Crónica de una no-detención

    Aquella tarde recibí un mensaje: «Se llevaron detenido a Víctor esta mañana». En ese tiempo yo era parte del equipo de Archipiélago, y la Marcha Cívica estaba proyectada para el día siguiente. Víctor González había sido firmante de la petición que, como se hizo en varias ciudades de la isla, fue presentada al Gobierno Municipal de Holguín. De inmediato llamé al agente que nos atendía, quien, por lo demás, era nuestro compañero en una maestría que cursábamos en la UHo. Él me contestó que habían interceptado a Víctor cuando se manifestaba, con un pulóver blanco, en horas de la mañana. Yo sabía que era mentira. Otra más. (Víctor y yo habíamos hablado la noche anterior, y él me había asegurado que no iba a salir, que había tenido demasiados problemas en la familia por sus posiciones políticas). La conversación subió de tono y el agente terminó diciéndome: «¡Yo soy la Ley! ¡¿Qué te pasa a ti?!», y colgó.

    Salí enseguida. Me acompañaba un buen amigo, el historiador David Guerra. No más llegar a la esquina nos esperaban dos agentes en un Moskvitch blanco. Reconocí a uno de ellos, el agente Gerardo, un tipo recio, cejudo y ojeroso que vestía pulóveres con cuello o camisetas de fútbol, fumador empedernido de H. Upmanns sin filtro. Él mismo se me acercó y me preguntó que para dónde yo iba. Le contesté, como siempre, con la verdad. Iba a casa de los padres de Víctor a fin de calmarlos, de hacerles saber que todo iba a estar bien. El agente nos dijo que subiéramos al carro, que nos iban a llevar. Eso lo dijo en tono imperativo, así que comprendí que no había otra cosa que hacer. Ni solicitar una orden de arresto, ¿para qué? ¿Cómo resistirse a la acción directa del Poder? Todo el que ha estado en esa situación ha experimentado el invasivo sentimiento de la indefensión. Luego ordenó que apagásemos los teléfonos y que los entregásemos. Abrió la puerta de atrás y entramos en el carro. El otro agente, que hasta ese momento solo había observado, ocupó el asiento del conductor. Arrancó y condujo por la carretera del aeropuerto, rápido, como alma que lleva el Diablo, hasta el Departamento de Instrucción Penal.

    Una vez allí nos hicieron esperar largo rato en el parqueo hasta que nos hicieron análisis PCR. Después nos trasladaron a cada uno hacia habitaciones diferentes; en mi caso, a una pequeña cuyas paredes estaban cubiertas en su totalidad por cortinas. El aire acondicionado estaba encendido y hacía mucho frío. El oficial ordenó que me sentara en una silla delante de un escritorio, y me dijo que esperase ahí. «Ahora viene el que te va a atender», dijo. Siempre ese curioso infinitivo, «atender». Remite a la cosa médica. Desde luego, eso hacen. Practican una semiología. Te observan, te auscultan. Intentan develar qué está «mal» en ti. Esa idea la reforzaba aquel lugar laberíntico y azulejado que me recordaba al Pediátrico que tanto temía en mi infancia. En Holguín, el inmueble ocupado por Instrucción Penal se parece mucho al hospital para niños y adolescentes.

    Sentado solo en aquella habitación de interrogatorios comprendí que la Seguridad del Estado pretende usar el tiempo a su favor. Te hacen perderlo soberanamente. Lamenté no tener un librito a mano. Me puse a silbar hasta que, no sé cuánto después, llegó un oficial joven que ocupó el escritorio y me ordenó que pusiese los dos pies en el suelo y colocara las manos sobre las rodillas. Luego llegaron tres oficiales: el agente Gerardo; un señor achinado que, según recuerdo, era mayor, y un teniente coronel.

