Yito, el milagroso

    Aunque cuentan que Yito puede curar con las manos desde avanzados estados de metástasis cancerosa hasta simples torceduras de tobillo, su poder no se limita a eso. Dicen también que le habla a los muertos, esquiva y atrae maleficios, invoca la presencia de los santos y así, imbuido de esa aura, ha traído al mundo a más de un centenar de niños que supuestamente jamás nacerían. Sin embargo, hace siete días cesaron los milagros. Desde entonces un improvisado cartel cuelga en la puerta de su casa con el siguiente letrero: «NO PUEDO TRABAJAR. ESTOY ENFERMO HASTA NUEVO AVISO. ¡GRACIAS!»

    ***

    Es ahora las cuatro de la madrugada y hay unas 60 personas dispersas en este tramo de la calle, pendientes del más mínimo movimiento en la puerta del patio de Yito. El cartel ha desaparecido junto con la pequeña gripe que lo mantuvo a él en cama por unos días, quizás causada por el contraste entre el frío de una habitación en un hotel de Varadero y los calores tremendos del verano. Como sea, todos asumen que volverá la magia a este rincón del reparto Punta Brava, en municipio habanero de La Lisa.

    Pregunto por la última persona para atenderse y una mujer levanta la mano, no sin antes aconsejarme que regrese otro día, cosa que, ahora que lo piensa mejor, deberíamos hacer los dos.

    –Es muy probable que con toda esta gente no alcancemos a entrar. Por cierto, voy detrás de aquella señora –dice y señala a una anciana sentada a unos pocos metros sobre un ladrillo en medio de la acera. Contesto entonces que pienso probar suerte como ella.

    Le miento al decirle que hace mucho esperaba consultarme con Yito para aliviar unos fuertes dolores de espalda que a veces no me dejan dormir, aunque esto último sí es cierto. De hecho, pienso que no estaría nada mal ofrecerme como conejillo de indias para probar los poderes de este hombre.      

    Pese a la dispersión del grupo, después de dos horas de espera, la puerta se abre y una disciplinada fila se conforma ante ella. Yito, cuyo nombre real es Eduardo Navarro, se presenta. Viste camiseta blanca y short rosado. Un manojo de rosarios y collares representativos de varias deidades afrocubanas le cuelga del cuello.

    Yito, el milagroso / Foto: Dayana Puertas Delgado

    –Buenos días. Bien, ustedes conocen la regla: solo son 40 turnos. Hoy no voy a atender a nadie sin turno, así que pueden venir otro día –dice y comienza a repartir unos pequeños trozos cuadrados de cartón. Quienes no alcanzan se marchan de la fila, seguramente pensando en que mañana deberán levantarse más temprano. No obstante, yo me quedo.

    A mi lado, Mirta Campos (55 años) tiene en su mano uno de estos papelitos con el número 36 dibujado en el centro. Calcula que sobre las nueve de la mañana ya podrá atenderse. En cuanto Yito le entregó el turno, Mirta suspiró aliviada. Vino en ómnibus desde Guantánamo el día anterior, junto a su hermana Yamilé, quien realmente fue, con sus maltratados 50 años, el primer miembro de la familia Campos en visitar al «milagroso de Punta Brava».

    Un amigo suyo había llegado a Oriente hablando maravillas de cierto anciano que curaba todo tipo de males, y ella, renuente a pasar por el quirófano para extirparse el tumor que crecía en sus ovarios, decidió probar suerte. Tras palparle la pelvis y rociarla con humo de tabaco durante cuatro consultas, Yito estimó que estaba sana. Sin embargo, recomendó un ultrasonido para salir de dudas. Unos días después, dice, Yamilé sonreía calmada frente a unos médicos boquiabiertos, incapaces de explicar la repentina desaparición del tumor.

    –Cuando mi hermana vino también le pidió que me atendiera y le trajo una foto mía para que desde aquí curara mis dolores en los huesos, porque él también puede hacer curaciones a distancia si le traes una foto del enfermo –me dice Mirta.

    –¿Y la curó? –pregunto.

    –Sí, aunque no del todo. Pero me he sentido mejor desde entonces y los dolores son mucho más suaves. Creo que si me trata directamente me curo completa.

    Luego Mirta expone su teoría sobre los poderes de Yito (presumiblemente dados por santos y espíritus en forma de energía), que se vuelven más eficientes mientras más cerca se apliquen del enfermo.

