Abusos sexuales e impunidad en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños

    La investigación

    En el mes de mayo de 2022 una estudiante de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños (EICTV) me contactó con el propósito de alertar sobre diferentes casos de abusos y agresiones sexuales que habían tenido lugar en dicho centro durante la última década.

    A partir de ese momento comencé una investigación durante la cual he accedido a diversos testimonios, tanto de estudiantes como de profesoras de esa institución, así como a otras pruebas documentales en relación con los hechos denunciados.

    La información recabada en este periodo dio forma al presente texto, donde se denuncian violaciones, abusos sexuales, acoso, revictimización, y sobre todo el mal manejo de estas situaciones por parte de la dirección de la EICTV, lo que en conjunto fue generando un ambiente tóxico, insoportable para no pocas estudiantes de la Escuela.

    La investigación está compuesta por cuatro testimonios de mujeres de diversas nacionalidades que estudiaron en la EICTV durante la última década, así como por la reconstrucción del infructuoso y revictimizante proceso de denuncia de una de ellas ante la dirección de la Escuela, en primera instancia, y después ante las autoridades policiales cubanas.

    A petición de las testimoniantes, y con el objetivo de proteger su identidad, los nombres empleados aquí son ficticios. Dicha solicitud se funda en temores de que estas historias puedan afectar sus respectivas carreras dentro de la industria cinematográfica, lo cual por otra parte tendría precedentes de alcance global. Hasta el surgimiento del #MeToo, el productor estadounidense Harvey Weinstein se benefició de su poder en Hollywood para garantizarse décadas de impunidad; a principios de este mismo año, las tres primeras denunciantes del director español Carlos Vermut —«todas trabajan[do] en puestos relacionados con el sector audiovisual»— alegaron «temer represalias» cuando solicitaron al diario El País que no revelara sus nombres.

    En cuanto a los agresores, salvo en un caso, no aparecen directamente identificados porque la investigación cuestiona principalmente el proceder de la directiva de la Escuela y denuncia un ecosistema donde, a todas luces, las agresiones sexuales y la impunidad fueron normalizadas.

    En cambio, la decisión de identificar con su nombre a uno de ellos responde, sobre todo, a una petición expresa de la víctima, así como al hecho de que el individuo fue denunciado tanto ante la dirección de la EICTV como ante la Policía cubana, lo que llevó a un proceso de instrucción penal. De manera que el caso tomó un carácter público y notorio dentro de la Escuela.

    Ciertamente, este trabajo puede ser también un primer paso que conduzca a nuevas denuncias y futuras indagaciones que apunten a figuras que han acumulado alguna cuota de poder, tanto dentro de la EICTV como en la industria del cine, y aprovechado su posición para abusar en diferentes grados de estudiantes y colegas.

    Respecto al proceso de obtención de los testimonios, en todos los casos —incluidos el tercero y el cuarto, que se cruzan en algún punto—, fueron recabados de forma independiente, sin ningún tipo de acuerdo entre las víctimas, quienes coincidieron en describir detalladamente un ecosistema nocivo que marcó las vidas de mujeres de diferentes generaciones en la Escuela.

    Habría que subrayar entonces que la presente investigación evidencia una vez más la urgente necesidad de que sea aprobada una Ley Integral contra la Violencia de Género en Cuba, una petición en la cual han insistido las feministas cubanas durante los últimos años.

    La escuela

    La Escuela Internacional de Cine y Televisión fue el principal proyecto académico de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano (FNCL), una organización creada por el Comité de Cineastas de América Latina con el propósito de integrar las cinematografías de la región y desarrollar la producción, distribución y exhibición de dichas obras.

    La creación de la EICTV se aprobó en la primera reunión del Consejo Superior de la FNCL, y sus instalaciones fueron construidas en los terrenos antiguamente ocupados por la finca San Tranquilino, cedidos por el Estado cubano, en la localidad de San Antonio de los Baños, a 35 kilómetros de La Habana.

    La ceremonia de inauguración tuvo lugar el 15 de diciembre de 1986, en un acto presidido por el mandatario cubano, Fidel Castro; el escritor colombiano y presidente de la FNCL, Gabriel García Márquez, y quien sería su primer director, el cineasta argentino Fernando Birri.

    La EICTV, considerada una de las escuelas de cine más importantes del mundo, ha recibido importantes reconocimientos como el Premio Rossellini, otorgado en 1993 durante la 46 edición del Festival de Cannes, la primera vez que el certamen galardonó a una escuela de cine.

    En sus aulas han impartido talleres y cursos destacadas figuras del cine mundial como Francis Ford Coppola, Steven Soderbergh, Konstantinos Costa-Gavras, Emir Kusturica, Tomás Gutiérrez Alea, George Lucas, Lucrecia Martel, Abbas Kiarostami, Werner Herzog, James Benning, Mike Leighe, e intérpretes como Ian McKellen, Isabelle Huppert, Hanna Schygulla o Ralph Fiennes. 

    Una de las peculiaridades de la Escuela es que sus estudiantes provienen de todas partes del mundo, con especial énfasis en Latinoamérica, África y Asia, siendo los cubanos solo un pequeño porcentaje de sus alumnos. 

    Tanto el limitado acceso de los cubanos a la EICTV como el hecho de estar ubicada fuera de la capital y funcionar con régimen de internamiento hacen que, pese a su prestigio internacional, no sea tan conocida entre la población de la isla como otros centros educativos.

    Ha sido llamada la «Escuela de los Tres Mundos», en referencia a Asia, África y América Latina, por su aspiración de ser un referente para la cinematografía del sur global en un contexto global dominado por Estados Unidos y Europa.

    Dentro del programa académico de la Escuela destacan tres modalidades: los talleres, con una duración aproximada de un mes; las maestrías, de unos seis meses, y el curso regular, que dura tres años.

    Desde 1986 y hasta 1991 la EICTV fue dirigida por el cineasta argentino Fernando Birri; luego, hasta 1994, la condujo el guionista y realizador brasileño Orlando Senna, quien fue sustituido por el guionista y realizador colombiano Lisandro Duque, quien desempeñó el cargo hasta 1996. 

    Desde entonces hasta el año 2000 la dirección de la EICTV la ocupó el guionista hispano-argentino Alberto García Ferrer, a quien sustituyó el historiador y cineasta venezolano Edmundo Aray hasta el año 2002, cuando pasó a ocupar el puesto el cineasta cubano Julio García Espinosa. 

    La siguiente directora de la Escuela fue la editora y productora dominicana Tanya Valette, quien ocupó el puesto desde 2007 hasta 2011, cuando fue relevada por el realizador y productor guatemalteco Rafael Rosal Paz.

    Tras la polémica salida de Rosal Paz en 2016, marcada por un caso de corrupción, pasó a ocupar el máximo cargo de la EICTV el cineasta cubano Jerónimo Labrada, quien actualmente ejerce solo como director académico puesto que en 2016 fue reemplazado por la actual directora general, Susana Molina, exvicepresidenta del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC).

    Molina también fungió como «presidenta en funciones» del ICAIC, entre julio y noviembre del 2023, tras la dimisión de Ramón Samada a raíz de la protesta gremial —y el surgimiento de una Asamblea de Cineastas Cubanos— avivada por la censura y posterior exhibición, sin la anuencia de su realizador, del documental La Habana de Fito.

    Los testimonios

    Beatriz*

    Yo llegué con tal inmadurez sexual que no estaba preparada psicológicamente ni emocionalmente para lo «liberal» que la Escuela pretende ser. 

    El primer momento en que vi esta falta de límites fue en una fiesta en El Rapidito[1] donde una alumna, que ya había vivido un tiempo en la Escuela, se desabrochó su camisa, se quedó en tetas, y empezó a apoyarlas en el pecho de un profesor. 

    Yo me preguntaba: «Si ella sabe qué límites puede quebrantar y está haciendo esto, ¿entonces cuál es el tope máximo de dichos límites?». 

    A todos los presentes eso les parecía un chiste, algo inclusive cotidiano, pues se reían y lo más loco es que hasta la alentaban pese a que era muy visible la latente incomodidad del profesor. Él, sentado en las escalares, se echaba cada vez más para atrás, pero ella lo seguía y lo seguía hasta el punto en que quedó acostada arriba de él. 

    Colocando sus manos en sus costados para no tocar a la alumna, el profesor decía: «Si mi mujer ve esto, yo no la estoy tocando, me están obligando jajaja». Más tarde, cuando hablé con otros estudiantes, justificaban los hechos diciendo que al ella ser lesbiana no tenía importancia el acto, pero lo único que yo pensaba era: ¿si un alumno, aunque en este caso hipotético fuese gay, estuviera apoyándole sus genitales a una profesora lo veríamos igual? 

    No solo eso, a veces en la parte de atrás de El Rapidito había gente teniendo sexo oral. 

    Cada uno con su fetiche; claramente hay gente a la que le gusta la agorafilia[2], y respeto los gustos de otros. Pero con esto quiero decir: no había límites con lo que podías ver y escuchar, y a partir de ahí se difuminaba la línea [de] a lo que podías decir que sí y que no, a tal punto que el «no» de la otra persona ya no era aceptable. ¿Por qué no te vas a dejar? ¿Por qué no vas a ser parte del juego? Y, sobre todo, ¿por qué no quieres? 

    Me di cuenta de que también la gente estaba muy interesada por la vida sexual de los otros: si eras virgen o no, con cuántos habías estado y quiénes eran ellos. ¿Son del curso regular?, ¿son de maestría?, ¿es un profesor? O es, como le solían decir, «carne fresca de talleres». Esto principalmente se fomentaba con las mujeres de la limpieza, que chismeaban todo el día si te veían salir de una habitación que no era la tuya. 

    No había privacidad ante nuestro ámbito sexual, pero tampoco ante los abusos sexuales, porque nos enteramos todos de todo, mientras a la Escuela parece importarle poco o inclusive nada. Mejor para ellos si no lo saben porque claramente no quieren lidiar con eso. 

