Ciudad Silencio, conversación con Amed Aroche

    Una carpeta llamada Presente

    ***

    ¿A dónde vamos realmente cuando viajamos? ¿Al lugar de destino físico o a un sitio intermedio que combina lo que ya somos con lo que nos encontraremos más allá de nosotros mismos? Siempre me gustó viajar, sobre todo a lugares desconocidos y lejanos, pero el día que ya no pude regresar más al lugar de partida, todos los viajes se tiñeron de silencio. El mundo entero perdió un poco de su gracia. Es por eso que cada vez que alguien regresa, una parte de mí lo hace también. Todo viaje es a la vez un regreso. Y bueno, justo como dijiste, Amed, hay gente que tiene su tratado con la carretera.

    ***

    Una noche recibí una extraña solicitud de Amed Aroche. Había un eclipse justo en ese momento, así que no me extrañó tanto, estaba esperando que algo pasara. Repartidos en numerosos audios, como es su costumbre, Amed me proponía ir justo adonde yo no puedo y convertirse en mis ojos. La propuesta fue hecha en tiempo verbal presente, pero con una intención implícita de pasado y hasta de futuro, lo que sería en inglés el Present Perfect.

    Nunca mejor dicho, el presente descansa de manera ideal en un marco donde los finales no se vislumbran, donde las inspiraciones no se pierdan, donde nada se pierda. Escuché perpleja y solo pude musitar una línea, entre pregunta y deseo: «¿Vas a Cuba?» «En realidad ya fui, Ana, pocos días, e hice una serie de fotos analógicas que quiero enviarte en cuanto lleguen. No dejo de pensar en cómo lucirán. Es lo que más me gusta de la fotografía analógica, que hay que esperar para ver qué resultó de lo que empezaste, de lo que crees que hiciste. Es un proceso tan distinto a la manera en la que hacemos fotos actualmente, contando con la inmediatez. Esto es diferente, a veces guardas la foto que hiciste en tu mente, otras veces incluso la olvidas, y otras lo que guardas no es la imagen sino la acción en sí que llevó a la foto. Sé que la hice, pero no sé cómo luce».

    Untitled (Nkisi), La Habana, 2023

    Tengo que decir que Amed no es la primera persona que va a Cuba y luego me manda fotos. Se ha convertido en un leitmotiv que tomo como un tributo a la permanencia. Es difícil mantenerse fiel o incluso conectado a lo que duele. La reacción más común, y hasta sana, es soltar. Y, sin embargo, por alguna razón misteriosa, nosotros los cubanos no soltamos, aunque parezca que lo hagamos. Yo no me apuraría en clasificar sin más esta práctica, nombrándola de patriotismo extraordinario o de masoquismo irremediable, creo que la indagación paciente a esa aprehensión aparentemente inconcebible arrojará luces necesarias sobre lo que ahora mismo somos como pueblo y lo que hemos sido, lo que nos han obligado a ser y hasta lo que nos hemos inventado. Las fotos que las personas que todavía pueden entrar a Cuba me envían, las guardo todas en un carpeta llamada Presente, pasa con ellas lo mismo que con la propuesta de Amed, el ahora al que pertenecen se difumina en el tiempo propio e ideal en el que registramos lo que nos importa, ese tiempo nunca pasa y nunca acaba. Ese tiempo reúne. 

    La propuesta de Amed, en suma, era sencilla: te mando las fotos que hice en La Habana y escribes sobre lo que te provoquen. «Es un ensayo íntimo, me dijo luego, pero quiero pensarlo en conjunto, porque así nació, de alguna manera. Mi regreso a través de ti o tu regreso a través de mí, da igual. De cualquier forma, la idea del regreso, así pensada en grande, es una idea abstracta… uno regresa todo el tiempo de una manera u otra». Lo leo y pienso que por qué no escribe él mismo, si lo hace tan bien, mejor que yo, de hecho. Me promete que cuando le envíe mis notas, quizás se embulle y lo complete con sus propias impresiones. Me entusiasma mucho más eso, una especie de conversación por entrega, como los folletines antiguos. Decido callada que no esperaré a Amed e iré compartiendo sus palabras desde ya con ustedes. Este texto, sus fotos y la conversación entera que hemos sostenido ya por meses es una especie de deja vu a la inversa, que trae a nuestra conciencia algo que pasará, que queremos que pase, justo como suelen ser los sueños. 

