En 1974 Néstor Díaz de Villegas no era el crítico de cine que destripa las vacas sagradas de Hollywood o el ICAIC. Tampoco el tuitero procaz ni el sofista que firma esos artículos incendiarios sobre la actualidad cubana. Néstor no era «NDDV». Ya era, eso sí, un poeta, un artista de 18 años alérgico a Fidel Castro y su cohorte, condenado por «diversionismo ideológico» y encerrado en la prisión provincial de Cienfuegos en el poblado de Ariza, a medio centenar de kilómetros de su ciudad natal Cumanayagua.
Mientras el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) producía en serie piezas de la ficción revolucionaria, el joven y sus compañeros de galera vivían la realidad del presidio político. Esa película no ha concluido para más de mil cubanos, como si se tratara de una saga de terror interminable. Es una noche de Halloween que no podría ser imaginada ni por John Carpenter. Una película que no había sido filmada. Hasta ahora.
La artista cubanoamericana Juliana Emilia Fusco Miyares, conocida como Coco Fusco, estrenó en febrero último La noche eterna, en la Bienal de Sharjah 2023 (Emiratos Árabes Unidos), donde se programó en cartelera por tres meses. Tras presentar la película allí, la directora trabaja en la organización de proyecciones en Nueva York y Miami. Además, formará parte de una retrospectiva de su obra en el Instituto KW de Arte Contemporáneo (Berlín) en septiembre próximo; y en 2024 viajará al Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (Macba).
La obra de 70 minutos, inspirada en las experiencias del poeta en la cárcel, también es un homenaje al cine y a uno de sus ángeles caídos en desgracia: el actor José Manuel Castiñeyra, «Chema», preso en Ariza por intentar matar a Castro.
Castiñeyra integró el Centro Dramático de la Provincia de Las Villas y protagonizó junto a Consuelito Vidal la cinta El robo (Jorge Fraga, 1965). También actuó en el clásico La primera carga al machete (Manuel Octavio Gómez, 1969). Pero su carrera actoral en ascenso se truncó cuando fue delatado su plan de ultimar con un rifle al entonces primer ministro y líder del nuevo régimen, durante una visita a Cienfuegos.
Increíble, pero merece ser cierto: según contó Díaz de Villegas, cuando en 1976 Chema convenció a las autoridades de dejarlos improvisar un cine en el penal de Ariza, con residuos de la planta de prefabricados aledaña donde trabajaban los convictos, la primera película que se les permitió ver fue Atentát (Checoslovaquia, 1965) de Jiří Sequens. El prisionero político y frustrado magnicida dijo a los «reeducadores» que solo le interesaba ver cintas del campo socialista.
Coco Fusco supo de esta y otras anécdotas muchos años después, leyendo una entrevista realizada a Chema Castiñeyra. Quedó fascinada y se acercó a Néstor con la propuesta de hacer una película sobre el esfuerzo de crear un cine en la cárcel y cómo los presos relataban la trama de las películas a sus compañeros que estaban encerrados en las celdas de castigo.
«Vi en esa historia el poder de la imaginación para trascender las circunstancias más duras», dice Fusco.
La noche eterna es otra pieza de una serie de audiovisuales desarrollada por la artista desde 2014, sobre poética y política en Cuba, donde examina los conflictos de varios creadores con la autoridad estatal. Antes filmó películas sobre los escritores Heberto Padilla, María Elena Cruz Varela, Reinaldo Arenas y el artista visual Juan-Sí González.
También escribió Pasos Peligrosos: performance y política en Cuba (Tate Publications, 2014), en el que analiza cómo el arte de la performance ha sido el principal contexto y estrategia estética para cuestionar el poder estatal tanto para artistas como para activistas. «El libro está prohibido en Cuba, aunque circulan copias en secreto», asegura Fusco.
La noche eterna es la realidad alternativa a la presentada en el documental del ICAIC Por primera vez (Octavio Cortázar, 1967). En el filme inspirado en Néstor Díaz de Villegas y Chema Castiñeyras, la artista también vio la posibilidad de narrar «una contra-historia a lo que se cuenta sobre el cine y la revolución cubana: que fue llevado a las zonas rurales pobres y de ese modo introdujo a los cubanos en la modernidad, cuando en realidad el objetivo principal del gobierno era la difusión de propaganda».
En La noche eterna, el cine es el medio a través del cual se expresa más vivamente el deseo de libertad. «Aunque las películas que se introducían en la prisión procedían de Europa del Este y de la Unión Soviética, las historias son reformuladas por los presos como fantasías de venganza contra las autoridades que los reprimen», agrega Fusco.
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«Mis compañeros de cárcel eran de muy variada extracción», recuerda Díaz de Villegas sobre su presidio político entre 1974 y 1979: «Había intelectuales, había religiosos, muchachos del Servicio Militar que se habían alzado [en armas], presos viejos que venían de las Circulares de Isla de Pinos, exmilitares, siquitrillados y partisanos del Escambray.
»Había diplomáticos como Bebo Cabrera y Luis Puig Tabarés, doctores, abogados y gente de baja extracción, analfabetos, asesinos y abusadores, comunistas y catedráticos, como el doctor Pedro Monteagudo».
De todos aprendió algo, asegura. Pero solo una fracción de sus vecinos de las barracas aparecen como personajes de la película: el cristiano evangélico, papel interpretado por Joel Lara; el escritor (Enmanuel Galbán) y el actor (Luis Manuel Álvarez).