    Múltiples personas han ido a hablar a sus cátedras y a los directivos de la Escuela sobre situaciones de acoso, de abuso y de violación. Por parte de alumnos hacia otros alumnos, de profesores hacia alumnos, e inclusive de trabajadores de la Escuela hacia alumnos, pero lo más sorprendente es que nunca se ha hecho nada. Y lo más loco es que pretenden buscar la «solución» que mejor deje parada a la escuela sin tener que expulsar, echar o despedir a nadie.

    Yo lo que más recalco, que no me olvido, es que había una chica que al parecer sufría de alguna enfermedad mental que nadie supo hasta que la situación explotó. Básicamente entró en una crisis donde se encerró en su cuarto, hizo una montaña de comida podrida en el baño y se robó el gato de una alumna. No fue hasta que llevaba una semana encerrada en su habitación que un profesor se dio cuenta [de] que estaba faltando a clases, y al avisar a los directivos ellos se acercaron a buscarla. Terminaron forzando la puerta para lograr sacarla y finalmente la llevaron a una institución psiquiátrica.

    Lo sorprendente de todo esto fue que la madre de la alumna viajó a Cuba y exigió a los directivos que reincorporaran a su hija dentro de la Escuela. Para nosotros esto era peligrosísimo porque no le estábamos pidiendo a la Escuela que la expulsara, porque no había nada [por lo] que expulsar, sino que una persona en esas condiciones mentales no podía estar ahí; por su bien, principalmente, pero también por el bien del resto —recordemos que le había secuestrado el gato a otra alumna que desesperada lo buscó toda la semana. 

    La respuesta de la Escuela fue que al ella haber pagado el año completo no la podían echar. La verdad que se oculta detrás de esa mentira es: no tenemos para devolverle la plata que ella pagó, entonces no tenemos otra opción que dejarla quedarse. Finalmente, después de mucho empuje de los alumnos, ella volvió a su país, pero yo en ese momento me di cuenta de que así se trata todo en la Escuela. Si a ellos no les conviene, no van a hacer ningún cambio. 

    Nunca tuvimos un seminario de educación o prevención sexual, o de trastornos o enfermedades mentales. Una de las primeras cosas que aprendes haciendo terapia o yendo al psicólogo es que tu psicólogo no puede atender a amigos o familiares tuyos, pues eso es antiético, principalmente porque podría llegar a tener múltiples versiones de una historia, y la terapia es personal. 

    A partir de esto, que es algo simplemente googleable, ¿tú me estás queriendo decir que tienes 80 personas de curso regular sumados a no sé cuántos de talleres y maestrías, que vienen de países completamente distintos al socialismo cubano, y los pones a vivir en un bosque a lo Hogwarts de Harry Potter, pero solo pones una psicóloga? ¿Una mujer que está escuchando, como si fuera la telenovela de las cinco de la tarde, cien versiones distintas de todas las vivencias que tiene cada alumno que se anime a hablar con ella, y encima mientras se toma un café les cuenta a otros trabajadores sobre tus problemas personales como si fuera un chiste? Sorprendente, pero real. 

    La Escuela carece en todos sus ámbitos… Y esta suma de eventos delirantes se permea ante los abusos sexuales, la falta de prevención y ayuda a los alumnos. Carecen en la medicina, en los psicólogos, en los jefes de cátedra, en los coordinadores, y así subimos hasta la dirección.

    En una ocasión un compañero mío bajó de una fiesta y me dijo: «Me acabo de despertar y tenía una chica encima follándome». Sorprendida ante su relato, le pregunté qué iba a hacer y me quedé espantada cuando me dijo que terminó de follársela. «Si ya estaba ahí, ¿qué más iba a hacer?».

    No sé. ¿Quitártela de encima, ir a la dirección, decir que te violaron? Creo que muchos hombres que van a la Escuela creen que por ser hombres no pueden ser violados o peor, que el sexo puede ser forzado. Es muy duro escuchar eso siendo una persona a quien violaron en su juventud. Escuchar que están violando a un montón de personas, y la gente se lo toma como si fuera lo más normal de la vida.

    De lo otro que me acuerdo [es] de un suceso que ocurrió con una chica de maestría a la que un custodio acosaba. O sea, la buscaba, le intentaba hablar, la intentaba tocar; cuando ella estaba en su habitación, él la miraba por la ventana. Y ella lo denunció y la decisión de la Escuela fue moverlo de puesto. No despedirlo, sino pasarlo a un lugar de la Escuela donde ella no se tuviera que topar con él.

    Y para hablar de vivencias personales: una persona que trabajaba en la Escuela me intentó violar. Era una persona que gustaba de mí, pero nunca me invitó a hacer nada por fuera de la Escuela; siempre teníamos que vernos en su horario laboral. Él abandonaba su trabajo y venía a mi habitación. Una noche, en la cual me encontraba muy cansada, le dije que si bien podía venir a mi habitación yo no quería tener sexo. Él me aseguró que íbamos a dormir y por eso accedí a dejarlo entrar. 

    Fui muy específica al decir que tenía que dormir, que no quería tener sexo; lo dije varias veces y su respuesta reiteradamente fue: «Tranquila, no va a pasar nada». 

    Pues, horas más tarde, me desperté en el medio de la noche con él encima mío intentando metérmela. Fue un momento de mucho ataque, mucha histeria pues estaba reviviendo lo que me pasó en mi juventud, pero ahora en mi adultez. Me lo intenté sacar de encima, y, cuando finalmente pude empujarlo, me levanté de la cama y me puse a tomar un vaso de agua para calmarme porque estaba a punto de tener un ataque de pánico. Me di vuelta y le dije: «¿Qué estás haciendo?»; a lo que me contestó diciendo: «¿Por qué te haces la dura? Mira cómo me tienes. ¿Qué esperas, que duerma al lado tuyo estando así?».

    Le recordé que le había advertido que no quería tener sexo, y me dijo que no me hiciera la difícil, que a las cubanas les gustaba así. Entonces le pregunté si él me estaba admitiendo que violaba mujeres cubanas, y me dijo que yo era una exagerada. Lo mandé a la mierda y le dije que se fuera, y dio tal portazo que me dejó una rajadura en el vidrio de la puerta.  

    Ahí me puse a llorar y me agarró un ataque de pánico. El día siguiente fue muy duro porque lo pasé bañándome porque me sentía sucia, sentía que tenía las manos de esa persona encima de mí, tapándome la boca de nuevo. Fue muy angustiante, intenté hablar con algunos compañeros sobre esto, pero al él ser tan querido por otros me llamaron mentirosa. Otros me recomendaron no hablar del tema para evitar que después me cayera algo del peso de la situación por estar con alguien que trabajaba en la Escuela.

    Yo siento que en la Escuela hay un sistema para hacerte creer que eres un infante, un niño de cinco años que no sabe nada sobre la vida y que debe ser reeducado. Se crea un ambiente en donde tú como adulto no eres un adulto por el mero hecho de ser alumno. Entonces empiezas a creerte esa caricatura infantil que te fuerzan a ser, y si te dicen que hay algo que no debes hacer, no lo haces, porque te da miedo.

    Cuando hablé con uno de los directivos y le pregunté de forma hipotética qué pasaría en caso de que alguien fuera violado, la respuesta que me dio fue que, si no había un reporte de la Policía, no podían actuar ante situaciones falsas. Ahí mismo dije: no, no voy a decir nada; lo que significó que conviviera con mi agresor hasta que me gradué. 

    Esa persona hoy en día sigue trabajando en la Escuela. La última vez que nos vimos me intentó hablar como si nada hubiera pasado, como si fuéramos viejos amigos y como si su intento de violación fuera un mero recuerdo o un sueño que yo solamente tuve. Ahí sí lo encaré de forma más frontal, porque ya estaba por irme y no tenía tanto temor. Le dije que si me volvía a hablar le iba a romper una botella de ron en la cabeza; él se rio como si fuese un chiste. Él sigue sin aceptar lo que hizo y su respuesta continúa siendo: «Así les gusta a las cubanas».

    Teresa*

    Yo llegué a la EICTV el 9 de septiembre de 2019, cuando comenzó el curso. 

    El chico era de mi clase. Llegamos los primeros y nos hicimos muy amigos. La primera semana y media éramos un grupo muy pequeño; luego comenzaron a llegar los del curso regular. Entonces, este tío, tanto conmigo como con otra chica, era al principio muy buen rollo, pero luego se empezó a pasar bastante. 

    Lo primero que hizo fue que estaba yo sentada en una de las hamacas que tenemos en la Escuela, llevaba un pantalón corto, y me empezó a pellizcar el culo casi por debajo del pantalón. Me quedé un poco paralizada, y él se justificó con que era una broma. Un amigo que estaba sentado al lado me dijo: “Tía, lo que yo he visto desde fuera y no mola una mierda, te ha metido mano».

    Esa misma noche fuimos a El Rapidito y él estaba ahí con gente hablando. Vino con una botella entera de agua y me la echó encima. Otro día estábamos en clase y se me había quedado el tabaco; él me dijo que me acompañaba a buscarlo y le dije que no; insistió mucho, pero le seguí diciendo que no. Cuando empecé a andar se vino detrás. Todo eso la primera semana. 

    El jueves de esa misma semana estábamos todos comiendo en el comedor y en mi mesa no había sitio, aunque había otras vacías. El agarró una silla y la puso casi encima de la mía, y ahí otro chico le dijo que se estaba pasando un poco conmigo, y me preguntó si me sentía a gusto con esa situación. Yo dije que no, pero estaba un poco paralizada. Luego me llené de valor y le dije que fuéramos a hablar aparte. 

    Le dije que estábamos en la primera semana, que no quería joder el buen rollo de la clase, y que no quería que eso acabara mal, porque si seguía así íbamos a acabar mal. Hasta me eché un poco yo la culpa, lo que me da más rabia, porque le dije que yo tal vez sonreía mucho y lo podía haber confundido, pero no me sentía a gusto con esa situación. Él lo reconoció y me pidió perdón. Me dijo que yo le gustaba, y yo le insistí en que él a mí no.

