¿Quién carajo es Wilfredo Prieto?

    Cuando en el buscador Artnowy, la última y más fresca invención de un grupo de estudiantes de la Universidad MIT, le preguntas a «Leonardo da Vinci» su opinión sobre el arte conceptual, dice: «Quien no puede pintar, dibuja; quien no puede dibujar, enseña arte; y quien no puede hacer ninguna de las anteriores es artista conceptual. En el arte conceptual se borran los límites del descaro y chapotean juntos artistas, galeristas y críticos de arte, sus atrofiadas glándulas poéticas crean una impresión muy grotesca». Y es que Artnowy funciona como un «historificador mental». A partir de opiniones de grandes artistas de la Historia del Arte vertidas en cartas, diarios, etc, se contextualizan tales comentarios a los usos contemporáneos de la realidad y el discurso. El algoritmo es, de momento, un poco pedestre, pero al menos nos permite rastrear el proceso. En este caso se provee la idea davinciana de que «el ojo comete menos errores que la mente», además de su conocida teoría sobre las glándulas poeticas, o ghiandole di poesia, que mencionaré luego.

    Por probar, le pregunté a Auguste Rodin su opinión sobre Wilfredo Prieto. Rodin, cuyo mal genio era bien conocido, dijo: «¿Quién carajo es Wilfredo Prieto?». Y eso es lo que no me gusta de Artnowy, que de momento solo atiende la labor artística de los pintores, sin atención a su importancia social. Porque si bien a casi ningún artista serio le interesa la obra plástica de Wilfredo, nadie debe negar su influencia social a partir de su infame entrevista publicada en Hypermedia hace un par de semanas. Antes de empezar mi defensa de Wilfredo, debo aceptar que él es, como diría da Vinci moderno, un inflador. Algunos le han llamado un obrero de la plástica, pero para Jacobo el culto a la perseverancia y el esfuerzo entre artistas es el Dios de quienes no poseen talento. En su obra brilla la ausencia del factor «Ay wow wow». Algunas fuentes lo ubican en la carpintería, serruchándole el piso a otros artistas. Otros epítetos que he escuchado sobre su persona son: plagiador, regador de chismes falsos, Gandalf (por su grisura). Jacobo recuerda a un Wilfredo callado, pero no como esas personas tímidas que a Jacobo encantan, que apenas abren la boca pero cuando lo hacen para decir solo un par de oraciones lo que tiran es Tizziano Ferro. Wilfredo nunca tuvo nada que decir. Según mi impresión, su mejor adjetivo es «zorruno», dando vueltas a ver lo que caía.

    Wilfredo en su entrevista habla del «efecto Ai weiwei»”, queriendito decir que los artistas opositores reciben atención a partir de sus opiniones extraartísticas. Pero, claro, eso lo dijo Newton desde aquello de la acción y reacción, cada uno de nuestros gestos y palabras tiene un impacto sobre la atención de los otros, incluso a pesar nuestro. Tanto así que el desbarajuste social cubano ha sido un propósito ejecutado tan «al hueso» que en su profundidad y, para mi horror, algunos lo han calificado de «jacobino». Y en mala hora se me ocurrió aquello de «Yo hago cola donde no hay productos», pues le di la idea al gobierno cubano y me dicen que ya están implementando esas colas para evitar aglomeraciones. Mira la atención que recibieron escritores grandes como Lorenzo García Vega o Cabrera Infante, a quienes el gobierno cubano se ha encargado tan bien de desaparecer. Solo que a Wilfredo y a otros defensores del indefendible gobierno cubano les aplica el efecto inverso, el «iewiew ia», que al leerlo despacio y deschinado dice: «y llego y llego… y ya». O sea, que ustedes simplemente llegan y reciben prebendas del gobierno, así de fácil, coronadas con el Premio Nacional como premio a la obediencia.

    Para darle un balanzón jacobino a ese triste asunto de eliminar a grandes de la historia de la literatura cubana por sus ideas políticas, Jacobo ha sido invitado por la editorial Casa Vacía, que cuenta con muy buen catálogo de literatura cubana actual, a prologar la antología de poesía «Revolución cubana, un golpe estético», de proxima aparición (febrero de 2021), donde un grupo de escritores cubanos al hueso se dedican a desbaratar vía ensayos críticos la obra de escritores oficialistas aupados por el gobierno como Teresa Melo, Alpidio Alonso, Fernando León Jacomino, Abel Prieto (20 en total), cerrando con las letras de las canciones de Buena Fe. La moraleja de este libro es que los escritores revolucionarios, debido a sus filiaciones políticas, no pueden escribir bien. Como digo en mi prólogo: «…trata de probar lo que decía da Vinci de la glándula poética, que se inflama y mal funciona ante el discurso socioéstetico corrupto de la Revolución cubana». Los poetas aquí recopilados, violadores de musas, cumplen lombrosianamente la difícil tarea de no haber escrito un solo verso bueno.

    Cuando le preguntaron a Wilfredo en la famosa entrevista qué representa Cuba en su vida y su arte dice que libertad, y que es una suerte. En tanto él ha tenido el privilegio de vivir en un mundo de cristal, la respuesta suya, como tal, es correcta y sincera. Para compartir esa hermosa percepción un grupo de estudiantes de la UCI ha inventado el Wilfredómetro, aparato que debe ser insertado en el ano mientras se repiten consignas hasta lograr que se oxide con la sobreoxigenación del discurso muerto y apriete las entrañas como un garrote vil anal pequeñito. Así clavados podemos mejor imaginarnos devorar con placer cáscaras de plátano con esas sazones que Wilfredo invoca cuando dice que lo que es Cuba hoy día «le impregna un gran condimento a la vida y a la creación». A propósito, en mi nuevo programa, «La cocina cultural de Jacobo», estaré usando el excelente condimento Wilfredo, ya que hasta la mierda saboriza.

    Ya casi iba Jacobo a disculparse por, de alguna manera, haber creado el mito Wilfredo. Y es que ustedes saben que Jacobo está en el nacimiento de todas las cosas, chicuelos. Resultote que Jacobo escribió, bajo un nombre falso, la primera crítica sobre la exposición de Wilfredo Prieto «Pie de Obra» (Centro Cultural ICAIC, 2000), mas, ay, apocrifón como él solo, se inventó la mayoría de las piezas. Dice la leyenda que Wilfredo tuvo su primer oferta de venta gracias a mí, pero era una de las piezas que no existía y tuvo que crearla rápidamente. De ahí en lo adelante, y con ese fuerte impulso inicial jacobino, ya empezó a vender todo lo que hacía. Y digo que «casi» iba a disculparme porque me doy cuenta, ya en el final de este escrito, que todos nos hemos equivocado pensando que es un artista mediocre y un cobarde, mas no sabemos ver que cada dicho o hecho de Wilfredo percute más allá de nosotros y de sí mismo. Ese Wilfredo apuntalado por vigas en lo artístico y lo ético representa una performance viviente de Cuba, la describe exacta y genialmente; sus edificios cayéndose y Silverio Portal llorando muertes por derrumbes, todo eso es Wilfredo, y la creciente multitud de quienes nos vamos cansando del miserable gobierno de Cuba que él defiende es también, redimido de sí, Wilfredo.

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