Estrecharle la mano a Albert Camus

    El debate en Cuba termina siempre alejándose del tema que le dio origen para convertirse en «metadebate». Es decir, pasa de encontronazos de criterios sobre un tema y se vuelve encontronazos sobre si es legítimo o no tener un criterio. El más reciente se preguntó qué tan acertada o no había sido la decisión de Yunior García Aguilera de irse a España y la forma sorpresiva en la que todos nos enteramos. Luego, como era de esperarse, se volvió una acalorada discusión sobre la legitimidad de las críticas al fundador de la plataforma Archipiélago y principal organizador de la Marcha Cívica por el Cambio.

    No es la primera vez que algo parecido sucede. En noviembre de 2020, durante la huelga de San Isidro, después de pedidos para que se cumplieran las exigencias de los huelguistas, lo más común era encontrar en redes sociales acalorados choques de palabras entre quienes publicaban estos post y quienes escribían parrafadas defendiendo su derecho a no opinar sobre el asunto.

    Que los debates públicos acaben por desviarse al «metadebate» es un síntoma definitivo de que todavía no tenemos muy claro en qué consiste la libertad de expresión a la que aspiramos. La falta de nociones, por supuesto, nos impide ejercer este derecho hasta entre quienes compartimos el rechazo al régimen cubano. El hecho de que la crítica interna sea aún concebida como un atentado contra la necesidad de cerrar filas frente a una dictadura es la prueba de que no hemos superado siquiera ese viejo trauma que compartimos con la izquierda casposa que criticamos: el de aceptar la autocensura antes de otorgarle algo de razón al enemigo.

    ***

    Mientras comía en un hotel, Albert Camus se volvió hacia la persona que le acompañaba y le pidió que le estrechara la mano, ya que pronto serían pocos los que se atreverían a hacerlo. Tenía razón. Faltaban unos días para la publicación de El hombre rebelde, donde el novelista y filósofo francés desmontó la autocensura y la hipocresía de muchos intelectuales de izquierda incapaces de reconocer sus errores, fracasos y pésimas alianzas. A Camus, militante de izquierda de autoridad moral indiscutible, no le faltaron críticos que despreciaran su libro por ser bien recibido por los conservadores. El hombre rebelde le había dado «armas al enemigo» y Les Temps Modernes, que era el medio progresista más prestigioso de la época además del feudo de Sartre, se empeñó en decirlo de todas las maneras posibles. El propio Sartre terminó por responder a Camus, refiriéndose a la «inadmisible crítica» a los gulags soviéticos, que había que aceptar muchas cosas para cambiar algunas.

    La honestidad del argelino levantó ronchas en el círculo de una intelectualidad progresista aburguesada que, de aceptar sus críticas, no hubiese acumulado complicidades con regímenes como el estalinista, el de los Jemeres Rojos y el castrista. Para Camus, sin embargo, esta hostilidad resultaba la más natural de las respuestas, pues la falta de autocrítica dentro de la llamada izquierda era movida por el deseo de sus colegas de expiar su pecado original.

    Entre la disidencia cubana, criticar la decisión de Yunior García Aguilera se ha vuelto motivo de desavenencias. Otra vez se hace presente el «metadebate» y no faltan quienes establecen parámetros para opinar críticamente al respecto.

    Cuestionar la sorpresiva llegada de Yunior a España, en el contexto y las circunstancias en que se dio, es legítimo. Quienes antes de debatir atacan este cuestionamiento, recuerdan a los colegas de Camus que se negaron a estrecharle la mano. Muchos, sobre todo desde fuera de Cuba, también intentan expiar, con la defensa a ultranza del fundador de Archipiélago, el complejo de que su llamado exilio no es más que migración, una similar a la guatemalteca o la hondureña, o que su huida del país por motivos políticos no respondió a presiones tan extremas como las sufridas por otros disidentes en Cuba. En la salida de Yunior unos proyectan sus propias circunstancias, se identifican, y la defienden como si de ellos mismos se tratara. Sin embargo, no hay nada que expiar en este cerrar filas ante la crítica, a menos que se haya aceptado un liderazgo, se haya fundado un movimiento de oposición y, bajo estas responsabilidades, se haya convocado a una marcha con un saldo de varios detenidos.

