Carta a una huelguista de San Isidro

    Kathy, mi amor:

    Anoche soñé con todos ustedes, incluso con algunos de los que salen en las fotos pero en cuyos rostros no he reparado demasiado. Esos que tienen un rostro más parecido al pueblo cubano de hoy, un rostro menos rebelde, más difuso, más callado. Soñé las mismas cosas que me cuentas pero las soñé como si no me las hubieses contado nunca. Los muchachos iban perdiendo fuerzas y tú te desesperabas. Las bocas se les iban poniendo blancas y alguien notaba de pronto que una mandíbula se había desencajado y comenzaba a descolgársele a uno de los más jóvenes sobre el pecho. De pronto alguien empezaba a dar golpes en la puerta y yo sabía lo que iba a pasar, iba a pasar lo mismo que había pasado en el video que me mandaste un rato antes de que me fuera a dormir: alguien le iba a decir a Luis Manuel que se asomara a la puerta, él iba a pensar que era un vecino que venía a darle algún tipo de apoyo como han hecho casi todos, iba a caminar tranquilo, confiado hasta ahí. El hombre, en efecto, iba a resultar ser un vecino, pero no uno que venía a darles apoyo, sino uno que le iba a hablar sobre cómo él se dedicaba a la venta ilegal de cerveza y necesitaba por alguna razón que Luis Manuel y todos ustedes se fueran del barrio. Luis Manuel le iba a decir que nadie se iba a ir a ningún lado, como es lógico, y el vecino y otros hombres que aparecían de pronto ahí, lanzados por el brazo de la noche de Cuba, iban a empezar a romper la puerta a patadas hasta arrancarle una hoja. Y por el hueco de la hoja derribada iban a lanzar botellas de cerveza contra ustedes, y una de ellas iba a alcanzar el rostro de Luis Manuel: el pobre trozo de vidrio ciego buscándole la sangre al muchacho cerca del ojo.

    Enseguida supe que estaba soñando; porque ese es el mecanismo con el que de alguna manera he terminado consistentemente saboteando los sueños en que mi cerebro articula un discurso diferente al de la realidad. ¿Tú has visto cosa más espantosa Kathy, mi amor? ¿Tú has visto un culto más atroz al bienestar de lo conocido, un terror más grande a lo que se desconoce, que un cerebro que se encarga de que soñemos en el mismo lenguaje en que vivimos? En cualquier caso, lo que pasó anoche fue diferente, porque en el mismo momento en que me di cuenta de que estaba soñando me di cuenta también de que eso era lo que había pasado exactamente en el video que me mandaste: Luis Manuel contaba que el hombre le hablaba sobre su negocio de venta de cerveza e inmediatamente después le decía que se tenía que ir de San Isidro. Ay, Kathy, mi cerebro que no despertaba aún y que no dormía tampoco, atrapado en la zona del terror contra el que él mismo ha desarrollado tantos mecanismos. El sueño que no era sueño pero que se articulaba en el lenguaje del sueño, y la realidad de ustedes (que es el sueño de tantos de nosotros del otro lado de la puerta de Damas 955) que se articulaba en un lenguaje disparado hacia el fondo del absurdo: hacia el fondo del sueño.  

    Solo la risa me arrancó de allí. Porque en algún punto el video se traslada, sin indicios (no podía ser de otra manera para que fuese todo lo cubano que podía ser) hacia el terreno de lo jocoso, y alguien comienza a hablar de la gente que está en la esquina de la cuadra, del otro lado de la calle, y que observan expectantes lo que está pasando. Creo que es Iliana, que está filmando, quien les dice que si a ellos lo que les gusta es mirar, vigilar, pues cuando Cuba se abra al mundo ellos van a tener muchas oportunidades de trabajo como serenos, o algo así, que ella ya les tiene trabajo a todos. Seguro tú no te reíste cuando oíste que Iliana dijo eso, seguro ni te diste cuenta de que lo había dicho en medio de todo lo que estaba pasando, pero a mí me provocó mucha risa, una risa que me despertó y que mezclaba la sorpresa por la precisión de esa mujer para decir una cosa así en aquel momento, para confirmar un estereotipo que pareciera tener la precisión de un código genético, con la alegría de que precisamente fuese ese estereotipo, ese choteo, el que la salvaba de seguir llamándolos vagos o parásitos o cosas así. El que la amparaba del odio al que cualquiera se hubiese arrojado.

