Tres ucronías que desembarcan en una isla

    A veces pienso en ucronías. No a la manera resentida de Joan Martorell y su Tirant lo Blanch, que imaginaba cómo, de haber nacido un caballero llamado así, la cristiandad hubiera recuperado Constantinopla y Jerusalén antes de 1500, o de Louis Goffroy y su Napoleón apócrifo, que esbozaba un mundo idílico tras una supuesta victoria del corso en Moscú. Prefiero, en cambio, las especulaciones que nacen de la curiosidad, las absurdas y las terribles, como las planteadas por Tito Livio en Ab urbe condita (Alejandro Magno se expande al oeste y no al este de Grecia), Phillip K. Dick en The Man in the High Castle (los Aliados pierden la Segunda Guerra Mundial) o, más recientemente, Ronald D Moore, Matt Wolpert y Ben Nedivi en For All Mankind (la URSS adelanta a Estados Unidos en la carrera por el primer alunizaje tripulado).

    Las ucronías que pienso (sin ninguna aspiración literaria, solo por el mero hecho de pensarlas) casi siempre se desarrollan en Cuba, y casi siempre también son bastante obvias.

    ¿Qué hubiera ocurrido si Martí solo hubiese recibido una herida de bala en Dos Ríos y, en consecuencia, hubiera aceptado la propuesta de otros jefes militares de no volver al campo de batalla? ¿Cómo sería el presente si al ser capturado Fidel Castro, tras el fracaso del asalto al cuartel Moncada, un oficialucho cualquiera hubiera decidido asesinarlo como a otros tantos prisioneros? ¿Tomarían los cubanos té entre las tres y las cinco de la tarde si Jorge III, en vez de canjear La Habana por la Florida, hubiera decidido hacerse con toda la isla y conservarla para la corona inglesa? ¿Qué tan distinta hubiera sido la segunda mitad del siglo XX latinoamericano y gringo de haber ordenado Kennedy la intervención de las fuerzas militares estadounidenses en Bahía de Cochinos? ¿Qué hubiera pasado si Kruschev no llegaba a un acuerdo con Estados Unidos en 1962, dejando a un lado las exigencias de Castro?

    Las reglas de este juego, tan explotadas en la ciencia ficción especulativa mediante el llamado «efecto mariposa» y las teorías sobre el multiverso, indican que cualquier acción en cualquier lugar («punto Jonbar») tiene el potencial de cambiar el curso de la historia. Por tanto, dejo las más obvias a los lectores, convencido de que al menos una les ha pasado alguna vez por la mente, y comparto acá otras tres no tan comunes:

    Garibaldi, héroe de la independencia de Cuba

    1850. Los periódicos neoyorquinos, en parte por la insistencia de la comunidad italiana, anuncian con bastante antelación la llegada de un «gran héroe». Los columnistas reseñan sus hazañas durante la defensa de la República Romana e invitan a todos a conocer en persona al «Washington de Italia». Mientras, en la bahía, los italianos preparan una fiesta en su honor, pero disuelven el jubileo en plena bienvenida, cuando ven que el hombre que reciben no se parece a su leyenda. Giuseppe Garibaldi a duras penas puede sostenerse en pie mientras baja del barco.

    Se asienta en Staten Island bajo la protección de su amigo Antonio Meucci, a quien le cuenta sus últimas penurias. Tras la caída de la República Romana a manos de los franceses, Garibaldi emprendió una trágica huida junto a varios hombres y Anita, la amazona brasileña que lo acompañaba desde sus años de aventuras en América del Sur. Anita, que estaba encinta, murió de fiebre tifoidea, y él, con sus enemigos pisándole los talones, no pudo más que enterrarla a prisa en un pueblo vecino de Rávena. Su salud también se vio comprometida el resto del viaje, y aun durante la travesía de Tánger a Nueva York sufrió de reumatismo.

    El relato solo hace que su amigo se dé a la tarea de subirle los ánimos. Primero lo convence de pescar todos los días en un bote de su propiedad que mandó a pintar de blanco, rojo y verde, y después lo presenta como el «héroe de los dos mundos» ante la Liga Masónica de Tompkinsville No. 41, compuesta en parte por republicanos italianos. La personalidad atenta y entusiasta de Meucci mezcla de forma peculiar la cursilería y la bondad, y esboza lo mismo el cliché de la italianidad como del patriota exiliado. Cuando Garibaldi, para no abusar de su hospitalidad, comienza a trabajar de estibador en un astillero, Meucci mueve cielo y tierra para que acepte un empleo en su fábrica de velas. Mientras esté de paso en Nueva York, se encargará de que no le falte nada.

