Sobre vivir el apagón

    El apagón, en cierto modo, se veía venir. Aun así, tomó a muchos por sorpresa. El pasado jueves, las autoridades cubanas admitieron que la crisis energética era en extremo grave, más que lo reconocido hasta el momento. «No estamos en el fondo de un abismo», dijo en televisión el primer ministro Manuel Marrero Cruz; sin embargo, en la misma comparecencia anunció el cierre de todos los centros de enseñanza y la suspensión de las actividades culturales y recreativas en el país. El Sistema Electroenergético Nacional iba a sufrir una desconexión total debido a otra avería en la Central Termoeléctrica Antonio Guiteras. Además, la escasez de combustible había llegado a niveles impensados hace algunos años. El resultado: un apagón que mantuvo la mayor parte del país a oscuras durante 72 horas.

    La situación coincidió con el paso del huracán Óscar por la zona nororiental de la isla, una de las más afectadas desde 2023 por frecuentes y prolongados cortes de electricidad. Además de considerables daños materiales, el huracán dejó un saldo de siete víctimas mortales en el municipio guantanamero de San Antonio del Sur. Al menos en los últimos 30 años, no hubo peor escenario en el país.

    El hartazgo popular no tardó en mostrarse. Según Justicia 11J, una organización centrada en la verificación y divulgación de informaciones sobre manifestaciones públicas en Cuba, durante el apagón sucedieron al menos 28 protestas. Videos en redes sociales dieron cuenta de cacerolazos y tomas de calle por parte de vecinos en algunos barrios, sobre todo en La Habana. En algún caso, se escucha a la gente gritar «Díaz-Canel, singao», uno de los coros más recurrentes durante el estallido social del 11 de julio de 2021. El presidente cubano, por su parte, respondió el lunes 21 de octubre con amenazas que recordaron también aquellas jornadas represivas. «Nosotros queremos ratificar que nunca la Revolución va a tolerar este tipo de conductas y todos serán procesados como corresponde, con el rigor que contemplan las leyes revolucionarias», afirmó Díaz-Canel, luego de sostener que «un mínimo de personas» —que catalogó como «indecentes» y, la mayoría de ellas, en «estado de embriaguez»— había intentado alterar el orden público y cometer vandalismos. «Pero también esta oportunidad la aprovechan», declaró, sin preocuparse por mostrar evidencias, «aquellos que actúan bajo las orientaciones que les dan los operadores de la contrarrevolución cubana desde el exterior».

    Por su puesto, el apagón masivo —sin precedentes dadas sus dimensiones en un país donde los cortes eléctricos son un mal crónico desde hace décadas— dejó innumerables experiencias íntimas, a menudo dramáticas, o farsescas, que ilustran mejor la oscuridad de estas jornadas en Cuba.

    Juan Luis Bravo (Guantánamo)

    Acá, en Oriente, la situación ha sido crítica. Yo, ahora, no tengo corriente. Hay zonas que llevan cuatro y cinco días sin corriente. Y pasamos por el huracán Óscar, que dejó desastres en las zonas este y norte de Guantánamo y Holguín. Pero ya desde antes había problemas con la generación de electricidad.

    En el canal de Telegram de la Empresa Eléctrica pusieron en varias ocasiones que el país estaba en apagón general. En mi zona, el municipio Guantánamo, no llegamos al extremo de otras, que anduvieron (y andan) sin corriente, pero estuvimos 72 horas así. Si me preguntas qué fue lo más crítico, diría que la comida. Las personas no tienen alimentos, y no solo por el apagón. A estas alturas, no ha llegado la canasta básica a las bodegas y nos deben el arroz y el azúcar de septiembre. La gente protestó por los apagones, pero también porque lo poco que pueden tener de comida, como un pedacito de pollo o de picadillo, se les echó a perder por la falta de corriente. En estos días no se pudo hacer ni pan, y no me refiero solo al de la canasta básica.

    Ayer, en la noche, estaba yo con lágrimas en los ojos porque veía a mi abuela llorar por la comida que se le echó a perder. Un paquete de pollo y un trozo de jamonada. No dio tiempo ni a deshuesar el pollo y freírlo porque no tenía ninguna forma de cocción adecuada. Hoy, en la casa, amanecimos sin alimentos. Comimos gracias a un vecino que salió del municipio y pudo resolver picadillo. Pudimos cocinarlo cerca de la casa con unos vecinos que, clandestinamente, consiguieron una balita de gas licuado.

