A mí no me gusta la política pero

    Madre, te escribo esto porque cada llamada que nos hacemos me deja pensando, desconsoladamente, en la familia. Te escucho —no creas que no—, te escucho cuando hablas de las reuniones familiares y demás cosas que me estoy perdiendo por haberme ido lejos; siéndote sincero, sin saber bien para qué. No tengo metas claras, ni objetivos definidos. Quiero vivir, en la medida de lo posible, bajo mis propios términos. Supongo que, como todo el mundo, yo sigo buscando una forma de hacerlo. Mentiría al decirte que la he encontrado. Ni siquiera sé bien lo que busco. ¿Bajo qué términos quiero vivir?

    Estoy enamorado, no sé si lo sabes. Sabes, por supuesto, que me voy a casar, que ya me he casado de cierta manera, de la manera que me importa, y que mi novia y yo en un futuro no tan lejano queremos vivir juntos, porque ahora mismo es imposible. Pero no sé si sabes que estoy enamorado, y eso a veces me preocupa. Me gustaría haberte hablado más de este sentimiento, el amor, que tanto me ha confundido siempre. Una vez me dijiste que no me enamorara nunca, que eso solo trae sufrimiento. 

    No sé de qué película saqué la pregunta que te hice después. Te pregunté, con otras palabras, si el sufrimiento pesaba más que el amor cuando este «termina». Supe, por tu silencio, que no querías contestar esa pregunta. Supe, además, que yo quería amar arriesgándolo todo. Lo que a veces me dijeron por temor, con la intención de protegerme, era una protección desde el miedo, no desde la coherencia. Yo nunca he querido tomar decisiones basadas en el miedo porque, en las facultades de mi juventud, siento que detrás de ese miedo está mi verdadero ser. 

    Estoy enamorado y a veces temo no estar a la altura de mis sentimientos. No debería elevarlos demasiado, porque es tan simple como dejarse querer. Las emociones son como las olas. Hay que sumergirse en ellas, no poner resistencia para que pasen y no te revuelquen. Si acaso impulsarse en ellas para llegar a la orilla. De eso trata mi escritura a veces, btw. La orilla. 

    Todos los días veo venir la pregunta: ¿cuándo vas a volver? O: tú vas a regresar, ¿verdad? En realidad, no sé qué decirte. Lo pienso y me entran ganas de llorar. Yo también los extraño. Quisiera estar ahora mismo con ustedes. Ha habido tantas separaciones, mamá, que la verdad me siento culpable de ser otra más en tu vida. Pero al mismo tiempo pienso que ya no hace la diferencia. No sé cargar con todo este bagaje —ojalá me ayudaras—; por eso me alejo. 

    No estoy hablando de ti. Es de mí de quien hablo, del silencio que me ha vuelto ansioso y fastidioso. Yo comencé a callar lo que sabía y sentía mucho antes de que viniéramos a los Estado Unidos. Pregúntame desde cuando sé lo que pasaba entre tú y mi papá de noche y a veces de día. Pienso, en ocasiones, que hablo mucho sobre este trauma, y otras siento que nunca lo he conversado con nadie sin poner barreras. Hay barreras tan ancladas, mamá, que la mayoría del tiempo las olvido y solo las recuerdo en la confianza de mi soledad. Solo me tengo a mí para conversarlas. E´ difícil.  

    El otro día recordé, por ejemplo, que por ti he querido ser poeta. Porque la gente hablaba de ti como una talentosa poeta, y eso me encantaba. Siempre quise que desenterraras tus cuadernos, los que por curiosidad leí alguna vez de pequeño. Me encontré frente a un dolor —un sufrimiento, mamá— que no entendía, para el cual no estaba preparado. Solo circularon en trabajos de la escuela tus poemas menos revolucionarios, esos que homenajeaban cosas en las que no creías, como la santidad de los héroes. 

    Me da hasta gracia pensar en qué basamos las decisiones. En mi adolescencia tuve esta idea épica de la poesía; alguna vez me dijeron que tenía una frustración con los héroes. Por eso mi gata se llama Arya, Iguesss. Si tú vieras… No sé en qué momento decidí practicar la escritura, pero han pasado dos, tres mares en olas de idealizaciones y sigo encontrando motivos para abrazar el amor y el conocimiento a través del lenguaje. 

    No hablamos lo suficiente, y cuando hablamos no me sentí escuchado. Cómo se supone que responda a tus preguntas cuando nos mentimos el uno al otro, y eso es todo lo que hacemos, en verdad, mentirnos. 

