Mujeres extasiadas de Miami: Marcela López Gravina nunca odió tanto agosto

    Y esto que parece casi increíble, luego fue pintado
    prodigiosamente en una caja.

    Marosa di Giorgio

    ¿Qué es el éxito? Estuve pensando en el éxito y en la sensación de sentirse exitoso. Se parece a la palabra éxtasis y tiene la misma connotación física, emocional y mental. Uno explota, eclosiona, se emancipa. Sentí eso estando embarazada y también lo siento ahora en minúsculos eventos, pasajeros y cotidianos. Cuando mi hijo me llama en las mañanas, medio dormido aún, y yo estoy haciendo café en la cocinita estrecha. Él me llama y me atrabanca, no quiere que me separe, no quiere que vaya a terminar el café. ¿Dormiste bien? ¿Estás feliz? Sí, mamá, estoy feliz. Entonces explota algo, en absoluto silencio, afuera sigue oscuro. Soy alguien con mucho éxito, alguien que ha conseguido algo demasiado valioso.

    La primera vez que la vi, Marcela me sonrió indiferente. Amable, contenta, pero sin mucho interés. Me trató bien y creo que nos dio atún con galletas, para comer, porque Soleida Ríos y yo dijimos que teníamos hambre y Marcela no tenía más nada ahí. Acababa de mudarse. Habíamos llegado al apartamento en el mismo momento en que Marcela descubría un sofá o una butaca en la esquina del edificio, tirado o tirada, y Marcela quería recogerlo o recogerla. Desde ese día, ansiosa y completamente feliz por la posibilidad de conseguir algo útil, lindo y gratis, Marcela me pareció tan encantadora como una mujer alegre en la ciudad de Miami, incluso rodeada de tanta desolación. Sus hijos no habían venido aún o estaban de vacaciones, y Marcela llevaba tiempo con Luna, la perra bulldog americana enorme, en la casa de una amiga, sin poder mudarse. Al menos eso entendí, o eso recuerdo haber entendido. Desolación americana enorme, como una perra bulldog.

    Eso fue en el 2016. Nuestra amistad continúa, aunque no nos vemos todo el tiempo, porque vivimos en dos extremos de la ciudad. De pronto la extraño, de pronto siento necesidad de escuchar la voz de una persona que se emocione, que se exalte y se enerve. Una persona excitada. Marcela sube a nuestro carro, le trae a mi hijo un gorro de estambre que cree que no le gustará, pero igual se lo trae. Cuando el niño ve su regalo, se lo pone en la cabeza y se lo ata al cuello, más alegre incluso que Marcela. Marcela ha metido un caballo plástico con crines plateadas adentro del regalo, pensando que el caballo le gustará más. Pero al niño le gusta el estambre, para el verano y para el invierno (¡y ya no necesitamos comprar orejeras, mamá!), porque se parece a lo que sentimos por Marcela y sirve para todas las estaciones. Marcela me ha puesto en duda, muchas veces, y luego viene calladita a mi oído, igual que un caballo o un bulldog americano manso, y me dice: tú tenías razón, Legna Rodríguez.

    Marcela López Gravina
    Marcela López Gravina / Foto: Evelyn Sosa

    ¿Mujer loca o madre libre? Vaya, dicho así las dos me suenan a algo que yo no soy. Son estereotipos. Creo que soy algo libre, no demasiado, dependiendo del momento, el lugar, el estado de ánimo, las consecuencias. Soy madre. Madre física seguro, como un animal. También practico casi todo lo otro, lo del constructo, lo del rol. No sé, no estoy segura. ¿Por qué me preguntas esto? Una es muchas cosas y las contrarias. No se es siempre lo mismo, ni una continuidad. Al menos eso me parece. Si te defines como algo, te la pasarás traicionándote o queriendo ajustarte al papel. Soy madre, soy mujer, soy hija, soy sobrina. Soy mutante.

    ¿Montevideo, La Habana o Miami? Se mezclan. Como en los sueños. Podrían ser lo mismo. Ya son como órganos de mi cuerpo. Están ahí, siempre haciendo de las suyas.  No las visualizo como ciudades. Me las nombras y veo personas, partos, enamoramientos, vegetaciones, euforias y cansancios. Desgracias, también, que quedaron instaladas en cada una. Miami no la conozco muy bien, vivo en la playa. Ni siquiera conozco las autopistas que todos nombran. No sé hablar en inglés. Vivo aquí pero no le pertenezco ni me pertenece. Si te respondiera esto sin pensar, saliendo de una anestesia general, supongamos, creo que diría La Habana. La Habana a los dieciséis. No sé responder estas cosas, Legna. Las preguntas me aprietan, las medias me dan calor.

    ¿Turista o ciudadana? Ni turista ni ciudadana. Yo toda una vida, desde que me acuerdo y en todos lados, he sido EXTRANJERA.

