En un viejo armonio: el insilio forzoso de Mike Porcel (II)

    Uno de los signos que indican el fin de una época en Cuba es la creciente revisión crítica de la memoria histórica de la Revolución que ha tenido lugar en los últimos años. Este ejercicio, emprendido de modo desigual por distintas generaciones políticas, está lleno aún, como es lógico, de imprecisiones, tanteos, relatos en conflicto y disputas ideológicas de distinta índole. Algunos episodios son muy enriquecedores y apuntan, desde un compromiso radical con la verdad, sin falsos olvidos deliberados, hacia un posible momento de reconciliación nacional, como pueblo que sería capaz también de enfrentar la imagen que le devuelve el espejo de su horror. Otros eventos no pasan del exhibicionismo de turno de las miserias personales de siempre.

    Entre los documentos que ya resultan ineludibles para ese recuento ideal de nuestra historia, se encuentra Sueños al pairo, el excelente documental sobre el trovador cubano Mike Porcel de los realizadores José Luis Aparicio y Fernando Fraguela. Censurado en la Muestra Joven ICAIC, Sueños al pairo cuenta cómo Porcel, luego de querer emigrar por el puerto del Mariel en 1980, fue sometido por sus compañeros de arte a mítines de repudio, para sufrir luego una larga y espantosa muerte civil de nueve años.

    En esta serie de tres entrevistas que El Estornudo ha tenido el privilegio de publicar, algunos testigos de la vida de Porcel cuentan con contundente sencillez de qué se trataron tales mítines y esa muerte civil del trovador, o sobrevida en las sombras.

    ***

    «Fue providencial el encuentro de nosotros. Así podemos decir. Él mismo lo dice y yo también lo digo. Fue providencial. Yo sí había oído hablar de él, a través de la canción del 11no Festival, En busca de una nueva flor. Llegué a La Habana a estudiar música, el oboe, en 1977. Y en 1978 fue el Festival de la Juventud y los Estudiantes, donde participé con la Orquesta Sinfónica. Me acuerdo de que defendió la canción Argelia Fragoso. Una canción muy buena, se merecía haber ganado, entre tantas que se presentaron».

    Tony Sánchez nos abre la puerta de su casa un sábado por la mañana. Deben ser los días finales de noviembre de 2017. Estamos en Remedios, un pequeño pueblo rural al centro de Cuba, en la provincia de Villa Clara. Hay niños jugando en la calle y debemos pedirles silencio. Si es difícil grabar ahora, no imaginamos cómo será en unas semanas, cuando se vuelvan más intensos los preparativos de la parranda. Tony no parece, a simple vista, un hombre parrandero, aunque puede que lo sea. Todo el mundo en Remedios tiene algo de parrandero.

    Tony, eso sí, es inequívocamente un hombre amable, de familia. Su casa es humilde, sobria, uno de esos caserones coloniales con una luz muy particular. Ha dejado cerca el estuche de su oboe y una serie de partituras. También nos saca unas viejas fotos de los ‘80, de los tiempos en que estudiaba en la ENA (Escuela Nacional de Arte). En algunas de estas imágenes encontramos una familia que no es la suya, aunque puede que sí lo sea. Un hombre delgado de barba, un niño que practica movimientos de karate y una hermosa mujer de rasgos suaves y achinados. Es la familia de Mike Porcel. Tony ha construido este pequeño altar para evocarla, porque a toda vista es un hombre religioso. Todo el mundo en Remedios tiene algo espiritual.

    «Hasta que un día, en la Iglesia de San Antonio, no sé cómo fue, si yo llegué, si él llegó… Ya Luis Villazón, el organista de esa iglesia, se había ido. Se había ido también Jorge Porcel, su hermano menor, quien también tocó en la iglesia. Entonces él ya había entrado. No recuerdo bien cómo fue el encuentro, quién me lo presentó. El caso es que, como músicos al fin, hicimos afinidad. Empezamos a trabajar juntos, y yo empecé a visitar su casa. Pudiera decir que esa fue mi familia en La Habana. Era mi segunda casa. Tenía mi casa aquí en Remedios y la casa de él allá.

    Foto: Cortesía de José Luis Aparicio Ferrera y Fernando Fraguela Fosado
    Foto: Cortesía de José Luis Aparicio Ferrera y Fernando Fraguela Fosado

    «Casi todo el trabajo que hicimos lo realizamos en la Capilla. La Capilla de Las Esclavas. Teníamos un grupo de amigos músicos que se unieron a nosotros. Entre ellos, Manolito, el hijo de Leopoldina Núñez, quien fue la profesora de guitarra de él. Y había otros que eran músicos empíricos y cantaban con nosotros. Hicimos muchos conciertos, grandes cosas. Mi amistad con Mike fue creciendo, aumentando, muy buena amistad hicimos. A Mike yo lo considero no como lo consideraron en cierta época (una escoria, un antisocial), sino todo lo contrario, un amigo, hermano, una persona con mucha sensibilidad. Yo aprendí muchas cosas con él.