    Justificar la decisión del fundador de Archipiélago también es legítimo. Sin embargo, deja de serlo cuando la sostiene un «yo hubiese hecho lo mismo», sobre todo porque quienes dicen esto no son Yunior García. Yunior cargaba con un liderazgo que nadie le impuso, que si bien nunca lo exacerbó explícitamente, tampoco rechazó, excepto en sus primeras declaraciones desde España. Ganó y asumió un considerable capital político, prestigio y responsabilidades ante la sociedad civil —en parte facilitadas por los propios ataques de la propaganda del régimen— pocas veces visto en la Isla. Si no fue consciente de esta obviedad, pues es poco posible que alguna de sus estrategias tuviera un buen futuro. No actuar en consecuencia con ese capital simbólico que manejaba, ni haber reflexionado sobre los resultados desmovilizadores de su decisión de migrar, solo da muestras de su ingenuidad, una tan grande como creer que saldría sin contratiempos de su casa el 14 de noviembre.

    Volviendo a Camus, ser consecuente también es ser rebelde. Esta actitud, agrega el escritor español Javier Cercas en su libro Anatomía de un instante, no es de ninguna manera legislable ni obligatoria, lo cual explica que los rebeldes sean minoría en el mundo. No obstante, ello no quita que sea exigible en ciertos casos, sobre todo si se ha asumido una responsabilidad con un proyecto que implica la vida y la seguridad de otros.

    En la obra citada de Cercas, el autor toma de punto de partida un fragmento de video del intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 para analizar cómo se gestó la transición democrática española. El video muestra el momento preciso en que los militares golpistas toman el hemiciclo del Congreso de los Diputados lanzando disparos al techo. Los presentes se escondieron asustados bajo sus asientos, excepto tres personas: Adolfo Suárez, Manuel Gutiérrez Mellado y Santiago Carrillo. El gesto de no inmutarse ante las balas reveló entonces que eran ellos los verdaderos artífices de la transición. Excepto Carrillo, que luchó con los republicanos en la Guerra Civil, ninguno era líder político convencional, pues Gutiérrez Mellado había sido un militar con honores de las tropas franquistas, mientras Suárez había triunfado como un burócrata arribista. Los tres trabajaron mayormente en las sombras para edificar los cimientos de la sociedad posfranquista. Nadie se los exigió. Fueron ellos quienes asumieron ese compromiso, lo cual les bastó para mantenerse en sus asientos y así, simbólicamente, salvar la democracia.

    Si en algo tuvo razón Yunior en sus primeras declaraciones desde España es en la responsabilidad compartida de lo que ha significado para algunos su salida del país. Para un considerable sector de la disidencia, tanto dentro como fuera de Cuba, la figura de un intelectual blanco que cita los poemas más conocidos de Martí vino a llenar las expectativas mesiánicas que no cumplieron los negros pobres, marginados y de hablar soez del Movimiento San Isidro. Ese elitismo barato, sumado a la falta de liderazgo político responsable, ha creado una vacante de profeta dispuesta a ser cubierta y rechazada una y otra vez.

    Alguna vez escuché un comentario muy certero: «Con la Revolución, los cubanos se volvieron los judíos de América. Muchos vagan por el mundo, en una diáspora sin fin, esperando el día de volver a la tierra prometida». Muchos cubanos, para colmo de similitudes, sienten la necesidad de encontrar Mesías a quienes construirle forzosamente una genealogía espiritual que conecte con Martí, sin recordar que el último depositario de estas frustraciones edificó una tiranía que cuenta con más de seis décadas. Quienes aplicaron esta fórmula a Yunior García son los únicos responsables de su propia decepción.

    ***

    Otro actitud considerada «políticamente incorrecta» en redes sociales es cuestionar los resultados de la marcha del 15N. Insinuar la posibilidad de que se hayan cometido errores en su organización y ejecución incomoda y hace saltar las alarmas censoras de quienes creen que la única estrategia política válida es contradecir siempre al régimen. Si el objetivo de la marcha era desmentir con un magnífico touché la idea de que la nueva Constitución y la restructuración de otras normativas jurídicas encaminaban a Cuba rumbo a una apertura democrática dentro del socialismo, convirtiéndola en un Estado de derecho, pues nadie podría dudar que se cumplió. Pero ese triunfo, que fue declarado con la denegación de las notificaciones de la protesta y el amenazante apercibimiento de la Fiscalía General de la República sobre los participantes, anuló cualquier posibilidad de éxito de la marcha en sí. En bandeja de plata se le sirvió a las fuerzas represoras de la dictadura información sobre quiénes pensaban marchar, dónde y cuándo.