    Lo del gas es otra situación grave. Hace tres meses que esta provincia tiene problemas con eso. Con gas, al menos cocinas, pero aquí se unió la falta de gas con el apagón y el huracán. En mi municipio, Óscar no dejó muchos destrozos, pero sí acabó en Baracoa, Maisí, Imías, San Antonio y Cajobabo. Hasta los hospitales se inundaron de agua allá.

    Ayer comimos huevos fritos y arroz. Fue con un truco que sé del tiempo que estuve en prisión, con el que colábamos café y freíamos algunas cosas en la cárcel. El fuego lo hice con nylon y saco, como una bolsita, con pedacitos de tela adentro para que no haga mucho humo. Las personas tuvieron que acudir a la compra de latas de carbón, que en estos días subieron de precio, casi al doble. Puedo decir, sin temor a equivocarme, que al menos el 90 por ciento de los guantanameros cocinaron con carbón. Y, claro, esas latas de carbón las venden los particulares que se dedican a eso de toda la vida. El gobierno no apoyó ni siquiera en eso. Las autoridades dijeron que iban a destinar las placitas y mercados a la venta de carbón vegetal, pero no lo hicieron.

    Acá hay varias MIPYMES, por supuesto, y desde que comenzó el apagón estuvieron abiertas. Algunas bajaron el precio de los productos que necesitan refrigeración porque se dieron cuenta de que se les iba a echar a perder. Pero eso fue el primer día. Después solo vendieron refresco, detergente y productos de aseo.

    Martes, 22 de octubre

    Maitée (Nuevo Vedado, La Habana)

    Yo trabajo en un hospital y el jueves 17 de octubre, el día que dieron el comunicado sobre la situación energética, estaba de guardia. Por eso no me enteré. Tampoco me sorprendí al llegar a mi casa el viernes y ver que no había electricidad. Una está acostumbrada a que le quiten la luz de 10:00 a.m. a 2:00 p.m., así que pensé que sería algo momentáneo. No reparé siquiera en que debía ahorrar la batería del móvil. Me bañé y me acosté a descansar. Sobre las 3:00 p.m. desperté, y nada: todavía sin luz. Yo lo vi como algo normal. Pensaba que quizás se había extendido un poco el apagón programado, pero cuando salí de casa, por los comentarios de los vecinos, supe que la corriente no iba a venir.

    Cerca del barrio está el Ministerio de la Agricultura, que, por supuesto, tiene una planta eléctrica. Varios vecinos fuimos a cargar el teléfono allí. Uno de ellos pidió de favor que le permitieran conectar el motor a través de un sistema de extensiones para que los demás pudiéramos recoger agua de la cisterna, porque el agua de la calle no entró en todos esos días. Milagrosamente, el sábado, cuando todo el mundo estaba al borde de la desesperación, la luz vino. Fue a las 8:30 p.m., y ya estábamos embullados, celebrándolo como si fuera una victoria, cuando la quitaron otra vez, casi dos horas después. Estuvimos sin electricidad hasta el domingo, que la pusieron a las 12:30 p.m. Las malas lenguas decían que era para que viéramos el noticiero de la tarde, que de seguro iban a dar una información para quitarla luego. Y la quitaron a las 4:00 p.m. Así estuvimos hasta el lunes.

    Realmente, lo más difícil fue manejar el tema de la comida, que es poca y muy cara. Sin corriente, la comida se echa a perder. El viernes, previendo que se podía extender el apagón, saqué todo el picadillo del congelador —que tampoco era mucho— y lo hice en salsa para que no se pudriera. Y lo mismo con el pollo.

    En esos días yo tuve suerte, pero mis abuelos estuvieron sin electricidad desde el viernes hasta el lunes a las 6:00 a.m. ¡Sin electricidad ni agua! Otros familiares en Centro Habana estuvieron igual. En el caso de mis abuelos, que viven en edificios, lo de cargar el agua fue muy complicado y tuve que ir con mis padres a ayudarlos.

    Martes, 22 de octubre

    Omara (El Vedado, La Habana)

    El viernes todos esperábamos el apagón programado: la quitan a las 8:00 a.m. y la ponen a las 3:00 p.m. La quitaron a la hora prevista, pero sobre las 11:00 a.m. dijeron que el sistema se desconectó. Yo estuve sin luz desde ese día hasta hoy a la 1:00 p.m. Apagón total, casi sin internet y sin saber bien qué estaba pasando. Además, había lluvia y vientos de tormenta por lo del ciclón.

