Juana y su hermana

    La más grande creación de Neris Amelia Martínez Salazar fue una excéntrica diva de cabarets llamada Juana Bacallao. No fue fácil darle forma porque, para cuando terminó de hacerlo, allá por los últimos años cuarenta, Neris se ganaba la vida como sirvienta en una casa de ricos.

    —Ella [Juana] nació pelá, con una mano adelante y la otra p’atrás. Tuve que tirarme de cabeza en la noche habanera para sacarla a flote —contó muchos años después, en una de las pocas declaraciones públicas que Juana le permitió, pues para entonces la arrolladora personalidad de la creación había consumido casi por completo a la creadora.

    Los relatos de ambas solían contradecirse, y al principio ni siquiera se pusieron de acuerdo en la fecha de nacimiento de cada una. Según Neris, la deidad negra de los cabarets en Cuba surgió a finales de aquella década, cuando el compositor Obdulio Morales la escuchó cantar mientras limpiaba una escalera; por su parte, ella había nacido el 25 de mayo de 1925. Enseguida, la segunda contestó diciendo que de eso nada, nananina, porque ambas vinieron al mundo aquel 25 de mayo, solo que en esa época sus rasgos más distintivos no habían emergido.

    —Artista no se hace, se nace —remató Juana.

    Neris terminó aceptando que compartían esta fecha, aunque no el signo zodiacal: ella había nacido en Géminis, mientras que Juana lo hizo bajo el signo de «Calamar», o eso le soltó cierta vez a una perpleja Raffaella Carrà, quien nunca entendió del todo lo que acababa de escuchar.

    Más tarde llegaron otras discusiones. Cuando Neris defendía que nacieron en Calzada del Monte (La Habana) dentro de una familia muy pobre, con un padre estibador y una madre lavandera, atrás venía la otra a decir que en Atarés. Entonces Neris cambiaba su versión y aseguraba que fue en el Vedado, a lo que Juana, para que la suya quedara como la definitiva, respondía con más detalles. Según la artista, fue en Lealtad No. 103, en Cayo Hueso, y el padre, aunque trabajaba en el puerto, tenía responsabilidades que iban más allá de simple estibador. La madre, aseguraba también, no era una lavandera cualquiera, porque no todas las negras de la zona tenían el honor de lavarle y plancharle las ropas a Juan Gualberto Gómez.

    Juana Bacallao / Imagen: Fotograma del documental 'Soy Juana Bacallao'
    Juana Bacallao / Imagen: Fotograma del documental ‘Soy Juana Bacallao’

    Aunque con el paso de los años Neris fue desapareciendo frente al empuje de Juana, alguna que otra vez emergió para desmentirla, lo que terminaría dejando un pequeño archivo de entrevistas contradictorias. Nunca se supo a ciencia cierta si el primer viaje de ambas a Estados Unidos fue de la mano de Marlon Brando, quien las habría llevado a cantar en Las Vegas, como dijo una vez Juana, o si fue a través de una presentación del Cabaret Tropicana en Los Ángeles (¿o fue en Broadway?), ya siendo ambas ancianas, como defendía Neris. Tampoco quedó claro si el encuentro con Michael Jackson fue en los camerinos, donde, según la exempleada doméstica, se desmayaron en cuanto les dirigió la palabra, o si, como sostuvo Juana, fue encima de un escenario en que ella no solo le robó el show al Rey del Pop, sino que, de improviso, comenzó a azotarlo con un mazo de yerbas mientras le cantaba a Yemayá.