    Hay, por supuesto, quien encuentra algo positivo en mostrarle al mundo que en Cuba no ha muerto la tradición de los actos de repudio ni del presidio político ni de la violencia policial. Tal vez esos tengan razón, pero, en cualquier caso, este es un logro ínfimo, una victoria pírrica.

    Potenciar situaciones donde, de antemano, uno se sabe inevitablemente víctima y perdedor, es una práctica a superar. El pueblo cubano no es una vitrina en la que el mundo observa y se sorprende de los retorcidos métodos represivos de una dictadura añeja como se sorprende de ver en las calles de La Habana un Chevrolet Imapala de 1959 en plena forma. La comunidad internacional ha visto suficiente de Cuba, y quien no ha entendido a estas alturas que el país es gobernado por una tiranía es porque no ha querido. La comunidad internacional tampoco va a librarnos del castrismo. Es hora de que la disidencia elija bien el destinatario y la finalidad de sus mensajes.

    En eso el régimen nos lleva ventaja. Cuando el canciller cubano dijo el pasado 11 de noviembre que demandaría a Facebook por albergar a grupos como Archipiélago, no esperaba la atención de los integrantes del cuerpo diplomático extranjero acreditado en la Isla —que debieron morirse de la risa por dentro ante semejante paparruchada—, sino a los cubanos que todavía no se han desencantado por completo de la Revolución y a la izquierda casposa internacional. Cuando en televisión nacional se expone información privada de un opositor o un activista, no es para respaldar una acusación, sino para advertir que esa invasión a la privacidad puede ser aplicada sobre cualquiera y que nadie escapa a la vigilancia.

    Como sociedad civil nos falta madurar políticamente y ser capaces, por ejemplo, de establecer nuestra propia agenda antes que reaccionar a la agenda de la dictadura y sus aparatos de propaganda. Esta actitud es tan común que pasa desapercibida, como el hecho de que no comenzamos a concebirnos como sociedad civil hasta que el propio régimen introdujo el término para justificar la presencia de su delegación de acólitos y funcionarios en la VII Cumbre de las Américas, en 2015. Plantearse una resistencia cívica incapaz de trascender por completo a la simpleza del acción-reacción es pararse frente al árbol que no deja ver el bosque.

    La solución a todas estas flaquezas puede encontrarse en la voluntad de abrirnos a debates políticos serios, entendiendo al régimen como un elemento más del eje de esos debates, no como el eje mismo. Y también si evitamos desgastarnos en cuestiones que no llevan a ningún lado y aprendemos a discernir entre qué aporta y qué obstruye la construcción del país democrático que puede ser Cuba. Pero seguiremos muy lejos de lograr esto mientras exista el miedo al disenso y, replicando discursos aprendidos, practicar la crítica signifique darle argumentos a la dictadura; y unos asuman responsabilidades y compromisos que nadie luego se atreva a exigir; y mientras exista quien pide un aval de martirios para expresar una opinión contraria a la aparentemente consensuada; y muchos prefieran engañarse antes que aceptar fracasos y errores que de manera forzada se convertirán en victorias; mientras el activismo sea para muchos una vía de satisfacer su ego en redes sociales y sumar likes; y reproduzcamos la lógica elitista y discriminatoria de la propaganda del régimen; mientras nos creamos el ombligo del mundo y prefiramos mirar a Noruega y Estados Unidos antes que a Latinoamérica; y se crea que absolutamente todas las opiniones tienen el mismo valor, y que la democracia va de ser neutral y evitar encontronazos. Arranquémonos mutuamente la piel sin miramientos en un debate, sí, pero atrevámonos a aceptar la crítica y luego estrecharle la mano al otro.

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    Darío Alejandro Alemán
    Darío Alejandro Alemán
    Nació en La Habana en 1994. Periodista y editor. Ha colaborado en varios medios nacionales e internacionales.
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    11 COMENTARIOS

    1. Reconozco que no suelo leer este sitio, pero no puedo dejar de reconocer que este trabajo es muy acertado y necesario para los tiempos que vivimos (al menos en mi opinión). Solo añadir que, sin negar la importancia de los liderazgos, los Mesías solo son un pieza visible de procesos más grandes: Gandhi no logró la independencia de la India por si solo, sino fueron los hindúes; Martín Luther King Jr. no marchó en solitario a Washington; e incluso nuestro Martí no hubiera sido capaz de organizar la guerra del ’95 sin el apoyo de miles de cubanos, en especial de los tabaqueros.
      El día que los cubanos entendamos (otra vez) que la libertad se construye, alcanza y vive en colectivo, ya tendremos la mitad de la pelea ganada.

