Durante la semana de San Valentín, se registraron en Cuba al menos 17 interrogatorios a activistas por parte de la Seguridad del Estado.
Es 14 de febrero, Día de San Valentín, y yo siento un odio profundo. Son las seis de la tarde, acabo de salir de la estación del metro en Union Square, Manhattan, y camino rumbo al gimnasio. Todo el día he estado ansiosa. Me senté frente a la computadora desde temprano, me castigué frente a la computadora desde temprano, pero no pude escribir ni leer nada. Sobre las cinco de la tarde me di por vencida, y salí al gimnasio. El ejercicio me ayuda con la ansiedad. Me expulsa de mi mente y me recuerda que soy también un cuerpo. Un cuerpo de 61 kilogramos y 34 años que ahora siente un odio profundo.
Quiero decirlo, sacármelo como una muela sin salvación. Y comienzo a escribir. Me detengo en medio de Union Square, ni siquiera siento el frío, y comienzo a escribir un post en Facebook. A rabiarlo. Busco en el celular una foto mía y elijo una en que aparezco con la bandera cubana a mis espaldas. La tomó mi padre en diciembre de 2020, en Varadero, una semana antes de irme a Madrid. Tengo ganas de herir a quienes me lean. Causarles dolor.
«Hoy, en el día del amor, quiero decir que les odio»: escribo esa primera oración. Luego hablo de la foto y la vida que me quitaron, mi vida en Cuba, y la vida que me estoy inventando yo fuera de Cuba. A veces siento que esta vida que me estoy inventando es como el vestido caro que una amiga te presta en Cuba para una fiesta, y que tú usas con miedo de que se dañe. Te sientas con miedo, bailas con miedo, te lo pones y te lo quitas con miedo, lo lavas con miedo. Porque qué pena devolverlo con un hilo suelto o con una mancha. A veces me imagino que alguien me toca a la puerta y me dice: «Mónica, devuélveme mi vida».
Sigo escribiendo. Arrancándome la muela. Digo que mi vida es apenas una de las tantas vidas que ellos, los represores, la familia Castro, han quitado y continúan quitando. Hablo sobre los más de mil presos políticos y sus familiares. Ninguno ha vuelto a tener una vida más o menos normal después del 11 de julio de 2021 —siquiera hasta donde es posible la normalidad en un país como Cuba. Hablo de los desterrados. Hablo de los viejos que duermen en las calles y pasan hambre.
Repito que los odio.
Yo, en realidad, hablo de mis dolores. Siempre hay dolor en las raíces del odio y solo te duele lo que amas. El odio no es exactamente lo contrario al amor, sino su reverso. Yo diría que puede llegar a ser su sublimación.
Leo lo que he escrito y elimino el post antes de publicarlo.
La gente dice que cuando te vas de Cuba, el mundo real te envuelve y te olvidas. La Seguridad del Estado cuenta con eso, con el fascinante y jodido mundo real: el pago de la renta, internet ilimitado, las facturas, los despidos, la ilusión de la lotería, el Black Friday, el temor a volverse homeless, el idioma extranjero, tu historial de crédito.
Ya hace más de dos años que me fui de Cuba, pero he leído un post de Adelth Bonne, un amigo activista que vive allá, en La Habana, y fue citado por la Seguridad del Estado para un interrogatorio, y ese se ha vuelto mi único mundo real. Más o menos la mitad del tiempo, Cuba es mi único mundo real.

En su post, Adelth cuenta que ha decidido acudir a ese interrogatorio por el hostigamiento que ha sufrido su madre en el trabajo. La Seguridad del Estado ha intentado convencerla de que convenza a su hijo de detener su activismo. Adelth piensa que, si va a este interrogatorio, el quinto en los últimos 14 meses, puede convencerlos a ellos de dejar tranquila a su madre. Quiere creer eso.
Adelth dice que se siente culpable de ese acoso, pero que no siente ningún miedo. «No voy a hacerme el héroe porque no lo soy, pero estoy tan aburrido de todo que hasta el miedo me lo sacaron del cuerpo de raíz, y esto lo puedo jurar», dice. Si mi amigo tiene un miedo, no es el miedo a lo que las autoridades puedan hacer con él, sino a ser olvidado. «No me dejen solo», pide casi al final de su publicación.
Yo conocí ese miedo en Cuba mientras hacía periodismo independiente. Se trata de un miedo que la Seguridad del Estado conoce y procura alimentar siempre. Porque lo necesita. Cuando la gente descubre que no está sola, que no está sola en sus sufrimientos, en sus ideas, en sus sueños de libertad, ocurre un 11 de julio. A los pocos días de ese estallido social, yo publiqué un texto y lo titulé así: «El fin de la soledad».
El poder de la dictadura depende tanto de la violencia como de nuestros sentimientos de soledad. La dictadura necesita a la gente aislada y dividida y sin capacidad para confiar.