    Amed y yo comenzamos a hablar sin habernos visto nunca en persona. Yo a quien conozco es a Raquel, de un tiempo en Cuba que parece otra vida. Y lo menciono no solo como una anécdota al margen, la presencia tácita de Raquel, su pareja, garantiza que la naturaleza de nuestras conversaciones se decante a través de una especie de prisma que filtra la luz y la refleja en su multiplicidad. En las conversaciones no solo está Raquel, están Maykel y Luis Manuel que entran y salen libres a su antojo; está Carlos Manuel, que también es de Matanzas y esas son palabras mayores; están los rumberos de New York que Amed está loco por conocer, pero hasta que no ocurra yo se los describo y les doy abrazos en su nombre; están incluso algunos muertos que, caprichosos, nos recuerdan que la muerte es la casa de al lado. 

    Untitled (Mamá & Ochosi), La Habana, 2023

    En nuestras conversaciones entramos por una puerta y luego se abre otra y otra; la inclusión de personas que no están garantiza que el final natural del proceso, y no solo el medio, sea mantener la relación como único destino. No la relación entre él y yo, simplemente, sino la relación como clave para entender la humanidad que somos y el poco saber que podemos acumular y devolver. ¿Dónde puede almacenarse mejor el saber, dentro de nuestras mentes y estómagos finitos, o en la correlación de fuerzas que se activa cuando dos o más mentes se encuentran? La sabiduría mejor existe para ser palabreada, se conforma en ese ir y venir de nociones y sobresaltos, en aquellas cosas que escuchamos y resuena en nosotros de manera particular. La sabiduría nace ya compartida. La sabiduría es ese escuchar campanas que tanto hemos despreciado. 

    Untitled (Inés Casal), La Habana, 2023

    Trato de recordar qué nos animó a seguir conversando y creo que fue justamente nuestra fascinación por las ciudades. La Habana siempre en primer lugar, pero también otros lugares más recientes a las que la vida nos ha llevado: para él, Montreal; para mí, New York. Ambos sabemos que las ciudades no son el cemento y la piedra, sino un pulso, con sus vaivenes y sus pausas, con sus equilibrios y sus respiros; una relación o muchas relaciones manifestándose al mismo tiempo y generando círculos. No lo hemos dicho tal cual, pero es evidente que ha sido como un juego de espejos, en el que estas ciudades más ajenas en principio, pero en cierta medida más amables, nos ayudan a transitar a una ciudad más interior, que es una mezcla de todas nuestras ciudades, incluso de algunas que solo existen como deseo.

    Untitled (Mensaje de Dani), La Habana, 2023

    Ya en nuestra segunda conversación, le conté a Amed mi fascinación por un proyecto irrealizado en La Habana republicana, un proyecto que desde que descubrí no dejo de pensarlo y de encontrarle ramificaciones. Se trataba de un enorme parque que el urbanista y arquitecto Martínez Inclán proyectó como epicentro de la ciudad que se expandía a principios del siglo XX, con la intención de reunir los barrios que iban surgiendo un poco desordenadamente, también el Vedado. Intereses gubernamentales indefinidos, sumados a la especulación privada, impidieron la realización del proyecto y el área gigante que en principio debía asumirlo empezó a llenarse de construcciones, quedando libre solo el terreno conocido como la Loma de los Catalanes.

    La construcción futura de una plaza en ese mismo sitio significó no solo la simple sustitución de un modelo estético y funcional por otro, sino el triunfo de una forma de política y de ciudad política, mucho más orientada a la grandilocuencia y al autoritarismo, que a las relaciones humanas más horizontales. Desde entonces, ese parque no construido se alojó en mi mente como ideal de la ciudad que nunca tuvimos, pero también del país que nunca hemos tenido, un país de relaciones más participativas, un Parque Horizontal. El Malecón vino un poco a suplir esas necesidades de encuentro y reunión y sirvió la ciudad entera a la mesa del mar y del mundo, como premonición de futuro de la incipiente nación que, lejos de consolidarse, iba camino al mayor éxodo de su historia. 