    Además de la reglamentaria hoja de tuna que Yito exige llevar a sus consultas, Mirta ha traído una foto de su hijo, quien vive en Estados Unidos y ha perdido ya bastante tiempo y dinero en tratamientos para poder fecundar a su esposa. Según Mirta, si los rumores son ciertos, «el milagroso de Punta Brava» también tiene la habilidad de hacer fértiles a hombres y mujeres.

    –La distancia es mucha. ¿Cree que pueda hacerlo?

    –Si lo crees, claro que sí. Al final esto se trata de fe –contesta.

    Imagen de ultrasonido / Foto: Dayana Puertas Delgado

    ***

    –Con 82 años que tengo, sigo siendo un misionero de San Lázaro. Fíjate, no soy un babalawo ni nada de eso. Yo soy un curandero –suele decir Yito a quienes entra a consultarse, da igual si es su primera vez o no. Quien acude a su magia sale curado y con el plus de un minucioso resumen de sus casos resueltos más notorios.

    Una mezcla de agudeza y escepticismo hace que asome la sospecha de que los milagros de Yito son un efecto placebo producido por la repetición constante de su historial sanador y el inevitable intercambio de testimonios que suele darse entre quienes esperan la consulta. Algo así como aquella fórmula de «Afirmación, Repetición y Contagio» que el francés Le Bon adjudicaba a los políticos exitosos sobre la psicología de las multitudes. Pero entre los poderes de Yito está desdibujar las fronteras de la incredulidad más férrea, y no es igual de explicable un dolor disminuido que un tumor repentinamente ausente o una soriasis curada de la noche a la mañana.

    Pese a considerarse un misionero de San Lázaro, Yito dice no pertenecer a religión alguna. Su fe es un complicado sistema híbrido de creencias que van desde los santos católicos que tiene representados en todas las formas y tamaños en su cuartico de curaciones, hasta espíritus y deidades yorubas o el enlace de invisibles energías del cuerpo y el entorno, algo más propio de las culturas orientales.

    –Pero por mi profesión es San Lázaro quien más me habla. Yo soy su ahijado y en su nombre hago milagros. Cuando no encuentro una solución o una cura llamo a un amigo y le pido que me lleve al Rincón. Allí le cuento mi problema a San Lázaro y él me indica qué hacer. No me habla directamente, sino a través de una idea que me llega así, de pronto. Mi poder viene de él y solo él puede ayudarme.

    Yito reconoce que no ha sido el único ahijado de San Lázaro. Incluso cree en cierto carácter hereditario de esta conexión divina.

    Cuentan que su abuelo, dueño de una pequeña finca en la zona más occidental de La Habana, también tuvo el «don». Cuando un potrero tenía el ganado infestado de garrapatas, el abuelo llegaba con un trozo de palo para acariciar a las vacas, después se daba media vuelta y al grito de «¡Me voy!» las garrapatas caían muertas en el suelo. Otras veces socorrió a personas adoloridas que se mejoraban luego de un leve pase de aquellas manos toscas de guajiro.

    Con cinco años Yito vio a su padre caerse de pronto, tras soltar un grito de dolor a causa de lo que parecía una complicada úlcera en la pierna. Asustado y con el recuerdo reciente de la muerte de su madre, acudió rápido a su abuelo. Este lo miró muy serio y le dijo:

    –Tú tienes el don y vas a curar a tu padre. Sal y busca la mata que lo va a sanar.

    –¿Y cómo voy a saber qué mata es?- preguntó Yito.

    –Lo vas a saber. Ve y regresa rápido.

    El muchacho agarró su bicicleta y comenzó a pedalear sin rumbo, pero a los pocos minutos la catalina se partió. Varado en un camino inhóspito pensó en la decepción que iba a provocar en su abuelo cuando este lo viera regresar con las manos vacías. Casi estaba decidido a volver, pero de golpe advirtió que en aquel paisaje agreste solo crecían plantas de tuna. Tomó unas cuantas hojas sin vacilar y una vez en la finca las frotó con éxito sobre la úlcera de su padre. No obstante, de poco sirvió aquella curación, pues unos meses más tarde Yito quedó completamente huérfano, al cuidado de su tío y sus abuelos.

    –A partir de ese día mi método es con una hoja de tuna. Lo mío es natural. Yo no estudié medicina ni nada. De niño, ya con mi tío y mis abuelos, trabajaba en el campo y no era fácil. La gente venía a curarse conmigo y los atendía de seis de la tarde a 12 de la noche para poder levantarme temprano e irme a ordeñar las vacas. Después Fidel se hizo cargo de lo que no era de él y nos quitó la finca para darnos esta casita que todavía tengo. Pero la gente conocía de mi don y, hasta el día de hoy, vienen a verme aquí.