Para no dejar solo a Denis Solís fue que se acuartelaron 14 personas en la sede del Movimiento San Isidro, también la casa del artista Luis Manuel Otero Alcántara, en noviembre de 2020. Y para no dejar solos a esos acuartelados, al día siguiente de que fueran arrestados violentamente por la policía, fue que protestaron al menos 300 personas afuera del Ministerio de Cultura, el 27 de noviembre.
Los afectos movilizan más que cualquier organización política. Quienes mandan en Cuba pueden prohibir la creación de partidos, sindicatos, asociaciones, medios de comunicación y lo que se les ocurra, pero no algo tan simple como que la gente se quiera. Y la represión está creando vínculos entre sus víctimas que difícilmente hubieran surgido en otras circunstancias.
Le comento a Adelth en su post justo eso: «Jamás te voy a dejar solo». Le insisto en que me llame por WhatsApp. A cada rato hacemos una videollamada y nos sacamos una foto juntos con una captura de pantalla.
Mi odio no es solo por mí y esa vida que me quitaron. Mi odio es una reacción casi instintiva ante la crueldad.
Por si queda alguna duda o por si sucede algo mañana quiero que se quede esto en mi muro:
En Cuba hay una tiranía comunista.
Libertad para todos los presos políticos.
Informar no es un delito.
No más comunismo en Cuba.
Abajo la dictadura cubana.
Así cierra Adelth su post, tanteando la posibilidad de que no volverá a casa. Porque en Cuba, cuando la Seguridad del Estado te cita a un interrogatorio, siempre se corre el riesgo de acabar en la cárcel.
En la noche, luego de salir del gimnasio, Adelth y yo hablamos. Me siento en un escalón de Union Square, todavía sudada, con un moño mal hecho, y ojerosa. Él está en la calle; ha ido a buscar pan. A pesar de todo sonríe de oreja a oreja cuando me ve, con su dentadura blanquísima de cien dientes.
Casi siempre que hablamos, él está en la calle. En una calle oscura, como son las calles cubanas; tanto, que a veces parece que hablo con una dentadura y unos ojos verdes. Dice que desde las protestas de 2021 la conexión es mejor en la calle que al interior de los hogares. Adelth vive a medio kilómetro de la famosa Esquina de Toyo, en el municipio de Diez de Octubre, en La Habana, uno de los puntos donde se reportó mayor represión policial contra los manifestantes el 11 de julio.
Yo le digo que no tiene ningún sentido que la conexión sea mejor en la calle, porque si se arma otra revuelta la gente se conectará desde la calle, pero tratándose de Cuba tiene todo el sentido del mundo que algo no tenga sentido.
El activista Arian Cruz (Tata Poet) va a acompañarlo al interrogatorio. Le he pedido a Adelth que no vaya solo. Si lo trasladan de sitio o lo dejan detenido, alguien tiene que avisar. Esa es una de las pocas cosas que se pueden controlar en ese contexto. Mientras hablamos, Adelth le ha escrito a Tata Poet, que ya se había ofrecido a acompañarlo.

Quedo pendiente. Estoy pendiente. Mantenme al tanto. Me avisas. No sé cuántas veces repito esas frases a lo largo del día. En la distancia una no puede hacer mucho más que eso, y denunciar en las redes sociales lo que vaya pasando.
No hay manera de saber con exactitud qué tan efectiva es la presión en las redes sociales para evitar un encarcelamiento o lograr una liberación, pero existen probabilidades —mínimas o no tan mínimas— de que lo sean, y esas probabilidades justifican los esfuerzos. Lo que sí es innegable es que la Seguridad del Estado otorga importancia a lo que se publica en redes sociales sobre Cuba: lo que publica una ama de casa, un enfermero, una periodista o un opositor. Cualquiera.
La Seguridad del Estado no solo habla insistentemente sobre las redes sociales en los interrogatorios, exige a la gente que deje de publicar contenido crítico en ellas y coloca multas bajo el Decreto Ley 370 a quienes lo hacen, sino que incluso manda a influencers a prisión, como a Yoandi Montiel (El Gato de Cuba) y Sulmira Martínez (Salem Cuba). Él se encuentra privado de libertad desde abril de 2021, y ella, a sus 21 años, desde enero de 2023.
Es justo ver las redes sociales como un campo de batalla virtual en que, sin dudas, los bandos, y las nociones de victoria y derrota, son siempre muy difusos. Y donde las fronteras con la realidad son extremadamente frágiles. Así como surgen en las redes sociales muchas relaciones afectivas, para luego volverse físicas, surgen también la indignación y la protesta que tomará las calles.