    Untitled (Puerta Paradiso), La Habana, 2023

    En mi casa en Cuba hay una foto del Central Park de New York, antecedente evidente del parque nunca realizado en La Habana. Ahora vivo a poca distancia del primero, sin dejar de soñar el segundo. Hay imágenes que reúnen, lo mismo que el tiempo y los parques, hay imágenes que luego se convierten en realidad, como magia. De ahí la importancia de imaginar. El parque que necesitamos construir ahora, tendrá que ser mucho más grande y diverso, lo más difícil será atrevernos a imaginar parques, y relaciones, en medio de la guerra y del silencio. 

    Repugnancia y nostalgia

    ***

    «Mi vida ahora mismo está ordenada en conversaciones. Podría pensar que es algo muy común, pero nunca lo había sentido tan fuerte. Esas conversaciones no son parte de mi vida, yo soy parte de ellas. Aparezco como algo en ellas. Respiro el aire qe ellas desprenden. Siento los pesares que las fundamentan. Y si alguien ríe en ellas, yo aprovecho y también río».

    ***

    El primer encargo de Amed al pedirme mirar sus fotos y contarlas fue que evadiera en lo posible la nostalgia. Me llamó la atención no que quisiera escabullirse de un sentimiento que también rehúyo, sino el hecho de que pusiera una condición. Tengo que decir que pocas veces he interactuado con alguien tan dado a esperar lo que venga como Amed Aroche. Me lo imagino a veces con los brazos abiertos, sin saber bien si recibe o suelta, o si por el contrario es solo su mejor postura de ejercicios. Dice una amiga en común que el corazón es un músculo. Y aunque no entiendo bien las implicaciones reales de una frase así, ni por qué la traigo a colación en este texto, a veces me gusta jugar a cambiarla y leer en mi mente: el corazón es un molusco. «La vida hay que vivirla, Ana», me dice a menudo Amed ante alguno de mis arrebatos y sigue: «el sino de las hijas de Yemayá es la expansión, tienen que vivir mucho, no años, sino situaciones, sentimientos… otros no necesitan pasar por tantas cosas en la vida». 

    Untitled, La Habana, 2023

    Creo que tal vez he desviado este texto hacia Amed y hacia nuestras conversaciones, antes de pasar a sus fotos, como una forma un tanto intuitiva de evadir la nostalgia. Uno puede pensar que, si habla de algo que ocurre el presente, la nostalgia no tiene lugar. Sin embargo, como bien temía Amed, la nostalgia no tiene tiempo propio, nace prestada y permanece así, como colgada, con numerosos tentáculos extendidos en todas las direcciones. Qué fea imagen, qué fea nostalgia, siempre mediando en nuestras experiencias y dilatando la llegada de lo nuevo. Porque, aunque no lo creamos, lo nuevo existe y nos mira desde afuera del environment que sofisticadamente nos hemos construido y en el que insistimos en encerrarnos, nos mira dos pasos más allá de nuestra zona de confort. 

    Untitled (Cuatro vientos, cuatro esquinas), La Habana, 2023

    A veces creo, y esto sí tiene que ver con el tema de este texto y con las fotos de Amed, que los cubanos pensamos que lo nuevo no existe, y quien dice lo nuevo dice también lo diferente. Viciados entre un puñado de ideas, juicios, escenarios, damos tumbos sin vislumbrar final alguno. Si no registramos lo nuevo no podemos cerrar y el final se alarga indefinidamente. Quizás haya que achacárselo a nuestra naturaleza sinuosa, que muta, pero cuya continuidad es muy difícil de romper. Habría que hacer como los africanos, cuyo ritmo es entrecortado, más parecido a una greca que a una voluta, con la muerte siempre aguardando al doblar de la esquina. Habría que empezar a vivir con el sobresalto de que el tiempo no alcanza para tanto perderlo. ¿Cómo es posible que no siendo más que unas cuantas islas cercanas, nos resistamos tanto a lo perecedero? ¿Será que, aunque seamos islas en apariencia, hay algo que une por debajo del agua a nuestras tierras efímeras? Es bonito, pero me resisto a pensar el mar como columna vertebral de un orden oculto. El mar no está ahí para esconder nada, el mar es en sí mismo un orden, un ritmo y un límite. 

