La mariposa china

    Leo que el Partido Comunista de China —¿acaso lo es?— va a alterar la constitución para dar más poder a Xi Jinping, convirtiéndolo en un Mao 2.0. La noticia tiene poca importancia, justo cuando toda la atención está en la muerte de la reina Isabel II, que irónicamente dios no pudo salvar esta vez. Aun insulso, el hecho me lleva a desencadenar una secuencia de nexos a través de los cuales intento entender el vínculo entre el éxito económico chino, su importancia para la expansión del capital y la crisis de la democracia y el surgimiento de una tendencia irrefrenable hacia las autocracias de mercado y los fenómenos neofascistas contemporáneos. El capullo de la mariposa comenzó a abrirse cuando el audaz Den Xiaoping mudó el curso de la historia y emprendió las reformas económicas que obligaron a reinventar, no apenas el socialismo, sino el mismísimo capitalismo. Desde entonces el aleteo de la mariposa china tiene consecuencias en todo el ecosistema mundial. 

    El mundo parece una manada en desbandada, carente de equilibrios y quizá, en lo adelante y durante un largo período de auxilio, este sea nuestro estado latente cotidiano. La post-pandemia no dejó un modelo más solidario ni lecciones de coherencia política y cohesión internacional como anticipadamente anunciaba Slavoj Zizek, en su ensayo Pandemia. A despecho de todos los deseos, el sistema reaccionó abruptamente al intervencionismo de los estados y a la excepcionalidad del momento. El capital, ajeno a toda circunstancia, sigue el curso crudo de sus leyes. Los resultados económicos han sido: exceso de liquidez monetaria, en manos de pocos, con su resultante fórmula inflacionaria; especulación para compensar las pérdidas del bajo metabolismo económico del período de pandemia; crecimiento casi exponencial de las grandes fortunas y todas las empresas que se beneficiaron de la concentración de la demanda y el gasto público. En resumen, aumento de la concentración y centralización de la riqueza, proporcional al aumento de la desigualdad e inestabilidad social. Las tradicionales fórmulas de control monetario a través del alza de las tasas de interés, del costo del dinero, frenando el crédito y la expansión, no traen alivio, traen contracción, recesión y crisis.

    Sumamos a este cuadro explosivo la excepcionalidad que supone la invasión de Rusia a Ucrania y toda la alteración que generan las sanciones económicas a Rusia y la reacomodación del comercio internacional, provocando una crisis energética en una Unión Europea atrapada en su propia cola. 

    ¿Qué tiene que ver todo esto con Xi Jinping y su autocracia? Vamos allá. Tengamos en cuenta que el capital ha tolerado diferentes modelos de desarrollo y que, especialmente a partir de la post-guerra y de su fracasado affair con los totalitarismos fascistas, el capital, ahora encarnado en los Estados Unidos, prefirió una alianza táctica con las democracias occidentales. Diseñando el mundo a su imagen y semejanza, se convirtió en modelo dominante deseado y cerró el siglo XX con el broche de oro regalado por la desintegración estrepitosa de la URSS y sus zonas de influencia. Francis Fukuyama, que acaba de lanzar un libro que tituló «El liberalismo y sus desencantados», resumió ese momento en lo que llamó «el fin de la historia», en un artículo icónico que es más que todo un delirio ideológico hegeliano, apropiándose justo de la idea de Hegel que más compromete su espléndida visión dialéctica. Después de casi 40 años del triunfo del liberalismo Reagan-Thatcher (estudiosos, ver los ciclos económicos largos de Kondratiev), llegamos a un momento de ruptura de ciclo de las ondas de crecimiento que estudiaba el olvidado economista ruso castigado por Stalin. El fin de ese ciclo supone una agudización de la crisis estructural actual del propio sistema. Las democracias capitalistas fragilizadas se enfrentan a otro modelo de desarrollo y ampliación del capital, empujado por China, con sus tasas de crecimiento forzadas de casi diez por ciento anual, control rígido autoritario sobre la vida política y las tensiones sociales, ralentizando el costo del trabajo, en una ecuación imposible de equilibrar competitivamente para las sociedades democráticas abiertas del capitalismo maduro, poniéndolas en un serio dilema.

    La reconstrucción del orgullo ruso, a través de la nostalgia imperial y los años de poder soviético, que conservó casi intactas las fronteras del imperio zarista, ha dado paso a la nueva autocracia encarnada en Putin que, a pesar de todo, sus oponentes occidentales desean emular antes que seguir el modelo chino. Los rusos tienen algo que llamaría «complejo de Occidente», el afán de pertenecer a Occidente, de asumir sus gustos y estilo de vida. Cualquiera que conozca la lengua rusa sabe el significado complejo de la palabra «Zapadny», Occidente en ruso, pero igualmente el modelo ruso empuja el capital en dirección al autoritarismo de mercado, con presencia estratégica del estado en los procesos de ampliación y acumulación del capital, ahora reforzado por la guerra de Ucrania, dejando claras las fronteras de su «espacio vital» y su decisión de hacer política «por otros medios».