    Entre los italianos de la ciudad, Antonio Meucci es una figura de renombre, más por los empleos que ofrece su fábrica de velas que por su encendido nacionalismo. Pero, a diferencia de la mayoría de sus compatriotas, él es un verdadero exiliado. Después de una corta estancia en prisión, huyó de Italia y paró en La Habana, donde vivió algunos años de brindar soporte técnico en los espectáculos del Teatro Tacón. También allí se entregó a la invención de un aparato para comunicarse a distancia (que bautizaría «telettrófono») y de un sistema para depurar agua, así como a la experimentación con parafina para fabricar velas. Pasado un tiempo, decidió emigrar a Nueva York y abrir allí su fábrica.

    En Estados Unidos, Meucci frecuenta a viejos amigos cubanos que poco antes integraron la crema y nata de la intelectualidad isleña y ahora, como él, son exiliados. Quiere que Garibaldi los conozca, y por eso lo lleva a un restaurante cosmopolita y bohemio donde se reúne gente de todas partes, lo mismo columnistas de periódicos que pequeños empresarios y actores de segunda; allí disputan partidas de dominó, un juego que goza de igual popularidad en Cuba e Italia. Meucci no lo sabe, pero les ha dado a los cubanos de Nueva York una gran oportunidad.

    Garibaldi acepta de buena gana la invitación de sus nuevos amigos caribeños a las reuniones de la Junta Cubana de Nueva York. Uno de ellos, Gaspar Betancourt Cisneros, al que llaman «Narizotas», insiste en involucrarlo cada vez más en la «causa cubana», y le pregunta qué cree de sus discursos en la Junta, donde despotrica contra el colonialismo español a la vez que ensalza el civismo y el espíritu moderno estadounidense (sobre todo el sureño), tan necesarios en su preciada Cuba. Garibaldi, sin embargo, prefiere la amistad de Cirilo Villaverde y Emilia Casanova, una pareja de exiliados cubanos a quienes admira y visita con asiduidad.

    A través de Villaverde y Casanova, Betancourt Cisneros pretende convencer a Garibaldi de enrolarse en una nueva aventura americana. La unidad de Italia debe esperar a que se den allá las condiciones para reanudar la lucha. Pero en este caso, aseguran los cubanos, existen las condiciones para una insurrección. La isla ebulle en conspiraciones anticoloniales y anexionistas, y la Junta de Nueva York puede sufragar los gastos en armas y aportar hombres dispuestos a pelear. Ya tienen de su lado a Narciso López, un venezolano con vasta experiencia militar en su país y en España. Pero no les vendría nada mal un comandante nato de la talla del «héroe de los dos mundos».

    Opciones:

    1. Garibaldi acepta y tiene éxito: Muchos criollos acaudalados se suman a la insurrección con la esperanza de expulsar a los españoles y mantener la esclavitud. Las fuerzas colonialistas ganan ventaja durante el primer año de guerra frente a unas tropas que se niegan a sumar los negros a la lucha. En Estados Unidos, el secretario de Guerra, Jefferson Davis, que comienza a llevar una cruzada contra los abolicionistas en su país y aspira a la expansión de la esclavitud y la influencia de los estados sureños, convence al presidente Franklin Pierce de intervenir militarmente en la isla. Pierce, por recomendación de Davis, envía como comandante al superintendente de la Academia Militar de West Point, un talentoso y experto militar llamado Robert E. Lee. Cuba se convierte en el estado 32 de la Unión. Sus héroes locales son un italiano, un venezolano y un estadounidense nacido en Virginia. En marzo de 1861, Davis derrota en las elecciones al republicano Abraham Lincoln, convirtiéndose en el 16 presidente de Estados Unidos.
    2. Garibaldi acepta y es derrotado: El italiano es capturado mientras intentaba unirse a las tropas de Narciso López. Ambos mueren con el cuello roto por garrote vil el 1 de septiembre de 1851. Italia no se unifica en el siglo XIX y termina repartida entre franceses y austriacos. Uno de los acuerdos de la Primera Guerra Mundial es la conformación de un Estado Italiano. Sin embargo, Francia se queda con la parte noroeste del país, territorio que a inicios del siglo XIX correspondía al Reino de Cerdeña. Benito Mussolini dedica su vida a la enseñanza del italiano en un colegio en la ciudad (ahora francesa) de Oneglia.
    3. Otra.
    4. Lo que pasó: Garibaldi no aceptó, y en abril de 1851 partió rumbo a Nicaragua en el barco mercante Prometheus. Todavía los historiadores discuten si antes de llegar a su destino pasó por La Habana de incógnito, bajo el nombre falso de Joseph Paine. Hay quienes creen que entre la mercancía genovesa que llevaba el Promeheus iban escondidas armas y municiones destinadas a apoyar un próximo desembarco de Narciso López, y que el arsenal fue entregado a Salvador José Zapata, un gallego liberal y conspirador que había hecho fortuna en el negocio farmacéutico.