    Untitled (Delirio en calle Línea), La Habana, 2023

    De repente, pareciera que lo que digo aquí es justo lo contrario de lo que dije sobre el Presente en el apartado anterior. Pero es que los contrarios no existen como tales en la vida real. Son siempre aparentes contrarios. Permanencia y nuevo, no soltar y finales necesarios, continuidad y límite; todo esto en realidad se sucede uno a otro o conviven juntos halándose mutuamente y formándonos como individuos y como colectivo. No pasa diferente con Cuba y los cubanos.

    Una semana después de que me enviara la primera versión de la selección de fotos, Amed me escribió para anunciarme que estaba revisándola porque no quería que fuese repugnante. Repitió mucho esa palabra. Casualmente yo me estaba leyendo el libro La política cultural de las emociones, de Sarah Ahmed, en el que dedica un capítulo entero a ese sentimiento y a su efecto inmediato: cuerpos que retroceden ante su proximidad y que remiten socialmente a cuerpos colectivos extraños que expulsamos de nuestro lado para sentirnos menos amenazados como nación. Sin embargo, Amed me hablaba de una repugnancia de lo propio, de cierta representación de lo propio demasiado pulida y hasta hipócrita, o al menos blanqueada.

    Untitled (Insilio), Montréal, 2023

    Su revisión fue rigurosa, limpió cuidadosamente la selección sin restarle fuerza y hasta encontró una forma de crear pares y cierta recurrencia de la que hablaremos luego. Lo que me interesa ahora decir es que, a pesar e incluso justo por la doble selección de Amed, este texto seguirá siendo de ambos grupos de imágenes, la que verán y la que no, porque la comunicación se construye incluso sobre los descartes y los malentendidos y porque no habría nuevos caminos si un día no sintiéramos repugnancia ante lo demasiado conocido o narrado. La repugnancia ante algo es siempre repugnancia de nosotros mismos. 

    La repugnancia solo puede existir por cercanía, pero es una cercanía mental, que no requiere demasiada realidad o materia, que incluso no define el rostro del otro. Puede ser cualquiera el que esté a nuestro lado, con lo que realmente hacemos corte es con impresiones nuestras del otro. La repugnancia, al final, es muy parecida al placer, aparece con solo intuir al otro cerca, con estar en su mismo ambiente, que es el ambiente que nos hemos construido para acercarnos. Si la reacción luego es tocarlo o no tocarlo, ya es algo secundario. El centro sigue siendo la relación y sus mutaciones. El centro sigue siendo el deseo.

    Untitled (Aquí y ahora), La Habana, 2023

    He escudriñado mucho nuestra vocación para el regreso, pero también nuestra vocación para la huida. ¿Cómo nos definirían a los cubanos desde afuera? ¿Somos un pueblo que huye o un pueblo que regresa? ¿Reunimos o soltamos? ¿Continuamos o cerramos? ¿Vivimos o morimos? Para regresar habrá que matar todo absoluto.

    …las Fotos, al fin

    ***

    Hemos fantaseado con una colección de cosas inútiles e indefinidas, el gran Libro de lo inútil tendrá muchos tomos: libro de las piedras, libro de los fósforos, libro de aso imágenes no importantes, libro de personas que escriben cosas que no saben lo que son. Un día Amed escribió un párrafo a un hermano de santo que murió de viejo. Ese hermano le había regalado una ceiba. Así que yo leí lo escrito por Amed, que no sabemos si es un verso o un mini cuento o una viñeta, y me lo imaginé por dentro, me lo imaginé embarazado de la ceiba. Las imágenes crean la realidad no como es, sino como la deseamos.