    «Hace poco le recordaba en un correo que nosotros hicimos con un pianista, Carlos Faxas, un pequeño corito. Y a uno de los pequeños conciertos navideños fue una soprano que se llama Rosa Pina. Rosita Pina cantó el Avemaría de Gounod, acompañada del preludio de Bach. Eso es para clavicémbalo. Mike lo tocó magistralmente con la guitarra. Magistralmente. Con nosotros, en las voces de tenores, había un guitarrista, no recuerdo si ya graduado del ISA, que se llama Lester Carrodeguas, que no vive en Cuba en estos momentos. Y Lester dijo: ‘verdad que este hombre es un genio; si fuera yo, no podría tocar ese preludio’. Mike, lo digo así sin temor, es un músico total.

    Foto: Cortesía de José Luis Aparicio Ferrera y Fernando Fraguela Fosado
    Foto: Cortesía de José Luis Aparicio Ferrera y Fernando Fraguela Fosado

    «Yo tengo un quinteto de viento e hice un arreglo de Michelle de Los Beatles, y da la casualidad de que él me manda su arreglo. Cuando lo escucho, le digo a mis músicos: ‘aparten el arreglo que yo hice, que se queda este’. Es capaz de escribir para cualquier tipo de instrumento. De ejemplo tenemos el primer disco de Amaury Pérez y el de los poemas de José Martí musicalizados por él y Amaury, ambos orquestados por Mike. Quiero decir que Mike va mucho más allá del trovador, del cantautor… y ahora con los discos que ha sacado, el disco de Echoes, eso es increíble, que una persona escriba esas maravillas que está haciendo él.

    «Aquellos fueron tiempos de mucha tensión. Estaba todo lo de la Embajada de Perú, lo del Mariel. Y toda esta historia de los mítines de repudio, de ir a las casas de la gente y tirarles cosas, gritarles ofensas, todo lo que se vivió… Mike no estuvo exento de eso. Yo conocí músicos que estudiaron conmigo en la Escuela Nacional de Arte que pasaron por esa misma historia, que fueron atacados. Y las Marchas del Pueblo Combatiente aquellas, en las que teníamos que participar como estudiantes. Una vez me reclamaron que yo no iba. ‘¿Que yo no voy? Yo sí he ido. ¿Qué usted quiere? ¿Que yo grite? Yo no tengo que gritar, yo no tengo por qué ofender.’ En ese momento tenso yo llegué a la vida de Mike. También digo que providencialmente, porque Mike fue abandonado de muchos que se hacían llamar sus amigos.

    «Llegó un momento en que a él lo esquivaban cuando lo veían en la calle. Si había algún músico, algún amigo que lo conocía, lo esquivaba… Yo conocí en la casa de él, fue para mí una suerte, a Pedro Luis Ferrer. Fue de las pocas personas que no lo abandonó. Y había otro trovador que se llama Carlos Gómez, quien se fue también, mucho antes que Mike, e iba bastante a su casa. A veces hacíamos descarguitas en la casa de Mike, de Pedro Luis tocando, cantando sus canciones, Mike también, yo con el oboe o con el corno inglés. Él y su familia estaban muy deprimidos. Se les notaba. Porque imagínate que a uno… que a mí me quiten el oboe. Y yo no pueda tocar durante nueve años, que fue el tiempo que él estuvo sin poder hacer nada, sin poder hacer una aparición en escena. Simplemente, tocar en una iglesia.

    «Para Mike la iglesia fue una ayuda, le abrió las puertas cuando todas se le habían cerrado… Los frailes, sobre todo. Era el único trabajo que podía realizar, no había otro. Una vez estuvimos tratando de grabar un cassette en la misma capilla, pero después no lo continuamos. Era él con la guitarra o con el órgano que habíamos comprado, con el dinero reunido que hacíamos con tómbolas, un órgano Hammond. La madre vendía cositas de comer que hacía; me acuerdo que inventaba unas lámparas muy bellas con poliespuma, gasolina y pedacitos de cristal. Con eso, más lo que le pagaba la iglesia a él, fue que subsistieron.

