La habitación de Ernest Hemingway

    Las cortinas de la habitación son de tul, transparentes como velos de novia. Cubren persianas que dejan ver los pocos turistas que van dando tumbos hasta la Plaza de Armas y la entrada de la calle Mercaderes, con su olor a sándalo quemado que sale de la tienda Marco Polo.

    Estoy en la Habitación 511 del Hotel Ambos Mundos, sobre el único piso de La Habana Vieja por el que caminó descalzo Ernest Hemingway. Un piso amarillo Nápoles, donde se combinan rombos y florecillas. Estoy viendo la máquina Royal con la que escribía y sus espejuelos redondos de Papá Noel. Parecidos a los que usaban Joyce y Chéjov. De ese tipo de espejuelos que solían llevar los escritores estrellas de la primera mitad del siglo XX. Dos círculos plateados y varillas de gorrión.

    Junto a la máquina de escribir hay una cigarrera con el dibujo de un pez aguja. La guía me aclara: «Él dejó de fumar porque se convirtió en cazador…»

    Y los cazadores tienen esa ley. No fuman. Nunca. Necesitan proteger su olfato.

    En una pared, cercana al balcón, hay dos cornamentas. Una es de gacela y la otra de Ñú.

    En una pared, cercana al balcón, hay dos cornamentas. Una es de gacela y la otra de Ñú.

    —¿Estas las cazó él? —pregunto a la guía.

    —Claro, claro. ¡Los mató él mismo!

    ***

    Uno de los cuentos más famosos de Hemingway sucede en un lugar como este, en una habitación de hotel. Se titula «El gato bajo la lluvia». La mujer del cuento es una americana que se hospeda junto a su esposo en el segundo piso del hotel, frente al mar. Y mira, como yo ahora, por la ventana de la habitación, solo que, a diferencia de mí, que veo una tarde de noviembre cayendo sin piedad sobre Casablanca, ella ve un gato, un gato que está mojándose bajo la lluvia, pobrecito, y se lo comenta a su esposo, porque quiere tener ese gato con locura, lo desea… Pero el esposo le dice que se calle y que se ponga a leer. Al final, alguien sí envía el tan ansiado gato a la habitación del hotel.

    Un hombre.

    Es un cuento sobre un matrimonio en el que ya la mujer no se divierte y en el que algo va a pasar. Parece que al hombre del cuento le da igual el gato, cuando quien le da igual es su esposa. El gato es la punta del iceberg. La acuñada técnica de escritura de Hemingway. Una octava parte de la historia es todo lo que lees. Un finísimo truco de magia. En el cuento, que sucede en una habitación como esta, con una cama y dos mesas de noche, con un espejo y grandes ventanas, y este olor con el que amenaza el mar.

    ***

    La guía, con su voz de guía, con su vestido de lino tan bien planchado y su broche con la cabeza de un Hemingway viejo y rollizo, me cuenta que el escritor norteamericano vivió aquí, de forma intermitente, entre los años 1928 y 1939. «El escribía de pie…» Y sigue: «Tenía una rodilla afectada, una herida de guerra, desde la Primera Guerra Mundial.»

    Habitación 511 del Hotel Ambos Mundos
    Habitación 511 del Hotel Ambos Mundos / Imagen: Katherine Perzant

    ***

    Si no estuvieran estos cordones de terciopelo color cereza que impiden al visitante pasar al baño o sentarse en la cama, la habitación sería un lugar común. Otra habitación de hotel como las miles que hay en La Habana. Pero esas barreras que susurran «ni un paso más», te recuerdan que estás en un lugar donde durmió y vivió y tuvo sexo un hombre que ganó un Pulitzer y el Nobel. Su retrato está en la pared, sobre la cama. Lo pintó un amigo suyo, Waldo Pierre, y lo tituló «Kid Balzac», porque en la época en que lo hizo, Hemingway se parecía al escritor francés: cachetes abultados y rosáceos, piel blanquísima, flequillo oscuro cubriendo la frente, donde había entonces algo de inocencia.

    ***

    La única habitación del hotel que tiene un librero es esta. Hemingway se lo encargó a un carpintero de nombre Pancho. ¿Qué títulos habrá guardado él aquí? Me pregunto viéndolo. Es un librero sencillo, tal cual un librero debe ser. Un librero es más o menos lujoso por los títulos que guarda. Este muestra múltiples ediciones de los libros más famosos del escritor: Tener y no tener, El viejo y el mar, Por quién doblan las campanas. Casi todos en inglés. Casi todos con un lucero dorado.