    ***

    La primera vez que hablé con Amed sobre las fotos que publica habitualmente en Instagram le dije que me parecían notas al margen de lo importante. Cada una por separado tenía su propio misterio y su propia inutilidad. Se trataba de un rastro que sin embargo no buscaba ser seguido. Me quedé como pegada a esa vocación de exposición de alguien al que se le nota que no le interesa la exposición. Las notas-imágenes eran íntimas y a la vez anónimas. Cada día buscaba más un rastro que no dejaba muchas pistas concretas, sin entender bien qué era exactamente lo que me gustaba de todo aquello. Un día apareció en mi cabeza la idea de que me atraía una nueva forma de belleza. Me sentí aliviada con esta respuesta y pude disfrutar sin más preguntas inquietas. 

    Untitled (Muchacho de Casablanca), La Habana, 2023

    Sin embargo, esta selección de fotos analógicas hechas en Cuba que hoy presentamos no se parece a las fotos habituales que Amed hace. Tienen un tono más solemne. También tienen un tono más serio, pesan más. A mí se me antojan no como notas sino como una auténtica evocación. No sé si para exorcizar. Eso solo él lo sabrá. 

    Untitled (Jardín), Güira de Melena, 2023

    La evocación es una forma de hacer presente. El oficiante habla y las cosas aparecen. Hay una literalidad que se manifiesta y a la vez una veladura implícita que te hace pensar que lo que se ve no es lo único que hay. Siempre hay más. Toda evocación cuenta con una abundancia que no aparece, pero se presiente. La evocación tampoco es ajena al paso del tiempo. Si se hace necesaria es porque ha habido un giro, algo que se pausa o se desubica. Algo parece desaparecer. Si hay habla es porque ha habido silencio. Y la evocación se produce en medio de él, no conozco evocación en medio de la bulla. La evocación es un regreso.

    Fotos extraídas de las conversaciones en WhatsApp entre Anamely y Amed.
    (La ceiba de la izquierda, hija de la ceiba de la derecha, fue un regalo de Rubén Zulueta Chango Irawo a Amed. El texto en la nota lo escribió Amed cuando su hermano Rubén murió)
    Matanzas, 2019

    Las imágenes que Amed nos regala tienen un orden e incluso un sin título que luego nombra. Algunas se nos muestran como pares, otras solas. Los objetos parecen humanos; tienen, todos, una especie de inclinación o actitud específica, digamos que están animadas desde dentro. Las personas simplemente no aparecen. Hay muy pocas, y siempre forman parte de la situación. Solo dos excepciones: Raquel & Martica, e Inés Casal. Pero también como dos situaciones: el encuentro y la espera. Podríamos hablar de una tercera excepción: el autorretrato del propio Amed, pero realmente esa foto no es él, es su muerto. 

    Cada foto funciona como un mini cuento, ubica una cierta cantidad de elementos en tiempo y espacio y los deja ahí, a la intemperie, para que sigan solos. Sin embargo, esas coordenadas no son exactas. Él dice La Habana y le creemos, pero los referentes los ponemos nosotros con lo que sabemos de ella. Los ubica como si fuera un mapa de relaciones. Nada de datos convencionales. Datos solo para entendidos. Datos solo para dolientes. Datos solo para los que han huido sin dejar de regresar y para los que regresan sin poder realmente tocar lo que se dejó atrás. Cuidad Silencio es una evocación de la imposibilidad. Es el peso de la imposibilidad. Cuidad Silencio es una evocación para fantasmas.

    Creo que todos los cubanos nos hemos preguntado más de una vez, en estos últimos años, ¿qué será de nosotros? Como el único parlamento de aquel monólogo de El Ciervo Encantado: «¿Y por fin con Cuba qué pasó?» Si la memoria no me traiciona, el mulo dice eso al final de la obra. Una pregunta para cerrar. Una pregunta para abrir, para seguir abiertos, para seguir intentando el final. 

    «En realidad la serie es un intento por reconocer la ciudad y volver a reconocerse uno mismo en ella. Tratar de recordarla, imaginarla, inventarla, buscarla, seguirlo buscando a ver qué pasa». En ese «a ver qué pasa» se resume Cuba. Ese «a ver qué pasa» es la única Patria en que todos podemos reconocernos. 

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