    2. Nunca he visto a un militante del PCC, atacar u ofender a otro, por destruir el país, la Economía, la Sociedad, la Familia y desorganizar al país. «Ahí estriba el éxito del PCC».
      La frase no es mia pero la comparto.
      El artículo lo considero muy acertado!!!

    3. APLAUDO LA DECISION DE YUNIOR. MORIR EN UNA CARCEL O EN UNA BALSA O ESCAPAR DEL INFIERNO DANTESCO CASTRISTA SON TRES OPCIONES QUE ESA FAMILIA DESALMADA Y DESCARADA Y SANGRIENTA, OFRECEN. OJALÁ SE HUNDAN EN SU AVARICIA O SEAN JUZGADOS EN JUICIO SUMARIO PRONTO: MARIELA, RAUL, TONY, SANDRO, CANGREJO… Y VILMA Y FIDEL EN SUS RESPECTIVAS PIEDRAS ASQUEROSAS QUE ESCUPIREMOS!!!! #PatriaYVida #SosCuba @DiazCanelSingao te queda poco!!!!

    4. Yo diría que los emigrantes cubanos no son el equivalente de el judío errante…

      Los ex-cubanos neo-miamenses lo que menos quieren es regresar a Cuba (pueden hacerlo en cualquier momento).

      Regresarían si y solo si, si lo hacen como los nuevos capataces…

      Triste realidad, en lugar de ayudar a Cuba a progresar se deleitan con la miserias que ven en la redes sociales.

      • Claro que somos los judíos del Caribe; es literalmente imposible llevar a cabo ningún plan de vida, superación personal o negocio bajo las reglas del castro-comunismo. Y tu cerebro se encogió de sobremanera con la ideología, tanto, que consideras exento de nacionalidad a los paisanos que nacieron y se criaron en Cuba para luego, obligados por las circunstancias que solo ellos propiciaron y mantienen 60 años después, tener que emigrar o literalmente escapar de esa prisión en medio del mar. Cubano -no importa si bueno o malo- es quien nace en Cuba y no quien apoya la mierda socialista. Cuba son los cubanos de dentro y fuera; la Patria no guarda relación alguna con las ideologías.

        En las condiciones actuales es descabellado regresar al país. Quien querría retornar a ese terreno, secuestrado y baldío forzosamente por esos Perros del Hortelano que así lo desean (y prefieren) antes que soltar el poder? Y esos que erróneamente llamas capataces eran ciudadanos de bien en su gran mayoría, despojados sin razón alguna de sus bienes y propiedades. Por cierto, tus Jefes, como buenos comunistas y ejemplares que son en disponer de lo ajeno se apresuraron en tomar para sí la mayor parte de eso. Te cuento que, entre otras, han subastado las obras de Bellas Artes a espaldas del Pueblo; ahora ve y pregúntales que hicieron con el dinero porque el ciudadano de a pie nunca se enteró.

        Dificilmente una ciberclaria tenga capacidad para entenderlo pero cada persona que sale a la calle un 11 de Julio o protesta es ahora mismo un Revolucionario, un patriota, un agente de ese cambio tan necesario y pospuesto durante décadas por los orates del PCC. Nadie se deleita con la pobreza ajena, lo que hacen es burlarse y señalarlo con toda razón porque son ellos los que no quieren ni permiten otra cosa en nuestro país. El sistema, está clarísimo, no funciona.

    5. Respecto a Yunior todas las valoraciones actuales pro y contra son hojarasca que rápidamente se llevara el tiempo pues las próximas acciones de Archipielago serán las que centren la atención en lo que importa. Esperar para ver. El que si continuara interminablemente con su difamaciones personales será el gobierno y sus voceros infatigables

    6. Camus nunca le dio la mano a Morand ni a ninguno de los que apoyaron la Francia de Vichy. No se trata de ser intolerante, sino honrado, digno, como muestra su polémica con Sartre.

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