El equipo principal se completó con David Leitner, productor y director de fotografía nominado a los premios Oscar y Emmy; el guion quedó a cargo del escritor Enrique del Risco —con aportes de Díaz de Villegas y Fusco», y Roberto Poveda compuso la música.
En La noche eterna, Fusco intercala escenas de ficción con entrevistas a Castiñeyra, Díaz de Villegas y a Galbán, el actor que interpreta al poeta. También utiliza, para dar contexto a lo que ocurre en la prisión, material de archivo cinematográfico y animaciones de imágenes y gráficos políticos de la época que muestra cómo Castro y sus funcionarios denigraban a religiosos, homosexuales y artistas.
Durante todo el proceso creativo la directora tuvo que luchar con la falta de presupuesto, pues inicialmente solo contó con la mitad del dinero que necesitaría gracias a la Sharjah Art Foundation. A esa subvención sumó dos premios que ganó en 2021 que le permitieron cubrir el coste del rodaje, y más tarde, en la posproducción, recibió ayuda adicional de The Wapping Project, del Reino Unido.
«El segundo reto era que no podíamos rodar en Cuba por razones obvias. Se me ha denegado la entrada al país desde 2018 y sabía que las autoridades nunca me permitirían hacer una película sobre el tema de los presos políticos en la isla».
El equipo tuvo que idear otras formas de visualizar la experiencia que recordaban Díaz de Villegas y Castiñeyra. La prisión tenía al lado una fábrica de cemento donde los presos trabajaban durante el día y todo el recinto estaba formado por muros de cemento sin adornos, así que Coco Fusco diseñó un decorado que representara ese vacío, ese encierro.
«También coloqué a los entrevistados frente a los muros de cemento. La única escapatoria de ese encierro es la pantalla y la imaginación. Los personajes de los segmentos dramáticos imaginan constantemente otros lugares, y los presos se obsesionan con ver películas en cuanto tienen acceso a ellas», explica la artista.
La atmósfera se completa con el trabajo del diseñador de sonido Roberto Fernández, que creó un paisaje sonoro que evoca el entorno de la prisión y los sonidos de la naturaleza más allá de los muros.
En opinión de NDDV, la película de Fusco «es una obra de arte que funciona a nivel de invención, de deconstrucción y también de reconstrucción. Es un híbrido que tiene un poco de Dogville de Lars von Trier y un poco de Querelle de Rainer Werner Fassbinder, por la artificialidad de sus escenarios, con la diferencia de que en los sets de cartón piedra se representa una historia muy real».
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Aunque el régimen de Cuba ha recluido «a decenas de miles de personas en campos de trabajos forzados y prisiones desde 1959, en el cine cubano no existe el género de fuga de la cárcel y no hay documentales investigativos sobre el sistema carcelario», afirma Fusco.
En ese sentido, su película es un aporte a la representación de la prisión cubana de la segunda mitad del siglo XX.
«Sabemos que hay muchas historias no contadas sobre la experiencia carcelaria cubana. Y, por supuesto, existen paralelismos simbólicos entre esa vida carcelaria y la vida cotidiana en un país que a menudo se compara con una prisión debido a la vigilancia del espacio público y privado, las restricciones del derecho de los cubanos a viajar y, en general, los intentos del Estado de ejercer un control total sobre la mente, el cuerpo y el trabajo de sus ciudadanos».
También, agrega Fusco, «la criminalización de la actividad cultural independiente por el Decreto 349 convirtió a cada artista en Cuba en un criminal en potencia. Yo diría que esto ha generado un mayor sentimiento de identificación de la clase intelectual con otras clases sociales marginadas en Cuba.
»Cuando empecé a pasar tiempo en Cuba en la década de 1980, los artistas e intelectuales no se atrevían a hablar de cárceles, presos políticos o disidentes: eran temas tabúes para tratar con los visitantes y la élite cultural intuía que su estatus privilegiado era precario, así que pasábamos de puntillas sobre el tema de la represión y sus formas de expresar el descontento eran mucho más veladas. Hoy en día, los intelectuales y artistas cubanos más jóvenes son mucho más abiertos sobre su desconfianza hacia las autoridades y su falta de identificación o inversión en la revolución. Están mucho más interesados en explorar historias de represión, coerción, censura y exilio, están preparados para procesar las experiencias de los años setenta de una forma más profunda y seria».
En esa movida Fusco ubica su última película: «Soy sensible al hecho de que existe un creciente cuerpo de trabajo en el arte y el cine cubanos que traza conexiones entre las voces críticas de décadas pasadas y el momento actual. Siento un fuerte parentesco con esos creadores».
Para Néstor Díaz de Villegas, La noche eterna ha sido la oportunidad de invocar y hacer presente en imágenes en movimiento los espacios y las personas que vagan por su memoria de sobreviviente.
En la prisión de Ariza, que NDDV no duda en calificar como un «campo de concentración» de donde saldría en junio de 1979, gracias a una amnistía, el adolescente que él fue conoció «el castrismo desde adentro, en el momento en que su sistema penitenciario alcanzó su definición mejor. Desde entonces, la cárcel ha sufrido el mismo proceso de decadencia que afecta al castrismo en su totalidad», afirma el poeta.
También allí se incubó el crítico cultural que hoy es NDDV: «Pienso que el hecho de que cada pieza de prefabricado pasara por mis manos mientras era transportada por Chema en su grúa, me convierte en un crítico bastante depravado, un manoseador y diseccionador de cines. En la historia del séptimo arte faltaba el cine Ariza, que podría caer entre el Alkázar y el Águila de Oro».