explicaciones». 

    La historiadora del arte Carolina Barrero, por su parte, en conjunto con otros miembros del movimiento 27-N, también acudió a ese nido de la Seguridad del Estado que es Villa Marista, con el fin de averiguar la razón por la cual Hamlet Lavastida se encuentra privado de su libertad. Pero todo lo que dijeron los agentes que recibió al grupo fue que solo darían información sobre el detenido a su madre o a familiares directos. Milagrosamente, no terminaron todas detenidas por ir a preguntar.

    Activistas que llegaron a Villa Marista / Foto: Lara Crofs-Facebook

    Héctor Luis Valdés, reportero de ADN Cuba, no corrió con igual suerte. Al poco tiempo de salir de su casa destino a Villa Marista, su pareja, el activista Raúl Soublett, denunció en sus redes que estaba desaparecido.

    Y con Tania Bruguera ocurrió similar. En el último mensaje que dejó antes de que la detuvieran decía: «Me acaba de llamar el Agente Mario para decirme que no salga hoy a preguntar por mi amigo Hamlet Lavastida; artista que se encuentra en Villa Marista injustamente preso. Yo le pregunté cuál era la razón de tenerlo bajo detención allí y lo que dijo fue que no saliera hoy, que mañana el vendría a darme una explicación y que eran tiempos muy difíciles, a lo que le respondí que para ellos todos los tiempos son difíciles, que no es a mí a quien tienen que dar explicación de nada y que mañana era ya muy tarde, que, yo salgo ahora mismo a Villa Marista a preguntar por él y exigir su liberación».

    La verdad es que el oficial que habló con Camila y Katherine estaba en lo cierto: ellos no tienen que dar explicaciones. No porque no deban sino porque, si pudieran dar explicaciones, responder a nuestras preguntas, entonces no ejercieran la violencia. La violencia no solo pone de manifiesto relaciones desiguales de poder sino, además, la falta de argumentos de quien abusa de determinado poder para ejercerla. La violencia nunca tiene argumentos. No importa cuántas excusas el gobierno cubano fabrique luego. Un represor frente a su víctima solo usa la superioridad de su fuerza.

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