    Este último, el de mayor jerarquía, fue quien más habló. Al principio dijo, como despreciándome, que ni sabía quién yo era. El agente Gerardo se ocupó de presentarme ante el teniente coronel. Ahí vino una repetición de lo que por entonces se decía de Archipiélago en los medios de comunicación. Que Yunior García era un agente al servicio de la CIA, que estábamos desprestigiados, que actuábamos contra el orden constitucional, y cosas por el estilo. Yo, con una calma casi budista, logré mantener una conversación con aquel señor canoso que, en cierto momento, cuando expuse que la nación necesitaba construirse sobre un nuevo contrato social que comprendiese su actual complejidad, me preguntó si yo me consideraba «el papá de la nación», idea que sustituyó, después de pensarlo un poco, por «la mamá de la nación». Lo hizo con la clara intención de ofenderme, como si atribuirle condición femenina a un hombre fuese un agravio o algo parecido. También mencionó que, desde luego, yo no tenía ninguna causa abierta, pero que ellos con solo revisar mi página de Facebook podrían abrirme una enseguida. «Fácil». Traté de hacer de aquel desigual intercambio una discusión racional; no conozco —y me obligo a no hacerlo— otra forma de confrontación en tales contextos. El teniente coronel parecía entender y compartir algunas de mis ideas; tal vez no, pero esa fue mi percepción. Al cabo, me hicieron firmar un papel según el cual me comprometía a no participar en la Marcha Cívica. Creo que no es necesario decir que firmé bajo coacción. Se me recalcó que, de salir, ello constituiría un agravante, y que las pena mínima en tal caso era de 15 años. La plática fue una mera coartada: para eso me habían llevado.

    De vuelta a la entrada de aquel lugar le dije al agente Gerardo que a pesar de todo yo no los odiaba. Él me dijo que ellos tampoco me odiaban a mí, aunque les «había dado mucho trabajo».

    Pude ver a David, que esperaba solo en un parque situado al lado de la garita. Víctor llegó y nos abrazamos. El agente Gerardo nos entregó los teléfonos y dijo que esperásemos —de nuevo—, que nos llevarían de vuelta a casa.

    David, Víctor y Miguel

    Después de un rato el agente volvió, nos quitó nuevamente los teléfonos, y nos condujo a otra habitación. Nos complicamos, pensé. Esta habitación no era fea ni intimidante, aunque tenía las paredes medio desconchadas y había un fuerte olor a cucarachas. Daba la impresión de que había estado abandonada por mucho tiempo. Ahí conversamos los tres sobre temas indistintos de historia, literatura o filosofía. Recuerdo bien que Víctor recitó en francés un poema de Rimbaud. Estuvimos ahí un rato más hasta que el agente reapareció y nos sacó otra vez al parqueo.

    Allí mencionó que en las redes sociales estaban diciendo que yo había estado desaparecido por 24 horas; exigió que aclarara que eso no era cierto. Me devolvió el teléfono y yo hice una directa muy breve; dije que me habían detenido esa misma tarde y que llevaba varias horas en aquel lugar. Lo hice, más que todo, porque no me gustan las mentiras. Creo que es jugar en su campo, y ahí nadie les gana; aunque aprecio y valoro a todas las personas que, con buenas intenciones, se ocuparon de difundir la noticia de nuestra detención. Es el principal recurso del activismo —tal vez el único.

    Después de las 9:00 p.m. abordamos el Moskvitch, que agarró la carretera tanto o más rápido que antes. ¿Por qué conducirán tan rápido? ¿Cuál será el apuro?, me pregunté. En el camino hablamos sobre el episodio en que Mao ordenó aniquilar los gorriones en China. Hablamos sobre «la banalidad del mal». «Satanás no existe», dijo Víctor. En alguna o en varias frases se escuchó la palabra «detenidos». Alguno de nosotros preguntó «¿por cuánto tiempo estuvimos detenidos?» o «finalmente, ¿por qué motivo estuvimos detenidos?». Y el agente Gerardo, con su calma habitual, nos corrigió: «Ustedes no estuvieron detenidos».

