Cada vez que ella salía a hacer fotos, me lo decía; menos cuando retrató El Vedado con la Yashica prestada. El día que fotografió Regla pasó antes por la casa de Soleida Ríos. Cuando me lo dijo yo encontré una relación absoluta en eso, porque Soleida Ríos siempre quería ir a Regla y, por una cosa o por la otra, el paseo a Regla se cancelaba. Era como si ir a Regla implicara cierta disposición, no de la persona que visitará el lugar sino del lugar que recibirá a la persona.
Evelyn Sosa también intentó ir a Regla más de una vez, más de diez veces, y más de una vez esa posibilidad fue anulada. Me decía que hoy sí, que todo estaba preparado para eso, que quería hacer fotos en ese lugar y que hoy era el día. Pero unas horas más tarde llegaba el mensaje fatal: no pude ir a Regla, hoy tampoco pude. Y el mensaje llegaba con esa carga fatídica de cosa no hecha pero tan deseada, de cosa inexplicable y noseporqué.
«Llevaba tiempo con deseos de visitar la iglesia de Regla. No soy religiosa, no había hecho una promesa, pero continuaba con un deseo de ir. Pasaron meses y ese impulso nunca se fue. Antes de dormir, rumiaba siempre que debía visitar la iglesia. No sabía por qué. Un día que fui a ver a Soleida Ríos le conté que quería ir a Regla, que nunca había visto la iglesia y que había algo que no podía evitar, no podía dejar de pensar en eso después de meses. Soleida me dijo que fuera, que ella quería ir conmigo. Ese día me dio una runa y un talismán».
Yo nunca fui a Regla, no conozco Regla. Soy una camagüeyana a la que le falta por conocer más de la mitad de su país. No conozco los lugares que todo el mundo conoce y no conozco los lugares que hubiera querido conocer. No conozco lugares turísticos, pero tampoco lugares que para mí pudieran significar algo fuerte. Al final, cuando me paro a pensar, es como si no conociera Cuba, como si solo conociera mi casa. ¿De qué Cuba habla la gente cuando dice que extraña Cuba?
«A los pocos días compré velas para llevar, quería llevar mis velas y encenderlas. Me levanté un día temprano y me fui para La Habana Vieja. Me llevé la cámara con la que estaba fotografiando rollos caducados. Llegué al puerto y crucé en la lanchita. Durante el viaje hice algunas fotografías. Recuerdo que una mujer iba rezando algo que no pude entender mientras tiraba al mar monedas de un peso cubano. El agua sucia siempre me impresiona. Siempre me pregunto si tengo que nadar en esa agua, si podré hacerlo, si podré llegar al muelle. Cuando llegué a Regla la iglesia no estaba abierta. Me quedé alrededor de una hora fotografiando por fuera. Caminé el exterior varias veces. Me senté debajo de la ceiba que está justo enfrente».
Hay un sentimiento muy fuerte de paz cuando Evelyn Sosa retrata espacios, paisajes, o simplemente objetos. No importa si lo hace a color o en blanco y negro; el sentimiento de paz que imprime a la foto es tan fuerte que uno podría caer sentado. No es igual que cuando retrata personas. Cuando retrata personas sucede otra cosa. Ayer yo estaba parada detrás de una mesa en una estancia laboral; no había una silla vacía cerca, pero sí un espaldar de silla. Cuando recibí las fotos de Regla, apoyé una mano en el espaldar.
En las fotos de Regla no hay personas. Las fotos de Regla que Evelyn Sosa hizo, muy poco antes de salir de Cuba directo hacia el Centro de Fotografía de Nueva York, están vacías de gente. Creo que Evelyn Sosa, al retratar Regla, retrató el vacío. Entonces la paz es el vacío. La paz son todas esas palabras que me vienen a la mente durante un estado de vacío, de levedad completa. La paz son los recuerdos frente al blanco del mar azul, violeta o verde. Fíjense en el mar.
«Leí que había una iglesia de Regla en Cádiz. Yo había estado en Cádiz hacía solo unos meses. Pensé que debía haber fotografiado aquella iglesia. Leí también que había una iglesia de Regla en Miami, pensé que si iba a Miami la iría a visitar también y le haría fotos. Regresé a casa. Pasó el tiempo. Venía para New York y aún sentía aquella necesidad de ver la iglesia. Esta vez ya no tenía los rollos expirados de medio formato. Tenía una camarita de 35mm, de point and shoot, con un rollo Kodak en blanco y negro. Llegué a la iglesia y esta vez estaba abierta. Entré. Una mujer se me aproximó y me preguntó si era la primera vez que iba; le dije que sí y me indicó por dónde ir. Le pregunté si podía hacer fotos dentro de la iglesia, y me dijo que sí. Me acerqué, encendí las velas, las coloqué y me quedé de pie un rato mirando el fuego. Pidiendo, creo. No recuerdo qué fue lo que pedí, o si lo hice. Puse dinero. Sentí alivio estando allí; aún no entiendo la razón de todo. Hice varias fotos y salí. Caminé hasta el muelle. En el agua había una roca grande que tenía un letrero con pintura amarilla donde decía: Luli y José, te amo. La roca y las letras quedaban debajo del agua, a poca profundidad. Hacía sol y las letras brillaban. Entonces pensé en el amor. Decidí que iba a fotografiar las iglesias de Miami y Cádiz si viajaba a esos lugares».
Fíjense en la iglesia, en la bandera. Fíjense en el árbol. Fíjense en la tarja del 97 dedicada a los africanos que en 1836 fundaron ese lugar en nombre de la Sociedad Secreta Abacuá, firmada por el Buró Abacuá. Una tarja sobre un mármol lleno de paz y vacío de gente, vacío de sentimientos de gente.
(Fotografías autorizadas por Evelyn Sosa).