    En una forma menos definida, pero de creciente influencia, tenemos a Erdogán y su restauración otomana, el fortalecimiento de Irán tras la desastrosa intervención de Estados Unidos en Irak y la derrota a manos de los talibanes en Afganistán y el caso especial de Arabia Saudita, la próspera monarquía medieval religiosa que descansa en sus reservas de petróleo. Juntos demarcan un área de influencia que podemos llamar espacios anti-hegemónicos, donde el manual de democracia y liberalismo económico parecer no tener ningún chance de aplicarse.

    Otros grandes países como India y Brasil resbalan entre las tradiciones democráticas amenazadas por los grandes abismos sociales y economías primarias de peso, rezagadas respecto a la dinámica expansiva del capital aliado a las autocracias de sus pares competitivos, China y Rusia.

    Así se conforma este nuevo mundo multipolar, de alianzas estratégicas y bloques económicos, que huele a guerra e inestabilidad, una guerra de nuevo tipo, ya en curso, y un proceso continuo y crónico de inestabilidad. Un mundo que encaja en el concepto del historiador francés Fernand Braudel de las «economías mundos» como formaciones socio-espaciales, definidas en un espacio-tiempo históricos, que conforman un eje central en torno al cual giran los espacios periféricos. Esto se parece más a lo que nos espera.

    Los Estados Unidos y una Unión Europea tambaleante y desposeída de voluntad política aún conservan su poder, pero saben que ya no es tan firme y que los vientos no soplan a favor. Los movimientos conservadores y lo que me atrevo a llamar «revolución de derecha» ganan espacios, ponen continuamente en jaque a las democracias cansadas y atacan lo que ellos llaman «capital globalista». La versión de revolución de la derecha no carga con los contenidos humanistas y emancipatorios de la izquierda derrotada, ni con la corrección moral y la tolerancia de las democracias capitalistas clásicas a las que se opone. Consciente del caos alrededor, enarbola la protección del espacio tribal con una visión excluyente, basada en el chovinismo nacional de tintes étnicos, la intolerancia religiosa y una economía heterodoxa de ajuste del mercado y proteccionismo de los intereses nacionales, creando una especie de neo-feudalismo. 

    Estos movimientos regresivos son parte de la dialéctica de la historia. El surgimiento del capitalismo colonial global no tuvo escrúpulos en reactivar la esclavitud —aún más cruel e intensiva que la practicada en la antigüedad— y convertirla además en discriminación racial, relegando casi todo un continente y a sus poblaciones autóctonas, que son el origen de todas las razas humanas, a la condición humillante de no-personas, instrumento de trabajo y mercancía. Así se gestó la acumulación primaria de capital que dio lugar a la revolución industrial y todo el progreso económico asociado, que aseguró la hegemonía inglesa y del modelo económico liberal.

    Resta una América Latina que parece una opción sin peso a las autocracias, estancada en una deuda social histórica, produciendo estados fallidos, sociedades violentas, con economías dependientes, toneladas de burradas políticas e incapacidad absoluta de promover una integración económica y política que permita subvertir su condición geopolítica de área de influencia exclusiva de los Estados Unidos. Ningún otro espacio geográfico social tiene la suerte de contar con una unidad cultural e idiomática como la de Latinoamérica, e intereses comunes tan afinados, pero los sueños de integración de Bolívar y Martí, sueños son, y en esta historia ganaron los mezquinos, los tacaños, los que piensan pequeño.

    La reciente ola de gobiernos «izquierdosos», más que una marea rosa, supongo que traiga nubes moradas, no por la falta de voluntad de esos gobiernos, ni porque a priori sean incapaces de asumir los desafíos, sino porque simplemente lidian con imponderables históricos, en franca desventaja coyuntural y dentro de marcos jurídicos y parlamentares profundamente desfavorables que tientan los voluntarismos como opción para hacer valer sus políticas. Ojalá sean capaces de atarse al tronco de la barca y no escuchar los cantos de sirenas, de lo contrario, la odisea de la bolsonarización del continente ganará adeptos.

    Cuando Xi Jinping altera la constitución para fortalecer su poder, me deja pensando en este efecto de la mariposa china que se nos viene encima y por qué el mundo, en lugar de ampliar la democracia y socializar el mercado, tiende en dirección opuesta. El divorcio entre democracia y capitalismo da paso al coqueteo entre autoritarismo y capital, que descubren sus ventajas comunes.

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    3 COMENTARIOS

    1. Contundente análisis. La realidad de lo que padecemos, hacia donde nos apuran a fuerza de necesidades, autoritarismo y carencia de derechos.
      Gracias por esta nueva alerta.

      • La mariposa china además es una caja de Pandora y tarde o temprano abrirá sus siete sellos y arrasará con el totalitarismo y su «intocable y eterno» partido comunista. Sin pecar de culto a la figura, después de Xi Jinping no vendrá otro igual y a partir de ahí y desde ahí el cambio viene en camino.

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