    Después no pude dormir más. Pensaba en ustedes, claro, como pensamos tantos a toda hora en los últimos días, y pensaba en esos otros muchachos que arrancaron un trozo de la puerta de Damas 955, un trozo del umbral del sueño. En el video alguien decía que a esos muchachos los habían mandado, que la Seguridad del Estado estaba detrás de ellos, que les pagaban cinco mil pesos para que los agredieran a ustedes. Y algo y mucho de eso hay en lo que pasó anoche. Hay tanto de eso en lo que pasó anoche que la rabia puede llegar a no dejarnos ver qué más hay. Pero por la hoja desprendida de la puerta se cuela quizás otra cosa también. Algo que viene enredado en el jadeo cansado de esos vecinos expectantes al otro lado de la calle, y que es mucho más poderoso que unos muchachos a quienes les han asegurado la canasta básica de comida para que vayan hasta su puerta a provocarlos y a darles un poco de golpes a ustedes; aunque sin dudas es algo que los atraviesa a ellos también. Algo que yo no sabría definir exactamente pero que en su forma podría parecerse a una de esas bolas que juegan los niños en las esquinas; un tiro limpio e invisible desde la región de la confusión hasta la región de la parálisis.

    Y es ese tiro el que me ha mantenido despierta todas estas horas. Es la materia del tiro lo que me ha obsesionado por largo tiempo, más que cualquier otra cosa, en lo que respecta a Cuba. Tú, todos ustedes, seguro se preguntan allá adentro qué es lo que nubla el juicio de esta gente, de todas estas personas en su mayoría además jóvenes, que miran desde la esquina de Damas 955, que miran desde todas las esquinas, desde todas las curvas del pensamiento del país, y que pareciera, sin embargo, que no pudiesen ver. Es lo que nos hemos preguntado todos quizás después de haber cruzado en algún momento de nuestras vidas, tristemente solo en el plano simbólico, la puerta de entrada de Damas 955. Tú y todos los demás muchachos, sin embargo, tienen el derecho ahora no solo a esa pregunta sino a esa otra pregunta que seguramente los debe lacerar y que es esta: ¿cómo es que los que ven, viendo, no actúan en consecuencia? Qué nubla su accionar. Es la misma pregunta que se habrán hecho tantos hombres a lo largo del siglo XX, desde el que abre un surco con su uña en la pared de la cámara de gas hasta el que alucina por inanición en los campos de Siberia. ¿Dónde están los otros hombres?

     Pero yo no tengo derecho a preguntar una cosa como esa, y si lo tuviera probablemente no sabría cómo responderla tampoco. Yo solo puedo preguntarme, con mucho cuidado, qué mecanismos marcan el pulso de la visión política de tantos cubanos, o más bien la ceguera política de tantos cubanos. Yo creo que en Cuba hay una tendencia, espiritual casi, si se quiere decir, como la ha habido en tantos otros países en los que se ha instaurado un Socialismo de Estado, que roza el oscurantismo y que es la de deslindar los aspectos de la vida personal de los aspectos de la política. Quizás tú creas que en este punto de la historia todo el mundo sabe o debería saber que una escisión de ese tipo no solo no es posible en ninguna circunstancia en la que interactúen al menos dos seres humanos, sino que la paradoja aquí, además, radica en que esa escisión es particularmente imposible en una dictadura constitucionalmente unipartidista como la de Cuba. (¡Dios!, una Constitución que establece la ilegitimidad de cualquier partido fuera del mismo partido que la crea y pareciera como si aquí yo pudiese dejar de hablar y cualquiera que leyera esta carta pudiese ya entender en el triste contenido de esa oración cuál es el problema visceral del Estado cubano).