    En lo que sí coincidieron fue en que, de muy niñas, quedaron huérfanas de madre y padre, por lo que fueron internadas en el colegio de monjas de las Oblatas de la Providencia. Las hermanitas religiosas no advirtieron que ya existía Juana Bacallao, quien, aunque todavía no contaba ni con nombre propio, impulsó a Neris a fugarse y ganarse la vida limpiando casas. Pero Obdulio Morales sí intuyó su presencia desde el principio. Fue, como dijeron ambas, en una escalera; un día cualquiera de finales de la década de los cuarenta. Obdulio estaba montando por entonces un espectáculo en el Teatro Martí llamado El milagro de Oshún; ya lo tenía armado, excepto por que todavía no le había preguntado a la popularísima vedette Rosita Fornés si quería hacer uno de los personajes. Así lo contó Juana, casi 60 años después, en una entrevista publicada en Cuba Escena:

    —Obdulio para mí es el símbolo de un hombre muy grande porque hizo a muchas estrellas. A Mercedita Valdés él la hizo. Él me explicó: tú vas a ser Juana Bacallao. Y yo le dije: ¡qué nombre más feo! Y él: sí, pero te va a traer suerte. Entonces le contesté: Déjeme hablar un momentico con la señora de la casa, que es la que me tiene aquí, trabajando. Ahí empezó el tira y encoge entre Neris Amelia Martínez Salazar y Juana Bacallao. Neris, pa’enfrentarse a un público, no servía. Neris es una persona. Las personas son un despetronque y están hechas de muchas dobladeras, como las sábanas que doblas p’acá y p’allá y siempre se estrujan.

    La obra fue el debut de Juana, que se sintió como pez en el agua en los ensayos con Candita Batista, Celeste Mendoza y Miguelito Valdés, todas figuras de renombre en las noches habaneras. «Soy Juana Bacallao», la guaracha con que entraba al escenario del Teatro Martí en aquellas presentaciones, se convirtió en la piedra angular del pequeño repertorio que mantendría casi intacto durante las siguientes siete décadas. Aunque nunca la cantaría dos veces de igual forma. La pieza de Obdulio Morales terminaría siendo más de cien canciones distintas, apenas vinculadas entre sí por el título y el estribillo.

    ***

    Durante la siguiente década, Juana Bacallao compartió escenarios con estrellas de la talla de Bola de Nieve, Celia Cruz y Benny Moré. En 1956, Nat King Cole montó con ella uno de sus números en Tropicana, y apenas un año después apareció en la película Yambaó, aunque como extra, haciéndole coros a las voces de Olga Guillot y Ninón Sevilla. Su carrera, sin embargo, no terminaba de despegar. Juana, a decir de ella misma, era una nicharda «feíta pero refrescante», y solo por eso la aceptaban en algunos cabarets. Pero resultaba difícil competir con las grandes divas de entonces, bendecidas todas con voces o figuras deslumbrantes.

    Donde sí le abrieron las puertas de par en par fue en los pequeños centros nocturnos de las playas de Marianao que, si bien no estaban entre los más afamados, eran quizá los más auténticos o los más populares entre la gente de a pie. La sabrosura, el cubaneo, el escándalo y el baile frenético a zapato quitao solo se podían encontrar allí, sobre todo en el cabaret Pennsylvania, donde el mítico percusionista conocido como El Chori le sacaba rumbas lo mismo a un tambor que a una hilera de botellas de cerveza.

    El otro sitio donde la recibieron como a una reina estaba a un salto de mar: República Dominicana. Tanto gustó allá Juana que, según ella, el mismísimo Rafael Leónidas Trujillo la invitó a una cena elegante con su familia. En una situación así, Neris se hubiera paralizado de miedo, porque la misma Juana estuvo a punto de hacerlo. Mucho tiempo después, la diva contó que lo primero que le pasó por la cabeza fue: «¿Pero qué me invento yo ahora con todos estos cubiertos, que ni sé pa qué sirven, al lado de este hombre, que to’ el mundo dice que ha matao a mucha gente?». Sin embargo, echó mano a su personalidad irreverente («En el mundo del arte, si no tienes gracia, si no le caes bien a la gente, mejor retírate», también habría de decir), y comió como se le vino en gana, seguramente exagerando sus falsos modales. A Trujillo aquello le divirtió tanto que la hizo hija adoptiva de República Dominicana. Años más tarde, en Santo Domingo bautizaron una calle con su nombre. O eso aseguraba ella.

