Alguien que estaba mirando

    Cerca de 15 días estuvieron dos pomos de champú guardados en el pequeño escaparate de Ivis. En ese tiempo, ni ella, ni su nuera, ni miembro alguno de la casa los abrió siquiera para olerlos. Ivis no había pagado por ellos, tampoco los había robado. Eran el regalo de uno de los manifestantes que a las dos de la tarde de aquel 11 de julio de 2021 irrumpió en la tienda El Encanto, ubicada en la calle Cuba, en el municipio artemiseño de Güira de Melena.

    Algunas personas, una vez rompieron los dos cristales principales de la única tienda en moneda libremente convertible del municipio, formaron en cadena y comenzaron a pasarse, de mano en mano, ventiladores, batidoras, pomos de aceite, paquetes de muslos de pollo, jabones y todo tipo de artículos de aseo. A veces solo lanzaban las cosas, sin ningún destinatario específico. A Ivis, situada a pocos metros de la tienda, según narra el video que usó luego la fiscalía para acusar a 32 ciudadanos el 7 de marzo de 2022, le tocaron dos pomos de champú, cada uno con precio de dos dólares.  

    Ivis, madre de Yandi
    Ivis, madre de Yandi

    Ese mismo día, muchos manifestantes dejaron en plena calle los ventiladores y batidoras, y otros corrieron con las botellas de aceite hasta cedérselas a un segundo. Los oficiales de la Seguridad del Estado documentaban los acontecimientos con sus celulares, lo que seguramente traería consecuencias para los implicados. Pronto, Ivis empezó a escuchar rumores. Varios rostros fueron detectados por las grabaciones de la policía política y multados con 2 mil pesos cubanos. Además, les decomisaban los productos retenidos. Quien no entregaba el producto debía abonar no solo la multa, sino el cambio correspondiente al precio de la vidriera en pesos cubanos.

    La estación de la policía se disfrazó por esas fechas de súpermercado, con sus oficinas repletas de equipos electrodomésticos, productos de aseo e insumos alimenticios. Los oficiales llenaban talonarios y los ciudadanos abonaban el costo acordado o, en su defecto, firmaban el compromiso de hacerlo en el menor tiempo posible. Incluso los que habían abandonado sus productos en la calle se vieron sometidos a la misma medida.

    Ivis ordenó en casa no abrir el champú. El 26 de julio pagó su multa y devolvió los dos envases. A partir de ahí tuvo una cita mensual con la policía para demostrar que su conducta había sido fortuita y que no iba a volver a repetirse. Su hijo Yandi, sin embargo, sí terminó en la cárcel, y hasta que la policía no recogió la última botella de aceite usurpada y terminó la etapa inicial de la investigación, Ivis no pudo, por 5 mil pesos cubanos, contratar un abogado.

    Yandi, esposa e hijos / Foto en casa de Nataly
    Yandi, esposa e hijos / Foto en casa de Nataly

    ***

    La gente de Güira de Melena labora en sectores como la agricultura, el comercio, el tabaco o la salud. Buena parte de los hombres, a quienes veremos en numerosas esquinas de repartos como El Triángulo o La Guerrilla, se dedica a rastrojear. En las mañanas salen hacia las afueras del pueblo en busca de las fincas campesinas. No pueden madrugar ni trasnochar pues serían considerados, por los propios campesinos, como ladrones, y en suerte pudieran ganarse desde la buena mordida de un entrenado perro sato hasta un machetazo en la espalda.  

    Llegan y desgajan surcos, limpian el yerbazal de los mangos o aguacates caídos, los recogen, los apilan. Dan los buenos días al propietario y le pagan una suma modesta por la merma. El campesino agradece, pues se ha visto en la obligación de vender también ese excedente, ya que, una vez entregada al Estado la suma que este le fija según las caballerías de tierra y cantidad de cultivos que posee, debe comprar abono y otros materiales necesarios para el mantenimiento de su propia finca. Con los rastrojeros, sale de una vez de estos productos —que no son de primera categoría pero tampoco de quinta— y le quedan limpios los surcos.