    Pasada esa conversación, yo pensé que mejor dejar eso ahí y ser colegas. 

    Esa noche un grupo de amigos en la escuela nos pillamos una borrachera. Ya tarde fuimos a un sitio donde había mesas, y yo, como estaba fatal, me tumbé en una hamaca y me quedé dormida. 

    Al día siguiente no recordaba una mierda, pero después fui recordando. En algún momento de la noche noté un traqueteo, y pensé que como me había quedado dormida con mis amigos sería que ellos me estaban llevando a dormir. Lo siguiente fue que me desperté en una habitación y tenía al tío al lado. Él estaba totalmente pegado a mí, abrazado, que le notaba todo. Lo primero que pensé fue: ¿me he tirado a este tío borracha?

    Cuando reaccioné, vi que estaba vestida; me calmé un poco, y me fui corriendo de su habitación. 

    A ver, si nos despertamos y él está a su rollo y yo al mío, hubiera pensado que no pasó nada, como mismo he dormido mil veces con amigos, pero él estaba en camiseta, en calzones, abrazado a mí. Ese mismo día yo le había dicho que no quería nada con él, y lo siguiente es que me coge borracha en una silla y me mete en su cama, cuando en la escuela hay dos camas en todas las habitaciones, además de que me podía haber llevado a mi habitación que estaba encima. 

    Al salir me crucé con dos chicos de mi clase y nada más verlos empecé a llorar. Ellos me preguntaron qué me pasaba y yo no podía parar de llorar. Toda la escuela sabía cómo se comportaba este tío conmigo, me había tirado una botella de agua delante de todos, y también, no tan a saco como conmigo, estaba acosando a otras dos chicas. 

    Estos amigos me empezaron a decir que yo tenía la culpa, que para qué me emborrachaba. Yo empecé a pensar: ¿será que la culpa la he tenido yo? Al final subí a mi habitación y me tiré a la cama y comencé a llorar. 

    En mi apartamento vivían otras dos chicas, y una me escuchó y me preguntó qué me pasaba. Yo no se lo quería ni contar. Primero le dije que no sabía por qué lloraba, pero me pidió que saliera fuera y se lo contara. Ahí salió mi otra compañera de piso. Se lo conté con mucho miedo porque pensaba que iban a reaccionar como los otros, pero enseguida me dijeron: «Qué hijo de puta. Sabía que eso lo iba a hacer en algún momento». Me preguntaron si me había follado y yo les dije que no me acordaba de nada, pero tenía la ropa puesta cuando me levanté, por lo que no creía. Ahí me sentí apoyada, y les conté lo que me habían dicho los chicos, pero me dijeron: «Ni puto caso. ¿Alguna vez tú has cogido a un chico que te gusta y los has metido borracho a tu cama? Y, además, cuando ese mismo día le habías dicho que no querías nada con él».

    Bajamos las escaleras y nos encontramos a otras dos chicas, y una de ellas me preguntó: «¿Tú dónde has dormido? Ahí empecé a llorar otra vez. Le dije que me había levantado en la cama de ese chico y ella me dijo que me lo preguntó porque otra amiga le había dicho que la noche anterior vieron cuando este chico me llevó y se quedaron muy preocupados.

    Al llegar al comedor me encontré a los amigos con los que había bebido la noche anterior y, al verme, se acercaron preocupados y me contaron que, en la noche, cuando yo me quedé dormida en la hamaca, vino este tío y dijo que me llevaba, que yo estaba muy mal y no podía seguir ahí.

    ¿Por qué ellos no lo impidieron? Al parecer, como eran del grupo que llegó después y me acababan de conocer, no supieron qué tan amiga era de este chico, y él les dijo que yo estaba pasando frío, que no podía seguir ahí, y que me llevaría a mi habitación porque sabía dónde era. Entonces se quedaron muy preocupados, pero no lo impidieron. 

    Ellos me confirmaron la gravedad de lo que me pasó porque desde que él me llevó lo notaron muy raro. Entonces fue que yo les conté todo lo que me había pasado con él, que lo sabían los de mi clase, pero ellas no. Ahí me lie a llorar de nuevo.

    No sé si la directora supo de mi caso, pero sé que otra chica que fue acosada por él sí se lo contó. Pero es lo de siempre; parece que tiene que haber una agresión y [que] te dejen medio muerta para que lo tomen en serio.

    Por esa época hubo un momento de sororidad muy guapo, pero también porque a varias personas nos había pasado. En pocos días ocurrieron muchos casos, y unas a otras fuimos dándonos apoyo para denunciarlo.

    Hubo varias personas de mi clase que se pusieron de parte de él. Decían que me pasaba por mi comportamiento, porque soy sociable, porque sonrío, porque soy mujer. La gente que se puso de parte de él a mí me hizo mucho daño, porque me hacían sentir culpable. 

    También decían que no habíamos follado, por lo tanto, no hubo agresión, que solo me metí en la cama con él. Pero es que tampoco yo me metí en la cama con él, mucho menos después de todo lo que había pasado. ¿Tú crees que yo me voy a meter en la cama con un chico que llevaba seis días acosándome? Decían que yo me había ido con él, pero los que estaban presentes saben que estaba borracha y dormida. Lo que yo decidí estando borracha fue ir con mi grupo de amigos a un sitio, y lo que yo me encontré fue que alguien me arrancó de esa situación que yo había elegido, me cogió sin mi consentimiento en brazos, y me llevó a su cama. Y luego encima se arrimó a mí y me abrazó, sabiendo que yo no quería dormir con él ni quería nada con él, porque se lo había dicho solo unas horas antes.

    Con el tiempo mucha gente empezó a juzgarme en ese «Gran Hermano» que es la Escuela, y los nuevos que llegaban me miraban raro. Sucedía que, como ahí se sabía todo, ya antes de conocerme sabían todo y me habían juzgado. Yo lo notaba y lo pasé fatal con esa situación. Un amigo mío, con el que vine desde Madrid, me llamó «guarra». 

    Los profesores también se enteraron. Uno de ellos dijo en una clase que le habían llegado rumores de que a una chica del grupo le había pasado algo con otro chico. Yo no dije nada porque me dio mucha vergüenza delante de todo el grupo. 

    Unas compañeras mías me propusieron hacer un corto contando lo que me había pasado y cuando se lo dimos a ese profesor para que lo revisara volvió a preguntar si le había pasado a alguien de clase y yo tampoco dije que a mí. Estaba harta de que todos lo supieran, porque, aunque me sentí apoyada, también sufrí muchos juicios de las personas. 

    Una siente que la van a juzgar y prefiere no contarlo. También da miedo a que te cuelguen un cartel. 

    Elena*

    Llegué a la Escuela de cine en septiembre de 2018. Siempre me sentí un poco ajena en la Escuela, donde la mayoría de mis compañeros hablaban de cine y filosofía como si todes hubiésemos tenido la misma educación. A algunos incluso les hacían comentarios pesados por no saber inglés. Sobre todo, en Polivalencia, donde «nivelamos» nuestros conocimientos, se generaban dinámicas bastante elitistas donde el más fuerte es el que tenía más capital cultural para expresar sus ideas.

    Las fiestas eran los medios de socialización en los que éramos más o menos todes iguales. Donde no había gente que había visto más cine francés o de autor que otros.

    Pronto empecé a notar dinámicas dentro de las fiestas que, en el fondo, eran el ecosistema mismo de la Escuela funcionando. Muchos profesores relacionándose con sus estudiantes desde espacios demasiado personales, acercándose y abordando a las estudiantes no con la intención de conversar y conocerlas profesionalmente, como yo esperaba. Me parecía incómodo que los profesores se acercaran a coquetear tan de frente. Sin duda nadie se lo cuestionaba, y yo con el tiempo lo comencé a encontrar hasta normal. 

    Me pasó en el primer taller que tomé. En una asesoría del proyecto que desarrollaba para la clase, el profesor me dijo que me parecía a su exesposa y que le daban ganas de cogerme. Recuerdo haberme reído incómoda y no saber cómo reaccionar. Él comenzó a hablarme del personaje de la película que estaba desarrollando, de cómo se desenvolvía eróticamente, y cómo yo se lo recordaba. Mi asesoría se trató de eso. No hablamos de mi proyecto.  

    Pronto me di cuenta, en una de las fiestas, que él estaba saliendo con una de mis compañeras de generación. Ya me habían dicho que andaba a la caza de todo, que le coqueteaba a todo el mundo, y en algún momento le cuestioné ese comportamiento porque era sumamente incómodo y vertical tener a un profesor comportándose con esa actitud. Me lo echaba a broma y me respondía que yo también le gustaba. Un día él estaba en la cafetería conversando con un compañero mío. Yo me senté con ellos porque me llamó, y mientras conversábamos le dijo a mi compañero que en algún momento iba coger conmigo; luego miró a mi compa, que era gay, y le dijo «contigo también», haciendo como que era una broma.

    Solo un par de meses después, en clases de guion, otro profesor nos explicaba cómo los guionistas debían adaptarse a los cambios que iban haciendo los directores, y nos puso como ejemplo que él estaba haciendo una película donde el director había decidido seleccionar a una actriz que tenía más edad que la protagonista en el guion, por lo que su petición al director fue que se asegurara [de] que la actriz se viese «violable». Así, literal: «Asegúrate de que la actriz que seleccionaste se vea violable. Es lo único que importa». 

    Cuando terminó la clase mis compañeros se acercaron a hacerle preguntas sobre el guion, como si no hubiese pasado nada. Yo le pedí a dos de mis amigas cercanas que me acompañaran a hablar con el profesor. Le dijimos que no nos parecía correcto, que nos parecía una falta de respeto, y [que] era inconcebible que un profesor estuviere reproduciendo ese nivel de violencia. También le dije que, en lugar de cuestionar a las víctimas de violencia sexual y degradar a las mujeres por cómo se veían, él tenía que preocuparse por el contenido que impartía, que era bastante misógino. Él contestó que yo lo había malinterpretado todo y que lo que él decía era que se tenía que ver guapa. 