    En Cuba, sin embargo, seguían sin aceptarla del todo, lo que a veces la obligó a dejar salir a Neris para que dedicara las horas de sol a la limpieza de casas.

    Durante los primeros años de la Revolución tampoco la tuvo fácil. El mismo gobierno que en nombre de la moral censuró el desenfreno de las noches habaneras, y hasta sus representaciones, se negó a darle espacio en la televisión por considerarla a ella demasiado grosera y su música de mal gusto.

    —La Habana es rara por la noche. Complicadita es La Habana. […] ¡Mira que le han dado a la noche de La Habana! Le han dado con todo y por tos laos. Y ella ahí. Estropeadita. Pero ahí, completa, bajo las estrellas llueva, truene o relampaguee —dijo Juana, a sus 80 años, de la ciudad que la hizo una figura del espectáculo, aunque es posible que solo estuviera hablando de sí misma.

    Para triunfar extremó sus rasgos más característicos hasta límites insospechados, y se apropió de cada una de las expresiones populares que aprendió en las noches del Pennsylvania. Era consciente de que no tenía una gran voz ni dotes actorales para representar otro papel que no fuera el de Juana Bacallao. Por eso hizo de su persona un show andante: el de la mujer irreverente, coqueta y excéntrica a la vez, a quien todo le importa un carajo. Perseveró como nadie. Cuba, que era un país lleno de divas de la noche, se fue quedando sin ellas, pero Juana Bacallao siguió inamovible, esperando su oportunidad.

    Para siempre, Juana Bacallao reinaría sobre los escenarios, y muy pocos habrían de conocer los momentos en que no se exponía al público. Esos estaban reservados para Neris, una mujer obsesionada con la limpieza y la colección de muñecas.

    ***

    Cuentan que hubo una época en que las autoridades de la isla decidieron otorgar, evaluación mediante, los certificados de artista, y Juana, que no tenía estudios («Solo tuve la escuela de la calle», diría), debió presentarse ante una comisión encabezada por Omara Portuondo. Portuondo, que tiempo después se convertiría en la diva del Buena Vista Social Club, debió partirse de la risa cuando la vio llagar con el cuento de que un incendio le había quemado las partituras y que solo le había quedado un papelito chamuscado e ininteligible… Juana terminó con evaluación A, la más alta.

    Su extravagancia conquistó el espectáculo nocturno. La mímica, el baile, la parodia y los dicharachos que soltaba entre canción y canción la volvieron una estrella en el Sans Souci, el Caribe, el Ali Bar, el Palermo, Tropicana, el Copa Room y el Parisién. Aunque su show más recordado fue La Caperucita se divierte, realizado durante años en el Capri, junto a Dandy Crawford, Gladys León y el cuarteto Los Meme. «La Caperucita se divierte… ¡Y de qué manera! La coquetería femenina se debate con la caballerosidad de un lobo enamorado… ¿Qué sucederá después? Cuando usted lo vea, [¡]se sorprenderá!», voceaba el cartel de este espectáculo de cabaret, quizá el más icónico de los sesenta en Cuba.

    Juana Bacallao comenzaba a ser leyenda, no solo por su impresionante variedad de pelucas de colores, sus trajes de lentejuelas, su manía de cambiar las eles por las erres, sus juegos de palabras (Venecia siempre fue para ella «Venecia sin ti»), y sus simulaciones («Yo siempre he sido una mujer muy fina», decía con delicadeza, para luego rematar con un agresivo: «¿De qué tú te ríes, asere? Ponte pa’ esto y armoniza»), sino también por sus anécdotas.

    Dicen que una vez fue al ballet, y que cuando tuvo cerca a Alicia Alonso le dijo: «Ya yo vine a tu espectáculo. Te espero en el mío». Y también que, en uno de sus viajes a Estados Unidos, cuando se acostó a descansar en la cama de su habitación y descubrió que se trataba de un colchón de agua, salió gritando: «¡Auxilio, los yanquis me quieren ahogar!». Y que, durante un homenaje a José Martí, con la excusa de que había olvidado el poema «Los zapaticos de rosa», improvisó un verso: «… el aro está por la libre y el balde por la libreta». Las historias de su irreverencia son infinitas, y puede que sean todas ciertas, o solo algunas, o ninguna. Esa incertidumbre fue también parte del show.