    Hoja de tuna para curar / Foto: Dayana Puertas Delgado

    ***

    A menos de cien metros de casa de Yito está «La Antigua Botica de la Abuela», una especie de farmacia a bajo de precio de plantas medicinales y sazones naturales para las comidas. «La Antigua Botica…» es un emprendimiento científicamente validado por la experiencia de su dueño, el Dr. Rodolfo Arencibia, un investigador de currículum amplio y con un Máster en Medicina Natural y Tradicional, que suele quejarse de cómo la gente adopta los remedios naturales solo después de haber agotado todas las vías posibles de la farmacología.

    En la puerta del lugar figura una enorme lista con el nombre de las hierbas en oferta, seguidas por sus bondades vitamínicas y proteicas, así como por los padecimientos que cada una alivia. La farmacia también da a la avenida más transitada de Punta Brava (quizás la única calle del pueblo que pueda ser llamada avenida), y posee unas paredes tan escrupulosamente pintadas y limpias que transmiten la idea de un ambiente esterilizado. Sin embargo, pocos son los que acuden a sus remedios, al menos en comparación con la enorme fila matutina frente al patio de tierra de Yito.

    –Hay gente que viene aquí desde Pinar del Río, Guanajay y de todos lados. ¡Hasta extranjeros han venido aquí! Según tengo entendido, Yito es bastante milagroso, pero no puedo decirte de dónde saca esa magia. No quiero ni pensar mucho en eso porque soy muy incrédula, aunque conmigo está funcionando. Además, si la gente viene de tan lejos es porque funciona, ¿no? –me dice Zoraida, de 68 años, mientras sonríe y agita la pierna de la que cojeaba antes de atenderse con Yito.

    Cerca de ella está Josué (42 años), quien ha venido a curarse sus problemas gástricos. Su primera consulta fue hace unos meses, poco después de que oyera a uno de sus vecinos de Marianao contar la historia del curandero milagroso. Vino a atenderse de una afectación en la garganta que arrastraba de niño y le provocaba una voz parecida a un gruñido de perro imposible de entender. Yito le advirtió que, pese a los tratamientos, la garganta seguiría dañada, aunque le arreglaría la voz. Y así fue.

    –Uno entra al cuartico de él y sale distinto. Es su cosa, su «no sé qué», su magia– dice Josué.

    Unos minutos más tarde Yito se asoma a la puerta del patio y me pide que le acompañe. Entramos al cuarto de curaciones, un pequeño espacio cúbico de paredes de cemento y tres agujeros por ventanas. Antes de entrar es recomendable traer una hoja de tuna, aunque esto es algo que solo saben quienes han venido otras veces o ya conocen en detalle los métodos del milagroso de Punta Brava.

    Al no llevar nada encima, Yito me ofrece una de las tantas hojas de tuna que guarda en una esquina del local. La planta viene a ser una especie de placa, o mejor, un eficiente somatón donde, una vez pelada a golpe de cuchillo, solo el sanador puede leer el resumen clínico del paciente, siempre que este último la haya colocado bajo sus pies.

    –Vine por unos dolores de espalda tremendos que no me dejan dormir –le digo.

    Él, sin apartar los ojos de la hoja, agrega:

    –Sí, lo veo, y también por un problema en los riñones. Aquí dice que puedes tener un problema en los riñones. Pero tú tranquilo, yo te voy a curar.

    El curandero posa sus manos en las zonas supuestamente dañadas y da unos golpecitos. No parece ser nada grave, ya que, si lo fuera, quizás rociaría humo de tabaco o salpicaría ron. El proceso en sí es rápido, aunque suele demorar un poco por la narración exacta que hace este hombre de sus milagros.

    –A distancia he curado a muchos, ¿sabes? Solo tienen que traerme una foto suya o una pieza de ropa sudada que guarde el calor de la persona y con eso trabajo –dice Yito.

    Lugar de las consultas / Foto: Dayana Puertas Delgado

    En el cuarto hay piezas de ropa y fotografías de personas por todas partes. Hay, incluso, hasta imágenes de ultrasonidos, todo a los pies de cuadros del Sagrado Corazón de Jesús o de estatuillas de santos católicos, vírgenes, indios en poses desafiantes y muñecas ataviadas con prendas blancas. Lo que más abundan son esculturas de San Lázaro, a veces blanco y a veces negro, algunas de un metro de altura, hechas de cerámica, con ese estilo poco detallado en sus formas y torpemente pintadas, tan clásico de las tiendas de artículos religiosos que pululan en La Habana. El resto del espacio lo ocupan flores, un sombrero, una vasija con restos de tabaco, caracoles, copas, botellas de ron, páginas de periódicos.