    Te voy a decir que aquí puede que me paguen mejor, que la vida cuesta menos, que estoy más tranquilo, sin atormentarme. Y en parte eso es cierto. Te voy a decir que no me gusta pasarme horas en el tráfico, que aquí tengo otras oportunidades. Te advierto que mis razones y excusas no se vuelven menos egoístas en lo que sigue. 

    Esta es la gran paradoja. Hace años pienso demasiado en las diferentes formas en que me relaciono con el mundo, y soy incapaz de relacionarme como quisiera con ustedes. ¿Qué nos falta para tener confianza el uno al otro? ¿Cariño? Tal vez, ¿ternura? La facultad de transformar el dolor en algo sincero, algo inofensivo. 

    A lo mejor no vuelva a Miami hasta que no encuentre una solución para esto. Hemos tenido grandes enfrentamientos y, luego de un tiempo sin hablarnos, retomamos nuestra relación como si nada. ¿En serio no ves este muro que hay entre los dos?  

    Sería una exageración decirte que no voy a volver por las mismas razones que quizás tú no has vuelto a Cuba. No hoy, que está de pinga aquello. Digo en los últimos diez años. No has vuelto porque nada te ata y sientes que sería terriblemente incómodo. No estoy hablando solo de incomodidades físicas como el calor, la guagua y los mosquitos. Tampoco estoy hablando nada más de política. Me refiero a las incomodidades del alma, como mostrarte a tus viejas amistades y verte a través de sus ojos.  

    Yo no voy a regresar a Miami, al menos no de momento, porque es un ambiente cargado de rencores, frustraciones y miedos con los que ya no puedo. En los dos años que estuve de docente en Miami sentí el odio con que ahí son percibidos y catalogados algunos de mis posicionamientos frente al mundo. Te puedo dar ejemplos de agresiones, más o menos comunes, que viví allá (y que nadie allá, a lo mejor ni tú, ve como agresiones). 

    *** 

    Visitando a mi abuela unas semanas antes de que falleciera, hace ya un año, mi papá le dijo a la enfermera —una señora de mediana edad, fuerte y también ansiosa— que yo era maestro y demócrata. Es raro con pinga que te presenten así. Me enoja. Yo no me presento a nadie, en mi vida privada, ni por mi profesión (que otros llaman «vocación») ni por el partido que voté en las últimas elecciones. También es raro que en medio de una conversación paren a preguntarte: ¿Ahh, tú ere’ de izquierda? Me dan ganas de hacer como Juan Gabriel y decirle: Papi, lo que se sabe, no se pregunta. El lío es que, tras semejante presentación, la enfermera le dijo a mi papá que «ellos» son los que quieren poner esto aquí como eso allá, y están «adoctrinando». Wtf

    Todo eso como si yo no estuviera presente. No iba a discutir con una persona cuya realidad anula cualquier cosa que yo pueda decirle. ¿Qué puedo decirle a una madre que salió de eso y está luchando por lo que aquí tiene la libertad de luchar? Nada, cero. No seas arrogante, me digo. Cállate la boca y dale un beso a tu abuela, que en par de semanas no la ves más.  

    Pero me jode, mucho. Me jode porque yo también crecí en Cuba y sé lo que es estudiar lemas y mentiras. Sé lo que es un currículo de propaganda y entiendo la miseria que sucede al poder dogmático. Me hubiese gustado decirle a la enfermera que el director de mi escuela anuncia todas las mañanas por un megáfono: «Teachers, it is your job to make sure your students stand up and say the pledge of allegiance». Sí, tá bien. Eso es un matutino con otro lema. Y yo no salí de Cuba para caer en tamaña ridiculez. Además, no te voy a decir quiénes eran los estudiantes que no se levantaban para decir el fucking pledge

    ¿Tú sabes lo qué es el pledge? Googléalo un momentico. El pledge es un juramento a la bandera de los Estados Unidos. Fue escrito en 1885 por un capitán del ejército norteño que después publicó libros sobre cómo enseñar «patriotism» a los niños en las escuelas públicas. En su primera versión, el pledge era algo diferente, más largo. Luego, en 1892, cuando el mundo cumplía el cuarto centenario de la llegada de Cristobito Colón a lo que fue posteriormente llamado América (un lugar más grande que los Estados Unidos), un vocero del movimiento Christian socialism revisó un verso del pledge original para una revista, en celebración del «descubrimiento». ¡Oh descubrimiento! Y ese mismo año, este tipo, Francis Bellamy, convenció al Presidente para hacer el 12 de octubre holiday nacional, lo que unos llaman «Colombus’ Day» y otros «Indigenous Peoples’ Day». Miles de revistas llegaron a las manos de niños en todo el país con el objetivo de que recitaran ese verso. Cincuenta años después, el Congreso de los Estados Unidos adoptó el verso como ritual y en 1945 se le llamó «The Pledge of Allegiance». La revisión tal vez más interesante que se ha hecho del verso original fue en 1954, por el día de la bandera, cuando añadieron las palabras «Under God». Esto dice la Wikipedia. 