    Es muy irónico ver todos esos libros con su nombre porque según cuenta Hemingway en París era una fiesta, todo cuanto tenía él en los años veinte era hambre. Y entonces y siempre, el hambre será para un artista una buena disciplina. Sylvia Beach que llevaba hace cien años Shakespeare and Company, la librería parisina, tenía que prestarle a Hemingway los libros, porque sabía que no tenía cómo pagarlos. Ah, pero en esa época Hemingway tenía una esposa, un hijo y un gato, y era tan pobre como tan feliz. Después llegó el pez globo. Y las lecturas frente a la gente rica. Y pasaron las cosas que pasan cuando a uno se le olvida qué importa realmente en la vida. Ese es su libro más triste y bello, y aunque a mucha gente le ha parecido simple en cuanto a la escritura, es un libro devastador.

    Objetos de Ernest Hemingway en la habitación 511 del Hotel Ambos Mundos
    Objetos de Ernest Hemingway en la habitación 511 del Hotel Ambos Mundos / Imagen: Katherine Perzant

    ***

    En un ropero con puerta de vidrio cuelga una chaqueta Louis Vuitton y un Chaleco Abercrombie&Fitch. Debajo hay un baúl rectangular, de cuero, casi cubierto por pegatinas de aduanas. «Él tenía muy buen gusto», dice la guía. Lo confirma un tanto orgullosa, como si lo hubiera visto, en verdad, alguna vez.

    ***

    Sobre un aparador hay una cabeza que imita a la suya, parece hecha de piedra o estuco. O las dos cosas. Es una cabeza a tamaño real y me da la impresión de que a él no le habría gustado mucho. Al lado, como un karma, ponen una foto donde Hemingway mira una cabeza de búfalo, su trofeo de caza. Y los cuernos parecen cantar su nombre.

    ***

    En el año 1961 Hemingway se suicidó. Un pie en el gatillo de la escopeta y el cañón en la boca. Sin embargo, la guía no me cuenta eso. Un suicidio no tiene ningún fin comercial. Sí me habla de los gatos que él tuvo, de su casa en Finca Vigía, de su amistad con el dueño de Sloppy Joe…

    ***

    Los lugares en que otros vivieron, y se conservan tal cual para el público, terminan volviéndose máquinas del tiempo. Formas de volver sobre el pasado. Me pregunto desde cuál de estas ventanas a Hemingway le gustaría ver La Habana, o si acaso no era de ese tipo de gente, de la gente que mira por las ventanas…

    La guía no habla sobre eso.

    En esas visitas se dice mucho sobre lo objetivo: fechas, nombres, números. ¿Habrá llorado Hemingway aquí alguna vez? ¿Se habría enamorado entre estas paredes? ¿Escribiría aquí el borrador de alguno de sus mejores cuentos? ¿Se quedaría en vela alguna noche y bajaría a caminar cerca del mar?

    Todo esto, que también define la vida de un hombre, no queda para el futuro. Quedan los tristes telegramas. Los trofeos. Quedan las fotos de prensa. Y las cartas.

    ***

    En el que yo considero su cuento más desgarrador («La capital del mundo»), dos chicos jóvenes, Paco y Enrique, usando una silla como si fuera un toro, volteada y con cuchillas atadas en las patas que simulan los cuernos, entrenan en la cocina de un hotel, jugando a ser toreros.

    Jugando con el peligro.

    Es un cuento, como decía antes, desgarrador, pero sucede en Madrid, y hay un vigor en cada palabra y un halo de tauromaquia que lo hace un cuento bellísimo. Y al final, cuando un chico empuja demasiado duro la pata de la silla, contra el cuerpo del otro, desangrándolo, parece que uno hubiese leído un cuento de amantes. Lo he recordado viendo que la única silla que está en esta habitación, en la habitación 511 del Hotel Ambos Mundos, frente a la máquina de escribir de Ernest Hemingway, tiene la pajilla del fondo levemente levantada. Como si un muchacho hubiera jugado con ella a ser un toro toda la noche.  

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    Katherine Perzant
    Katherine Perzant
    Ha sido funambulista y chainsmoker. Como el Paterson de Jarmusch, escribe poemas que nunca publica. Posee una debilidad alarmante por los puentes y las boyas. La toman, tan a menudo por extranjera, que se siente así en todas partes. Quisiera creerle a Issa, que le sobrevive, le sobrevive a todo, la frialdad.
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