    Pero piensa, Kathy, cuánto sentido hay en ese alejamiento, en esa repulsión instintiva casi hacia la palabra misma. Piensa en qué seductora tiene que resultar para tantos cubanos que viven en Cuba la idea de que alejándose de la palabra «política» se pueden alejar del fenómeno también, como si decir que uno no tiene nada que ver con el cielo borrara en el acto el pequeño pedazo de azul que cuelga allá arriba en proporción a nuestra cabeza. Tú y yo y casi todas las personas de nuestra generación y de tantas otras generaciones en Cuba crecimos con la certeza de que esa escisión era posible. Escuchábamos a nuestros padres, que a su vez lo escucharon de sus padres, hablar de cómo no había que buscarse problemas, de cómo permanecer en la escuela con perfil bajo en relación con cualquier tema relacionado con la política era la opción más inteligente siempre, porque la política era cochina y al parecer abstenernos de cualquier intervención pública nos iba a conservar de alguna manera más pulcros. El ejercicio del pensamiento era un ejercicio que, en el caso de que nos decidiéramos a practicar, debíamos practicar siempre en la oscuridad y el silencio del tabloncillo del sentido común.

    Y mientras crecíamos crecía en nosotros la semilla del cinismo. Y pensábamos que ser cínicos nos salvaba. Pero el cinismo, dentro de un socialismo de este tipo, tiene el mismo efecto que tienen esos fines de semana en que los pobres van al mall dentro del capitalismo: un efecto de entumecimiento mental y espiritual después de largas y consecutivas jornadas de trabajo. Nuestro cinismo nos salvaba del colapso nervioso o de asquearnos demasiado quizás a nosotros mismos, pero también bloqueaba nuestra cabal comprensión de lo que pasaba. Supongo que lo que te quiero decir, Kathy, es que yo no sé cuántas de esas personas que estaban anoche en la esquina mirándolos, estaban allí ejerciendo su derecho a ser cínicas o a ser ignorantes o a deslumbrarse con su irreverencia o a comportarse de la manera que más efectivamente las pudiese alejar de su propia humanidad, pero nadie debe perder de vista que la culpa de que todo el pueblo cubano no se pare junto, de golpe, a custodiar la puerta de Damas 955 para que nadie pueda violentar ese único recinto sagrado de libertad en Cuba es, sí, una culpa individual, pero es sobre todo la culpa de un sistema que ha jugado a fusionarse con nuestra identidad como país.

     Y yo creo, Kathy, que es de esa fusión terriblemente manipuladora y falsa, pero también terriblemente calculada y eficaz, de la que está hecha el tiro que se dispara desde el terreno de la confusión hasta el terreno de la parálisis dentro de tantos cubanos. Y unos tardan menos y otros tardan más en darse ese golpe en la cabeza que merecemos todos los seres humanos, ese golpe que fija la transición de nuestra niñez política a la adultez o al comienzo de la adultez. O sea, ese momento en que por primera vez nos cuestionamos con toda la energía y la concentración a la que podemos echar mano, el statu quo que marca el pulso de nuestras vidas. Esa primera vez en que nos sacudimos con fuerza el inmenso fardo de lo adquirido y de lo heredado inconscientemente. Y no es que ese fardo, esa cosa enorme que en el caso de Cuba tiene el peso de más de medio siglo, vaya a irse de golpe a ninguna parte lejos de nosotros. Pero en esa primera sacudida, en el instante en que levantamos el cuerpo y el fardo se estremece, ese es el instante en que más cerca estamos de ser lo mejor que podemos ser cada uno. Un instante que no dura nunca demasiado tiempo, pero cuyo saldo parece dejarnos en la piel del alma o en la piel de la mente la misma sensación que debe tener quizás el polluelo que se suspende unos centímetros sobre la tierra.

    Debes tener mucha hambre hoy mi amor. No sé cuánta porque nunca he pasado un día en mi vida sin poner bocado en mi boca. Yo no te puedo pedir que sigas con la huelga, porque cómo puedo yo pedirle a otro ser humano que siga adelante con el sacrificio que yo misma no sé si estaría dispuesta a hacer. Yo no te puedo decir tampoco que estoy en contra de la huelga, porque cómo puede uno cuestionar el sacrificio de otro ser humano cuando uno mismo no está a la altura de ese sacrificio. Pero tengo la certeza de que esas fuerzas que ustedes voluntariamente han ido entregando a lo largo de estos días para levantar su voz frente a la injusticia cometida por el Gobierno de Cuba contra un cubano, pueden ser también las fuerzas que por primera vez han levantado el fardo pesadísimo que llevan tantos otros sobre las espaldas.

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    1 COMENTARIO

    1. Espero con mucha ilusión que estos chicos valientes puedan comenzar un cambio para lograr terminar con la dictadura en Cuba. Es justo y necesario.

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