    Los que rastrojean obtienen viandas, verduras y frutas a precios baratos que revenden en las esquinas del pueblo. En el portal que da a la calle Cuba, Yandi, hombre de campo al igual que su padre Carlos Alberto, diariamente situaba en exhibición los aguacates, los mangos y los tamarindos. También malangas o tomates, esperando que con las ganancias le alcanzase para ayudar a su madre, a su esposa Nataly y a su hija Shayna de dos añitos, puesto que el otro varón de su esposa había sido enviado a vivir temporalmente con sus abuelos paternos, quienes se encuentran en una situación económica un tanto más holgada. Pero desde hace más de un año que en el portal de la calle Cuba no hay nada, solo unas ropas usadas que ya no le sirven a Shayna y que siguen ahí, esperando que algún transeúnte pague por ellas.

    La pequeña Shayna

    ***

    El 11 de julio, poco después de que arrancaran las protestas nacionales en el municipio colindante de San Antonio de los Baños, el poblado de Güira tomó las calles. Los primeros manifestantes salieron del barrio La Guerrilla, desde la casa de Brenda Díaz, conocida por todos como La Pichu. Bajaron alrededor de cinco cuadras hasta llegar a la avenida principal del municipio, coreando consignas y reclamando libertad. Los funcionarios del Estado, movilizados en el acto, no opusieron resistencia ni sofocaron la manifestación. Quienes protestaban, que llegaron a contarse por cientos, enfilaron primeramente sus reclamos contra los dirigentes del Partido Comunista del pueblo, luego pararon frente a la estación de policía y de ahí siguieron para el parque.

    Horas después, ya prácticamente todo el mundo en la calle, la manifestación intentó dirigirse hacia la tienda El Encanto, con productos en moneda libremente convertible. Allí la gente rompió cristales y saqueó el lugar, en respuesta a las carencias que venían sufriendo de manera crónica y, más puntualmente, por lo menos desde el último año. No podían comprar pollo, picadillo o aceite a menos que fuera en esta tienda prohibitiva en divisas, o de lo contrario a través de revendedores que adquirían los productos en La Habana y luego lo ofertaban a precios desquiciantes. 

    Tiendas MLC del municipio Güira de Melena, en donde se concentró parte de los manifestantes

    A la una de la tarde, cuando los manifestantes asediaban la sede del Partido, Yandi veía un partido de fútbol. Salió unos instantes a mirar y minutos después regresó. A las cuatro de la tarde la calle Cuba se había convertido en una feria de productos saqueados, Yandi observaba desde la acera del frente, nunca participó de los hechos. Una hora después, ya se encontraba en su casa con Nataly. No obstante, dos días después el oficial Pupo de la Seguridad del Estado, en un operativo cargado de violencia, apresaba al muchacho de 29 años. «Te voy a joder la vida», le dijo, antes de meterlo a la patrulla.

    Ivis no vio a su hijo más hasta finales de octubre. Nataly tampoco. Aun se preguntan qué pudo haber hecho Yandi para merecer aquel castigo. Suponen que el oficial, por los daños que recibiera su motocicleta, buscó algún chivo expiatorio y encontró a alguien que ni siquiera había lanzado ninguna piedra o roto algún cristal.

    Desde entonces, las casas de Yandi han sido la estación policial de Güira, la Unidad de Prevención «Reloj Club», el Combinado del Este y el Centro Penitenciario de Quivicán. La madre lo recuerda y llorar, la esposa se estremece, los vecinos transmiten su furia. ¿Cómo termina un hombre inocente condenado a más de una década?

    Nataly, esposa de Yandi
    Nataly, esposa de Yandi

    ***

    El pasado 6 de marzo, en el Tribunal de 10 de Octubre, inició el juicio de los 32 manifestantes de Güira de Melena. Las causas mayormente imputadas por la Fiscalía provincial fueron atentado, daños, desorden público y hurto. Un video de cincuenta minutos, con recortes de diferentes grabaciones de la policía política, es la prueba principal para incriminar a los implicados. Las sanciones y remuneraciones económicas que pide la Fiscalía son descabelladas. 