    Te aseguro que el director de mi escuela no es comunista ni socialista. Sin embargo, manda a repetir lemas. En su primer año —el único que compartimos en la escuela— mandó a botar todo el almacén de libros. Yo no daba crédito. Una escuela botando libros. Yo cogí lo que pude. Algunos de mis estudiantes cogieron libros de Emily Dickinson y George Orwell. Muchos otros los doné. 1984, tapa dura, dos, tres class-sets enteros (25-35 copias). Narrative of the Life of Frederick Douglass, tapa dura, cajas y cajas de copias. The Life of Pi… Eran muchos, libros nuevos, sin abrir. Muchos se botaron al final. Para empezar… cuando avisaron que podíamos ir y coger los que quisiéramos para nuestras clases, ya habían botado uno o dos latones. Y era mentira lo de que nos quedáramos algunos; al final este año los hubiese tenido que eliminar de mi aula igualmente. 

    Yo nunca intenté ocultar quién soy en la clase. Si tú crees que se puede enseñar algo a niñxs y adolescentes sin traer lo personal, lo cultural, lo tradicional, lo popular y lo controversial a la clase, no sabes nada de pedagogía. Si tú crees que puedes pedirles respeto a tus estudiantes sin respetarlos primero, eres un tirano. Si tú crees que lxs niñxs son propiedad de los padres, como si crees que son propiedad del Estado, reflexiona sobre lo que consideras derechos humanos

    No ocultar quién soy no implica imponer mi palabra a los demás. Significa que mi primer juramento del día no es a una bandera; es a mí mismo y a ti. Pero no al símbolo con que te identifiques. Yo quiero muchísimo a mis estudiantes, y pienso que el docente que no pueda decir esto es mal profe. Los estudiantes y las personas no son un medio para un fin, punto. 

    Yo quise ser profe porque la adolescencia me parece una etapa en que decides, de cierta manera, el trayecto de tu vida demasiado pronto. Se les exige mucho a los jóvenes, se les acompaña muy poco. Se les exige a los adolescentes y no se les deja decidir. Para mí fue una época de transiciones difíciles, y no pude confiar en alguien para que me ayudara a transitar cosas como la ruptura, el despecho, la traición, la violencia, lo que el mundo esperaba de mí como hombre y «privilegiado» que llegó al primer mundo aún chiquito, a tiempo para aprender inglés y adaptarse: es decir, asimilarse, volverse gringo. 

    Aquí hay tanto que quieren resolver con «counseling», y los «consejeros» no se ocupan de conocer a sus estudiantes. Yo lo he visto. Hubo un año en que botaron a una muchacha de la escuela porque estaba arrastrando demasiados «créditos» y no iba a poder graduarse a tiempo. No iba a poder pasar los exámenes estatales. Todo eso baja la nota de la escuela. Cuando las notas de las escuelas están muy bajas viene un director que hace cleaning, limpieza, y bota a un pocotón de estudiantes cuyo rendimiento es bajo. A veces porque la vida se cuela en la escuela. Expulsaron a la muchacha y la mandaron a completar sus créditos online; la madre no sabía cómo inscribirla en ese programa. 

    Para mí «counseling» fueron algunos amigos; la persona que me regaló un libro a los 17 años y la persona que me habló sobre ética. Donde me sentí más seguro fue en las clases de Literatura, y esas en las que la profe pedía ensayos sobre temas como el rol de los Estados Unidos en los conflictos armados de los últimos 50 años. También me gustaban las clases de Historia, pero me hacía sentir incómodo que el profesor dijera que los emigrantes solo venían buscando un mejoramiento económico. Es fácil explicarlo todo desde el punto de vista económico; es muy simple. A ver, dime, cuéntame, ¿qué es la economía? ¿Cuál es el mercado ese que fluctúa? ¿Qué corrientes mueven eso que fluctúa, mi amor? Edúcame, plis

    Yo quise ser profe, simple y llanamente, para acompañar a estudiantes de ESOL en esa etapa que llamamos high school. Para hacerles caso, porque a mí poca gente me hizo caso, y nadie me dijo cómo se entraba en una universidad hasta que llegué a ella. Solo cuando entré me dijeron cómo se entraba. Y me dejaron claro que no se entraba una sola vez, sino que había que seguir entrando por el hueco de la aguja. 