    Yo me enojé y fui a hablar con María Julia Grillo, la coordinadora académica de la Escuela; le conté todo y le expliqué lo degradante y peligroso que era hacer ese tipo de comentarios como profesor. Me contó que él ya había ido a hablar con ella, que yo estaba exagerando, que no me lo tenía que tomar personal. Jamás hubo una autocrítica al respecto ni reconoció que teníamos razón en molestarnos. No hubo ni un cuestionamiento al nivel de violencia de lo que había dicho el profe; no por lo menos como institución. En la próxima clase, él se excusó; dijo que no había querido decir eso, y que nos tocaba darle vuelta a la página. Para mí y otras compañeras seguir dando clases con él era un poco difícil. A partir de esto me empezaron a ver como «problemática» en la Escuela.

    Un profesor de esa misma cátedra me invitó a su departamento a comer para hablar de mis proyectos. Mientras hablábamos, antes de comenzar a comer, me tocó un pezón. Recuerdo ese momento perfectamente porque el sujeto no me lo soltó ni cuando interrumpí lo que estábamos hablando. Dijo: «Ven, levántate eso», y yo en shock le dije que en ninguna circunstancia él me gustaba ni quería algo de él. Entonces me aparté y salí de su lado. Él se paró y se bajó los pantalones. Yo le dije que estaba loco y que me iba porque me estaba faltando el respeto. Jamás denuncié nada porque él es una persona con mucho poder en la Escuela, en el medio, e incluso en mi país. Lo que sí he hecho es comentarlo con colegas allá en la Escuela y acá en mi país. Y los que han cursado o trabajado con él siempre me dicen que este sujeto, históricamente, ha pasado los límites con las estudiantes, incluso abiertamente. A una compañera, apenas la conoció, le dijo frente a otros compas: «Eres la mujer perfecta, de edad legal, pero con cuerpo de niña». Él era su profesor de especialidad en ese momento.

    Mucha gente nos decía que estas cosas eran de esperar, que así era Cuba, pero yo siento que una escuela internacional que se identifica como una escuela revolucionaria, progresista, antiescolástica, «la escuela de todos los mundos», no puede ser nada de eso si es así de violenta. Ninguna institución, bajo ninguna circunstancia, debe justificar la violencia a través de los contextos sociales, porque las escuelas son espacios de educación que deben ser espacios seguros.

    En todas las fiestas pasaba constantemente que había hombres acosando a chicas. También gente externa a la Escuela que se ponía a mirar a las chicas y se llevaba a las más borrachas a su cuarto. Al final, lo que teníamos que hacer era cuidarnos entre nosotras y vigilar a estos chicos para que no pudieran cazar a las más ebrias. Lo conversábamos muchas veces y estaba muy normalizado. Lo que buscábamos eran alternativas para poder protegernos unas a otras.

    En 2019 pasó lo de Lucía. Yo conocí su historia no porque me la contó ella, sino sus compañeras. Tuve que conversar con esas compañeras y decirles que no fueran ellas las que estuvieran contándole a todo el mundo lo que había pasado. Eso era revictimizar a Lucía. Si ella no lo había autorizado no podían estar hablándolo abiertamente en cualquier sector de la Escuela. Era algo demasiado personal y no correspondía que, por ejemplo, yo, que no la conocía en esa época, me estuviera enterando de boca de ellas. Las chicas le dijeron que hablara conmigo. Cuando hablamos le dije que era importante que se lo contara a la gente de la Escuela. En específico a María Julia Grillo, la coordinadora académica. 

    Debido a su caso, y otros que conocíamos de Ayrton Paul, yo fui con otra compañera a hablar con María Julia Grillo. Ella nos dijo que teníamos que haberle hablado antes, porque hubiesen podido echarlo, o apercibirlo, pero en el caso de Lucía dijo que tenían que investigar la situación, y no podían echarlo, pues en ese momento ella no se había decidido a denunciar en la Policía.

    Le expliqué a María Julia que la Escuela no podía esperar a que la víctima denunciase, porque, a veces, toma años denunciar, y que la Escuela no podía lavarse las manos porque ya sabía lo que había ocurrido.

    Luego me enteré que lo que hicieron fue sentar a Lucía, a Ayrton Paul y a una compañera que había ido a denunciar por ella, en una oficina, con parte del equipo directivo, a declarar sobre el tema. Sentaron literal a la víctima con su violador, y la expusieron a declarar frente a él y a un equipo sin especialización alguna al respecto. Eso es de un nivel de revictimización y vulneración absurda. 

    Luego, en la Escuela, lo que pasó fue que el agresor andaba lamentándose por los pasillos, y sus amigos consolándolo. Después de aquello dejé de hablar —o ellos me dejaron de hablar— porque era «la soplona», la que quería que lo sacaran de la Escuela. Siempre estaba rodeado de amigos y cuerpo académico que lo apoyaba. 

    Yo tuve varios encuentros con la dirección respecto al tema porque me preocupaba la manera en que lo estaban abordando. Lucía estaba haciendo lo mejor que podía para estar en la Escuela, porque se merecía estar ahí, y en la Escuela todo se manejaba como un chisme. Cada vez que salía el tema había alguien que trataba de quitarlo de encima. Siempre. No era un tema que se podía discutir abiertamente. Reclamaban que era mejor no hablar de eso para no crear mal ambiente.

    María Julia Grillo me quitó el saludo incluso durante un tiempo. Hasta el último día de mi estadía tuve problemas con mis compañeros y cuerpo académico por este tema. El agresor declaró frente a dirección y a sus amigos haber violado a Lucía; sin embargo, nadie nunca hizo lo suficiente para protegerla y que terminara su curso sin ser revictimizada. Pero, por él —incluso cuando estaba en prisión preventiva durante nuestra graduación—[3], muchas personas saltaron, corearon y aplaudieron su nombre, como si hubiese sido un héroe de guerra. Incluso, al día siguiente de nuestra graduación, en las proyecciones de las tesis en La Habana, Ayrton Paul asistió… Y, en presencia de Susana Molina, quien posó orgullosa junto a él mientras sus amigues le entregaban el título que no había podido recibir el día anterior.

    Por suerte a mí no me pasó nada tan grave como a Lucía, pero fue suerte. La falta de protocolos deja vulnerable a las personas que están allí. Personalmente tuve varios encuentros incómodos o violentos con profesores y estudiantes, que tal vez no hubiesen pasado si hubiese reglamento y educación al respecto. Yo no denuncié lo que me pasó porque entiendo el nivel de revictimización que existe. Hacerme cargo de llevar un proceso enorme, de las críticas y los juicios de un montón de gente, repetir la historia veinte mil veces. Es horroroso el proceso, y llegar a denunciar es realmente desgarrador.

    Cuba es un país especialmente machista, donde los hombres están acostumbrados a acosar y abusar sin ninguna o poca responsabilidad al respecto —no tan diferente a casi toda Latinoamérica, o incluso a la industria audiovisual—; sé que no es solo una dinámica de la Escuela, pero le corresponde hacerse cargo y lidiar con estas dinámicas históricas de ese espacio.

    Personalmente, lo pasé pésimo allí; un lugar, en cambio, muy amable con quien se adapta y no incomoda. Solo me quedé porque la calidad de los estudios me permitiría conseguir los trabajos que deseaba. 

    Lucía*

    Yo en marzo del 2019 fui a la EICTV a estudiar un taller, y la verdad es que me gustó mucho, me la pasé muy bien, aprendí un montón. Y luego en septiembre de 2019 volví a estudiar otro taller de Dirección de Actores. 

    En esa ocasión el curso coincidió con mi cumpleaños, y justo ese día, estando en El Rapidito con unos amigos celebrando, sentados en una mesa, vinieron dos chicos y una chica y se sentaron en la mesa a hablar con nosotros. 

    Total, que uno de los chicos se puso a hablar conmigo, medio tonteando. Me propuso ir a su habitación y le contesté que sí, pero le dije que yo no tenía condones, y que sin condón no tengo sexo. Él me dijo que estuviera tranquila, que en su cuarto tenía. 

    Entonces fuimos a su cuarto, estuvimos ahí, y a la hora de ponerse el condón vi que no se lo ponía, ante lo que yo le insistí; pero a la hora de practicar la penetración se lo quitaba sin que yo me diera cuenta. Afortunadamente estaba atenta y siempre lo paraba. Yo soy muy desconfiada para estas cosas; no tengo sexo sin condón. 

    Tras varios intentos, también con la intención de evitar la confrontación, le dije que tenía pareja, que me arrepentía de haber ido a su cuarto con él, por lo que le pedí que lo dejáramos ahí y le dije que me iba. 

    Ahora mismo, obviamente, yo no iría con ese discurso. Le diría: «Desgraciado, vete a la mierda». Pero con 22 años no tenía la capacidad de mandarlo a la mierda. Él me dijo que me entendía, y que también tenía pareja, así que me propuso que durmiéramos sin más. Acepté. He dormido con muchas personas que nunca me han violado. 

    En ese entonces, en la cama del apartamento donde yo vivía en la Escuela, había chinches, y las picaduras de las chinches me provocan una reacción alérgica que me impide dormir, por lo que, en su habitación, que no había, me quedé dormida en un segundo. 

    Me desperté porque sentí algo dentro del cuerpo, y fue cuando vi que me estaba penetrando. 

    Ya cuando mi cuerpo reaccionó, porque me quedé paralizada no sé cuánto tiempo, que en ese momento se me hizo eterno, le pegué una patada. Se cayó para atrás. Me fui al baño a mear porque tenía muchísimo asco, y cuando volví a ponerme la ropa, que por suerte llevaba un mono y unas sandalias, muy fáciles de poner, vi todos los condones tirados por el suelo.

    Me quedé impactada y él me agarró por el brazo izquierdo, lo recuerdo perfectamente, y me dijo: «Un poquito más». Yo le tuve que golpear con mi brazo derecho su brazo y decirle ni un poquito más ni hostias.