    Guadalupana en La Habana

    1829. A diferencia de sus iguales en rango, Vicente Guerrero no tiene solo de criollo o de español mezclado con indio. El pelo crespo, la tez oscura y los labios gruesos delatan su sangre negra. En México ya abolió la esclavitud nomás llegar a la Presidencia. El afromexicano no se anda con rodeos. Todo lo quiere hacer pronto, como si supiera que no le queda mucho tiempo. Entre sus planes más urgentes está completar el sueño de su general Guadalupe Victoria, y para eso le ha escrito ya a Santa Anna que se esté listo en Yucatán porque un día de estos, el menos pensado, le puede llegar la orden de partir para liberar Cuba.

    La idea había surgido seis años antes, cuando Victoria era comandante en Xalapa, Veracruz, y estaba a la espera de que lo llamaran para poner orden al desmadre tras la caída del Imperio de Iturbide. Antes de irse a la capital, se le ocurrió crear la Gran Legión del Águila Negra, una asociación secreta con tintes masónicos que seguía ciertas reglas de la variante escocesa del rito de York. Guerrero había sido escogido como segundo Gran Maestre. Santa Anna también ocupaba un puesto importante. Ambos estaban a las órdenes de Victoria. Una nueva generación de héroes se formaba al calor de los combates y la intimidad de las reuniones de la Gran Legión.

    La existencia de una organización secreta formada por altos mandos militares fecunda el imaginario popular de fantasías ocultistas. El pueblo llano desconfía de los masones, más si son políticos, mucho más si son políticos y militares. Sin embargo, Victoria quería usar este sistema de base para erigir algo parecido a un partido político que, a su vez, sirviera para hacer de México algo parecido a una república. Pero no era solo eso a lo que aspiraba el general. Cuando se fundó la Gran Legión, estaba con él un misterioso exfraile betlemita cubano. Simón de Chávez se llamaba, y tenía sus propios planes para México: cuando la situación política del país se calmase, los varones de la Gran Legión debían organizar una invasión a Cuba para sacar de una vez y por todas a España de las Américas. Solo así podría la epopeya independentista mexicana igualar a la que se había escrito en la Gran Colombia, y el general Victoria hacer en el Caribe lo que Bolívar al sur del continente. Guerrero aceptó la propuesta. También Santa Anna, aunque este, más pragmático, entendía que Cuba debía pertenecer a México antes que, una vez liberada, fuera anexada por los Estados Unidos.

    El presidente cree que esta vez sí concretará la idea del betlemita que su general Victoria asumió como propia. Desde hace tres años hay gente en La Habana enterada de la Gran Legión y para allá se les mandó, a escondidas, su documento rector. Pero los cubanos son un poco lentos, quieren adaptar algunos artículos y todavía no se ponen de acuerdo sobre si sumar o no a los negros a la lucha. Guerrero, sin embargo, se les ha adelantado: le escribió una carta a Jean Pierre Boyer, el presidente de Haití, quien aceptó emocionado enviar tropas a Cuba y encargarse así de unir a los negros cubanos y darles la libertad. Boyer, sabe Guerrero, no es un gran estadista —es, más bien, un tirano—, pero sí un entusiasta de las revoluciones radicales como la que él mismo peleó de joven. Por el sur, la invasión le correspondería a Colombia, pero el presidente mexicano no confía mucho en la expedición de Cartagena. Ya una vez, tres años antes, los colombianos se habían retirado de un plan similar en cuanto Henry Clay, el sucesor del secretario Adams, les «recomendó» no intervenir en la isla.

    En Yucatán, mientras tanto, Santa Anna espera la orden. Hace poco los españoles intentaron reconquistar México por Tampico, pero fueron derrotados. Ahora están en Cuba, reagrupándose. Quizá planean otra invasión… La posición geográfica y las condiciones de la isla les permitirían intentarlo una y otra vez, y quién sabe si algún día tendrán éxito.