    Foto: Cortesía de José Luis Aparicio Ferrera y Fernando Fraguela Fosado
    Foto: Cortesía de José Luis Aparicio Ferrera y Fernando Fraguela Fosado

    «Sucedió algo una vez… Nosotros fuimos al local de ensayo de Los Dada, el grupo de rock donde él estuvo junto a Pedro Luis. Y llegaron Juan Formell y Mirtha Medina. Para ellos aquello fue como ver un diablo. Un diablo. Estábamos con Mileidy, su mujer. Y a mí me sucedió otra cosa, cuando estaba estudiando allá en la ENA, que yo iba en una guagua con él y me saluda un muchacho, un estudiante de no me acuerdo qué especialidad. Me saluda, no lo saluda a él. Llego a la escuela y el muchacho me dice: ‘oye, te voy a dar un consejo: no sigas andando más con Mike que te vas a buscar un problema’. Yo le dije: ‘a mí no me preocupa’. Después llegué a casa de Mike y le dije mira, pasó esto. En esa época si te veían con Fulanito o si ibas a la iglesia…

    «Tuve, por visitar su casa, algunos problemitas, pero me mantuve firme. Amenazas de expulsarme de la escuela, en dos ocasiones sucedió eso. Yo no temía. Para mí la amistad es lo primero, como dice Serrat. Me mantuve firme, terminé mi carrera, me gradué. De hecho, a mi graduación él no fue, para evitarme problemas. Siempre tuve principios desde chiquito. Mis padres me enseñaron a tener principios. Si soy religioso, soy cristiano… confesarlo. Pese a lo que sea. Aquí siempre, cuando tú ibas a estudiar una carrera o algo, te preguntaban: ‘¿tienes creencias religiosas?, ¿tienes familia en el extranjero?, ¿mantienes relaciones con ellos?’ Pero mi creencia la mantuve, dondequiera que fui.

    Cualquiera que se viera en un caso como ese, donde él se vio, con su vida limitada… Se te cae el mundo encima. Aún le cuesta trabajo hablar de esos temas. A veces, cuando le dicen algo de venir aquí, dice que no. Tiene unas heridas muy grandes, muy grandes… son cosas imperdonables. A él le va a pesar siempre, lo dice. Son nueve años perdidos en su vida y su carrera, irrecuperables. De hecho, a él lo han invitado a venir. El mismo Frank Fernández, yo creí que era mentira y lo consulté con Mike, lo invitó a venir a Cuba. A hacer un concierto. Y que las orquestaciones las iba a hacer Frank. Y que él mismo lo iba a hospedar en su propia casa. Mike dijo que no, se negó rotundamente a eso.

    Recuerdo que cuando yo me enfermaba, a la casa donde recurría era a la de él. Si me tenía que quedar a dormir… si tenía que prepararme Pachi el jugo o algún medicamente. Todo, todo. Para mí son una gran familia. Un día le mandé un correo, cuando retomamos la amistad, para saber de su familia, de sus padres ya difuntos. Me dolió mucho eso, porque yo nunca me enteré de la muerte de sus padres, y los quise con la vida. Fueron mi escudo allá en La Habana. Un día mi mamá le escribió a la mamá de él, agradeciendo todo lo que hicieron por mí.

    Estuve mucho tiempo sin saber de Mike. Cuando tuve mi primer viaje, a Nicaragua en el 2015, traté de buscar la manera de hacer contacto con él. De hecho, lo logré, pero a los meses, cuando ya estaba aquí en Cuba. Recibí un mensaje suyo por Messenger, que me iba a escribir a mi correo. A partir de ahí, del 2016 para acá, no hemos perdido un momento de contacto. De hecho, quería visitarlo en los Estados Unidos, pero sucedió lo de las leyes de Trump. Teníamos planificado reencontrarnos. Espero que algún día se presente la oportunidad. No pierdo esa esperanza».

    Tony toma un respiro, arma su atril y comienza a tocarnos La peregrina, una composición de Mike para la obra teatral del mismo nombre que montó Teatro Avante en Miami durante 1998. Lleva casi una hora contándonos su historia, un recuento que parece inseparable de la vida de Mike Porcel. Es como si algo se hubiera definido desde entonces, algo que no desapareció con los años de ausencia. No hay ausencia real en la familia. Se puede retomar un mismo diálogo en el punto donde se le había dejado, elipsar varias décadas en una oración. Uno sabe hablar ese idioma interno, único. La lengua privada de la amistad. Y en este caso particular, esa sintaxis se define con música.

    «Me he encontrado con amigos de aquella época y todo el mundo le tiene un cariño especial. Para Mike la amistad es algo muy grande. Él tiene una canción que se llama Amigos, que a mí me llega mucho, y en uno de los discos recientes que me ha enviado, me pone: ‘hasta el final, amigos’, porque ese es el final de la canción. Muchas veces en los correos termina con eso. ‘Hasta el final, amigos’.»

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