La Habana, el 14 de julio, es una ciudad incómoda. El sol es imponente, pero los policías que custodian el Capitolio lo resisten sin murmurar. No obstante, la ciudad se siente hoy oscura, tensa. Los «boinas negras» van en camiones de un lado a otro, como nubarrones cargados de promesas fascistas. El negro va por dentro también, en la desesperación que viven las madres y las esposas que no tienen noticias de sus hijos o sus cónyuges, arrestados por participar en las protestas pacíficas que estallaron el domingo.
Fernando Almeyda Rodríguez usualmente se viste de negro. Supone que encontró en ese color una conexión interna con los inclasificables «darks» italianos del siglo pasado, o con los anarquistas de cualquier época. Pero el 14 de julio, más allá de representar a un grupo, a un personaje, es un abogado con una cicatriz encima de su ojo derecho: souvenir trágico del día más importante en sus 29 años. Antes del 11 de julio, Fernando era una excepción habanera: paciente, educado y solitario. Pero ahora, el mismo intelectual que solo escribía artículos en La Trinchera, y editaba para Dialektika, presiona contra su herida cosida un pomo de agua bien fría. Han pasado tres jornadas desde que una piedra impactara contra su frente blanca y manchara su pullover negro. El miércoles ya no sangra la herida, pero sigue latente en él la esperanza del cambio. La Habana que habita le angustia más que aquella pedrada, y en la misma cabeza del golpe están sembradas aún las notas del Himno de Bayamo entonadas por miles de conciudadanos en las protestas del 11 de julio.
Lleva tres días sin salir de casa, sin poder dormir siquiera. Ha intentado informarse de todo cuanto ha seguido ocurriendo en su ciudad y en su país, y ha persistido en ello a través de cuanta VPN le ha sido sugerida para burlar los cortes de Internet. Cuenta las denuncias de detenciones y desapariciones; averigua por los pronunciamientos de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) o la Federación de Estudiantes Universitarios; le alegra escuchar cuánto insultaron al comandante Ramiro Valdés en Palma Soriano. Tras el domingo, la ciudad y el país son definitivamente otros para él. «La dictadura ya cayó. El día 11 se perdió la virginidad del silencio»: es la forma en que lo narra.
Mientras continúan en prisión centenares de ciudadanos, y se recuperan en casa muchos heridos como él, Fernando recuerda los disparos en las cercanías de la Plaza de la Revolución. El régimen ha admitido a estas alturas la existencia de un solo fallecido, a quien no tardó en etiquetar como delincuente común.
La Habana del 14 de julio es una ciudad virtual llena de etiquetas y clasificaciones. Numerosos artistas publican en Facebook su apoyo a los manifestantes y denuncian el llamado a la guerra civil que hiciera el presidente de la República. De alguna manera se ha establecido una brecha inmensa entre la dictadura y el pueblo que se lanzó a las calles.
La manipulación oficial de los hechos ha sido aberrante. El ministro de Relaciones Exteriores apareció en pantalla categorizando como ficticias y computarizadas las grabaciones del estallido. Dos muchachos de una agencia periodística gubernamental tomaron el testimonio de Fernando mientras su herida estaba siendo cosida por doctores en el Hospital Calixto García. Ambos periodistas estuvieron también entre la masa heterogénea que salió a protestar el día 11. El artículo definitivamente no fue publicado. Entre los manifestantes estaba Maykel González Vivero, director de la revista independiente Tremenda Nota, quien sufrió una violenta detención. Fernando lo recuerda mientras intentaban dirigirse a la Plaza de la Revolución.
Está claro que es difícil transitar hoy la capital de Cuba. Han pasado tres días y conectarse por datos móviles es prácticamente imposible; más aún en los municipios de Centro Habana y Habana Vieja. En cada parque del casco histórico hay, sentados, varios oficiales de la Seguridad del Estado vestidos de civil; imposible confundirlos con ciudadanos comunes. A un habanero cualquiera se le impide tomar el fresco o encender un cigarro en un banco del parque Antonio Maceo, en la céntrica calle de San Lázaro. El Malecón también es hoy un lugar de cita para oficiales y guardias: expropiado a la ciudadanía.
Los teatros y cines de La Habana parecen ubicados en una realidad paralela. Alguien ha tomado la absurda decisión de musicalizar la ciudad. Afuera de cada uno hay grandes bocinas que reproducen lo mismo a Silvio Rodríguez que a Leoni Torres, quien condenó al régimen, o a Los Van Van, que declararon su apoyo a las protestas pacíficas.
Fernando no ha salido hoy a ver el Capitolio. Lo imagina aún como el domingo, rodeado de aquella masa que alzaba sus manos frente a los policías en obvia señal de paz. Rememora la imagen de un muchacho que le impedía el paso, casi un niño… Tampoco puede olvidar las vísceras expuestas de un señor bastante mayor, tan conmovedoras, que silenciaron a policías y pueblo durante unos segundos, para dar paso a las consignas que reclamaban medicinas y cese de la violencia.
Fernando es un intelectual golpeado por la derecha hipócrita que gobierna a Cuba. Hace tres años formaba parte del Fórum de Historia y Filosofía de la Universidad de La Habana. Hace un año tenía un proyecto comunitario donde insertaban a diferentes adolescentes de barrios marginales en labores artísticas e intelectuales. Hace un mes salió en televisión nacional como parte del programa Dialogar, Dialogar, promovido para y por miembros de la AHS. Fernando es la izquierda timada y reprimida. Estuvo allí, entre las gentes que el propio gobierno cubano ahora califica de marginales y delincuentes. Él es un revolucionario verdadero.
Así lo escribió en La Trinchera: «Puse el cuerpo para que los fascistas no agredieran al pueblo y también lo puse para que el pueblo no agrediera a los fascistas… Pero ningún fascista puso el cuerpo por nosotros… Bienvenida esa piedra que impactó en mí antes que en otro, ojalá hubiera podido pararlas todas… ¡Patria, Vida y Libertad!»
Me llama la atención en la crónica lo siguiente: «Fernando es un intelectual golpeado por la derecha hipócrita que gobierna a Cuba».
Creo que sí se va a jugar con esto de la VERDADERA IZQUIERDA Y LA DERECHA debe hacerse de otra forma, no sé.
Soy seguidora de El estornudo, un abrazo
Es muy fácil: los malgobernantes de Cuba, generales y sus familias tienen un Capitalismo de Estado (para ellos) y viven a cuerpo de rey. Tienen hasta empresas y negocios paralelos de los que no dan cuenta y no es posible auditar. Tiendas en dólares en un país que no paga en ellos, la dichosa Tarea de Ordenamiento, entre otras torpezas son terapias de choque neoliberales disfrazadas con eufemismos.