    –Mi método es operatorio, es decir, que yo opero. No soy médico para operar, pero le llamo así.

    –¿Y alguna vez un médico le ha criticado sus métodos?

    –¡Qué va! Si hasta los médicos vienen a verme para que les cure –me dice entre risas, y recuerdo que justo unas horas antes había hablado con un doctor del Instituto Pedro Kourí, quien había venido con una fotografía de su esposa para curarla de «unas misteriosas sangraciones vaginales».

    Como este médico, según el testimonio de Yito y de buena parte de sus pacientes, han venido otros tantos que, cuando no encuentran en la medicina remedio para sus pacientes, echan mano a la magia del «milagroso de Punta Brava».

    Yito cuenta que conoce muy bien las salas de los hospitales de la Habana, en especial las de terapia intensiva. Algunas veces son los médicos y otras los familiares de los enfermos quienes le llaman, casi siempre en situaciones extremas. Una de las historias que más gusta narrar es la de una moribunda a la cual sanó de inexplicables afectaciones en casi todos sus signos vitales. Al  pasar sus manos sobre el cuerpo inerte encima de la camilla, Yito entendió de qué se trataba.

    –Tráiganme una paloma viva y un coco –ordenó a los familiares de la enferma.

    Una vez obtuvo lo que pedía, frotó el coco por las extremidades de la mujer, y después la paloma, pero el ave, al pasar por el pecho, se retorció de súbito y murió.

    –Esto es un cambio de vida. Un palero le está chupando la vida a esta mujer para dársela a alguien más. Pero tranquilos, que yo la salvo y le devuelvo el cambio de vida al que se lo está haciendo –dijo Yito, y tras un pase de sus manos, y algunas gotas de su agua mágica bautizada por las «siete potencias», devolvió la salud a la moribunda.

    La magia de Yito parece superar la sanación física. A veces puede sanar espiritualmente, abrir los caminos o despojar las malas vibras. Pero, sin duda, una de sus habilidades más curiosas se desarrolla en un ambiente místico algo difícil de concebir. No queda más remedio que echar mano a términos propios del mundo espiritista para hablar de los combates extrasensoriales de Yito con otras personas dotadas de un don similar al suyo. Es una especie de duelo de hechiceros, una guerra invisible a los ojos comunes llevada a cabo en un campo de batalla, digamos, astral.

    –Yo puedo revirar el mal que le hacen a la gente, saber de dónde viene y evitarlo. Quedan pocos paleros de verdad hoy en día, pero los hay, y a veces están para joderles la vida a otras personas –me cuenta.

    Como sea, «el milagroso de Punta Brava» dice intervenir siempre en favor de la vida y la salud de la gente, es decir, que es «de los buenos».

    ***

    San Lázaro / Foto: Dayana Puertas Delgado

    De todas las fotos que abundan en su cuartico de curaciones, Yito solo aparece en una. La sonrisa de mejilla a mejilla, viste sombrero y guayabera, y lo escoltan gente muy alta y alegre.

    –Eso fue en Viena, cuando salí del país por primera y única vez. Fui a atender el caso de una mujer con soriasis que vive allá y me invitó para curarla porque estaba desesperada. El cónsul de Austria se puso pesado para darme la visa, pero al final me la dio y estuve viviendo con esa familia dos meses. Claro, yo sané a esa mujer en 12 días y el resto del tiempo me la pasé curando gente que me traían. Por suerte me había llevado mis tunas, mis cocos y mi aguardiente para allá –dice mientras observa la foto–. Yo pensé que me conocían solo en Cuba, pero ya ando internacional.

    –¿Y nunca ha pensado cobrar?

    –¡Qué va! La gente puede dejar sus kilitos a San Lázaro, y yo cada cierto tiempo los reúno y los llevo al Rincón, o pueden donarme algo. Pero nunca pido nada. Recuerdo una vez que vino un colombiano a atenderse y lo curé. Cuando vio que lo mío daba resultado me miró muy serio y me dijo que debía cobrar y que en su país, viviendo de esto, podía tener mejores condiciones. Y yo le contesté: «No, porque yo estoy para dar salud, no por dinero». El que nace con un don sabe que si lo explota, lo pierde. Esas son las reglas.