    Opciones:

    1. Santa Anna recibe la orden y tiene éxito: México, Haití y la Gran Colombia acuerdan que Cuba pertenezca a la primera de estas potencias. Santa Anna se vuelve gobernador de la isla y luego presidente de México, que cambia su nombre a República Plurinacional de México. Para la primera década del siglo XX, los «mexibanos» comen con picante y adoran a Nuestra Señora de Guadalupe por sobre la Virgen de la Caridad del Cobre.
    2. Santa Anna recibe la orden, gana y pierde: La guerra se extiende más de lo previsto, y la Gran Colombia, que comienza a desmoronarse, se retira de la campaña. México, finalmente, logra hacerse con Cuba. Boyer invade el resto de La Española y la repuebla con negros traídos de la mayor de las Antillas. Santa Anna es nombrado gobernador de Cuba, que quedó devastada tras la guerra. La invasión también deja débil al Estado mexicano. Estados Unidos invade México en 1833. El Tratado Guadalupe-Hidalgo se firma tres años después. Estados Unidos fuerza a los mexicanos a aceptar la mitad de Texas a cambio de entregar Cuba.
    3. Otra.
    4. Lo que pasó: Vicente Guerrero nunca dio la orden. Los españoles desistieron de reconquistar México y se parapetaron en Cuba, a la que defenderían con uñas y dientes por ser la única colonia valiosa que les quedaba en América. Aplacados estos miedos, la mayoría de los jefes mexicanos también abandonaron el proyecto. Guerrero, además, tenía por entonces demasiados problemas domésticos como para arriesgarlo todo en una invasión al Caribe. Antes de terminar el año, fue traicionado por su vicepresidente. En 1831 sus enemigos lo capturaron y fusilaron. El gobierno de Estados Unidos informó al Capitán General de Cuba, Francisco Dionisio Vives, de la conspiración. Decenas de personas fueron arrestadas en la isla, pero solo seis fueron condenadas a muerte.

    El filibustero de ojos grises

    1854. A pesar del fracaso de su conquista de Sonora y de aquel duelo en que le volaron de un disparo un dedo del pie, dejándolo medio cojo, William Walker tenía su estrella. Algo en él gustaba a la gente, sobre todo en los bajos fondos de San Francisco, donde reclutaba vagabundos para convertirlos en soldados. Dicen que hace muchos años fue un buen muchacho, que estudió en París y sabía la Biblia de memoria, pero que algo de animal salvaje y rabioso despertó en él cuando se le murió su prometida de fiebre amarilla. Aquel par de ojos grises de muerto o de viejo ciego, que tan bien le iban a su cuerpo flacucho y pálido, se convirtieron entonces en los de un demonio.

    Cuando lo vio, Domingo de Goicuría supo que estaba ante un líder nato. Las ideas más absurdas, dichas por él, sonaban posibles. Hacía tiempo que el cubano quería conocer al intrépido articulista que un día abandonó la pluma para irse a anexar Sonora a los Estados Unidos, y que hablaba de la necesidad de invadir Nicaragua desde que supo que por allá construirían un canal transoceánico. Ahora, frente a él, le ofrece un trato: el apoyo de varios cubanos exiliados en Nueva Orleans y contactos de importancia (como Jefferson Davis, el secretario de Guerra) a cambio de que, luego de conquistar Nicaragua, reuniera un ejército para liberar Cuba. Walker, confiado en la victoria, acepta.

    Goicuría parte con él y su banda de filibusteros, que el estadounidense hace llamar «Los Inmortales». Desembarcan en Nicaragua, y en cosa de semanas ya están involucrados en una guerra civil en la que llevan tiempo matándose legitimistas y democráticos. Walker interviene al principio del lado de los democráticos y logra alguna que otra victoria, la mayoría pírricas, solo posibles gracias al insólito apoyo que recibe de un considerable número de campesinos pobres que lo adoran como a un Mesías. «El predestinado de ojos grises», comienzan a llamarlo gracias a una vieja profecía popular que habla de un período de esplendor y paz que llegará al país de la mano de un hombre con ojos de ese color. La historia de Walker, cada vez más, parece sacada de una antigua epopeya.

    Los cubanos de la tropa comparten el deseo de sumar a Cuba a los estados sureños de Estados Unidos y el recuerdo del buen nombre de Narciso López. No son mayoría entre los Inmortales, pero sí tienen un peso considerable en el ejército. El coronel Francisco Lainé, por ejemplo, es el secretario de Walker y quien traduce sus escritos, mientras que Goicuría hace de consejero y se destaca como uno de los oficiales más eficientes, si por eficiencia entendemos masacrar poblados de opositores más o menos indefensos.