    ¿Patricia Highsmith o Lucia Berlin? Ja ja. Lucia. Lucia con cariño. Lucia como mujer. Es como una amiga nuestra. Patricia me asusta. Patricia tiene ese reverso perverso. Me fascinan sus cuentos. Cierta perfección que me atrae por ajena. Esos cuentos de animales (por cierto, creo que nunca te leíste el del niño y la tortuga).  El de las dos hermanas en un cuarto. El de los caracoles gigantes.  El de un bichito asesino sin nombre. Ay, qué susto. La atracción helada. Como me pasaba con Borges. Ahora hay una biografía de ella; leí que era una horrible persona y más curiosidad me da. Pero no la he podido comprar, está en Amazon y es caro, vale cuarenta dólares. Lo tengo hace rato en el carrito. Son diarios y cuadernos. Creo que los encontraron todos adentro de un escaparate. Igual no sé si eso lo leí o lo inventé. Patricia no es una mujer, para mí, como Lucia Berlin. Ella es un escritor. Entonces, claro que prefiero a Lucia Berlin.

    ¿El trabajo engrandece al hombre? ¡Ay, por favor! ¡Qué tema! ¿Quién fue quien dijo eso? Seguro que fue Martí. Así como titular me da risa. Supongo que, de cierta manera, sí. Pero en la vida común, la no filosófica, la de meter la carne, y en los trabajos comunes que hacemos para pagar la renta y eso, yo diría que envilece al hombre. Ya sabes que no tolero las jerarquías, los horarios, la explotación, el rebaño contento por salario del viernes. Ponerse, por ejemplo, todos los días un uniforme, el mismo uniforme de pieza de un engranaje, de pertenencia a. Es insólito e intolerable. Como las vacas marcadas. Mejor no hablar de esto, que me descatalizo.  Mi hermana Bárbara me regañaba y me decía que por decir esas cosas en público nadie nunca me iba a dar un trabajo importante. Eso era en Uruguay, donde eran capaces de poner anuncios de trabajos que decían: BUENA PRESENCIA Y MENOR DE CUARENTA AÑOS. Qué descaro. Aquí al menos eso no sucede. Es NOW HIRING y andando. Estar obligada a trabajar es mi mayor desgracia hoy por hoy. A quién voy a engañar. Y vaga no soy. El hecho de que me paguen ya me humilla. Esto no es apto para menores. Prefiero que no le cuentes estas cosas a nadie. La gente se ríe y eso. Entonces sí dicen: está loca. El ocio engrandece la mente (creo).

    ¿Escaleras o elevadores? Escaleras al cielo. En ese vídeo alucinante y psicodélico en que Robert Plant canta con la garganta y la pelvis y las manos, con la camisa abierta, flaquito y poseído. Después todo se lo traga un caleidoscopio. Escaleras siempre, porque ahora yo trabajo en unos elevadores que suben y bajan permanentemente, como todo elevador. Van del piso L pasando por el M y por todos los números menos el trece, hasta el Penthouse. Son muchos pisos y cuatro elevadores impregnados de olor a perfumes caros, a dorador, a café, a mariscos, a sudor de gimnasio. Son cuatro peceras de metal llenas de sardinas que miran en silencio. Son ocho horas. Yo camino por pasillos y me bajo en cualquier piso. Yo que tenía el sueño repetitivo de que iba en un elevador que traspasaba el último piso y seguía de largo, subiendo y subiendo. Ahora ya no lo he soñado más, ni tampoco me ha pasado eso por el momento. Lo mío son las escaleras.

    ¿Luna o Anarquía? El Yin y el Yang. Luna. Después me justifico. Luna fue mi compañera. Protectora. Luna es otra cosa. Algo divino en forma de perro. Anarchy es un bebé todavía, creo es pitbull. No le llames Anarquía, porque se llama Anarchy. Ella no habla español, Legna, ¿no te has fijado? Por eso nunca me hace caso. Tiene más fuerza que yo. Debe haber llegado para que no me debilite. Los perros unen a los padres con sus hijos. Son un hilo conductor. A mí me gustan las perras hembras. Grandes. Luna se murió en mis brazos y los de mi hijo. La abrazamos juntos. Eso fue muy fuerte. Nunca la voy a olvidar. Esta pregunta fue como: ¿A cuál de tus hijos prefieres? Una preciosa maldad.

    ¿Lavar calzoncillos a mano o lavadora tragamonedas? Lavar calzoncillos a mano. Con espuma, dando brillo. Dándole con los nudillos. Colgarlos con dos palillos (en el balcón).

    ¿Estados de Facebook o Netflix? Estados de FB. Pero cada vez hay menos. Ya nadie usa FB para juguetear. Ahora hay que cuidar al personaje porque viene otro y te desguaza. Me gustaría ver más estados personales. Para mí es como un diario. Una vidriera para mirar tu casa. Para los demás, creo que no. No uso ninguna otra red social. En Netflix pocas veces encuentro cosas. Me aburre un poco. Lo tengo porque es una extensión del de mi amiga Rebeca en Alemania. Además, a nosotros los inquietos nos cuesta permanecer sentados. A mí me gustaba el cine, pero aquí nunca voy. En Montevideo sí. Mis hijos dicen que FB es de viejos, por eso mismo me quedo ahí. A mí no me gusta hablar por teléfono, ni mandar mensajes personales. Un estado de FB soluciona. Termino de contestarte y voy a buscar algo en Netflix. No me gusta cuando ponen esa palabra enorme con esa música ta taaannn. NETFLIX. Me gustan algunas series suecas. Amor y Anarquía me encantó.

    ¿La bolsa o la vida? El asaltante, mi amor.

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