    Acá se nos dijo que iban a vender pan, pero salvo el de la cuota, no he visto uno desde el viernes, y porque lo compré en una MIPYME. La comida solo podías conseguirla en las MIPYMES. Las tiendas en MLC, con los cortes eléctricos, hace días que están imposibles y no se puede ni entrar a ver qué hay. Los agromercados vendieron solo lo que tenían del viernes. Los bancos estaban sin corriente y muchas personas no pudieron acceder a su dinero por las plataformas de pago como EnZona y Transfermóvil.

    El agua, hasta este minuto, no ha llegado. El gas sí se mantuvo porque es de la calle. Para las personas que cocinan con electricidad dijeron que iban a hacer comidas en lugares del Estado, pero hasta ahora no he tenido más noticia sobre ese tema. Sí tengo una conocida en Mayabeque que me confirmó que allá lo están haciendo. La gente resolvía en casa de amigos, viendo quién le podía dar agua o cargar los teléfonos. Y hubo negocios privados con planta que cobraban 500 pesos por cargar el celular.

    No hubo protestas acá. Ayer, en la noche, escuché un grito de «pongan la corriente», y el sábado uno de «abajo la dictadura». Pero solo eso. Por casa de una amiga de mi abuela, también en El Vedado, hicieron fiesta y todo en medio del apagón. Pero en mi zona nadie protestó. De hecho, todo estaba más tranquilo que en días anteriores.

    Lunes, 21 de octubre

    María Isabel (La Lisa, La Habana)

    Esto no es algo nuevo. Yo he pasado antes hasta cinco días sin luz por un huracán, pero eso es algo que entiendo. Un fenómeno natural que arrasa y tumba los postes eléctricos… Es comprensible. Pero este apagón no fue por un huracán. Además, he estado muchos días sin luz, pero no sin gas.

    Yo sí creo que la situación del gas fue la más difícil de estos días. Cuando no tienes luz, te alumbras con un mechón, el agua la recoges días antes y la ahorras, y si tienes cisterna propia, no hay problema. En este edificio la gente sobrevivió con el agua que sacaban de la cisterna en cubos. Pero sin luz, agua, ni gas solo te queda ahorcarte con una soga. Aquí hay gente que hace meses no ha podido coger gas de balita. Las colas son siempre un lío en los puntos de distribución, y lo mismo sacar turno. Hace unos días hubo bronca con sacadera de machetes y todo. Acá te dan un turno para cuando venga el gas, que no sabes nunca cuándo es. Y puedes tener el turno 200, pero ese día solo entregan 80 o 100 balitas, y tienes que seguir esperando varios días. Se hacen colas de semanas y hasta de un mes. Claro, puedes comprar una balita en el mercado negro, pero al menos por esta zona cuesta 20 mil pesos (62 dólares). Ahora es la delegada de la circunscripción la que atiende la cola del gas, y hasta hay un grupo de WhatsApp en la comunidad donde ella pone el número de turno por el que se quedó la cola el día en que traen balitas.

    En el apagón nacional, la gente cocinó con carbón en los balcones de sus casas. Lo normal era caminar en la oscuridad de la noche y encontrar a la gente cocinando alrededor de una olla con un cartoncito para avivar el fuego. También se hicieron caldosas colectivas en los bajos de los edificios: leña, un caldero grande, todo el mundo aportando algo, y con eso se comía. Y la mayoría tuvimos que quemar las naves y cocinar lo que había en el refrigerador. Y ahora que nos quedamos en cero, ¿cómo se consigue de nuevo comida?

    Claro, algunos comieron solo pan de los que venden por la calle y otros pasaron al menos uno de esos días sin probar bocado. En una cafetería cercana, la única que tiene planta por aquí, estuvieron haciendo pizzas. El dueño debe haberse forrado, porque mucha gente fue a comprarle. En las tiendas en MLC había comida, pero nada refrigerado. Los que tienen dinero sí pudieron comprar ahí cositas, pero sobre todo enlatados.

    Nadie protestó por donde yo vivo. En el barrio contiguo sí sonaron calderos, y creo que por eso fue el primer barrio de los alrededores al que le pusieron la corriente hoy. Pero en el mío la gente pasó el tiempo conversando, bebiendo mucho alcohol. El primer día pusieron música en bocinas bluetooth hasta que se quedaron sin carga, y después mataron el tiempo jugando dominó. Era como un campismo popular: ron, dominó, gente sin bañarse y casi sin comida. En los barrios así la gente resuelve rápido.

    Lunes, 21 de octubre

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    Darío Alejandro Alemán
    Darío Alejandro Alemán
    Nació en La Habana en 1994. Periodista y editor. Ha colaborado en varios medios nacionales e internacionales.

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