    Mirar el espacio público desde una perspectiva feminista, tener en cuenta múltiples contextos históricos a la hora de hablar de ciertos temas y no dar normatividades por sentadas, entender lo que conecta lo político a lo social a lo cultural, ser antirracista y, sobre todo, no repetir las estupideces del patriotismo arrogante de los lemas y las consignas, eso no es una mirada que oprime, ni que adoctrina, y tampoco es peligrosa. Lo peligroso es el fundamentalismo, o la clave de que el racionalismo es Dios todopoderoso. Es mentira. Hay realidades que anulan tu racionalismo. ¿En serio te hace falta una lógica para entenderlo? Te quiero. Porfa, no seas arrogante. Saca la cabeza de you-know-where.  

    Iguess, lo que trato de decir es que a mí no me gusta la política, pero la política no me deja. ¿Qué se supone que haga un docente cuando un estudiante le grita a otro «maricón»? Peor, ¿qué se supone que haga un docente cuando un estudiante le dice o le pregunta «ou se masisi» («you are gay»)? ¿Si una estudiante va a tu mesa y pregunta si su cuento para la clase puede «tener lesbianas» en el argumento? Es ignorante pensar que son los maestros quienes meten la vida en la clase. Puede que yo meta la literatura en la vida. Pero, en la clase, la vida entra sola. Deal with it. Cualquier medida que intente parar eso es un dique en el océano. Es un prejuicio. Los padres que quieren poner leyes en las clases y no ponen control ni en los esmarfons de sus hijxs son más ingenuos que’l carajo. Les tendría mayor empatía si no me hicieran la vida un yogurt. 

    Aun con lo ansioso y fastidioso que soy, el director y la subdirectora de la escuela me dijeron que tendría las puertas abiertas cuando quisiera volver. Hay madres que se quedaron con mi contacto y a veces me han escrito. Pero, sobre todo, hay días en los que recibo mensajes como este: «Le quería agradecer por las cosas que me enseñó ya pase el SAT y pues en parte fue gracias a usted un abrazo profe cuídese mucho».  

    Lo que dice la gente o la enfermera no debe preocuparme, pero, coño, a veces duele. Deshumaniza. Para mí la política no es una cosa de despachos ni de congresos, a veces ni siquiera de Poder. La política es la estructura de las relaciones humanas. La política es algo que atraviesa todo mi ser. 

    El amor es político porque es uno de los factores que estructuran las relaciones humanas. El amor conlleva el sufrimiento, también el odio: son sus polaridades. 

    Amor es otra palabra que usamos para nombrar la felicidad. ¿Qué hay más político que la felicidad? El sentimiento que inspiró a los redactores de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos. Isn’t the pursuit of Happiness the same as the pursuit of Love? I wanna know who’s allowed to pursue Love and Happiness in this goddamn place

    And who isn’t? 

    And why? 

    ***

    Todo esto para decirte, mamá, que no me esperes pronto. Lo siento, si no te gusta, si te duele. Allá no tengo ni profesión. No todo el mundo quiere ser ingeniero. 

    Otro día te hago el cuento de la noche que un tipo, después de escuchar la canción «René», de Residente, y afirmar que ese sí era un rapero salvaje, me dijo que a esos manifestantes de BLM había que caerles a patadas. Con casquillos de hierro en la punta de las botas. Sabiendo que ese día yo venía de una movida en FIU [Universidad Internacional de la Florida, por sus siglas en inglés]. No te voy a decir por donde quería él que le dieran las patadas porque sería muy fácil hablarte de la homofobia que se cuela en el argot popular y pasa por cultura. Otro día te hago el cuento de cómo salí corriendo, fracasado, de aquella casa, a la que había ido solo para jugar dominó. 

    Cualquier día de estos espero a un trovador en Miami haciendo canciones con discursos de dictadores latinoamericanos. ¡Agárrate, qué hay pa’ escoger! Revisados tal vez como el Pledge of Allegiance por Francis Bellamy. Cualquier día de estos ese tipo, el goberneitor, suelta una frasecita como diversionismo ideológico… ¿o cómo era? ¿Tú sabes que ahora el David no se puede enseñar por un simple detallito?   

    Por ahora estoy bien, mamá. Extrañando a Meli. Me preocupa a veces que este silencio desde el cual escribo sea demasiado largo. Y acabe afectándola. No vale la pena poner el trabajo por encima de la familia, pero la escritura para mí no es trabajo. 

    Es una orilla donde aprendo a nadar. 

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