    Yito tampoco ha pensado en abandonar el país, pese a tener a dos de sus tres hijos y a cuatro nietos viviendo en Estados Unidos. De hecho, no quisiera ni alejarse del pequeño Punta Brava, un reparto con aires de pueblo, a medio camino entre el espíritu campechano y el citadino, tan propio de los límites de La Habana.

    –Tengo a buena parte de la familia afuera, pero me costó con carajo porque a mi hija, cuando se iba, me la trancaron de pata y candado. El marido de ella era de Derechos Humanos e informaba de las cosas malas de aquí para allá, hasta que se complicó y se fue en una lancha por Playa Baracoa. Entonces el tipo de la seguridad, que parece que lo seguía a él, al no poder cogerlo se me le encarnó a la niña –cuenta.

    Por esos meses, la hija de Yito se quejaba de ser constantemente seguida, casi siempre por un mismo hombre que, suponía, trabajaba para los órganos del Ministerio del Interior. Al corroborar aquello, Yito decidió plantarle cara al hombre.

    –Mira, papo, estás caminando por encima de la niña de mis ojos, la única hembrita que tengo. Y pa eso no tienen ni tú ni Fidel Castro, ¡porque me bailo a cualquiera! –dice que dijo, desafiante.

    –¿Esa es una amenaza o una advertencia?

    –Como carajo tú quieras tomarlo –contestó Yito.

    El incidente no tuvo mayores repercusiones y ambos no se volverían a cruzar hasta el día en que la hija de Yito pasaba las puertas del Aeropuerto José Martí para reunirse con su esposo. Al verlo, el curandero lo interceptó y le dijo:

    –Escucha, deja eso, que sus papeles están legalizados y todo. Déjala ir porque si le pones la mano arriba voy a hacer temblar toda esta mierda aquí yo solo.

    Justo antes de que la joven pasara por la ventanilla de inmigración, el hombre se le acercó y ella comenzó a llorar de los nervios. Yito recordó entonces la respuesta de sus santos cuando, la noche anterior, les preguntó qué hacer: «Las lágrimas que ella eche por su culpa, él deberá soltarlas en sangre».

    –Y le metí un trompón en la cara que lo dejé sangrando por la nariz. Mi hija se fue preocupada y yo regresé a la casa a esperar a la patrulla, pero jamás me pasaron a buscar –dice Yito, y enseña su puño cerrado, unas manos viejas que conservan las callosidades de quien conoce la rudeza del trabajo en el campo.

    ***

    Iván es el único nieto de Yito que vive en la casa. Es un muchacho inquieto y, como corresponde a su edad, poco le importa el futuro. Por ahora prefiere montar bicicleta y memorizar los bailes de moda en el mundo del reguetón cubano. Sin embargo, su abuelo asegura que es Iván quien seguirá su legado. Iván, parece, ha heredado el don.

    Hace unos meses, mientras Yito limpiaba su cuartico de curaciones, el niño llegó y se colocó su manojo de collares.

    –Papi, ¿qué estás haciendo? –le preguntó Yito.

    –Voy a curar a Mima, que está malita bajo la mata de aguacate –contestó Iván, y se fue a pasarle la mano a su abuela, Dulce, que sufría de fuertes dolores de cabeza y arritmias cardiacas.

    Iván imitó los movimientos que tantas veces vio hacer a su abuelo con los pacientes y, tras unos minutos, logró calmar a Dulce. Mientras tanto, Yito lo observaba con una alegría casi infantil, recordando aquella vez, diez años atrás, en que su nuera acudió a su magia para salir embarazada.

    –Él nació por mis poderes, por tanto, él también es ahijado de San Lázaro.

    Por su parte, Dulce Martínez podría ser la única persona que conozca todos los secretos de Yito. 56 años a su lado la han convertido en testigo de todos sus milagros, aunque poco o nada puede decir de ellos.

    –Todos estos años la gente ha venido y se ha curado. Por todas partes hablan bien de él, pero yo no puedo decirte nada sobre sus poderes. Yo tengo un problema de los nervios por el que dejé de trabajar muy rápido, así que no tengo pensión. También soy asmática crónica, tengo de todo, ¡hasta las piernas tengo chivadas! Él lo intentó todo conmigo, siempre ha tratado de curarme… y nada. Me dice que parece que sus poderes no pueden usarse para beneficio personal, y como yo soy su esposa, pues no funcionan conmigo –dice esta viejita menuda y de expresión triste.