    Entonces me fui. Y cuando estaba bajando las escaleras escuché cómo abría la puerta —serían como las tres o las cuatro de la madrugada—, y me giré con temor de que viniera o me agarrara por la espalda, pero no salió. Seguí hacia el apartamento que me tocaba en la Escuela y llamé a mi compañera porque tenía un ataque de ansiedad muy fuerte, la estaba pasando muy mal, y le conté lo que me había pasado.

    Dormí como una hora y me fui a clase. Cuando llegué a clase, me encontré con otro compañero del taller, al que le conté lo que me había pasado; me sugirió que se lo dijese a la profesora. Entonces se lo conté a mi profesora, que realmente, creo que, desde el apoyo y la comprensión, me dijo: «Vamos a ver cómo gestionar esto, porque en este país puede que te terminen por culpar a ti». 

    En un momento dado, decidí hablar con María Julia Grillo, que es la coordinadora académica. Le dije que me gustaba mucho la Escuela y que más adelante quería estudiar en el curso regular, porque interiormente había decidido que por mucho que ese tipo fuera un violador no me iba a impedir formarme —también creyendo que la Escuela era otra cosa, porque luego la conoces y te das cuenta de que no quieres estudiar en un lugar misógino. 

    Fui a hablar con María Julia y le comenté todo, que quería estudiar allí a pesar de que había vivido esta experiencia, y quería que ella lo supiera, porque yo no sabía si era la primera, pero, en caso de que ellos no supieran nada, no quería que otra persona sufriera una violación.

    María Julia me dijo «qué lástima», porque tenía buena opinión de la madre del agresor, a quien conocía, y entonces me dijo que iba a hablar con Jerónimo Labrada, que es como el subdirector de la Escuela y jefe de la Cátedra de Sonido, que es donde estudiaba quien me agredió. 

    Al día siguiente mi agresor, que se llama Ayrton Paul, vino a disculparse, pero yo le dije que no aceptaba las disculpas y que eso fue una violación. «Tú eres un violador y a mí me violaste», le dije, y que tenía mucha suerte, porque si estuviéramos en otro lugar ya él estaría preso.

    Al otro día mi compañera de apartamento se tomó la libertad, que tampoco me pareció correcto, pero dentro de todo lo que pasó fue lo más correcto, de llamar a la Dirección de la Escuela y poner una denuncia en mi nombre. Ella denunció lo de la violación y agregó otras quejas relacionadas con las instalaciones de la Escuela que yo nunca mencioné.

    Cuando me llamaron para hablar conmigo sobre esto estaban Susana Molina, que es la directora de la Escuela; Jerónimo Labrada, que es el director académico; la profesora de mi taller; la coordinadora de Talleres, y mi agresor. Yo llegué al despacho y él estaba ahí sentado junto a ellos. En la mesan había no sé qué comidas y un té, y él estaba tomándose su té con sus galleticas.

    Entonces les dije que no sabía por qué me reunían con este ser delante, pero que, si lo que querían era que yo les dijera que él era un violador delante de él, lo haría. Entonces le miré a los ojos y le dije: «Tú eres un violador porque me violaste»; ante lo que él asintió con la cabeza.

    También sus compañeros fueron a hablar con él, y les dijo que no había querido hacerlo, pero [que] iba muy borracho y pasó sin condón. Si yo digo que me violó y él dice esto, pues blanco y en botella. Total, que la dirección de la Escuela la única medida que tomó fue que teníamos que ir a la psicóloga.

    Yo fui a la psicóloga, para que no dijeran que por mí no fue, que no intenté hacer las cosas, pero antes María Julia Grillo me llamó a su despacho y me enseñó una hoja en la que estaba escrito lo que se consideraba violación en Cuba. Entonces me dijo que mi caso se consideraba violación porque estaba dormida, algo así como «indefensa»; me dijo que si quería podía denunciar, pero no me presentó a la asesora jurídica —yo descubrí más tarde que la Escuela tenía—, ni me dijo dónde estaba la comisaría o se ofreció a acompañarme. Solo me dijo que, si quería, podía denunciar. 

    La psicóloga, en cambio, me dijo cuando fui a su consulta que había personas en la Escuela que querían que yo fuera la abanderada del feminismo ahí. Pero lo mejor era que no denunciara. Yo le decía que sí a todo, pero en realidad pensaba en por qué me decía eso, o si era psicóloga, psicoanalista, o adivina. 

    Realmente yo no denuncié porque en ese momento me quedaba una semana en Cuba, y no quería que mi experiencia se amargara porque sé lo que es un proceso judicial cuando eres mujer y denuncias una violación, en mi país o en cualquier otro. Es un proceso muy duro donde se te cuestiona y revictimiza muchísimo. Yo no quería pasar por eso durante mi última semana allí; además, eso no dura una semana, y yo tenía que volver a mi país, donde estudiaba y trabajaba.

    Al final yo fui a hablar un día con María Julia y le dije que no iría a la Policía, y me dijo que ya lo sabía. Entonces le pregunté cómo lo sabía y me dijo que lo había intuido.

    Al final me volví a España, y tiempo después me presenté a la prueba de acceso para el curso regular y me dijeron que me habían aceptado.

    En septiembre del 2020, Ayrton Paul me envió un mensaje a Facebook pidiéndome disculpas y tener una convivencia lo más agradable posible el año que íbamos a coincidir en la Escuela. No sé cómo supo que yo entraría. Me pareció ridículo que me escribiera porque yo nunca lo he tenido en ninguna red social, y me sentó muy mal que me buscara en Facebook y me escribiera cuando yo le dije que no se me acercara ni me dirigiera la palabra. 

    Es que me parece surrealista. Él me escribió el 6 de septiembre, me acuerdo, y yo no le respondí, pero fue la confirmación de que seguía en la Escuela; porque yo tenía una pequeña esperanza de que lo hubieran expulsado. 

    El 18 de septiembre por la mañana me desperté con mucho coraje dentro y con la necesidad de responderle el mensaje. Le dije que las mujeres no tenemos que perdonar, como si nos enfadáramos por gusto, una violación, que estamos hablando de un delito penal, que él hizo lo que hizo, que lo reconoció, y debía terminar preso.

    El curso empezaba alrededor del 31 de mayo del 2021, si no me equivoco. Yo volé a Cuba el 13 de mayo y él llegó como dos o tres semanas después. Fue una situación muy incómoda. Por suerte en ningún momento estuve sola, pero obviamente me afectaba. 

    Pasaron cosas como estar con una amistad en la Plaza Zá[4] y que él se sentara en la mesa de al lado. Me parece obvio que no tienes el derecho de compartir los mismos espacios donde yo estoy cuando me has violado, y si tanto te arrepientes deberías respetar el espacio y la privacidad de esa persona.

    A inicios de diciembre, cuando salió el artículo en El Estornudo de denuncias a Fernando Bécquer, vi que varias chicas en redes sociales se atrevieron a contar cosas semejantes[5] que habían vivido, y eso me impulsó a hacer un post denunciando lo que estaba pasado yo, porque me seguían revictimizando en la Escuela.

    Lo puse en público y varias personas lo empezaron a compartir y a comentar. Etiquetaron a Susana Molina en los comentarios; entonces me llamó para hablar conmigo. No me pidió que borrara el post, pero un poco noté que esa era su intención. En la reunión hablamos también del protocolo antiacoso que querían implementar; ella buscaba mi apoyo con eso, pero también calmar mis críticas a la Escuela.

    Tiempo después me llegaron noticias de que desde la dirección de la Escuela se cuestionaba mi vida privada, y aparte de cuestionarse mi vida privada se cuestionaba que ellos no habían hecho nada porque yo no había dicho que mi agresor fuera un violador. Entonces yo aproveché ese momento y le dije, señora, yo en todo momento dije que esto fue una violación y no voy a permitir que ustedes sigan diciendo que yo nunca dije eso, todo el mundo sabe que yo siempre lo he dicho. Si solamente se lo hubiera dicho a ellos, o me hubiera callado, pero se lo he dicho a todo el mundo.

    Entonces la directora me dijo que necesitaban mi ayuda para realizar el protocolo contra la violencia de género, ante lo cual contesté que debían empezar por expulsar al violador, y que ese año en la Escuela habían ocurrido dos violaciones, que yo supiera, y ellos no se habían enterado, y las personas que llevan el protocolo tampoco, pero sí me había enterado yo. Ella reaccionó lamentándose porque no le dicen nada, y yo le contesté que no habían hecho nada con lo que me pasó a mí, por lo que las demás víctimas no se sentían seguras para denunciar sus vivencias.

    Después de eso vino el 8 de marzo de 2022, cuando un grupo de estudiantes de la Escuela colgó carteles donde ponían: «Aceptar convivir con un violador también es violencia», entre otras cosas. 

    A raíz de eso llamaron a una amiga mía a una reunión donde estaba Susana Molina, María Julia Grillo y la asesora jurídica de la escuela. Ahí empezaron a decir que nunca habían hecho nada porque yo no había ido a la Policía a denunciar. Siempre era mi culpa. 

    Cuando supe que habían hablado eso en la reunión me enfadé y le mandé un mensaje por WhatsApp a la directora. Era viernes, y le dije: «Señora Susana Molina, el lunes en la tarde podríamos quedar para hablar usted, María Julia Grillo y la asesora jurídica de la escuela». Nunca me respondió, y el lunes, no sé a qué hora de la tarde, enviaron a unas personas a buscarme para decirme que la directora quería hablar conmigo. Yo les dije que le había mandado un mensaje y no me había contestado, que me lo dijera ella directamente. 

    Ahí me respondió directamente, y quedamos el jueves. Yo cité también a dos profesoras que estaban llevando el protocolo antiacoso y a dos testigos a los que mi agresor les confesó lo que había hecho, y aparte de eso notifiqué a varias amistades mías de la Escuela de que me iba a someter a eso, y que si tenía que ir a la Policía a denunciar lo haría.

    Cuando nos reunimos pregunté por qué no estaba María Julia Grillo, y a Susana Molina se le escapó decir que María Julia estaba cansada de esas cosas. 

