En 1911 dos catalanes fundaron La Polar, sus nombres, Zorrilla y Giraudier.
Con Polar se disfruta más. POLAR conquista amistades… refresca y reanima. POLAR es la cerveza para usted: ¡Deliciosa! ¡Burbujeante! ¡Invitadora!
En el 2021 una editora y realizadora cubana visitó las ruinas de la fábrica; su nombre, Joanna Montero.
Si agotado o por cansancio/se siente flojo, verá/que con Polar se refresca/se reanima… y además/el corazón se le alegra/y vuelve a pedir Polar.
Puentes grandes. Jardines de la Polar. Río Almendares. ¿Heterotopía? Escurridiza y salvaje, hipnotizada por la huella productiva, Joanna Montero se interna en lo que fuera la fábrica de la cerveza Polar y Trimalta Polar.
A modo de travelling fragmentado chocamos con un espacio que no dominamos. Del movimiento quedan los sobresaltos, las pausas, la medición del tiempo. Ella procura documentar su hallazgo sin titubear, más bien, se esfuerza en ilustrar la exaltación inherente del lugar. Se detiene al tropezarse con anacronismos (cerámica roja emblemática y CHUCHO GENERAL/CHUCHO TOTALIZADOR; 4 Ton Shepard Crane y AVERÍA DE AMONÍACO), compone encuadres sostenidos por la simetría, escoge líneas y formas geométricas que destacan la aplastante presencia del esqueleto/máquina. La atmósfera fría le proporciona un aura empírea a cada escenario. Como si se tratara de un montaje marcado por el pulso de la perplejidad y el extrañamiento, no ofrece conclusiones ni se posiciona desde lo anecdótico, solo exalta lo natural del olvido, lo natural que son los recortes de modelos en un mural desteñido que nada tiene que ver con la cerveza o con el cierre de la fábrica.
No es posible desmenuzar el sentimiento radical de ser libre, ni siquiera importa vanagloriarse de ello, pero, a diferencia de esos cultos o esas propagandas que sirven para comunicar el éxito o la desgracia, visitar «lo que fuera» y registrar «lo que será» —sin saberlo—, nos concede el testimonio en primera persona de una naturaleza que se lo ha tragado todo. Me refiero a una naturaleza orgánica, la de mala hierba, hongos y líquenes, sedienta y justa, y a una naturaleza de otro orden, atroz, negligente y ajada.
Cierta estética del colapso es inherente a estas imágenes; la desaparición o la extinción, ganas de activar el mecanismo sin que la observación se agote en verificar cuánto se ha dañado, qué significa el término «expropiación» o cuáles son las causas de esta historia incompleta.
Ganas de que un oso polar se asome por alguna hendija y se burle de su propia suerte. Ganas de que alguien esté espiando a la fotógrafa para redactar un informe, mientras el lugar sirve de locación para una película. Ganas de que chorree a borbotones cerveza por todas las tuberías y que se celebren banquetes los fines de semana. Lo que ocultan las ganas no es pesimismo, es especulación sobre el futuro, ensoñación, edición.
Joanna Montero no busca reconciliarse con el deterioro, solo percatarse de su sucesión como hábitat de lo improducible, de su erótica que no viene empaquetada o edulcorada, porque ella detesta los artificios complacientes y conoce de sobra las herramientas para crear nuevas narrativas.
La serie se sostiene por una metáfora sin trucos. En lo fantasmático o fascinante de la ruina, la mirada busca la fusión/confusión. Uniformidad y repetición como resistencia. Lujo impensable y decadencia grotesca como notas de la expedición fotográfica. ¿Quién tiene la audacia de controlar nuestros deseos de revivir algo que yace, entre la oxidación y la mala hierba, como un sueño?
Se difumina un sueño de 1911, del 7 de septiembre de 2021, de publicidades ilustradas a color, de PUNTOS CONTRA INCENDIO y de alguien que custodia el jardín. Escurridiza, salvaje, olla de cocción, enredadera, círculo, fermentación, maduración y acondicionamiento serían las acciones soñadas, las que alientan ese travelling sensible, a pesar del amoníaco.
Cuando descubrí estas fotos, pensé en la persona que se concentra durante horas y días para editar una escena, pensé en el procedimiento inmediato de visitar ese espacio y ágilmente dejarse llevar por lo corrosivo de su aridez y su belleza, en esas reminiscencias que quedan luego de un corte, en esos gestos de actores que solo ella recordará, porque su memoria está destinada a sutiles emociones y pérdidas. Hay una naturalidad en su observación que se compone de grietas, ¿heterotópicas?, no sé, ahora veo cómo: «¡El corazón se le alegra y vuelve a pedir Polar!».
(Fotografías de Joanna Montero. Texto de Martha Luisa Hernández Cadenas).