    *Entre septiembre de 2021 y julio de 2022, el autor fue parte del equipo de moderación en Facebook de la plataforma cívica Archipiélago, que convocó a una «Marcha Cívica» de alcance nacional para el 15 de noviembre de 2021 (15N). La protesta fue reprimida por adelantado —y, de hecho, abortada—  mediante un operativo de la policía política en diversos puntos de Cuba.

    spot_img

    Newsletter

    Recibe en tu correo nuestro boletín quincenal.

    Te puede interesar

    Similares / Diferentes

    Similares, diferentes… Gemelos como incógnita y confirmación de la...

    «Un país se construye desde sus comunidades»

    Cuando los activistas cubanos Marthadela Tamayo y Osvaldo Navarro hablan, usan palabras como «ciudadanía», «articulación», «comunidad», «barrio» o «sociedad civil». Cualquiera diría que son términos válidos solo para las sociedades en democracia, y no para un país cerrado, donde parece que todo el mundo se marchó.

    No hay frenos para la inflación en Cuba

    La inflación oficial en Cuba se aceleró durante marzo...

    Pedro Albert Sánchez, el profe, el predicador, el prisionero

    Pedro Albert Sánchez es abiertamente «cristiano». Algo de mártir tiene. Y también de profeta. Cada una de sus acciones, consideradas «exitosas» solo en un plano simbólico, tributa al orgullo de haberse mantenido fiel a sus ideas. El profe condensa en sí mismo todo el imaginario cristiano. El sacrificio es su satisfacción.

    Economía cubana: crisis de productividad, inversión deformada, falta de divisas, descontrol...

    El gobierno cubano reconoce que aún no se concreta la implementación de las proyecciones acordadas para la estabilización macroeconómica del país. Igual admite el fracaso de la política de bancarización y que las nuevas tarifas de los combustibles aumentaron el valor de la transportación de pasajeros, tal como se había predicho.

    Apoya nuestro trabajo

    El Estornudo es una revista digital independiente realizada desde Cuba y desde fuera de Cuba. Y es, además, una asociación civil no lucrativa cuyo fin es narrar y pensar —desde los más altos estándares profesionales y una completa independencia intelectual— la realidad de la isla y el hemisferio. Nuestro staff está empeñado en entregar cada día las mejores piezas textuales, fotográficas y audiovisuales, y en establecer un diálogo amplio y complejo con el acontecer. El acceso a todos nuestros contenidos es abierto y gratuito. Agradecemos cualquier forma de apoyo desinteresado a nuestro crecimiento presente y futuro.
    Puedes contribuir a la revista aquí.
    Si tienes críticas y/o sugerencias, escríbenos al correo: [email protected]

    spot_imgspot_img

    Artículos relacionados

    Similares / Diferentes

    Similares, diferentes… Gemelos como incógnita y confirmación de la...

    «Un país se construye desde sus comunidades»

    Cuando los activistas cubanos Marthadela Tamayo y Osvaldo Navarro hablan, usan palabras como «ciudadanía», «articulación», «comunidad», «barrio» o «sociedad civil». Cualquiera diría que son términos válidos solo para las sociedades en democracia, y no para un país cerrado, donde parece que todo el mundo se marchó.

    Economía cubana: crisis de productividad, inversión deformada, falta de divisas, descontrol cambiario

    El gobierno cubano reconoce que aún no se concreta la implementación de las proyecciones acordadas para la estabilización macroeconómica del país. Igual admite el fracaso de la política de bancarización y que las nuevas tarifas de los combustibles aumentaron el valor de la transportación de pasajeros, tal como se había predicho.

    Cerdos

    Ruber Osoria investiga el alarido sobre el que se...

    1 COMENTARIO

    1. Mi abrazo siempre fuerte!!
      No estuviste detenido, baf… no podrías estarlo! No se logra detener el tiempo, ni las almas fuertes. Tu, quieto, en silencio, encerrado en un baúl: vuelas libremente en tus ideas. Eso es lo que tanto temen Migue. Te abrazo, fuerte!

    DEJA UNA RESPUESTA

    Por favor ingrese su comentario!
    Por favor ingrese su nombre aquí