    Dulce se casó con 19 años, Yito tenía 26, y desde entonces pocas veces ha cruzado los límites de Punta Brava. Vive prácticamente encerrada, viendo durante décadas desfilar a todo tipo de personas frente a la puerta de su patio. Antes, cuando Yito trabajaba en las vaquerías de Niña Bonita, brindaba agua a los pacientes mientras estos esperaban al curandero. Eso sí, jamás los dejó entrar a la casa.

    –¿Cómo es vivir con un hombre como Yito?

    –Yito es un hombre raro. Creció huérfano y, aunque no lo parezca, es un hombre independiente y solitario. Trabajó casi toda su vida en vaquerías, y después regresaba a curar gente. Lo difícil es siempre el gentío que se le forma aquí todos los días. Eso es lo único que no me gusta. Pero es su trabajo y lo hace bien.

    Las reglas de la consulta dictan que son 40 personas diarias de lunes a viernes, atendidas siempre entre las 6:00 AM y el mediodía. Sin embargo, casi todos los días Yito se muestra indulgente y extiende las curaciones hasta las cuatro o las seis de la tarde. Cada vez más siente cómo este ritmo de trabajo afecta su salud, deteriorada ya por las secuelas de un infarto y el desgaste propio de sus 82 años. En ocasiones ni siquiera almuerza o conversa con su familia, entonces se enoja consigo mismo y promete que cumplirá de forma estricta con su horario, pero al final termina por ceder a los caprichos de sus pacientes.

    –La gente es muy desconsiderada. Vienen a cualquier hora y sin turnos, y uno está cansado y quiere mandarlas pal carajo, pero las ayudo al final. Aunque eso sí, solo ayudo al que llega a curarse, no a los que vienen a pedirme que los haga babalawos ni paleros –dice Yito.

    Algunos encuentran en él una suerte de guía religioso capaz de iniciarlos en el universo mágico de los males de ojos, las brujerías y, a su vez, en la defensa contra este tipo de ataques. Otros, en cambio, vienen preocupados por lo mal que les ha ido en los últimos días y preguntan si acaso cierto malintencionado les ha lanzado una maldición.

    –No quisiera que confundiesen mis collares y mis creencias con eso. Yo no soy un brujo, ni palero, ni babalawo, ni padrino de nadie. Acuérdate, mis poderes son de San Lázaro y yo soy su ahijado, «el milagroso de Punta Brava» –dice y nos despedimos.

    Todavía algunos esperan frente a su puerta. Se les nota ansiosos, quizás por el hambre o el calor del mediodía que se acerca. Todavía, también, continúan las molestias en mi espalda, y así seguirán. Del cuarto de curaciones no he podido salir con nada más que una historia, que es bastante y, en definitiva, cuanto vine a buscar. Tal vez Mirta Campos tenía razón y todo, al final, solo se trate de fe.

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    Darío Alejandro Alemán
    Darío Alejandro Alemán
    Nació en La Habana en 1994. Periodista y editor. Ha colaborado en varios medios nacionales e internacionales.
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    5 COMENTARIOS

    1. Hola,que tal yo tengo un problema me hicieron algo malo me juraron en palo despues y la berda no quede bien siento mucho dolor en mi cabesa en mi trabajo nada bien y muvho menos en mi vida me dicen qie tood pasara pero nunca pasa necesito alluda

      • Jesucristo es tu Unica Solucion los muñecos de este Viejito no tienen poder tienen ojos y no ven boca mas no hablan pies y no andan son hechos por las manos de un hombre…El Dios todo Poderoso que hiso los Cielos y la tierra no necesita que el hombre le ponga comida ..El es el que da de Comer a todo ser Viviente…solo pide que nos arrepintamos de Corazon de todas nuestras maldades y nuestros malos pensamientos y nuestra falta de perdon y nos Volvamos a El y asi experimenter Paz en nuestra alma y la sanidad interior y fisica

    2. Jesucristo es tu Unica Solucion los muñecos de este Viejito no tienen poder tienen ojos y no ven boca mas no hablan pies y no andan son hechos por las manos de un hombre…El Dios todo Poderoso que hiso los Cielos y la tierra no necesita que el hombre le ponga comida ..El es el que da de Comer a todo ser Viviente…solo pide que nos arrepintamos de Corazon de todas nuestras maldades y nuestros malos pensamientos y nuestra falta de perdon y nos Volvamos a El y asi experimenter Paz en nuestra alma y la sanidad interior y fisica

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