    Al empezar la reunión dije que era una lástima que estuviera cansada de todo esto, porque más cansada estaba yo y ahí seguía. Y que es una lástima, porque fue a la primera persona que le conté todo, y querer mirar hacia otro lado dice mucho de ella, pero no pasa nada porque yo no voy a dejar de decir lo que tengo que decir. 

    Entonces empecé a decir que estaba cansada de que se cuestionara mi vida privada, que se cuestionara lo que hice o dejé de hacer después de una violación; les pedí que se cuestionen ellos lo que hacen como escuela, y que, si tan preocupados estaban con que yo no fuera a la Policía, por qué nunca se dignaron a presentarme a la asesora jurídica para que me orientara en el proceso.

    No recuerdo muy bien. Sé que hubo algunos momentos como de medio discusión. Yo ahí ya estaba muy cansada de todo y tenía muy claro que iba a decir todo lo que pensaba, y ya que después hablaran los demás. La reunión terminó con que lo iban a expulsar, y yo les dije que si lo expulsaban no le dieran el título; ante lo que me dijo que se lo tenían que dar porque él había cursado los estudios. Pero alegué que sin tenerlos que cursar, porque hace dos años y medio él me violó y lo confesó, y [que] ellas desde entonces lo debieron expulsar. También les dije que sí estaban tan arrepentidas y querían empezar a tomar decisiones correctas lo que deberían hacer era no darle ese título. 

    Cuando salí de la reunión vinieron muchos alumnos y alumnas de la escuela a apoyarme, fue muy bonito, y de ahí seguí a la comisaría a denunciar. En la policía ese día fue bien; me trataron bien, salvo que no me dieron la declaración de la denuncia, algo que después me dijeron que era normal en Cuba. Tuve que volver como tres veces para que me la dieran, hasta que finalmente me la dieron escrita por la parte de atrás de una factura de ETECSA.

    Creo que la instructora del caso lo llevó todo bastante ágil, porque ese mismo día fue a la Escuela a ver las instalaciones y al día siguiente fue a tomar el testimonio de los testigos y del agresor.

    El lunes siguiente, estando en la Escuela, varias personas me comienzan a decir que un trabajador de la Escuela llamado Lázaro me estaba buscando. Cuando lo encuentro me dice que tengo que ir a la comisaría a declarar, que había un coche esperándome. Un compañero se ofreció a acompañarme. 

    El que nos llevó en el carro fue el jefe de la Seguridad de la Escuela. También iba la asesora jurídica y una especie de asistente que tenía. 

    Al llegar a comisaría la instructora del caso me dijo que podrían expulsar a mi agresor del país, por lo que no se graduaría, pero sin llegar a hacer un proceso judicial. Yo acepté, creyendo que me decía eso basándose en lo que habían investigado. Entonces me dijo que esperáramos por una abogada que vendría a firmar eso. 

    Cuando llegó la abogada, me pidió que contara lo que pasó, y mientras se lo contaba llegó un señor hablando por teléfono y pidiendo que saliera todo el mundo; quedé yo sola con la instructora y la abogada y él, quien se presentó como el fiscal del caso. Entonces la abogada le empezó a contar al fiscal, menospreciando y omitiendo información de lo que yo le había contado. Ahí fue que supe que se trataba de la abogada de mi agresor.

    Luego el fiscal me pidió que le contara nuevamente mi testimonio, pero me interrumpía todo el tiempo para salir a hablar por teléfono. Hubo un momento en que le pedí que dejara de salir y entrar, y, como me había mandado anteriormente a apagar mi teléfono, le reclamé que dejara de mirar el suyo mientras yo hablaba, lo que me pareció una falta de respeto muy grande. Además, también le tuve que pedir que no me gritara, porque estábamos hablando de un tema personal mío, de una cosa que me afectaba, y no tenía por qué enterarse toda la gente que estaba fuera de mi vida privada. Entonces me dijo que ese era su tono de voz, y le pedí que cuando hablara conmigo lo cambiara.

    Hubo un momento en que la abogada me dijo que cómo se notaba que yo nunca había dormido al lado de un hombre cubano, y yo ahí le dije: «Lo siento mucho por usted, pero sí he dormido al lado de varios hombres cubanos y nunca me han violado». Luego empezaron a hablar de casos del 11J delante de mí; yo no sé si lo hicieron para amedrentarme, pero me pareció muy poco profesional. Dijeron que la declaración de los chicos que habían dicho que Ayrton Paul les había confesado que me violó no valía. 

    Ahora recuerdo también que cuando yo fui a la Policía a poner la denuncia me hicieron ir al médico para revisarme, y, claro, dio todo bien porque eso había pasado dos años atrás. Recuerdo que la médico me preguntó si yo estaba segura de que me habían violado. 

    Volviendo al día del fiscal, ellos dijeron que el examen médico no reflejó ningún desgarramiento vaginal; a lo que les dije que me lo habían hecho dos años después de la violación, y que, además, tras una violación no tiene por qué haber un desgarramiento vaginal, ni siquiera un rasguño o una gota de sangre. Para que haya una violación solamente tiene que haber un consentimiento roto. 

    En esas yo les mostré unas capturas de pantalla donde él me envía un mensaje pidiéndome disculpas, lo que da a entender que me hizo algo, y ahí la abogada de él me dijo: «Ah, bueno, pero te pidió disculpas». El fiscal le tuvo que decir que yo tenía razón. 

    La instructora me dio la declaración, que estaba escrita desde el punto de vista de ellos, donde faltaban cosas como que él me había agarrado por el brazo; pero sí ponía que yo le había dicho: «Ni un poquito más ni hostias». Leí la declaración para ver lo misógina que me parecía, porque ya estaba convencida de que no la firmaría, y dije que no firmaría nada que saliera de un lugar como ese, y que esperaba que para la próxima situación que ellos tuvieran que cubrir sobre violencia de género se educaran mejor sobre género y sexualidad, porque les faltaba mucho recorrido. 

    Me levanté y me fui. En realidad, no sé cómo saqué fuerzas para todo eso. El fiscal, en cambio, me dijo que la decisión de expulsar al violador de la Escuela no era judicial, sino administrativa. Entonces yo me fui y llamé a una de las mujeres que llevan el protocolo antiacoso y le dije que me habían dicho que era decisión de la Escuela. Me dijeron que lo expulsarían sí o sí.

    Yo también sentí muy poco apoyo del Consulado de España, porque antes de poner la denuncia hablé con las chicas de YoSíTeCreo en Cuba y me dijeron que había un número de apoyo [para] violencia de género a españolas. Llamé y, aunque al principio me dieron algunas orientaciones, cuando les avisé que había puesto la denuncia, la respuesta fue muy vaga. Yo me sentía abandonada. Ni a la Escuela, ni a la fiscalía, ni al gobierno de Cuba, ni al de mi país, les importaba. Entonces me entró miedo, porque me sentía muy sola, y decidí retirar la denuncia; total, la Escuela ya había decidido que lo expulsaba.

    Cuando fui a retirar la denuncia me dijeron que no se podía porque eso era un delito penal y tenían que seguir la investigación. Entonces me llamaron de nuevo para interrogarme; vino la instructora con las preguntas de fiscalía, y realmente fue una situación muy incómoda, porque vino a la Escuela y yo dije que no entendía por qué tenía que seguir respondiendo preguntas cuando yo quería retirar la denuncia y no saber más nada de ese proceso, porque realmente la estaba pasando muy mal. Ella me dijo que tenía la petición de retirada de la denuncia en el expediente, y me la enseñó, pero cuando la vi no era la petición que yo hice, sino una con un logo de la EICTV, ante lo que me dijo que esa era otra y que la que yo entregué seguro estaba en Fiscalía. Finalmente acepté responder las preguntas, pero dije que no respondería en el futuro si no era con un abogado presente, ya que nunca tuve esa opción.

    Entre las preguntas que me hizo estuvo durante cuánto tiempo me penetró el agresor; ante lo que me reí y le dije que era una pregunta muy estúpida: primero, porque si un tipo penetra un minuto es tanta violación como si penetra 30 minutos y, segundo, porque cuando una está siendo violada no está mirando el reloj, solo está enfocada en sobrevivir. 

    En ese caso me dio la razón y antes de irse me dijo que, si quería irme del país, tenía que notificarlo. Llamé al Consulado español, pero no me hicieron caso. Mi madre desde España tuvo que poner una queja para que me atendieran, y ahí me llamaron del Consulado y me dijeron que no tenía problemas para salir, pero sí tenía que notificarlo.

    A todas estas, en una reunión con los profesores de la Escuela se decidió, por unanimidad, expulsar a Ayrton Paul, una noticia que se hizo pública. Pero finalmente no sé qué pasó que cambiaron de idea, porque, aunque no volvió a la Escuela, le permitieron graduarse y llevarse su título. 

    Yo me volví a España entre el 12 o 13 de abril de 2022, y el día 27 era su graduación. Él no fue, pero hicieron la entrega de su título a compañeros suyos, que subieron al escenario, lo celebraron y bailaron sin importarles que era un violador. 

    Lo más grave me pareció que la Escuela, que tan arrepentida decía que estaba, permitió ese espacio de violencia dentro de una gala. Al día siguiente, o a los dos días, se hizo una proyección de todas las películas de esa graduación en el Cine Riviera, y él se presentó allí con su traje, su madre, y la bandera de su país, y se hizo una foto con sus amigos y la directora de la Escuela. 

    Ella dice que no se dio cuenta [de] que estaba ahí, pero yo tengo un video donde se le ve perfectamente decirle: «Que ya eres graduado».

    En la Escuela culturalmente se ha aceptado entre los estudiantes estos comportamientos, y la misma impunidad que la Escuela transmite ante estos comportamientos también la transmiten los estudiantes, porque llegas allí y estás un mes allí, y ya sabes cómo funciona eso. Que los viernes vas a follar, y que si no follas es porque eres un tonto o una tonta, un pensamiento super tóxico ese. 