    El jefe de los filibusteros decide entonces hacerse con el poder en Nicaragua, y para ello amaña unas elecciones. En su investidura anuncia algo que a Goicuría no le sabe bien: no solo pretende anexar Nicaragua, sino toda Centroamérica a los Estados Unidos, y para eso está dispuesto, si es preciso, a enfrentarse a los ejércitos de Costa Rica, Honduras y Guatemala, aunque estos cuenten con el apoyo del Reino Unido. La Providencia lo trajo hasta aquí para triunfar y, a medida que sus victorias se conozcan en Estados Unidos, más embarcaciones de aventureros vendrán para unirse a sus Inmortales. Lo único que hace al cubano mantenerse junto a Walker es que, casi al final de su discurso, promete ir con las tropas de su república centroamericana a expulsar del Caribe a los españoles, y hace mostrar la bandera de Teurbe Tolón junto a la de Estados Unidos y la de Nicaragua…

    Opciones:

    1. Walker se queda en Nicaragua y cumple su promesa: Domingo de Goicuría mueve todas sus influencias para proteger el proyecto del filibustero. Va en misión diplomática a Reino Unido, donde lima asperezas con la Nicaragua de Walker. Este, en premio, le ofrece soldados, armas y barcos para invadir Cuba. Mientras, los esclavistas del sur piden al Congreso que reconozca Nicaragua y Cuba como territorios estadounidenses. Los abolicionistas están en contra, sobre todo porque Walker reinstauró la esclavitud. Poderosos políticos y hacendados estadounidenses financian la campaña de Goicuría, quien recibe un considerable apoyo en la isla. La tecnología de sumergibles militares se desarrolla a un ritmo vertiginoso e impide la entrada de buques españoles en el Caribe. En 1860, el presidente Buchanan (presionado por los senadores Seward y Cameron, así como por los candidatos republicanos Lincoln y Chase) prohíbe la intervención de ciudadanos estadounidenses en la guerra en Cuba. Inmediatamente, los estados del sur se constituyen en los Estados Confederados de América. Estalla la Guerra de Secesión antes de las elecciones presidenciales. Gana la Unión. Cuba se convierte en una república dependiente de Estados Unidos. Dos años antes, los países de Centroamérica aprovechan este caos para liberar Nicaragua. Walker es fusilado en 1864.
    1. Walker invade Cuba: William Walker es derrotado por las tropas costarricenses. Regresa junto a Goicuría a Estados Unidos, reclutan más hombres, y se embarcan rumbo a Cuba. Su campaña tiene éxito. En seis años logra expulsar a los españoles. Inmediatamente, se autoproclama presidente vitalicio. Domingo de Goicuría, su vicepresidente, da un golpe de Estado. Walker es fusilado. Tras la Guerra de Secesión, los cubanos comienzan una guerra civil entre abolicionistas y esclavistas. Ganan los primeros con el apoyo del presidente Grant. Cuba se convierte en una república dependiente de Estados Unidos.
    2. Otra.
    3. Lo que pasó: El gobierno de Walker era endeble. Honduras, Guatemala, El Salvador y Costa Rica se unieron para echarlo de Centroamérica con la ayuda del Reino Unido. Lainé fue ejecutado por el ejército centroamericano; Walker, en represalia, fusiló a dos altos oficiales guatemaltecos que tenía prisioneros. Walker y Domingo de Goicuría tuvieron fuertes diferencias en materia política. El cubano no confiaba en que el estadounidense invadiera Cuba ni compartía sus verdaderas intenciones: hacer de toda Centroamérica un nuevo país gobernado por una tiranía. Goicuría fue enviado a Inglaterra a negociar la neutralidad del Reino Unido, pero nunca llegó a su destino. En Nueva Orleans, donde debía hacer escala, abandonó al filibustero a su suerte. La mayor parte del contingente cubano de la tropa se mantuvo junto a su líder. Estados Unidos, temiendo un conflicto directo con los británicos, prohibió la salida de expediciones hacia Nicaragua. Walker quedó desprotegido y se rindió a inicios de 1857. En su país fue recibido como un héroe. Desde allá organizó dos nuevas expediciones a Nicaragua, pero fracasaron. Una cuarta expedición logró llegar a costas hondureñas, pero él y sus hombres fueron apresados al poco tiempo. Fue fusilado el 12 de septiembre de 1860 en Trujillo, Honduras. Tenía 36 años.
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    Darío Alejandro Alemán
    Darío Alejandro Alemán
    Nació en La Habana en 1994. Periodista y editor. Ha colaborado en varios medios nacionales e internacionales.
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