Olvidados tiene la virtud o la insolencia de poner ante nuestras miradas esos rostros y esos cuerpos que intentamos evitar mientras atravesamos el spleen salobre de La Habana. Casualties.
Son estas personas —no los intelectuales, no los políticos— quienes llevan un país a cuestas. Por eso los hombros y los semblantes caídos; las carnes y las esperanzas en pleno derrumbe.

Hay una coherencia, sin embargo, entre estos retratos y las imágenes de tantas edificaciones ruinosas en el corazón de la ciudad.
¿Cuando alguien muere, alguien que suele tenderse con sus bultos siempre en el mismo rincón y, lentamente, avanzar con sus bultos, entre nosotros, por las mismas calles… cuando uno de ellos ya no vuelve a levantarse, nunca más, deja entonces, también, un solar baldío, un espacio huero, reverberante y mudo en el centro de la ciudad?

Las fotografías de Margarita Fresco hacen que nos preguntemos en qué consiste, finalmente, esa «estática milagrosa» que sostiene en pie a una sociedad que, justamente, prometió que jamás habría Olvidados.
La burocracia tiene su eufemismo, «deambulantes», para designar a algunos de estos ancianos —y gente de cualquier edad— que, en rigor, no va ya a ninguna parte. ¿Pudiéramos decir que la inmovilidad fotográfica resulta, en ciertos casos, literal?

Fresco se interesa, ante todo, por estas «personas de la tercera edad en Cuba totalmente vulnerables, desprotegidas, sin la asistencia que deberían tener…» Y declara: «Es lastimoso verlos por las calles, pidiendo algo para ayudarse o vendiendo periódicos, o cigarros… Sin un seguimiento, como deberían tener, por sus escasos recursos, sus enfermedades crónicas, sus necesidades elementales: una dieta decorosa y más recursos para su sobrevivencia…»
(Fotografías autorizadas por Margarita Fresco).