Otra activista, Yordanka Battle, despedida de su trabajo en una empresa estatal por motivos políticos a finales del año pasado, también ha sido citada a interrogatorio en la mañana del 15 de febrero. A Yordanka la citaron para la estación policial de Zapata y C, en Plaza de la Revolución (La Habana), y a Adelth para la de calle Aguilera, en Diez de Octubre. A ambos sitios acude gente para mostrarles apoyo.

Desde las 8:10 a.m., la artista Rosmery Almeda (Alma Poet), pareja de Tata Poet, se encuentra en Zapata y C en espera de Yordanka. A las 8:30 debe empezar su interrogatorio. El de Adelth debe empezar hora y media después.
Desde Nueva York, mientras me preparo para mis clases, me voy comunicando con Tata Poet y con Alma Poet. Poco antes de las 9:00, pierdo la comunicación con ella. Su novio comienza a llamarla al celular, y no contesta. Otra activista llama a Tata Poet y le dice que un agente la llamó para advertir que, si Alma Poet no se va de Zapata y C, va a ser arrestada, porque hay un proceso abierto en su contra tras las protestas de la calle Línea en que ella participó en octubre del año pasado. Sobre las diez de la mañana, yo publico un post en Facebook y cuento que es posible que Alma Poet esté detenida.
Desde Serbia, el jurista Fernando Almeyda, también activista, denuncia que el artista Yulier Rodríguez, quien fue a la estación de Aguilera para acompañar a Adelth, se encuentra detenido. Yulier tomó una foto de Adelth entrando a la estación, y ahí mismo lo detuvieron. Por tomar una foto.

Desde Miami, desde Las Vegas, desde Ciudad de México, desde Madrid y otras ciudades, hay gente pendiente, en comunicación con La Habana. Gente que vive en el fascinante y jodido mundo real, pero que siente lo que ocurre en Aguilera y Zapata y C.
El día transcurre más o menos así, con alguna variación insignificante: liberan a Alma Poet y detienen a otras dos activistas en Zapata y C; entra Yordanka a su interrogatorio; sale Adelth de su interrogatorio en Aguilera; mantienen a Yulier preso en Aguilera; detienen a Tata Poet y Adelth por no querer irse de los alrededores de la estación sin Yulier; liberan a la gente de Zapata y C; sale Yordanka de su interrogatorio; liberan a Tata Poet, Adelth y Yulier.
El relato de la represión suele ser caótico.
No sé si la Seguridad del Estado lo supo, pero cuando Tata Poet y Adelth fueron detenidos por no querer dejar atrás a Yulier, otras personas salieron rumbo a la estación de Aguilera. No eran muchas, quizás hubieran sido también detenidas, pero estoy segura de que entonces otras personas hubieran acudido a preguntar, a exigir su liberación.
A las 8:34 de la noche, en uno de sus tres perfiles en Facebook, Adelth publica una foto junto a Tata Poet y Yulier. Él está en el medio, con su sonrisa kilométrica. Tata Poet, a su izquierda. Yulier, a su derecha. Tata Poet y Yulier permanecen serios, como si no tuvieran fuerzas ni para mover los músculos de la cara. Adelth no lo dice, pero tiene casi 40 grados de fiebre.
«A estos dos grandes nunca voy a tener como agradecerles lo que han hecho hoy por mí… No nos dejamos solos ni un instante… ¿De dónde nos salió el valor? No lo sé, pero lo tuvimos», dijo.
Adelth y Yordanka no fueron los únicos citados a interrogatorio esta semana. En apenas cinco días, entre el 13 y el 17 de febrero, el activista cubano Marcel Valdés, residente en Miami, registró otros 15 casos. Solo seis personas —manifestantes del 11 de julio con procesos judiciales abiertos y bajo acoso policial— resolvieron no denunciar en las redes.
La cifra no es alarmante tratándose de Cuba. En 2022, según el informe anual del Observatorio Cubano de Derechos Humanos, tuvieron lugar en el país unas cinco mil 500 acciones represivas contra activistas y otros ciudadanos; es decir, casi 155 acciones represivas por semana. Pero la cifra, como la de todas las organizaciones independientes que no cuentan con garantías para hacer su trabajo en la isla, podría ser menor que la real.
No hay magia. No hay dinero. Ojalá hubiera dinero para el activismo, mucho dinero, como tiene dinero el régimen para comprar las armas que emplea en reprimir a la población. Pero si hay algo es afecto. El valor sale del afecto. Basta con querer bien a alguien.
«De aquí no nos movemos, Mona. Hasta que salga. Yo estoy en ayunas y Tata también. Y no vamos a comer ni a movernos de aquí». Eso me escribió Adelth, afuera de la estación de Aguilera, sobre la una de la tarde, el 15 de febrero, cuando habían pasado tres horas de la detención de su amigo Yulier. Dos horas después los detuvieron y sobre las seis de la tarde ya estaban los tres libres. Nunca sabrán si eso hizo o no la diferencia, pero basta creer que pudo haber hecho la diferencia.