    Además de la violación me afectó mucho el trato de la fiscalía y de la propia Escuela. Cuando estaba allí solo seguía adelante, pero al llegar a mi casa en España me di cuenta de que yo no tenía que vivir eso ni tolerar eso. 

    Yo siempre he viajado sola y ahora me da miedo. Me da miedo por todo esto que he vivido. Vivo con ansiedad, cualquier tontería me altera, pero poco a poco. Y no fue solamente la violación; fue todo el proceso que viví. Estuve un mes en mi casa y me sentía incapaz de levantarme de mi cama.

    El proceso

    9 de diciembre de 2021

    Después de leer el artículo de El Estornudo y de ir recibiendo durante estos meses mensajes de qué bien se te ve por Cuba, he decidido escribir y no callar. Estoy bien, sí, pero podría estar en la mierda, lo único que gracias a la educación que he recibido por parte de mi querida madre sé que nadie merece sentir el mérito de que ha hundido mi vida.

    En septiembre del 2019, exactamente en la noche del día de mi cumpleaños, el 18 de septiembre, un estudiante de la EICTV me violó. Yo era tallerista para entonces y solo iba a estar en la escuela un par de semanas, pero yo quería venir a estudiar aquí el curso regular y me daba miedo denunciarlo. (Aparte de que todes sabemos que un proceso judicial no se resuelve en una semana que era lo que me quedaba a mí en Cuba).

    Aun así, lo hablé con las autoridades de la escuela, las cuales juzgaron las tres típicas cuestiones machistas y misóginas: —¿Ibas borracha? —¿Cómo ibas vestida? —¿Por qué fuiste a su habitación?, mientras que a él no le preguntaron nada. Y lo sé porque el protocolo que ejerció dicha institución fue sentarme frente a él en una mesa. Sentarme frente a mi violador.

    Ahora mismo estoy en primero del curso regular, y él está en tercero. Y la actitud no solo de la escuela si no de algunes compañeres es: no puedes quejarte si antes de venir ya tu sabías que él estaba aquí. Discurso bastante pobre y falto de conocimiento sobre los derechos humanos, obviamente. «¿Vamos a anular el progreso educativo de la mujer y a potenciar el del hombre violador?». Conmigo eso nunca va a pasar.

    Antes de empezar el curso él me acosó virtualmente de nuevo, y cuando vine a Cuba sentí un acoso de su parte. El individuo en cuestión sigue estudiando, desayunando, almorzando, comiendo y durmiendo en el mismo lugar donde yo también vivo.

    Y no escribo esto a modo de denuncia despechada, ni por querer complicar ni meter en problemas a nadie, yo ya tengo este asunto sanado y trabajado, simplemente lo escribo porque de la misma forma que este hombre se vio libre de violarme, yo también soy libre de escribir. 

    Y está bien escribir, porque nunca sabes quién te va a leer y se va a poder sentir acompañade. 

    Además, que este caso solo es un caso minúsculo y absurdo del tipo de violencia de género que se vive en Cuba, yo me di cuenta al momento y tuve un apoyo psicológico y familiar en mi país, privilegio con el que muchas niñas, adolescentes y mujeres cubanas, por desgracia, no cuentan.

    Gracias. 

    Lucía escribió este post en sus redes sociales el día 9 de diciembre del 2021. Entre los comentarios en Facebook aparece uno de Susana Molina, directora de la EICTV, quien escribió: «Solo sí, es sí. Gracias por su solidaridad».

    Ese mismo día, en la tarde, Susana Molina citó a Lucía para una reunión en su despacho, donde estuvieron presentes otros profesores y una compañera. El encuentro comenzó con Molina diciéndole a la estudiante que había leído su publicación en Facebook, aunque aseguró que no la llamaba por eso, sino para pedirle colaboración en la realización de un protocolo contra la violencia de género en la Escuela, pues no tenían. 

    Durante la reunión Molina reconoció la incapacidad de la dirección de la Escuela para manejar los casos de agresiones sexuales, y dijo saber que necesitaban reeducarse, tanto los directivos del centro como el resto de la comunidad, para aprender a manejar estos asuntos a los que nunca se habían enfrentado.

    Lucía, por su parte, no se mostró dispuesta a trabajar en el protocolo contra la violencia de género porque la Escuela seguía negada a sancionar a su agresor. Dijo haberse sentido cuestionada por la dirección y rechazó poner una denuncia ante la Policía alegando que, tres años atrás, cuando ocurrió el hecho, no se sintió apoyada. También dijo que económica y mentalmente no estaba en condiciones de iniciar ese proceso en solitario y reclamó que la responsabilidad de denunciar esa agresión no debía recaer en ella solamente, sino también en la dirección de la Escuela.

    Una profesora que estaba presente insistió en que ellas no eran juristas ni psicólogas, por lo que no estaban preparadas para reaccionar bien a este tipo de asuntos, y añadió que la Escuela entró en una contradicción, pues, si Lucía no denunciaba a la Policía, la Escuela no tendría ninguna prueba del delito.

    Molina dijo que, en septiembre de 2018, cuando supo de la agresión a Lucía, creyó entender que ella no quería que se hiciera nada contra el agresor, aunque reconoció que, cuando la citó a una reunión con la dirección de la Escuela, la alumna repitió varias veces que Ayrton Paul la había violado. También cuestionó que no se lo notificara directamente a ella; a lo que Lucía respondió que lo notificó a María Julia Grillo, coordinadora académica.

    Lucía explicó que la Escuela no era un lugar donde las estudiantes se sintieran seguras porque habían ocurrido abusos sexuales y la dirección no hacía nada al respecto. Que era justo esa razón por la que nadie acudía a la dirección para denunciar estas agresiones. 

    El encuentro, que inicialmente versaría sobre la creación de un protocolo contra la violencia de género en la Escuela, terminó centrándose en los reclamos de la estudiante por la forma en que se manejó su caso.

    Molina dijo no saber que estaba mal convocar a Lucía y a su agresor juntos a una reunión, y que tanto ella como Jerónimo Labrada y María Julia Grillo no le pasaron la mano al agresor, sino que lo convocaron a diversas reuniones donde lo regañaban mientras él no paraba de llorar.

    Lucía alegó que, pese a ello, su agresor seguía en la Escuela y se iba a graduar con un título, con el cual podría conseguir trabajo en muchos lugares, lo que no era justo. Dijo que ella podría haber sido una de las tantas muchachas que habían ido a realizar un taller o una maestría a la Escuela, habían sufrido violaciones, y por ello renunciaron a terminar el curso y obtener el título.

    La reunión duró alrededor de una hora y media. Molina se centró en intentar que Lucía se uniera al equipo de género, pero la estudiante siguió mostrándose reticente e inconforme con las medidas tomadas contra su agresor.

    Finalmente, Molina pidió a las presentes realizar algunos carteles contra la violencia de género y por el consumo responsable de alcohol de cara a la fiesta del aniversario de la Escuela, el día 15 de diciembre. También pidió que estos no fueran como los carteles contra la violencia de género colocados anteriormente por estudiantes, con mensajes del tipo «Ni una menos», pues lamentó que cada vez que venían visitantes a la Escuela preguntaba si allí habían matado o golpeado alguna alumna.

    Dijo que prefería hacer carteles educativos porque, una vez que las personas mueren, ya no se puede hacer nada.

    14 de marzo de 2022

    Pocos días después del 8 de marzo, a raíz de una nueva denuncia relacionada con agresiones sexuales, Molina, Grillo y Labrada participaron en una reunión con otros profesores, la asesora jurídica y una estudiante activa en temas de feminismo dentro de la comunidad, a fin de, aparentemente, indagar al respecto. 

    Aunque Lucía no estaba presente, muy pronto salió a relucir su caso. Molina y Grillo insistieron en que ella no había querido denunciar; aseguraron que en varias reuniones se negó a interponer la denuncia en la Policía.

    Labrada dijo que lo único que pidió la Escuela fue que, si Lucía estaba haciendo esa acusación, entonces la presentara ante las autoridades, porque estaba poniendo en duda a la comunidad.

    Tras un largo debate sobre la respuesta a las agresiones sexuales, la estudiante presente en la reunión reprochó que hubieran sentado cara a cara a Lucía con su agresor. Grillo alegó que no hubo otra opción porque otra alumna, que no era Lucía, fue a denunciar a la dirección el suceso. 

    La estudiante presente en la ocasión, quien pertenecía a la generación del agresor de Lucía, dijo que tal vez no iría a su ceremonia de graduación porque no quería compartir espacio con un violador, y que si se quedaba llevaría un cartel protestando por la presencia del mismo. Esto no sentó nada bien a Grillo, quien señaló a su vez que la madre del agresor estaría en la graduación y no merecía eso, y luego advirtió ofendida que la que no iría a esa ceremonia sería ella misma y que le diría al agresor que aconsejara a su madre que tampoco fuera.

    Grillo repitió a lo largo del encuentro que no iría a la graduación; no quería ser parte de “ese espectáculo”. También dijo que la agresión sufrida por Lucía debió haber sido resuelta por otras vías y que, en cambio, lo que estaban haciendo las estudiantes era atacar a la Escuela.

    Susana Molina insistió en que, si la víctima no denunciaba ante la Policía, la Escuela caería en una trampa, pues no se podía hacer nada. Por otra parte, reconoció esta vez que fue suyo el error de haber traído a Lucía y su agresor a un cara a cara en la oficina, porque quería escuchar a ambas partes.

    En un momento, la estudiante allí presente contó que en un foro de cine en Latinoamérica se habló sobre la violencia de género en el sector, y que alguien mencionó la Escuela en la conversación. Eso indignó a Grillo, quien dijo no creer en esas denuncias y, a continuación, echó en cara que las propias alumnas no hubiesen advertido a la dirección de la Escuela sobre la conducta de Ayrton Paul, lo cual, dijo, habría evitado la agresión a Lucía.