    Durante mucho tiempo anduvo con el auricular de un teléfono en el bolso, que de cuando en vez sacaba para fingir una conversación totalmente improvisada y absurda, incluso antes de que existieran los celulares. Además, solía cambiar a su antojo las letras de las canciones y hacer pasar jerigonzas sin sentido por frases en inglés. Juana Bacallao ponía a bailar, pero también a reír, y en el club nocturno habanero El Gato Tuerto lo consiguió hasta el último espectáculo, cuando ya rebasaba los 90 años. Su versatilidad en los escenarios la hizo finalmente merecedora de reconocimientos oficiales, desde la Distinción a la Cultura Nacional y la medalla Alejo Carpentier hasta el Premio Nacional del Humor.

    —Los artistas deben ser personas sencillas. Yo siempre he sido la misma, no me he creído cosas. Pero, imagínate, anduve por Jólivu, pisé el piso de Jólivu, y eso no lo hace to’ el mundo —decía, burlándose de sí misma, y después añadía—. Yo le he dado la vuelta al mundo, pero como Cuba no hay nada.

    No hubo entrevista o presentación en la que Juana no le agradeciera «al pueblo de Cuba». De hecho, cuando salía al extranjero y alguien le hacía alguna pregunta incómoda, casi siempre vinculada a su filiación política, ella respondía, invariablemente, con un agradecimiento al pueblo cubano… hasta hacer desistir al entrevistador. Por supuesto, cantó en actos políticos del régimen y figuró en escenarios cuya función principal era hacer propaganda en medio de alguna nueva «batalla» impulsada por el gobierno, pero siempre se las ingenió para que su show pareciera auténtico. En 2013, por ejemplo, cuando el régimen montó un espectáculo por la liberación de los cinco espías cubanos, Juana Bacallao hizo de las suyas en tres ocasiones durante los pocos minutos que duró su presentación: primero, confundió a los llamados «Cinco Héroes» con Los 5u4, un grupo musical muy popular en la isla a finales de los años sesenta; luego, señaló a un funcionario en el público y se refirió a él y sus acompañantes como «Fulanito y sus secuaces», y al final gritó a todo pulmón: «¡Pero qué buenos están los Cinco, caballero!».

    Juana fue bien recibida en todas partes de la isla, pero también por el exilio cubano en Miami. Y hasta por la venerada Celia Cruz, con quien compartió escenario por segunda vez, luego de 40 años, en Francia. En más de una ocasión, cuando le preguntaron el secreto de su carisma, respondió:

    —A mí la gente me quiere porque nunca tuve palanca. Toda mi arte me la hice sola. Y, lo más importante, nunca le hice daño a nadie.

    Por su parte, Neris Amelia Martínez Salazar apenas salió a luz pública, siempre para dejar claro que a Juana Bacallao la había creado ella.

    —A Juana la armé como un rompecabezas, con trocitos de aquí, aquí, aquí —decía, mientras se señalaba distintas partes del cuerpo. A la otra aquello no debió causarle mucha gracia.

    —Ya la persona que soy, Neris, casi ni sale, solo a veces, en las madrugadas, cuando me desvelo y me dan ganas de levantarme y ponerme a peinar muñecas —confesó.

    Este 24 de febrero, a sus 98 años, murió Neris, la exempleada doméstica que nunca pudo domar a su otra yo. Dicen que también murió Juana Bacallao, que como vinieron al mundo juntas, juntas también se fueron. Pero eso nadie puede asegurarlo.

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    Darío Alejandro Alemán
    Darío Alejandro Alemán
    Nació en La Habana en 1994. Periodista y editor. Ha colaborado en varios medios nacionales e internacionales.
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