    Ivis decidió no entrar a juicio y Nataly no llegó a entender cuáles fueron las evidencias contra su esposo, si siempre se le observa distante de los disturbios. Al tercer día llegan los testigos. Un amigo de la infancia de El Sungo, como le dicen en el barrio a Yandi, sube al estrado. Nataly cree que va a declarar a favor, pero ocurre lo contrario. 

    Causa y sanciones de Yandi
    Causa y sanciones de Yandi

    «Yo vi al Sungo tirarle piedras a la moto de Pupo», dice. Nataly se desconcierta. La defensa pregunta por la ubicación del testigo ese día. Se encontraba distante, no es posible que haya visto tal cosa. Luego de algunas preguntas más, el testigo se derrumba. «Yo estoy aquí porque el oficial Pupo me dijo que tenía que venir aquí a decir que El Sungo había estado en la protesta». «¿Quién es el oficial Pupo?», pregunta la defensa. «Ese que está allá atrás».

    La algarabía en la sala es inenarrable.

    «¡Infamia! ¡Yo a ese hombre ni lo conozco!», atina a decir el oficial en el acto.

    «¡Óigame, no sea mentiroso!», vuelve el testigo, «usted me citó el día 16 para obligarme a venir aquí y hablar del Sungo».

    Ya no hay cómo recomponer la disciplina. Alguien da la orden y el magistrado acata. Sacan al testigo de la sala, y al otro día la gente comenta que Julito, que es su nombre, abandonó Güira y se largó a Oriente. 

    Ivis revisa la causa de su hijo Yandi
    Ivis revisa la causa de su hijo Yandi

    El 12 de marzo, en sanción conjunta por los delitos de desórdenes públicos, sabotaje de carácter continuado, atentado, daños y robo con fuerza, Yandi Hernández Montes de Oca es sancionado a 13 años de privación de libertad en las instalaciones del Ministerio del Interior. También, por los daños que le adjudican, debe pagar 21 mil pesos cubanos.

    Nataly ha abandonado las esperanzas de la libertad, pero aún así sigue denunciando en redes sociales el abuso cometido contra su familia. Teme que su esposo, quien se medica actualmente con Clonazepam, pueda tener una recaída como la que tuvo en la infancia, cuando pretendió, a los cinco años, ahorcarse. Ivys, por su parte,

    Su madre, por su parte, no hace más que llorar y reunir dinero para llevarle insumos dos veces al mes. Casi sin fuerzas, comenta otro post de Facebook donde reclaman libertad para los manifestantes. Sabe que su hijo es inocente, pero no albertga ilusiones. Yandi, desde Quivicán, rastrojea ahora el surco de su propia vida.

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    3 COMENTARIOS

    1. La historia es conmovedora, y no dudo de la injusticia. Pero reconozco que me llaman la atención, desagradablemente, las uñas de Nataly, esposa de Yandi: el marido condenado a 13 años de cárcel, su suegra (mamá de Yandi) enloquecida buscando dinero para llevarle algo a la prisión dos veces al mes, y Nataly… pegándose uñas postizas.

      • Quizás si se quita las uñas postizas a su marido lo dejen libre; quizás sin las uñas puestas la comida aparecerá milagrosamente en su mesa; es por culpa de las uñas, obviamente, que su familia debe «buscarse la vida» de la manera que lo hace. Quizás, si no existieran uñas potizas color «chillón», no hubiera hambre e injusticia en Cuba…

        • Esta respuesta es para el Bobo… Por qué siempre pensando tan mal? Ella ni las uñas completas en una mano tiene, lo que dice mucho de que no tiene dinero para gastar en uñas, antes de suponer, primero piensa bien de ella, puensa como viven en Cuba y luego supone que un día alguna amiga le puso unas uñas para levantarle el animo, pueden haber mil razones de que una mujer se ponga uñas por un día.

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