    La estudiante, para ilustrar el ambiente que se vivía entonces en la Escuela, contó que un profesor le había propuesto un trío con su esposa y que otro profesor decía que, aunque ganaba mucho más dinero en otros trabajos, iba a dar clases cada año a la EICTV solo porque se podía acostar con la estudiante que quisiera.

    María Julia Grillo subrayó en que no creía en las denuncias y dijo que lo peor era que las chicas se hubiesen callado durante años esas cosas. 

    La estudiante dijo que eran otros tiempos, que hacía diez años tal vez no se habrían entendido las cosas como se entienden ahora.

    Grillo afirmó que no iba a permitir que se dijera eso sobre la Escuela y calificó de hipócrita el silencio de las chicas. 

    Molina se mostró preocupada porque las denuncias afectaran el prestigio de la Escuela, y conjeturó que, si la realidad fuese como decía la estudiante, entonces la presencia de muchos profesores extranjeros se pagaba con la prostitución de las alumnas.

    Grillo dijo que nadie había denunciado nada antes, y que, si hubiese pasado, habrían expulsado al agresor de la Escuela. También consideró que lo que estaba sucediendo en ese momento era una difamación y una calumnia a la institución. 

    24 de marzo de 2022

    Lucía, al enterarse de que ocurrió la reunión narrada anteriormente, y que en esta se había hablado en extenso sobre su caso, le pidió a Molina una reunión con ella, Grillo y la asesora jurídica de la Escuela. 

    Grillo no se presentó en esa ocasión. Lucía insistió a su vez en que acudiera, pero Molina dio evasivas. Lucía fue muy enfática en la importancia de la presencia de la coordinadora académica, puesto que fue ante quien hizo su denuncia inicialmente. Además, quería aclarar varias cosas; entre ellas, su decisión de no denunciar ante la Policía cuando ocurrió la violación en septiembre de 2019.

    Decidida a realizar una denuncia ante la Policía ese mismo día, Lucía dijo que había dos estudiantes fuera que podrían atestiguar que su agresor reconoció haberla violado. También cuestionó el hecho de que nunca fuera informada de que la Escuela contaba con una asesora jurídica, y que no se le ofreciera ayuda en ese sentido, cuando denunció su violación en 2019.

    En esta ocasión pidió ayuda a la institución para que la acompañaran en el proceso de la denuncia, pues no aguantaba seguir conviviendo con su agresor. Lamentó que, casi tres años después de lo sucedido, la Escuela siguiera sin tomar partido en favor de la víctima, e insistió en que solicitaba la expulsión de su agresor. Añadió que, si la Escuela no la acompañaba en el proceso de denuncia, lo llevaría adelante sola.

    Susana Molina le explicó por qué se habló de su caso en la reunión anterior y volvió a indicar que desde el primer momento le pidieron que denunciara, pero que ella dijo entonces que no quería. 

    Por su parte, Lucía recordó que, aunque no interpuso la denuncia ante la Policía, en la reunión a la cual fue convocada por la dirección de EICTV para sostener un cara a cara con su agresor, sí dijo en varias ocasiones que este la había violado y que no entendía por qué estaba sentado frente a ella. 

    También mencionó que, unos días después de contarle a Grillo lo sucedido, la propia coordinadora académica le confirmó que más estudiantes se habían sentido acosadas por la misma persona, y reconoció que lo ocurrido era considerado una violación en Cuba, por lo cual, si quería, podría denunciarlo ante la Policía. A ello, dijo la víctima, contestó en aquel momento inicial que lo pensaría.

    Lucía contó en esta reunión que fue a ver a la psicóloga de la Escuela, tal como Molina le había sugerido el día del cara a cara, y que la especialista, lejos de alentarla a realizar la denuncia, le dijo que querían utilizarla como abanderada del feminismo. De cualquier modo, la estudiante reconoció que, pese a los consejos de la psicóloga, su razón para no denunciar fue que por entonces le quedaban siete días en Cuba, y en ese tiempo no podría resolverse el asunto. 

    Ahí insistió en que a ella se le responsabilizó por completo de denunciar al agresor y de cualquier trámite ante la Policía. Pasados tres años, y viendo los hechos con distancia, Lucía dijo que podía afirmar que en 2019 no existió un apoyo real por parte de la Escuela, donde, en cambio, se le había seguido cuestionando su proceder tras sufrir una violación.

    Finalmente, puso una vez más de relieve que estaba allí para pedir la expulsión del agresor y para pedir que se dejara de hablar de su caso en esos términos, pues no iba a permitir que se le siguiera cuestionando que no hubiese realizado la denuncia en la Policía.

    Molina repuso que, si quería, la acompañarían en ese momento a la Policía, aunque recordó que eso podría implicar que no pudiera salir de Cuba, y que no sería un proceso corto, durante el cual, tal vez, el denunciado podría regresar a su país, por lo que no le quedaba claro dónde se realizaría finalmente el mismo. También dijo que posiblemente tuviera que contratar abogados internacionales en Cuba.

    Lucía interrumpió para decir que, si había que contratar abogados, lo haría, pero que le parecía muy fuerte tener que llegar hasta un juicio con abogados internacionales para que la Escuela expulsara al agresor. Molina dijo que, una vez le entregara la denuncia, ellos se ocuparían de darle seguimiento a todo.

    Lucía respondió que traería la denuncia al día siguiente, pero exigía la expulsión del agresor. Molina dijo que la Escuela realizaría el proceso. La estudiante pidió que la expulsión se definiera antes de la graduación. Susana Molina dijo que a su agresor le correspondía el título, porque se graduó, hizo todas las evaluaciones, e incluso terminó su tesis. 

    El debate entre Lucía y Susana Molina se tensó aquí, al punto de que la directora general de EICTV le dijo a la estudiante que se sentía muy acusada y que eso no lo permitiría. Dijo que no tenía la culpa de lo que sucedió, ni de que no hubiera denunciado, pero que, aun así, la acompañaría a la Policía y le daría su apoyo. Confesó que nunca había estado en una situación así, por lo que no estaba preparada para manejar esos asuntos. Y se disculpó diciendo que no había actuado con mala fe, que ella no haría eso con una joven que está a miles de kilómetros de su casa.

    En este punto intervinieron otras personas con la intención de calmar los ánimos. 

    Finalmente, Molina recapituló: irían a la Policía y, en la siguiente semana, se tomarían las medidas con el estudiante. Dijo que harían todo lo posible para que Lucía superara esa situación. Volvió a aclarar que ella entendió que en las primeras conversaciones la estudiante decía que la habían violado, pero que no quería denunciar al victimario. De hecho, admitió que se había enterado, con este caso, de que las víctimas a veces necesitan tiempo para denunciar. Reconoció nuevamente el error de sentarla junto a su agresor. 

    28 de marzo de 2022

    Susana Molina convocó una reunión a propósito de la creación de un protocolo contra la violencia de género. Reconoció entonces que la Escuela no había estado preparada, ni había sido proactiva, para evaluar los asuntos relacionados con la violencia de género, y que ello condujo a los reclamos de las estudiantes. Luego, a título personal, dijo haber actuado con lentitud debido al desconocimiento de estos temas.

    A continuación, anunció que se elaboraría dicho protocolo para prevenir la violencia de género, y dijo a los presentes que, para ello, serían tomadas en cuenta todas sus sugerencias.

    ***

    Lucía regresó a su casa en España al terminar el curso y decidió no continuar con sus estudios en la EICTV. 

    Ayrton Paul permaneció en Cuba hasta la graduación, y aunque no pudo asistir a la ceremonia por orden de la Escuela, su título fue entregado públicamente a un grupo de amigos suyos, quienes bailaron sobre el escenario mientras varias estudiantes entre la concurrencia protestaban por ello.

    Unos días más tarde, él asistió a la proyección de los trabajos finales de su generación en el Cine Riviera, en El Vedado habanero. Al finalizar la gala, se fotografió junto a la directora de la EICTV, Susana Molina.

    Aunque en varias comunicaciones internas de la EICTV se habló de un «Protocolo contra la Violencia de Género» creado en 2022, no fue hasta el 8 de noviembre de 2023 que este fue aprobado formalmente. Dos días después, el 10 de noviembre, se anunció la existencia de una Oficina de Bienestar «para atender conflictos o problemas relacionados con temas de género, relaciones de trabajo, etc.».

    *Los nombres que aparecen en el texto no son los nombres reales de las testimoniantes, quienes prefirieron reservar sus identidades.

    **Con más que suficiente antelación, las autoridades y otros individuos mencionados en el texto fueron contactados por el autor a través de canales oficiales y/o personales. De esa manera, se informó claramente sobre el contenido de la investigación y se ofreció espacio, en el propio reportaje, para que contaran sus versiones de los hechos o bien para que replicaran del modo que estimasen conveniente. No se recibió respuesta alguna.

    ***Si usted fue víctima de un suceso semejante a los narrados en este texto, o conoce a alguien que hay sufrido una experiencia similar, le pedimos que se ponga en contacto con nosotros a través del número telefónico +34 672 64 75 79 o el correo [email protected].


    [1] Una especie de cafetería ubicada dentro de la EICTV donde los estudiantes suelen reunirse.

    [2] Impulso incontrolable que lleva a la práctica del sexo en lugares públicos o abiertos.

    [3] En 2022, Lucía interpuso la denuncia ante la Policía y su agresor fue trasladado a un inmueble propiedad de la Escuela en otro municipio.

    [4] Plaza ubicada en el interior de la EICTV.

    [5] Se trata de una investigación periodística donde cinco mujeres cubanas —y otras posteriormente— denuncian haber sido agredidas sexualmente por el trovador Fernando Bécquer.

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    Mario Luis Reyes
    Mario Luis Reyes
    Su vida va como el Real Madrid en la tabla de la Liga española. Vive orgulloso de tener muy buenos amigos, aunque algunos muy lejos. Después de años intentando sobresalir como repartero, ahora defiende a Charly García y a Santiago Feliú. No se siente tan cómodo leyendo en ningún sitio como en las clases. Le hubiese encantado saber, finalmente, dónde estaba Benno Von Archimboldi.
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